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Federico Zuccari

Biografía

Zuccari, Federico. Zuccaro, Zuccarus. Sant’Angelo in Vado (Italia), 18.IV.c.1539 – Ancona (Italia), 20.VII.1609. Pintor y tratadista.

Nació en una pequeña localidad situada en los dominios del duque de Urbino, que en la actualidad se encuentra dentro de los límites de la región de Las Marcas. Inició su carrera como aprendiz en el taller que su propio padre, Octaviano, había abierto junto a varios pintores locales. En el año 1550, coincidiendo con los festejos del Año Jubilar, realizó un viaje a Roma acompañado por sus padres con el propósito de establecerse en la ciudad junto a su hermano Taddeo, diez años mayor que Federico, y ya activo como pintor en un taller de la ciudad. Los testimonios de la literatura artística de esta época, como las descripciones de Giovanni Battista Armenini y Giorgio Vasari, ofrecen un pormenorizado relato de las miserables condiciones en las que se encontraban los jóvenes artistas que viajaban a la capital de las artes para abrirse camino en la profesión. El propio pintor narró este complicado proceso años después a través de una serie de dibujos en los que trató de describir las circunstancias en las que se fraguó la carrera de Taddeo. En estos primeros años de actividad participó junto a su hermano en la decoración pictórica de la fachada del palacio Mattei- Caetani y en los frescos del castillo de la familia Orsini en la localidad de Bracciano. Se tienen noticias de la intervención del taller familiar en el aparato efímero realizado para las exequias de Carlos V en 1558 así como en la decoración de la iglesia de San Giovanni dei Fiorentini y en los palacios vaticanos. Al inicio de la década de 1560 intervino en la serie de frescos diseñados para ornamentar la iglesia romana de Santa Maria del Orto así como en varias escenas relativas a la vida de san Eustaquio en la fachada del palacio de Tizio da Spoleto. El prestigio alcanzado en estas tempranas experiencias en la capital permitió a Federico realizar su primera obra en solitario, una escena del Parnaso con las Musas para la cubierta de una de las habitaciones de Stefano Margani, hoy desaparecida.

En el apartamento de Inocencio VIII y con motivo de la visita que realizaron Cosme de Médicis y Leonor de Toledo, decoró una de las salas de las dependencias papales. Esta comisión pictórica marca el inicio de una fructífera relación con las altas jerarquías eclesiásticas que determinó posteriores encargos en los palacios vaticanos y en el casino de Pío IV, obra en la que tuvo la oportunidad, además, de intimar con Federico Barocci.

Hacia 1563, el cardenal Alessandro Farnese convocó a un gran número de artistas residentes en Roma a participar en los trabajos de decoración de la villa ideada por Jacopo Barozzi “Il Vignola” en la localidad de Caprarola. La relación con los eruditos, arquitectos, escultores y pintores que trabajaban a las órdenes del famoso prelado permitió al artista ampliar su formación cultural y encaminar definitivamente sus pasos hacia una carrera en solitario. En este sentido, una recomendación del propio cardenal Farnese posibilitó probablemente la realización de un viaje a Venecia a principios de la década de 1560, en donde trabajó a las órdenes del cardenal Grimani. En la ciudad de los canales no sólo intervino en las obras comisionadas por este prelado en su residencia, sino que también decoró la capilla familiar de la iglesia de San Francesco de la Vigna. Su espíritu competitivo le condujo a participar en el concurso que la Escuela de San Rocco organizó entre los artistas residentes en Venecia para decorar una parte de sus dependencias. El triunfo de Tintoretto y la ausencia de apoyos por parte de la oligarquía artística local, le llevó en lo sucesivo a mantener una tensa relación con Venecia y sus pintores.

Estas circunstancias no le impidieron consolidar una relación de amistad con distinguidos eruditos de la ciudad como Giovanni Mario Verdizzotti, último secretario de Tiziano, Antón Francesco Doni o el arquitecto Andrea Palladio, este último compañero de viaje en sus desplazamientos por los alrededores de Venecia. Estos contactos no fueron suficientes para obtener la comisión de las obras de decoración de la Sala del Gran Consejo del Palacio Ducal de Venecia, concurso al que había presentado una serie de bocetos preparatorios para la pintura de El Paraíso.

Su regreso a Roma en 1565 coincidió con su entrada en la Academia del Diseño de Florencia, una institución para la que redactó un extenso memorial en el que defendía un cambio en el anacrónico sistema de enseñanza de las artes. En la ciudad del Arno participó junto a Vincenzo Borghini, ideólogo de los programas decorativos de la familia Médicis, en el aparato efímero diseñado para la celebración del matrimonio entre Francisco de Médicis y Juana de Austria. A su regreso a Roma, ya con su propio taller, participó en las empresas artísticas más ambiciosas del momento, como la decoración del palacio de Caprarola o la villa de Hipólito de Este en Tívoli. Federico Zuccari compaginó ambos trabajos con la decoración de escenas históricas de la Sala Regia del Vaticano, a la vez que sus contactos con la emergente Compañía de Jesús le proporcionaron la posibilidad de realizar un gran fresco con la escena de la Anunciación en la iglesia de Santa Maria Annunziata, primera parroquia de los jesuitas en Roma. La realización de esta obra le catapultó a la fama, una circunstancia que el pintor rentabilizó con la reproducción de la pintura en una serie de grabados ejecutados por Cornelis Cort y Johannes Sadeler. Tratadistas españoles como Francisco Pacheco e italianos como Vincenzo Giustiniani, entre otros, mostraron su entusiasmo por la utilización de una iconografía religiosa hasta entonces inédita y resaltaron en sus escritos la capacidad de invención de Federico Zuccari.

En 1566 el fallecimiento de Taddeo obligó a su hermano a asumir como propias las obras inacabadas: la decoración de la capilla del palacio de Caprarola, la finalización de la ornamentación de la Capilla Pucci en la iglesia romana de Trinità dei Monti o una pala de altar para la iglesia de San Lorenzo in Damaso. En esta etapa, Giorgio Vasari se puso en contacto con Federico para que redactase una breve biografía de Taddeo para la segunda edición de sus famosas Vidas. En este testimonio se describen los hitos profesionales más importantes tanto de la carrera del primogénito como de los inicios del hermano menor en la profesión. Esta etapa de actividad frenética coincidió con una serie de desencuentros con el cardenal Alessandro Farnese que obligaron al artista a abandonar las obras en Caprarola. Su soberbia le traicionó en varias ocasiones y le condujo a realizar una serie de composiciones figurativas en las que criticaba el desamparo en el que se encontraba la pintura o denunciaba en clave artística las artimañas del cardenal Farnese a través del grabado de La calumnia de Apeles. En esta época comenzó a intervenir de forma activa en la vida artística romana desde su puesto como presidente de la Compagnia di San Guiseppe in Terrasanta, una institución que aglutinaba a diferentes representantes de las disciplinas artísticas como la orfebrería, la pintura, la escultura, la arquitectura, el arte del mosaico e incluso a miembros del estamento de la nobleza, y que puede considerarse como el precedente más inmediato de la Academia de San Lucas. En este círculo, Federico Zuccari tuvo la oportunidad de entablar amistad con Pablo de Céspedes, secretario de la institución, Cesare Nebbia o Flaminio Vacca, entre otros.

A principios de la década de 1570 ultimó la decoración de una capilla en la iglesia romana de Santa Caterina dei Funari y la ornamentación coral del Oratorio del Gonfalone para poder viajar en 1574 a Francia en el séquito del cardenal de Lorena. En París se convirtió en uno de los testigos privilegiados de los enfrentamientos entre hugonotes y católicos, escenas de terror que describe con ira en una de sus cartas. Una serie de desencuentros con su mecenas precipitaron su viaje hacia la Corte inglesa de Isabel I en donde logró hacerse con un puesto como reputado retratista, una faceta en la que no había destacado con anterioridad. En su estancia, se mostró fascinado con la pintura de Hans Holbein y, por ello, copió los frescos que el flamenco había pintado en Steelyard Guild. El repentino interés que le suscitó la pintura flamenca precipitó la realización de un breve viaje al norte de Europa, en donde tuvo la oportunidad de visitar las principales ciudades y conocer en persona a destacados personajes de la época.

Su viaje se interrumpió en la primavera de 1575 con la llamada de Francisco de Médicis, quien le invitó a concluir la inacabada decoración del Juicio Final que había sido iniciada por Giorgio Vasari en la cúpula de la Catedral de Santa Maria dei Fiore. Federico Zuccari se estableció en Florencia, en donde adquirió una amplia residencia, hoy sede de una institución cultural alemana, que decoró él mismo junto a los cada vez más numerosos miembros de su taller. En esta etapa contrajo matrimonio con Francesca Genga, miembro de la prestigiosa familia de arquitectos e ingenieros militares del ducado de Urbino, con la que tuvo seis hijos. Al término de las obras en la cúpula recibió fuertes críticas por parte tanto del estamento artístico, descontento con las actuaciones del pintor, como de la sociedad florentina, contraria a la comisión de las obras a un extranjero. Estas críticas precipitaron un nuevo traslado a Roma en 1579 en donde recibió el encargo de decorar la Capilla Paulina en las dependencias vaticanas.

La solicitud de nuevas pinturas le llevó a Bolonia, en donde pintó la Visión y procesión de san Gregorio, obras hoy perdidas pero que se conocen gracias a un grabado de Caprioli, y que fueron encargadas para la decoración de la Capilla Ghiselli en iglesia de Santa Maria del Baraccano. Ambas pinturas recibieron duras críticas por parte de la corporación local de pintores boloñeses y provocaron una ácida respuesta por parte de Federico Zuccari con la exposición pública de una pintura satírica titulada Porta Virtutis. Este gesto provocó, por orden de Gregorio XIII, la expulsión del pintor de Roma y, por extensión, de los Estados Vaticanos. El conflicto, en el que medió el propio duque de Urbino, obligó a Zuccari a refugiarse en Venecia, en donde le encargaron la realización de una pintura histórica sobre la vida de Fernando Barbarroja para la Sala del Gran Consejo en el Palacio Ducal. Desde la República Veneciana se trasladó en 1583 al Santuario de Santa Maria de Loreto con el encargo de pintar, junto a Federico Barocci, la capilla funeraria de los duques de Urbino. El perdón del Pontífice al año siguiente le permitió volver a Roma para completar la decoración inacabada de la Capilla Paulina.

En este período inició los contactos epistolares con representantes diplomáticos de Felipe II, quien le invitó a participar en la decoración pictórica del conjunto escurialense. Solventados los escollos diplomáticos y los tratos a propósito de las retribuciones del pintor, éste viajó a la Península Ibérica en diciembre de 1585, en donde residió hasta la primavera de 1588. En el Monasterio-Palacio de San Lorenzo de El Escorial intervino en la realización del retablo principal de la Basílica y en la ornamentación de dos armarios relicarios que no convencieron al Monarca. Federico Zuccari compaginó la realización de estos trabajos, ayudado por cuatro jóvenes pintores italianos, con la creación de una serie de diseños destinados a ilustrar La Divina Comedia, hoy conservada en la Galleria degli Uffizi. Los viajes por la Península Ibérica, de los que ofreció un pormenorizado resumen a través de dos cartas abiertas enviadas a sus amigos italianos, así como las lecturas de tratados recientemente publicados, como los editados por Gian Paolo Lomazzo, Romano Alberti o Rafaello Borghini, ocuparon su tiempo libre.

En este período el pintor consolidó su prestigio como artista a la vez que completó su formación con las visitas a la biblioteca escurialense con el único propósito de afianzar sus conocimientos e iniciar su propia carrera literaria. La estancia en España transformó al pintor en un personaje engreído, plenamente convencido de sus inmejorables facultades y su autoridad tanto en la práctica de la pintura como en la enseñanza de la misma.

Su vanidad quedó plasmada en una medalla que él mismo ordenó realizar en la que aparece su efigie en el reverso y una reproducción del retablo del altar mayor de la Basílica escurialense en la parte posterior. La cuantiosa retribución económica recibida así como la cesión de los derechos de una aduana en Nápoles precipitaron la salida del pintor de España, aunque no lograron silenciar el enfrentamiento con el Rey y con el poderoso padre Sigüenza. La trayectoria posterior de Federico Zuccari, por decisión propia, estuvo determinada por su breve estancia en la Corte de Felipe II, que, a la postre, constituyó su mejor carta de presentación. La reiteración de estereotipos, formas e iconografías ideadas durante su residencia española aceleró el paulatino declive de la carrera del artista.

A su regreso a la península italiana realizó un breve viaje a Pozzuoli y Nápoles, el único desplazamiento al sur del que hay constancia, para establecerse en la capital, en donde se ocupó, desde el año 1590, de la construcción y decoración de su nueva residencia. De este modo, se involucró totalmente en lo que un compañero de profesión denominó como “su último capricho” tras la compra de un magnífico solar en los aledaños de la plaza de España. El palacete, hoy sede de la Biblioteca Hertziana, fue concebido como residencia familiar e institución de enseñanza para los artistas jóvenes que llegaban a Roma desprotegidos y sin contactos. La decoración de las dependencias internas combina la exaltación de la familia Zuccari, a la que el pintor sitúa en el epicentro de una saga principesca, con las primeras representaciones de las imágenes alegóricas popularizadas por Cesare Ripa en su repertorio de imágenes impreso en 1593. En la última fase decorativa se pintaron una serie de frescos directamente vinculados con la teoría del diseño ideada por Federico Zuccari para su principal escrito sobre las artes. Los elevados gastos de construcción de su residencia le obligaron a paralizar, en algunos momentos, las obras para conseguir fondos a través de comisiones pictóricas externas. La Compañía de Jesús le ofreció decorar la denominada como “capilla de los ángeles” en el templo romano de Il Gesù, obra que se convertirá, junto a la decoración de la capilla de San Jacinto en la Basílica de Santa Sabina, en su postrero testimonio pictórico en Roma. Las graves dificultades económicas y personales a las que se enfrentó el artista en estos últimos años le llevaron a asumir la ejecución de obras de pequeño formato, encargadas por órdenes religiosas e instituciones privadas, en las que repetía las iconografías escurialenses que, a su juicio, le habían consagrado como pintor de Corte. En el mismo período, intereses sociales y posiblemente también de tipo promocional avalaron su nombramiento como “príncipe” de la Academia de San Lucas, cargo en el que se mantuvo desde 1593 a 1594. La protección del cardenal Federico Borromeo y las reformas emprendidas en el sistema didáctico de enseñanza artística determinaron tanto el futuro de esta institución como la fundación de centros similares en otras ciudades europeas. En el proceso de divulgación del ideario académico influyó la publicación en 1604 de las lecciones pronunciadas por Federico Zuccari y sus compañeros durante el bienio en el que el pintor ostentó la máxima autoridad.

Discursos en los que se analizaron las alternativas que existían para dotar a los jóvenes de una formación artística más teórica y en donde también se anticiparon las premisas estéticas que, más tarde, el “príncipe” publicó en L’idea de’ pittori.

Al inicio de la década de 1600, y tras el fallecimiento de su esposa y dos de sus hijas, Federico decidió realizar el que constituirá su “último viaje” por el norte de Italia. En su periplo, que se conoce al detalle gracias a las cartas abiertas que escribió a sus amistades, realizó una primera visita a Sant’Angelo in Vado, su pueblo natal, al que donó una pintura en la que todos los miembros de la familia Zuccari fueron retratados como santos en una exaltación de la saga sin parangón en la pintura de la época. Una segunda etapa de su viaje le condujo a Venecia, ciudad en la que finalmente fue reconocido como caballero de la República gracias a los desvelos de los agentes del duque de Urbino.

Desde allí, y ante la ausencia de contratos, se trasladó en 1604 a los dominios del cardenal Federico Borromeo, con el que le unía una cierta amistad desde su juventud, quien le propuso realizar un gran fresco sobre la vida de su tío Carlos Borromeo en uno de los colegios fundados por la familia en Pavía. Los contactos de la noble dinastía le permitieron realizar una serie de obras menores, junto a su amigo Cesare Nebbia, en territorio lombardo. De nuevo, su prestigio como artista de Felipe II se convirtió en su mejor carta de presentación para instalarse en el año 1605 en la Corte de Vincenzo I, duque de Mantua, en donde tuvo la oportunidad de realizar varias pinturas de pequeño formato religiosas y mitológicas, hoy desaparecidas, pero documentadas gracias a las cartas abiertas que él mismo escribió a sus amigos. En la misma ciudad publicó un memorial dirigido a los príncipes y amantes de las bellas artes en el que defendía la protección de las bellas artes y la fundación de academias. El memorial, escrito utilizando el género epistolar, fue impreso junto a una oda en verso en la que la pintura, personificada en una matrona clásica, reclamaba su propio espacio en los ambientes intelectuales. Una invitación del príncipe Emanuele I de Saboya le permitió instalarse en Turín entre el invierno de 1605 y la primavera de 1607 para decorar al fresco una galería que debía unir el Palacio Madama con las nuevas dependencias palaciegas que el propio príncipe había diseñado. En Turín, apoyado posiblemente por el propio gobernante del ducado, logró publicar un ambicioso ensayo sobre el diseño y los vínculos que éste presentaba con la “idea” titulado L’idea de’ pittori, scultori ed architetti.

Esta obra constituye su legado literario más preciado y, a la vez, consagró a Federico Zuccari como artista letrado, cortesano versado en cuestiones filosóficas y hombre preocupado por suscitar un debate en los medios artísticos e intelectuales. La fama alcanzada con la publicación de su corpus estético provocó enemistades con el círculo cortesano, envidias que precipitaron el abandono de Turín y el traslado del pintor en 1607 a Bolonia, ciudad en la que fue acogido por los jesuitas.

Los dos últimos años de su vida, perfectamente documentados gracias a las cartas abiertas escritas desde Ferrara, Parma o Bolonia, estuvieron marcados por el abandono de sus amigos, la ausencia de contratos de una cierta envergadura y el ostracismo al que le condenaron sus propios compañeros de profesión, cansados de sus argucias, y receptivos al obligado cambio generacional. La muerte sorprendió a Federico Zuccari viajando, como no podía ser menos, desde la Basílica de Loreto a la ciudad de Ancona en julio de 1609, lugar en el que fue enterrado.

Obras de ~: con T. Zuccari, Decoración pictórica de la fachada del palacio Mattei-Caetani; con T. Zuccari, Frescos del Castillo de la familia Orsini, Bracciano; con T. Zuccari, Aparato efímero realizado para las exequias de Carlos V, 1558; con T. Zuccari, decoración de la iglesia de San Giovanni dei Fiorentini; con T. Zuccari, Frescos de Santa Maria del Orto, Roma, c. 1560; con T. Zuccari, Escenas de la vida de san Eustaquio, Palacio de Tizio da Spoleto, Roma, c. 1560; Parnaso con las Musas en la cubierta de una de las habitaciones de Stefano Margani (desapar.); et al., Decoración de “Il Vignola”, Caprarola, c. 1563; et al., Decoración de la capilla de la iglesia de San Francesco de la Vigna, Venecia c. 1560; et al., Aparato efímero diseñado para la celebración del matrimonio entre Francisco de Médicis y Juana de Austria, Florencia; Decoración del palacio de Caprarola; Decoración de la Villa de Hipólito de Este, Tivoli; Decoración de la Sala Regia, Vaticano; Fresco de la Anunciación, iglesia de Santa Maria Annunziata, Roma; Capilla del palacio de Caprarola, 1566; Ornamentación de la Capilla Pucci en la iglesia de Trinità dei Monti, Roma, 1566; Pala de altar para la iglesia de San Lorenzo in Damaso, 1566; Decoración capilla en la iglesia de Santa Caterina dei Funari, Roma, 1570; Ornamentación coral del Oratorio del Gonfalone, Roma, 1570; Decoración del Juicio Final [iniciada por G. Vasari], cúpula de la Catedral de Santa Maria dei Fiore, Florencia, 1575; Visión y procesión de san Gregorio, Bolonia (desapar.); Vida de Fernando Barbarroja, Sala del Gran Consejo en el Palacio Ducal, Venecia; con F. Barocci, Capilla funeraria de los duques de Urbino, santuario de Santa Maria de Loreto; Altares relicarios bajos de la Anunciación y de San Jerónimo, Basílica de San Lorenzo de El Escorial, 1586; Pinturas del retablo mayor de la Basílica, San Lorenzo de El Escorial, 1586-1588; Decoración de la “capilla de los ángeles” Iglesia de Il Gesù, Roma; Decoración de la capilla de San Jacinto, basílica de Santa Sabina, Roma; Frescos galería Palacio Madama, Turín, 1605-1607; varios dibujos preparatorios (Biblioteca Nacional de España, Louvre, Oxford, Windsor).

Escritos: Lettera a Prencipi et Signori Amatori del Dissegno, Pittura, Scultura et Architettura, scritta dal Cavaglier F. Z. nell’Accademia Insensata detto Il Sonnacchioso con un Lamento della Pittura, Mantova, 1605 (ed. D. Heikamp, Scritti d’arte di Federico Zuccaro, ed. Leo Olschki, Firenze, 1961); L’idea de’pittori, scultori et architetti del Cavalier F. Z. divisa in due libri [I. Al Serenissimo Carlo Emanuele, Duca di Savia, Prencipe di Piemonte & II. Dedicata al Serenissimo Duca di Urbino], Torino, 1607 (ed. D. Heikamp, Scritti d’arte di Federico Zuccaro, ed. Leo Olschki, Firenze, 1961); Il passaggio per l’Italia con la Dimora di Prma del Sig. Cavaliere Federico Zuccaro. Dove si narrano frà molte cose le fese, e trionfi Regii fatti in Mantoa da quella Altezza: Per le nozze del Serenissimo Prencipe Francesco Gonzaga suo Figliolo e la Serenissima Infante Margherita di Savoia, Bologna, 1608 (ed. V. Lanciarini, Tipografia delle Mantellate, Roma, 1893); Passata di Bologna e Ferrara. Del Signor Cavalliero Federico Zuccaro al molto Reverendo et mio sempre carissimo e amorevole il signor Pierleone Casella, Bologna, 1609 (ed. F. Guidiccini, Società Tipografia già Compositori, Bologna, 1885); L’arrivata in Ferrara, Ferrara, 1609 (ed. D. Heikamp, “I viaggi di Federico Zuccari”, en Paragone, II, IX (1958), n.º 107, págs. 41-58).

 

Bibl.: G. Gaye, Carteggio inedito d’artisti nei secoli XIV, XV, XVI, vol. III, Firenze, 1840, págs. 432-33, 444-445, 453-459 y 464-464; P. Barocchi, Scritti d’arte del Cinquecento, vol. II, Milano-Napoli, Ricciardi, 1971-1977, págs. 2062-2112; B. Cleri (coord.), Per Taddeo e Federico Zuccari nelle Marche, catálogo de exposición, Sant’Angelo in Vado, Tipo-Litografia Vadese, 1993; VV. AA., “Der Maler Federico Zuccari ein römischer virtuoso van europäischem Ruhm”, en Akten des Internationale Kongresses der Bibliotheca Hertziana Rom und Florenz (23-26 de febrero de 1993), Roma, Biblioteca Hertziana, 1999; M. G. Aurigemma, “Lettere di Federico Zuccari”, en Rivista dell’Istituto Nazionale d’Archeologia e Storia dell’Arte, s. 3.ª, XVIII (1995), págs. 207-246; B. Cleri (coord.), Federico Zuccari. Le idee, gli scritti, Milano, Electa, 1997; C. Acidini Luchinat, Taddeo e Federico Zuccari: fratelli pittori del Cinquecento, vol. I-II, Miano, Jandi Sapi, 1997; VV. AA., Federico Zuccaro kunst zwischen ideal und reform, Roma, Istituto Svizzero di Roma, 2000.

 

Macarena María Moralejo Ortega

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