Zamora, Munio de. ¿Zamora?, 1237 – Roma (Italia), 7.III.1300. Maestro general de la Orden Dominicana (OP), obispo de Palencia.
Miembro de una noble familia zamorana, tomó el hábito de la Orden de Santo Domingo siguiendo la tradición, bien en el convento de Zamora, bien en el de Palencia, en 1257. El capítulo de la provincia de España, mantenido en León, en 1275, lo promovió a vicario del vicariato de Galicia. El capítulo general de la orden de Florencia, en mayo de 1281, lo eligió como prior de la provincia hispánica, dejándolo en una situación privilegiada justo en el momento en que la comunidad política estaba a punto de fracturarse en los bandos de Alfonso X y del infante Sancho. En abril de 1282, en Valladolid, Munio fue presentado en su nuevo cargo coincidiendo con el arranque de la guerra civil castellana, siendo testigo de la protesta de los obispos leales al viejo Rey contra las presiones ejercidas contra ellos con la finalidad de hacerlos desertar al bando del Infante. Dondequiera que se encontraran las lealtades de Munio quizás habría que detenerse, a más tardar, en octubre de 1284, fecha en la que se conoce su estancia en el entorno del nuevo Rey. En cualquier caso, su carrera fue un éxito ininterrumpido. En mayo de 1285 alcanzaría su cénit, siendo elegido el séptimo maestro general de la Orden en el capítulo general de Bolonia. El mismo año, según Tolomeo de Lucca, declinó la oferta del papa Honorio IV de hacerle cargo del arzobispado de Compostela.
Sin embargo, casi de inmediato, sus enemigos comenzaron a tramar su caída. En el capítulo general de Bordeaux de 1287, fueron recibidos informes de calumniosos rumores que le concernían. Entre los conventos franceses y los conventos femeninos alemanes de la orden la reputación de fray Munio se vio perjudicada y la difamación se incrementó con rapidez hasta que, en mayo de 1290, el papa Nicolás IV instruyó al capítulo general reunido en Ferrara para revocar a Munio de su oficio por la “honestidad y utilidad” de la Orden.
La directiva papal provocó la general indignación de la Orden de Predicadores, empujándola al filo del motín. Una de las múltiples objeciones de los frailes, en este tiempo tormentoso, fue la acusación de no haber sido capaz de revelar la razón de su decisión, razón sobre la que han especulado, desde entonces, los historiadores. Para algunos, es suficiente la explicación de que el propio Nicolás fuera miembro de la orden franciscana; para otros, la promulgación por Munio de una regla de “ordo de penitencia” relativa a la tercera Orden, un grupo de hombres y mujeres laicos considerado especialmente suyo por sus rivales mendicantes. En el momento en que los franceses ascendían en Roma, ha llegado a ser sugerido si no habría sido, en verdad, el pecado mortal de Munio, el haber nacido en la ladera equivocada de los Pirineos.
Sin embargo, hay otro asunto, más específico, que requiere una detenida consideración. Para julio de 1281, las prioras del Convento de las Dueñas de Zamora escriben al cardenal leonés Ordoño Álvarez, entonces en Roma, pidiendo su auxilio para poner freno a los dominicos de la ciudad, que incitaban a sus monjas a desafiar la autoridad del obispo local, Suero Pérez, así como por penetrar en el claustro observando una conducta desviada con las monjas más jóvenes y las novicias en varias maneras y posturas, algunas de las cuales callan por vergüenza de describirlas. La cabeza de estos licenciosos saltamuros fue un cierto “ffre Monio”. Si el recién elegido prior provincial, del mismo nombre, fue o no culpable, o era o no el mismo hombre, no debería sorprender, tanto más cuanto que las espectaculares actividades de “frater Munio” fueron sujeto de otras misteriosas alegaciones hechas en el curso de una encuesta episcopal sobre los asuntos del Convento en 1279.
Sea como fuere, en 1290, el maestro general de la Orden, caído en desgracia, rehusó cumplir las instrucciones de Nicolás IV y buscó amparo en Sancho IV. La elección de Palencia como lugar de reunión para el capítulo general de la orden de 1291 constituyó un nuevo y calculado acto de desafío, junto a la emboscada, cerca de Palencia, que sufrieron los emisarios papales que portaban las credenciales que decretaban la deposición de Munio.
Pero cuando en mayo de 1291, el capítulo general reunido en Roma bajo la supervisión papal eligió a Étienne de Besançon como maestro general, la resistencia se colapsó dentro y fuera de España, y Munio fue conminado, finalmente, a la reclusión en un convento castellano. Lejos de cumplirla, sin embargo, Munio tomó residencia en la corte de Sancho IV y, en febrero de 1294, con la sede papal vacante, el rey impuso al capítulo de Palencia la elección de Munio como obispo de la sede en la que Santo Domingo fuera estudiante, una elección que quizás con ciertas renuencias previas, aceptó Munio finalmente.
Sin embargo, la elección de Bonifacio VIII como Papa en diciembre de 1294, seguida por la defunción de Sancho IV en abril de 1295, aseguró que el disfrute de la sede palentina fuera breve. Al mes de octubre siguiente Munio fue llamado a Roma con el propósito de que rindiera cuentas por su “perniciosa” y “abominable” “intrusión”. Al fin de una serie de conversaciones de las que nada se sabe pidió permiso, en julio de 1296, para presentar su dimisión. Al reconocer su renuncia y referirse a Munio como “el antiguo obispo de Palencia” el pontífice concedió implícitamente la regularidad canónica a lo que fue una burda y corrupta elección. El viejo maestro general y obispo permaneció en Roma hasta su muerte en marzo de 1300, y allí fue enterrado, en la basílica y convento dominicano de Santa Sabina, bajo la losa coloreada por un mosaico figural de una tumba, obra quizás de Jacopo Torriti, cuya excepcional factura indica que incluso in extremis fray Munio continuó gozando del franco apoyo de ricos y perspicaces admiradores.
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Peter Linehan