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Pedro López de Agurto Pérez de la Torre

Biografía

López de Agurto Pérez de la Torre, Pedro. Fray Pedro de Santiago. México, p. m. s. XVI – Cebú (Islas Filipinas), 15.X.1608. Agustino (OSA), primer obispo de Cebú (Filipinas).

Natural de México, donde su padre Sancho López de Agurto fue secretario de Cámara del Real Acuerdo, esposado con Bernarda Pérez de la Torre. De su familia se conoce la existencia de dos hermanos: uno agustino, fray Cristóbal de Agurto, y otro, Diego López de Agurto, canónigo de la Catedral Metropolitana de México. Y un medio hermano llamado Juan López de Agurto Osorio, que fue doctor graduado en Teología y Jurisprudencia por la Real Universidad de México, de la que fue catedrático, rector del Colegio Viejo de Santa María de Todos los Santos, canónigo de Puebla de los Ángeles, magistral de la de México y obispo de la diócesis de San Juan de Puerto Rico.

Pedro de Agurto también siguió la vocación levítica y muy joven tomó el hábito de la Orden de San Agustín en el convento de la capital azteca, recibido de las manos del prior fray Juan Cruzat de San Bernardo. Al año siguiente, el 1 de octubre de 1549, y con el nombre de fray Pedro de Santiago, por devoción al glorioso apóstol patrón de España, profesó en el citado convento ante el provincial fray Alonso de la Veracruz y su maestro de noviciado fray Juan de Guevara.

Consta que en 1553 fray Pedro de Agurto se matriculó en la Universidad de México y en ella obtuvo el grado de maestro, y que el padre Alonso de la Veracruz fue su profesor de Escritura hasta el año 1562, fecha en que éste hubo de viajar a España y año en el que el discípulo sustituyó al maestro en aquella cátedra. Dentro de la Orden Agustiniana fue recibido por presentado en Teología el 13 de mayo de 1576 y el 7 de octubre de 1577 fue admitido por maestro de la provincia según letras generalicias. Al año siguiente, el 25 de abril de 1578 todo ello fue ratificado por el Capítulo Provincial de México. Tal currículo le aupó a ocupar el rectorado del célebre colegio de San Pablo y, en reconocimiento a esta distinción y a sus muchas prendas morales e intelectuales, se colocó su retrato en la galería del mismo centro, al lado del padre Alonso de la Veracruz.

Dentro de la Orden desempeñó el padre Agurto los títulos más elevados. En el Capítulo Provincial celebrado el año 1569 fue elegido prior de Molango, y en el de 1572 prior de Oculma. Fue también definidor y en 1584 provincial. Al año siguiente asistió al III Concilio Mexicano como teólogo consultor, pasando por ser uno de los mejores canonistas de su tiempo, de manera que, cuando era consultado por los obispos, sus respuestas eran un oráculo y breve tratado sobre la materia.

Dominó la lengua mexicana muy bien y en ella administró a los naturales, a los cuales quiso, conoció y defendió. Escribió un libro en defensa de los indios aseverando que se les debía administrar el sacramento de la eucaristía frente al parecer de algunas opiniones contrarias. Con el tratado del padre Agurto y la opinión y refrendo del agustino Alonso de la Veracruz y del franciscano Foucher, se resolvieron los ministros religiosos a hacer partícipes a los naturales de dicho sacramento a pesar de la resistencia del clero secular y de los franciscanos. En 1573 defendió igualmente el padre Agurto que se debía administrar a los nativos el sacramento de la unción de enfermos, por lo que escribe Robert Ricard, en su obra Conquista espiritual de México, que “tenemos un rasgo más que señalar de la simpatía de los agustinos hacia todo lo que fuera elevación espiritual de los indios”.

Con fecha 17 de junio de 1595 Felipe II despachaba Cédula a su embajador en Roma encargándole pidiera al papa Clemente VIII que tuviese a bien erigir en Arzobispado la silla de Manila, creando al mismo tiempo otros tres Obispados sufragáneos: Cebú, Camarines y Nueva Segovia. El 14 de agosto el Sumo Pontífice declaraba erigidas las sedes episcopales tal como le había sugerido el Monarca católico. A la citada Cédula se adjuntó el nombre de los candidatos escogidos para tales dignidades: “Y juntamente presentaréis y nombraréis a Su Santidad, en mi nombre, la persona de Fray Ignacio de Santibáñez, de la Orden de San Francisco, para arzobispo de la dicha Iglesia de Manila, en lugar y por fin y muerte de Fray Domingo de Salazar, de la Orden de Santo Domingo, primero y último obispo que fue de ella. Y para el obispado de Nueva Segovia la de Fray Miguel de Benavides, de la Orden de Santo Domingo. Y para la Ciudad del Santísimo Nombre de Jesús, en la isla de Cebú, a Fray Pedro de Agurto, de la Orden de San Agustín. Y para el de la çiudad de Cáceres a Fray Luis de Maldonado, de la Orden de San Francisco” (Archivo Vaticano, Acta Miscellanea, 52, fol. 100).

El padre Pedro de Agurto y demás electos fueron preconizados en el Consistorio del 30 de agosto de 1595 y en la misma fecha le fueron despachadas las bulas. Las cartas ejecutoriales se le remitieron desde Aranjuez el 17 de marzo de 1596. Así pues, el 2 de agosto de 1597 ya pudo hacer su profesión de fe en el convento de Santo Domingo de la ciudad de México ante el dominico fray Miguel de Benavides, que se encontraba también en la metrópoli azteca. La consagración episcopal tuvo lugar al día siguiente, en la iglesia de San Agustín. Oportunamente, el general de la Orden Agustiniana, fray Andrés de Fivizzano, le había otorgado licencia para aceptar el obispado de Cebú y autorización para llevar consigo a Filipinas a tres religiosos agustinos “que deberían estar bajo la obediencia del General”, aunque a última hora sólo pasó al archipiélago el padre Martín de Zamudio como compañero y secretario. Su condición de prelado no le eximió de apreturas económicas, teniendo que pedir ayuda para los gastos de consagración y viaje a las islas Filipinas. Lo que sí consta es que, desde el 2 de septiembre de 1598 hasta el 2 de agosto de 1608, se le pagaron puntual y trimestralmente desde las Cajas Reales su salario de 612 pesos, 5 tomines y 11 granos. Como cuenta especial sólo se ha podido encontrar en los Libros de Contaduría del Archivo General de Indias de Sevilla que, el 3 de agosto de 1599, los referidos oficiales le dieron 30 pesos para comprar una campana que de gracia le concedió el gobernador de las islas, Francisco Tello de Guzmán.

Juntamente con el arzobispo de Manila, fray Ignacio de Santibáñez, emprendió la singladura por el Pacífico el 8 de abril de 1598 en la nao bautizada San Pedro, cuyo capitán era Flores de Valdés, buen conocedor de aquellas rutas, llegando a Manila quizás a finales de junio. Tomó posesión de su obispado el 14 de octubre inmediato, pero pronto regresó a Manila, sede vacante por la muerte del novel arzobispo, donde empleó algún tiempo confirmando y a él tocó presidir y predicar en las honras fúnebres celebradas por Felipe II.

En carta fechada el 12 de julio de 1599, el padre Agurto informaba al Rey de cómo, llegados a las islas, el arzobispo de Manila, el obispo de Nueva Segovia y él convinieron en lo que creyeron pertenecía a cada uno de campo de jurisdicción y distrito. Así pues, con la benévola anuencia del arzobispo fray Ignacio de Santibáñez, comenzó a proveer de ministros la isla de Panay, donde ya había nueve o diez conventos agustinos. El óbito del primado manileño fue causa del origen de las disputas jurisdiccionales entre los otros dos prelados y el Cabildo metropolitano de Manila y el gobernador general de las islas. Como siempre, se disputaban cotas de poder territorial y colaciones beneficiales, por lo que tuvo que mediar la Audiencia para que volviesen las aguas a su cauce. Si en la estructuración del Cabildo cebuano no acertó el padre Agurto por una serie de intereses personales y deficiencias económicas, sí alcanzó mejor éxito en el apostolado de vanguardia aprovechando la presencia de agustinos y jesuitas, sin distinguir entre hábitos ni Órdenes, algo un poco extraño en la historia de la Iglesia de Filipinas.

Otro de sus aciertos fue la celebración, el año 1600, del primer Sínodo Diocesano de Cebú, como relata Francisco Colín en su obra Labor evangélica: “Con la asistencia de dos años en la Ciudad y Obispado de Cebú, avía su religiosíssimo Prelado Don Fray Pedro de Agurto tomado ya perfecta noticia dél. Y, pareciéndole ya necessario poner orden y conformidad en el modo de administrar los santos sacramentos y de doctrinar a los naturales, determinó celebrar Synodo con los clérigos y religiosos que se ocupaban en las conversiones de los indios de su obispado. Juntóse en su Cathedral de Zebú y celebró la primera sessión o Iunta Domingo de Pascua del Espíritu Santo [21 mayo] del año 1600, continuándose hasta el siguiente. Ordenáronse varias cosas de gran bien de las almas y servicio de nuestro Señor. Hiziéronse Constituciones Synodales para el obispado. Reserváronse las cosas que se juzgó de importancia. Corrigióse la Doctrina Christiana, que de atrás andava traducida en lengua visaya, deputando para su corrección seis buenas lenguas, dos religiosos de San Agustín, dos clérigos y dos de la Compañía. Aprovóse el Catecismo Tagalo y cometióse a los Padres Agustinos que lo trasladasen en lengua bisaya [...]. Resplandeció mucho en la variedad de estos y otros negocios y determinaciones de esta Junta la gran doctrina y zelo del santo Prelado”.

Acabado el Sínodo, visitó personalmente los pueblos y doctrinas de Leyte y Samar, islas administradas por los jesuitas. Esta visita pastoral fue de gran importancia para la conservación y aumento de la fe en dichos pueblos, pues además de administrar el sacramento de la confirmación a muchos neófitos, predicó y exhortó a todos al cumplimiento de sus obligaciones cristianas. En esta gira se acompañó de cuatro o cinco religiosos de la Compañía de Jesús “y —según el padre Colín— él les dava grande exemplo de humildad y caridad, tratándose como uno de ellos, y de penitencia y mortificación, caminando los caminos de tierra a pie y con las incomodidades con que entonces los andavan los nuestros”. Fue grande el avance para la cristiandad de las islas visayas la erección de la diócesis de Cebú y la presencia continuada de su primer obispo, fray Pedro de Agurto. La extensión de la nueva diócesis era excesiva y de ahí que el prelado se viese desbordado a la hora de visitarla. Para remediar estos inconvenientes, cuando las circunstancias lo permitían, solía enviar a su vicario general con facultades para bautizar y confirmar. Visitó después el padre Agurto las reducciones jesuitas de Mindanao y Bohol, dejando en todas partes el buen olor de sus virtudes y un recuerdo indeleble de su celo por las almas. Las fuentes jesuitas subrayan la labor misionera del prelado agustino y el buen entendimiento que mantuvo desde el principio hasta el final con la Compañía. Fruto de esta concordia fue la apertura de una Escuela de Latinidad en la villa de Cebú, donde era numerosa la asistencia de alumnos y buenos los resultados obtenidos.

Por lo que se refiere a las relaciones con sus hermanos de hábito, hay que decir que fueron normales, con cierta predilección hacia los criollos que propugnaban la “Alternativa”. Para no dejar a nadie sin su ayuda de hombre bueno, el padre Agurto tendió su mano también a los recién llegados agustinos recoletos a Filipinas, recomendándoles porque sus “principios prometen en estas Islas muy prósperos frutos y sanctos sucesos”, según dejó escrito en carta al Rey el 20 de mayo de 1607 (reproducida en Rodríguez, 1993, XVII: 84-87).

Por otra parte, no le faltaron sinsabores y disgustos en su lucha por la justicia y la paz con el gobernador Pedro Bravo de Acuña, y de manera más agria y prolongada con los encomenderos. Estaba mandado, por diversas cédulas, que los encomenderos en las islas visayas residiesen en ellas para defender a sus encomendados de las incursiones piratas. Por el contrario, dichos encomenderos solían residir en la ciudad de Manila y muchos de ellos no pasaban por sus encomiendas ni para cobrar el tributo. En esta lucha para defender y amparar a sus indios se empeñó arduamente el obispo agustino hasta el final de su vida.

Los historiadores y biógrafos de la Orden de San Agustín coinciden por lo general en afirmar que el 14 de octubre de 1608 fue la fecha de su óbito. Sin embargo, en el archivo de la catedral de Cebú se encuentra el Acta firmada por el Cabildo en la que se notifica que “fue su fallecimiento en 15 días del mes de octubre próximo pasado de este presente año [1608]”. Sus restos fueron sepultados en la iglesia del Santo Niño. Según testimonio del jesuita Colín, “Seis meses después, el 24 de abril de 1609, se abrió el sepulcro por condescender a los piadosos deseos de sus devotos, y se encontró su cadáver entero y tratable, exhalando un olor suavísimo que le juzgaron superior y milagroso”. Sus restos también se salvaron del incendio que arrasó convento e iglesia el año 1628.

En 1663 fueron depositados en una urna y colocados detrás del retablo del altar mayor.

Hay noticia de unos veintitrés escritos suyos, la mayor parte cartas o memoriales a la Corona.

 

Obras de ~: Tractado de qve se deven administrar los Sacramentos de la Sancta Eucaristía y Extremavnción a los indios de esta nueva España, México, Antonio Espinosa, 1573 (reimpr., Manila, 1606); Indulgencias que se ganan por traer la cinta de San Agustín, México, 1589.

 

Bibl.: T. de Herrera, Alphabetum Augustinianum, vol. II, Madrid, Gregorio Rodríguez, 1644, págs. 253-254 y 265; G. de San Agustín, Conquistas de las Islas Philipinas, vol. I, Madrid, Manuel Ruiz de Murga, 1698, págs. 378-380 y 486-487; S. Portillo y Aguilar, Chrónica espiritual augustiniana, vol. II, Madrid, 1732, págs. 55-59; J. de la Concepción, Historia general de Filipinas, vol. III, Madrid, 1788, págs. 409-412; vol. IV, págs. 318-327; F. Colín, Labor evangélica, ministerios apostólicos de los obreros de la Compañía de Jesús, fundación, y progresos de su provincia en las Islas Filipinas, Barcelona, Imprenta de Henrich y Compañia, 1900-1902; E. Jorde, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, 1901, pág. 180; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, vol. I, Madrid, Imprenta Asilo de Huérfanos, 1913, págs. 63-68; P. Díaz Rodríguez Alonso, “Episcopologio hispano-agustiniano: Ilmo. y Rmo. Sr. D. fray Pedro de Agurto, primer Obispo de Cebú”, en Archivo Agustiniano, 2 (1914), págs. 343-348 y 403- 411; E. García, Crónica de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de México, Madrid, Imprenta G. López del Horno, 1918, págs. 75-98; A. M.ª de Castro, Misioneros agustinos del Extremo Oriente, 1565-1780 (Osario Venerable), ed.

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Isacio Rodríguez Rodríguez, OSA

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