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San Telmo

Biografía

Telmo, San. Pedro González. Frómista (Palencia), c. 1190 – Tuy (Pontevedra), c. 1246. Dominico (OP), asceta, confesor real, predicador, santo.

Una de las familias nobles que había en Frómista en el siglo xii eran los Gundisalvi. Es decir, los descendientes de González, cristianos viejos y cumplidores y con una buena posición económica. En esa familia nació Pedro González. No se conoce con exactitud la fecha de nacimiento. Teniendo en cuenta otros datos que aparecen en su vida, lo más lógico es que se produjera hacia 1190. Su educación comenzaría en la propia familia aprendiendo las primeras letras, las oraciones y los primeros rudimentos de la fe cristiana.

Dada la condición y posibilidades de su familia, es casi seguro que tuviera un preceptor particular. Esa formación se completaría en la escuela monástica de los benedictinos. Allí estudiaría la Gramática, Dialéctica y Retórica, y a continuación la Aritmética, Geometría, Astronomía y Música. Concluidos esos estudios, el alumno con cualidades era considerado apto para estudiar en centros superiores.

Le enviaron a la recién constituida Universidad de Palencia, tanto por su fama, su proximidad geográfica, como porque el obispo de la ciudad, Tello Téllez de Meneses, era tío suyo. En ese tiempo ya se enseñaba allí la Teología. El alumno que aprobaba los estudios quedaba capacitado para enseñar y ejercer cargos eclesiásticos y con poder para resolver litigios. La formación estaba orientada principalmente hacia el ministerio pastoral. Sus conocimientos de Biblia, Teología y Leyes le capacitaban para ejercer en la iglesia Catedral, donde trabajó con otros clérigos y llegó a canónigo. Quiso celebrar su nombramiento con una gran fiesta. Con sus mejores ropas y montado en un caballo ricamente enjaezado quiso recorrer la ciudad. El caballo se desbocó y le derribó en un lodazal. Oyó burlas y comentarios jocosos. Esto le ayudó a reconsiderar su vida y a darle un nuevo rumbo.

Decidió entrar en la recién fundada Orden de Predicadores.

Ya existía el Convento de San Pablo de Palencia, fundado por el mismo santo Domingo en 1219. Fue una decisión personal y meditada. Era un hombre con una buena posición eclesiástica y con un futuro prometedor. Conocía la vida y el ideal de los frailes. Podía haber elegido otro camino. Sin duda se sintió atraído por la pobreza evangélica, el rezo solemne en comunidad, el estudio constante de la verdad revelada y luego predicada frecuentemente al pueblo, aun en forma itinerante. Le atraía y estaba preparado. No faltó quien le quiso disuadir desaconsejando el cambio.

Un día, hacia 1220, se presentó a la puerta del convento pidiendo ser admitido en la comunidad. Los frailes le recibieron con alegría e ilusión. Le conocían.

Desde el principio se adaptó perfectamente a las reglas de la vida religiosa cumpliéndolas con escrupulosidad.

Superó la prueba del noviciado e hizo la profesión religiosa. Se propuso imitar a santo Domingo, especialmente en la oración y la predicación allí donde sus superiores le enviasen. Nacía así el predicador itinerante que fue durante toda su vida. Pasados cuatro o cinco años, salió de la ciudad para predicar en otras partes. Recorrió la diócesis de Palencia y otras de Castilla, León, Navarra, País Vasco, Aragón y Cataluña. Quedan testimonios de su paso por ellas en los conventos de la Orden. Predicaba en ambientes populares y en otros más reducidos y selectos. Los temas de predicación eran los normales de la época, una mezcla de cuestiones apocalípticas y adoctrinamiento moral de los oyentes para lograr el arrepentimiento y alentar a la práctica de las virtudes cristianas, temer y amar a Dios. Tenía dotes especiales para llegar al corazón de sus oyentes.

Su fama llegó hasta la Corte del rey Fernando III. Quiso que le acompañara en sus campañas de reconquista en Andalucía como confesor suyo y para el servicio religioso y pastoral de sus soldados. Era una guerra alentada y bendecida por los Papas, que concedieron indulgencias de cruzada. Creían cumplir así la voluntad de Dios. El Rey esperaba que sus sermones mejoraran cristianamente y enardecieran a su ejército y que sus devotas oraciones ayudaran a conseguir la victoria. Los oyentes eran distintos y bastante más difíciles de convertir y mejorar que los que había tenido hasta entonces. Había soldados bien dispuestos que le tenían por un santo y seguían sus consejos y otros más disolutos para quienes el fraile devoto era un pesado objeto de sus bromas y chanzas. Durante el tiempo que sirvió al Ejército tuvo que sufrir con paciencia muchas murmuraciones y falsos testimonios, especialmente por parte de algunos nobles, que llegaron a tenderle una trampa, en la que no cayó, con una mujer pública. No cayó en ella.

La campaña militar fue larga. Hubo muchos momentos de relajación y desaliento. El ambiente castrense no le gustaba. Cumplió lo mejor que pudo con sus obligaciones acatando la voluntad de sus superiores religiosos y civiles. No es extraño que internamente desease abandonar aquel ambiente. Tuvo que esperar hasta que acabó aquella campaña.

Cuando las conquistas de Jaén y Córdoba estuvieron consolidadas, dejó la vida castrense para dedicarse otra vez a las misiones populares. La etapa siguiente sería en Asturias, Galicia y norte de Portugal.

En Galicia se identificó plenamente con el carácter del pueblo gallego. Especialmente allí dejó el recuerdo imborrable de su predicación, de sus virtudes y de sus milagros. Es la etapa más fecunda y mejor conocida de su vida.

Santiago de Compostela era ya un concurridísimo centro de peregrinación y por ello un sitio ideal para el ministerio de la predicación a nacionales y extranjeros.

Una respetable tradición incluye a santo Domingo entre los peregrinos y no desaprovechó la ocasión para fundar allí el Convento de Bonaval, después llamado de Santo Domingo. Evidentemente, san Telmo fue enviado allí por los superiores. Se presupone que había quedado libre de su compromiso con el Rey y el Ejército. El convento era el centro de su acción apostólicas. Sus compañeros en aquel tiempo fueron fray Pedro de las Marinas y fray Miguel González, ambos con fama de santos por aquellos lugares.

Era costumbre que fuesen frailes experimentados. En las temporadas largas de predicación se albergaban en los hospitales para pobres y peregrinos o en las casas de los sacerdotes con cura de almas. En una de esas casas ocurrió una anécdota curiosa y un milagro. Él y su compañero llegaron a ella agotados y sedientos y pidieron algo de beber. El ama les dijo que sólo había en casa un poco de vino, pero que el párroco le había advertido muy seriamente de que no se lo diese absolutamente a nadie, por lo que pudiera pasar. Replicó el santo que Dios proveería. El ama les dio el vino encomendándose a Dios y se ausentó de casa temiendo la reacción del cura. Cuando volvió el sacerdote, pidió un trago de su vino. A1 ver el frasco se admiró de que estuviese lleno y de un vino muy bueno. Quiso saber lo sucedido. Se lo explicó el ama, tras lo cual fue a buscar al santo para ofrecerle su casa.

Hospedado en la casa de un sacerdote de un pueblo de Lugo, sufrió la misma tentación que en Andalucía, esta vez con una criada de la casa, que entró en su cuarto y le pidió que la dejase dormir allí. El santo, con serenidad, extendió carbones encendidos por la habitación y se acostó pidiéndola que hiciera lo mismo; ella escapó aterrorizada y contó lo sucedido.

Todos estos hechos acrecentaban su fama. El santoral de Tuy hace de él una clara descripción: cuerpo no muy grande, agradable a la vista, elegante, atractivo, de conversación agradable y tan equilibrado que se hacía querer de todos.

En Galicia apareció en su madurez todo lo que el santo llevaba de peregrino y predicador itinerante.

Después de sus sermones dedicaba todo el tiempo necesario para oír las confesiones de los pecadores arrepentidos y darles consejos más personales según sus circunstancias. Poco a poco se fue alejando de Santiago en dirección Sur. Sin proponérselo conscientemente, su destino final era la diócesis y ciudad de Tuy.

Siguiendo el curso de río Miño llegó hasta Rivadavia.

En el pueblo de Castrelo fue donde adquirió fama de constructor de puentes. Sus habitantes tenían un grave problema con las inundaciones del Miño. Era muy peligroso pasar de una parte a otra para realizar sus trabajos. Varias personas habían muerto ahogadas, por lo que se propuso construirles un puente seguro.

Escribió al rey Fernando III pidiéndole ayuda.

El Rey envió cartas a los nobles solicitando cooperación económica, sin que, según parece, la ayuda fuera demasiado generosa. El santo siguió adelante con el proyecto. Era una obra de envergadura y tenía que ser muy sólida por las características del terreno. Organizó a todos los habitantes y pusieron manos a la obra. Buscaron y acarrearon la piedra necesaria y otros materiales de construcción. E1 santo también trabajaba llevando piedras y mezclando la cal y la arena.

Para la tradición popular el puente es obra de Dios, de san Telmo, de la ayuda de los nobles, del trabajo de los más humildes y de la generosidad de los peces pues cuenta el libro de la leyenda de la ciudad de Tuy, y lo corroboraron testigos, que los peces se ofrecían al santo y a su compañero cuando la pesca escaseaba.

A pesar de estas tareas, san Telmo no desatendía su actividad apostólica ni su ascetismo. Predicaba a los trabajadores y por la noche se retiraba a alguna gruta para descansar un poco y hacer penitencia y oración.

El lugar que más frecuentaba era un monte abrupto cercano al puente. Dos grandes rocas formaban una especie de cueva, y allí edificó una pequeña ermita.

Cuando se terminó el puente, el santo se encaminó hacia Tuy. Fue el momento en que se adentró en tierras portuguesas. Llegó hasta Guimaraes y se hospedó en una casa hospital, como lo habían hecho otros dominicos que habían llegado hasta allí. Desplegó una gran actividad apostólica llegando hasta Braga, Oporto, Viana y Camiñas.

Por fin se dirigió hacia Tuy como nuevo centro de su actividad apostólica. Llevaba el mismo celo y mucha más experiencia y madurez. Allí se incrementó su fama de profeta y hombre de Dios. Evangelizaba en toda la región. En una de esas correrías sucedió otro hecho milagroso. Un sacerdote de Bayona, muy amigo suyo, le hizo saber que estaba muy enfermo y que deseaba verle. Buscó al otro fraile y se hizo acompañar de un joven seglar. Aunque era tarde, se pusieron en camino sin haber comido. Sus compañeros comenzaron a sentir hambre. Al fin el joven comentó en voz baja, lejos del santo, que el buen hombre anciano no se preocupaba por comer y no le preocupaba que ellos estuviesen hambrientos. E1 santo se detuvo y les esperó. Cuando llegaron a su altura le dijo al joven: “Ya que tienes hambre, ve detrás de aquella roca y encontrarás comida para hoy”. Encontraron un jarro de vino y unos panes muy blancos. Comieron. El santo les mandó dejar las sobras detrás de la misma piedra.

Comenzaron a caminar de nuevo, pero picados de la curiosidad se volvieron a mirar detrás de la piedra. Las sobras no estaban allí.

San Telmo se detuvo algún tiempo a predicar en Bayona y sus alrededores. Acudía muchísima gente a sus sermones. Comenzó otra vez a construir puentes. En el de la Ramallosa se produjo un milagro. Estaba predicando a los trabajadores cuando estalló una gran tormenta. Los oyentes comenzaron a retirarse y buscar algún refugio. El santo les mandó que se quedasen allí tranquilos, pues Dios haría que no sufrieran ningún daño. Hizo la señal de la cruz en dirección a la tormenta, las nubes se separaron y apareció el sol donde ellos estaban. La tormenta siguió lejos de ellos.

El hecho tuvo una gran repercusión.

Comenzaron a fallarle las fuerzas. Predicando la Cuaresma en los alrededores de Bayona pidió que no le siguieran los ancianos, los enfermos y los débiles.

Anunció también que su muerte estaba cercana y pidió que le encomendasen a Dios después de su muerte. Marchó hacia Tuy y su salud empeoró con unas fiebres malignas. Quiso ir a morir al Convento de Santiago. Se puso en camino, pero empeoró y tuvo que volver a Tuy. Se alojó en casa de un amigo, donde murió, hacia el año 1246. Llevaron su cuerpo en procesión, presidida por el obispo, a la Catedral y allí le dieron sepultura.

Galicia vive mirando al mar y muchos gallegos trabajan y trabajaban en él. El santo se preocupó siempre de sus necesidades espirituales y temporales. Había vivido entre ellos largo tiempo y no es extraño, por tanto, que confiasen en él como patrono de las gentes del mar con el nombre de san Telmo. Dos hechos milagrosos serían el fundamento de ese patronazgo. Seis testigos fiables de la villa de Valençia declararon en el proceso que habían oído a sus padres y abuelos contar que, estando el santo en Tuy, no había barco en el río Miño para pasar a Valençia. El santo pasaba a la gente poniendo su capa sobre el río tantas veces como hiciera falta. Y luego se la ponía completamente seca.

En la tradición portuguesa aparece otro hecho. Los marineros de una compañía portuguesa se presentan ante los nobles del rey Fernando III preguntando por fray Pedro González, que asistía a las tropas, pues les había salvado de un naufragio cierto asegurándoles que llegarían a salvo a su destino. Llevaban bastimento al ejército que combatía en Andalucía. Aseguraban que le habían visto y oído en la nave con su hábito, y que con su palabra había calmado la tempestad.

Al regresar a Lisboa, contaron el hecho a todo el mundo. Ese patronazgo se extendió pronto al norte de España, Portugal y luego a América.

El culto popular comenzó en seguida alimentado por los hechos milagrosos que empezaron a ocurrir en su tumba y con quienes se encomendaban a él. Empezó en su sepulcro y se propagó rápidamente, sobre todo en las regiones donde había predicado. La confirmación oficial llegó mucho más tarde, después de un voluminoso proceso, aprobado el 13 de diciembre de 1741 por el papa Benedicto XIV.

 

Fuentes y bibl.: Archivo de la Catedral de Tuy, Legenda B. Petri Confessoris, Ordinis Praedicatorum; Archivo de la Congregación de Ritos, Trasunto público del proceso (Processus 3258).

V. Justiniano Antist, La vida de San Pedro González Telmo abogado de navegantes, Valencia, 1587; F. Pineda, Historia de la vida, virtudes y milagros de San Pedro González Telmo, Sevilla, 1716; Positio super dubium an sententia Episcopi Tudensi pro culto publico ab immemorabili tempore praedicto Beato [...], Roma, 1741; E. Flórez, España Sagrada, vol. XXIII, Madrid, Imprenta de José Rodríguez, 1767, págs. 131-176 y 245289; M. Amado, Epítome de la vida de San Pedro González Telmo, Madrid, 1829; P. Álvarez, Santos, Bienaventurados, Venerables de la Orden de Predicadores, vol. I, Vergara, El Santísimo Rosario, 1920; Año Cristiano, vol. II, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1959, págs. 93105; C. Palomo, “González, Pedro”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1972, pág. 1032; J. Gómez Sobrino, “Documentos sobre San Telmo existentes en el Archivo de la Catedral de Tui”, en VV. AA., Actas do II encontro sobre Historia Dominicana, vol. I, Porto, 1984, págs. 317-326; B. González Domínguez, Biografía ascética de San Pedro González Telmo, Tuy, Cofradía de San Telmo, 1985 (2.ª ed.); L. Galmés, San Telmo, Salamanca, San Esteban, 1991.

 

Teodoro González García, OP

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