Herrera Villarreal, Alonso de. ¿Segovia, IX.1555? – Segovia, 14.X.1624. Pintor.
Máximo exponente del manierismo reformado en Segovia, ciudad plenamente dependiente entonces en lo artístico de El Escorial. Fue artista sujeto a influencias diversas, desde Navarrete hasta Sánchez Coello, Zuccaro, Cinncinato o los venecianos, y dado a interpretar en general los temas en pequeño formato y con peculiar blandura.
Se tiene por suya la partida de bautismo de cierto Alonso, hijo de Sebastián de Herrera, registrada el 8 de septiembre de 1555 en la parroquia de Santa Eulalia de Segovia, en la que no consta la identidad de la madre.
Los primeros datos ciertos lo sitúan en El Escorial, donde el 4 de mayo de 1571 otorgó carta de arras y donde hubo de casar con Francisca Ramos, cuyos hermanos eran carreteros al servicio de la Real Fábrica. Él mismo entró por entonces a trabajar para el monasterio, donde en febrero de 1574 hizo entrega de dos tablas de la Virgen con el Niño para las celdas, seguramente análogas a las de Rodrigo de Holanda, a las que siguieron otras seis en marzo del mismo año. Esta breve etapa escurialense fue esencial para su formación, por el contacto sobre todo con El Mudo, y muchas de sus creaciones posteriores denotan continuidad en el conocimiento de lo pintado en la fundación filipina y de los artistas allí activos. De entonces ha de ser un pequeño lienzo de los Santos Juanes que se le atribuye (Museo del monasterio de San Lorenzo de El Escorial), aunque no hay constancia de pago.
En 1575 aparece ya en Segovia, donde obtuvo licencia del provisor para la pintura del tabernáculo de la iglesia de San Andrés, y después otras para el retablo de Castiltierra, junto con el escultor Juan Manzano, que renovó en 1577.
A la muerte de Alonso Castellano, concuñado del malogrado Francisco de Urbino, logró el traspaso de varias licencias diocesanas, y en diciembre de este año (1577) acometió así la terminación de las pinturas ya bosquejadas de un retablo para la iglesia de San Juan de Pedraza. Las diferencias surgidas con la viuda de Castellano sobre los términos del acuerdo dieron lugar a un pleito en el que el grueso de los artistas locales le reconocieron como autor esencial de las tablas —“su mano es muy conocida en la pintura”— y depusieron en su favor.
La breve estancia en su casa de Navarrete el Mudo en enero de 1579, por motivos de salud, y el que éste le confiara por testamento la custodia de su hija natural responden a la estrecha amistad nacida en los años escurialenses. Y de los contactos establecidos por entonces en el entorno madrileño hubo de surgir el encargo de pintar los colaterales de la parroquial de Cercedilla (1580), no conservados.
El contrato del también desaparecido retablo de la ermita de San José de Villacastín en septiembre de 1586 señala el comienzo de diversos encargos de los poderosos Mexía de Tovar en esta localidad, a la que terminaría por trasladar algún tiempo su taller a mediados de la década de 1590. De septiembre de 1587 data su intervención en el retablo de la capilla de los Mexía en la iglesia parroquial, del que son suyos los modestos respaldares y la policromía. Luego, en 1588, acometió, con el ensamblador Jerónimo de Amberes, la realización del retablo nuevo del santuario de Nuestra Señora de la Fuencisla, patrona de Segovia, sustituido a mediados del siglo XVII por el de Pedro de la Torre, ya en el edificio actual. De 1590 son las pinturas del retablo del Rosario de la parroquial de Duruelo (Segovia), en que da pruebas de una severidad escurialense, y el mismo año se obligó a pintar el retablo del racionero de Párraces para la iglesia de Cobos de Segovia, que terminaría en 1597 —pinturas de San Bartolomé con el racionero Prieto y de San Francisco—, y pretendió con Fabricio Castello la policromía de la Sala de los Reyes del Alcázar, que haría luego Hernando de Ávila. A ello siguió en 1594 una serie de lienzos de la iglesia de Santo Tomás, en paradero desconocido.
De 1596 y 1597 son las pinturas bancales de los retablos de Ana de Prado y de Alonso Mexía de Tovar, o del Rosario y de Santa Ana, en San Sebastián de Villacastín, contratados ya en mayo de 1593, que están entre sus más significativas creaciones; e inmediatamente posteriores son los grandes lienzos del retablo mayor, que rehízo en 1734 Francisco Llamas. El homogéneo ensamblaje clasicista fue en los tres casos de Mateo Imberto, probablemente sobre trazas del jesuita Andrés Ruiz, quien supervisó los trabajos. Quizá también por entonces, y en relación con los jerónimos de Párraces, pintó el San Juan Bautista en el desierto de la iglesia de Etreros.
Cercanas a las pequeñas tablas de los colaterales de Villacastín son las del retablo del Cristo en Hontoria, de 1599, y el Noli me tangere del palacio episcopal. De esta época es el retablo de San Ildefonso en Adrados, y no muy posteriores la Anunciación de Vegas de Matute y una Crucifixión del monasterio de El Parral de Segovia.
A mediados de 1600 se obligó a hacer la policromía y la pintura del retablo de Santiago en la catedral, obra de Pedro de Bolduque, en la capilla de Francisco Gutiérrez de Cuéllar. Suyas son la Vocación de los hijos de Zebedeo, el Martirio de Santiago y las sargas con grisallas de estos episodios y de otros evangélicos, pero no el soberbio retrato del Contador Mayor, asignable a Sánchez Coello, cuya versión catedralicia de la Duda de santo Tomás copió con precisión absoluta por esos años en la tabla existente en la iglesia del santo apóstol.
En 1601 intervino en el desaparecido retablo de la ermita de San Antonio, en Navas de la Zarzuela, al que siguió el de los Santos Juanes en la parroquial de Hontoria (1602), en el que concilió elementos genuinos del manierismo internacional (San Juan en Patmos) y un incipiente naturalismo. Más formularias, pero del mismo período, son tres tablas de santos integradas en un colateral de la iglesia de Cabezuela. Entre 1605 y 1607 realizó las seis pinturas del retablo mayor de la iglesia de Santa María de Mojados, en el que Gregorio Ramírez haría la policromía, y entre 1608 y 1609 las cinco que componen el retablo del Rosario de la parroquial de Garcillán, muy próximas en concepto, sentido plástico y colorido a lo de Hontoria.
Obra de plenitud son los cuatro lienzos del retablo de San Andrés, en Segovia, firmados en 1617, en los que, sin romper con los moldes manieristas, se decantó con valentía por las ambientaciones nocturnas y un cromatismo veneciano. El mismo criterio rige en los lienzos poco menos que tenebristas del retablo mayor de Santibáñez de Valcorba (Valladolid), pintados hacia 1620 y peor conservados. De esta fase de madurez, aunque previsiblemente algo anterior, ha de ser el gran San Bartolomé (Segovia, Museo Provincial), estrechamente relacionado con los monumentales modelos escurialenses de Navarrete, y algo más tempranas las sargas con grisallas de la Pasión de Santa Isabel la Real, en Segovia.
Hay noticia además de otras obras tardías, como el retablo de Santo Tomás en Santa Cruz o el de Santa María de Aguilafuente y de numerosísimos trabajos de policromía, siempre en el marco diocesano (catedral, Cogeces del Monte, Alcazarén, Turégano, Pajares de Fresco, etc.).
Suegro del también pintor Tomás de Prado, Herrera fue el artista dominante en el panorama pictórico local y el de mayor personalidad creativa. Vivió en la calle de la Almuzara, junto a la catedral, en la colación de San Andrés, y fue enterrado en el convento de la Merced.
Sus dos hijos varones, Diego y Alonso, entraron en religión, en los Calzados del Carmen de Salamanca y en los Mercedarios de Valladolid, respectivamente. Tuvo, además, cuatro hijas: Catalina, casada con Tomás de Prado; María, que lo hizo con Francisco de Santiago; Francisca, mujer del licenciado Juan Griñón de Miranda, del Consejo de Hacienda de Su Majestad, y Ana, que casaría con Juan de la Cruz Balbás, muerto ya Herrera. La hija de Navarrete se hubo de criar en el mismo hogar hasta que tuvo edad de profesar, según disposición testamentaria paterna.
Obras de ~: Pintura del tabernáculo de la iglesia de San Andrés, Segovia, 1575; Retablo, Castiltierra (Segovia), 1577; Retablo de la ermita de San José, Villacastín (Segovia), 1586 (desapar.); Retablo de la capilla de los Mexía, Villacastín (Segovia), 1587; Retablo nuevo del santuario de Nuestra Señora de la Fuencisla, Segovia, 1588 (desapar.); Retablo del Rosario, Duruelo (Segovia), 1590; Lienzos de la iglesia de Santo Tomás, Segovia, 1594 (desapar.); Retablos de Ana de Prado y de Alonso Mexía de Tovar, o del Rosario y de Santa Ana, San Sebastián de Villacastín (Segovia), 1596-1597; Retablo del racionero de Párraces, iglesia de Cobos (Segovia), 1597; Retablo del Cristo, Hontoria (Segovia), 1599; Noli me tangere, palacio episcopal, Segovia; Anunciación, Vegas de Matute (Segovia); Crucifixión, monasterio de El Parral, Segovia; Retablo de Santiago, catedral, Segovia, 1600; Retablo de la ermita de San Antonio, Navas de la Zarzuela (Segovia), 1601 (desapar.); Retablo de los Santos Juanes, Hontoria (Segovia), 1602; Seis pinturas del retablo mayor, Santa María de Mojados (Segovia), 1605-1607; Cinco tablas del retablo del Rosario, Garcillán (Segovia), 1608-1609; Cuatro lienzos del retablo de San Andrés, Segovia, 1617; Retablo mayor, Santibáñez de Valcorba (Valladolid), 1620; San Bartolomé, Museo Provincial, Segovia.
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Fernando Collar de Cáceres