Díaz Palomeque, Gonzalo. Toledo, s. m. s. XIII – 2.XI.1310. Canónigo, obispo de Cuenca, arzobispo de Toledo.
Hijo de Diego Sánchez Palomeque y de Teresa Pétrez, procedía de una noble familia mozárabe de Toledo —de Yahya Abuzeid Abenhárits, zalmedina de Toledo en 1115—, entroncada por línea femenina ya en el siglo XII con la francesa de Pedro de Tolosa, caíd o jefe de las milicias de Toledo. Estas familias habían dado personas destacadas en la administración municipal de la ciudad y en la Iglesia de Toledo. Su madre era hermana menor de Gonzalo Pérez Gudiel, arzobispo de Toledo a fines del siglo XIII y posteriormente elegido cardenal de la Iglesia de Roma.
Díaz Palomeque fue el sobrino preferido de Gonzalo Pérez Gudiel e hizo toda su carrera eclesiástica a la sombra de su tío, pero la gran personalidad de éste no anuló la del sobrino, que destacó con luz propia en la primera década del siglo siguiente. No consta dónde realizó sus estudios, pero era un hombre de derecho, lo que invita a suponer su presencia como estudiante en alguna universidad del sur de Francia o de la Italia central.
Comenzó su carrera eclesiástica como canónigo de Toledo en una fecha no precisada. En 1282 aparece ya como canónigo de Toledo y de Burgos, pues firma como testigo en un documento redactado en Aviñón que afectaba a su tío (catedral de Toledo, Archivo Capitular, O.12.B.1.19) y actuó en muchas ocasiones como su procurador y hombre de confianza.
Fue elegido el 18 de marzo de 1289, por el cabildo catedralicio, obispo de Cuenca, y recibió la consagración episcopal de manos del arzobispo de Toledo en enero de 1291. La sede conquense había sido regentada sucesivamente por su tío, Gonzalo Pérez, y por otro personaje de la familia, Gonzalo García, a quien sucedió. Su pontificado en Cuenca duró diez años. En dicha sede fue conocido con el elogioso apelativo de Excelsus animi magnitudine.
En 1296, Gonzalo Pérez Gudiel fue llamado a Roma para dar cuenta de su conducta por el hecho de haber confirmado a fray Munio como obispo de Palencia, acusado de haber sido elegido en condiciones de falta de libertad. El arzobispo probó su inocencia en Roma, pero atravesó por grandes dificultades económicas y residió en la curia a la espera de permiso para regresar a Toledo. Mientras tanto, sus asuntos e intereses quedaron en manos de su sobrino Díaz Palomeque. El 20 de octubre de 1297 éste donó al cabildo catedralicio conquense 500 maravedís anuales que percibía sobre los diezmos de las salinas de Monteagudo, asignándolos como pitanza que se habría de ganar en las procesiones de los domingos, excepto el de Resurrección y el de Pentecostés.
Gonzalo Pérez Gudiel fue nombrado cardenal en diciembre de 1298 y, al quedar vacante Toledo, la diócesis primada fue provista por Bonifacio VIII el 16 de enero de 1299 en la persona de Díaz Palomeque, que estaría al frente de la misma hasta su muerte en 1310. Gonzalo Pérez Gudiel y la Iglesia de Toledo habían tenido un papel decisivo en el apoyo a Sancho IV y a su dinastía. Primero se intentó dispensar el parentesco en el matrimonio del Rey con su cercana parienta María de Molina y, muerto Sancho IV, había que legitimar a la prole para que pudiese reinar.
Pese a sus enormes esfuerzos, el cardenal Gonzalo no llegó a ver los resultados, de modo que toda la responsabilidad recayó sobre el nuevo arzobispo, que viajó a Roma repetidas veces hasta que lo consiguió.
La bula de legitimación llegó al fin en 1301. Aunque intervinieron numerosas personas, el artífice de toda la operación fue el arzobispo. En el Concilio de Peñafiel (1302), presidido por Díaz Palomeque, el joven príncipe Fernando fue declarado hijo legítimo y heredero del reino castellano. Nunca hubo en la historia un acercamiento tan grande entre la Monarquía y la Iglesia de Toledo como durante los pontificados de estos dos prelados.
El arzobispo Gonzalo Díaz tuvo una estrecha vinculación personal con Fernando IV, de quien fue canciller mayor, cargo por el que percibía una renta anual de 4000 maravedís. Esta estrecha vinculación con el monarca explica su presencia en el cerco de Algeciras en 1309, y al año siguiente el arzobispo sería nombrado además colector pontificio de la décima concedida por el papa al rey para ayudar a sufragar los gastos de esta campaña militar. También consta su presencia en las cortes de Medina del Campo y Burgos de 1302, de nuevo en las de Medina de 1305, en las de Valladolid celebradas en junio de 1307, en las de Burgos de 1308, y en las de Madrid de 1309.
Los arzobispos de Toledo anteriores a Díaz Palomeque, y su tío tanto como los demás, habían dejado una deuda casi insoportable a la Iglesia. Procedía de gastos personales, de mala administración y de las aportaciones que la Iglesia hubo de hacer al “fecho del Imperio” de Alfonso X. Díaz Palomeque hizo frente a este grave problema heredado esforzándose en sanear la economía diocesana, pero no llegó a culminar el proceso, porque los libros y las joyas empeñados en manos de los prestamistas italianos no pudieron ser rescatados hasta unos doce años después de su muerte.
Como arzobispo, Díaz Palomeque, inauguró un nuevo tipo de prelado en Toledo, que basó su actuación pastoral en la reforma acordada por todos en reuniones conciliares y sinodales, según aquel principio canónico de que lo que afecta a todos debe ser decidido por todos. Uno de los hitos fundamentales de su pontificado toledano vino señalado por la celebración del Concilio provincial de Peñafiel, que contó con la asistencia de los sufragáneos de Palencia, Segovia, Sigüenza, Osma y Cuenca. Este concilio marca el inicio de la magnífica serie de concilios y sínodos toledanos del siglo XIV, que se distinguen por su afán en la reforma eclesiástica. Promulgó quince constituciones sobre diversos puntos de disciplina canónica: la recitación de las horas canónicas, la guarda del celibato eclesiástico, la administración de los sacramentos, la divulgación de la bula Clericis laicos de Bonifacio VIII, la obligación del diezmo, la usura, las facilidades dadas a judíos y sarracenos para que se puedan convertir sin experimentar represalias por parte de sus respectivas comunidades, la institución de la festividad de san Ildefonso en las diócesis de la provincia eclesiástica y el canto de la salve en todas las iglesias después de completas. Especial importancia revisten las constituciones 13 a 15, muy extensas, en que se reivindican las libertades y privilegios de las iglesias, haciendo alusión a personas y casos concretos que se habían producido durante el desgobierno de Castilla por razón de la minoría del Rey, así como sobre la enajenación de bienes eclesiásticos a manos de los laicos.
Otra muestra de su espíritu reformista fue la transformación de las antiguas iglesias colegiales que venían funcionando desde el siglo XII como prioratos regulares, las cuales fueron convertidas por Díaz-Palomeque, con autorización pontificia, en colegiatas seculares, regentadas por el clero diocesano, organizado a modo de catedrales. Este nuevo estatuto afectó a las colegiatas de Santa Leocadia de Toledo, Santa María de Talavera, San Vicente de la Sierra y Santos Justo y Pastor de Alcalá de Henares. La nueva organización iba en consonancia con los tiempos nuevos y revestía una gran trascendencia, porque dichas colegiatas eran los mejores centros de enseñanza para la formación del clero diocesano.
Gonzalo Pérez Gudiel había recogido una gran cantidad de códices de todas las ciencias y fue el impulsor de la Universidad de Alcalá, fundada por Sancho IV. Díaz Palomeque se mantuvo en la línea de su tío en este aspecto. Durante los pontificados de ambos arzobispos se dio una extraordinaria floración de hombres de ciencia y escritores entre los clérigos que se movían en torno a la catedral. Dicho movimiento ha sido designado desde el punto de vista literario como “molinismo” por estar enmarcado dentro del reinado de Sancho IV y de las regencias de María de Molina.
Entre las figuras más notables cabe citar al traductor Álvaro de Oviedo, al arcediano Jofré de Loaysa, autor de la Crónica de los Reyes de Castilla, a Ferrant Martínez, arcediano de Madrid, autor de El Libro del Caballero Cifar, primera novela de caballerías en lengua castellana, al deán maestre Esteban Alfonso, insigne civilista, y a otros muchos.
Bibl.: C. Eubel et al. (eds.), Hierarchia Catholica Medii Aevi, vol. I, Padua, Il Messagiero di San Antonio, 1960 (reimpr.), págs. 386 y 487; A. González Palencia, Los mozárabes de Toledo en los siglos XII y XIII, Madrid, Estanislao Maestre, 1926- 1930, 4 vols.; J. F. Rivera, Los arzobispos de Toledo en la Baja Edad Media (s. XI-XV), Toledo, Diputación Provincial, 1969, págs. 71-72; “Díaz Palomeque, Gonzalo” en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, t. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 753; J. Sánchez Herrero, Concilios Provinciales y Sínodos Toledanos de los siglos XIV y XV, La Laguna, Universidad, 1976, págs. 165-172; J. Rodríguez Marquina, “Linajes mozárabes de Toledo en los siglos XII y XIII”, y B. Martínez Caviró, “En torno al linaje de los Gudiel”, en Genealogías Mozárabes. Ponencias y comunicaciones presentadas al I Congreso Internacional de Estudios Mozárabes, vol. I, Toledo, Instituto de Estudios Visigótico-Mozárabes de San Eugenio, 1981, págs. 23-28 y 83-90, respect.; A. Palomeque Torres, “Aportación a la figura del arzobispo de Toledo don Gonzalo Díaz Palomeque en el contexto de su época”, en Estudios en Homenaje a don Claudio Sánchez Albornoz en sus 90 años. III (Anexos de Cuadernos de Historia de España), Buenos Aires, Instituto de Historia de España, 1985, págs. 339-399; J. M. Nieto Soria, Iglesia y poder real en Castilla. El episcopado (1250-1359), Madrid, Universidad Complutense, 1988; A. Arranz Guzmán, “Reconstrucción y verificación de las cortes castellano-leonesas: la participación del clero”, en En la España Medieval, 13 (1990), págs. 33-132; R. Gonzálvez, Hombres y Libros de Toledo, Madrid, Fundación Ramón Areces, 1997, passim (espec., págs. 104, 407-416 y 626-649); F. Gómez Redondo, Historia de la Prosa Medieval Castellana, vol. I, Madrid, Cátedra, 1998, págs. 853-1090; L. García Ballester (dir.), Historia de la Ciencia y de la Técnica en la Corona de Castilla. Edad Media, vol. I, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2002, págs. 42-45; J. Díaz Ibáñez, Iglesia, sociedad y poder en Castilla. El obispado de Cuenca en la Edad Media (siglos XII-XV), Cuenca, Alfonsípolis, 2003, págs. 90-91; F. J. Hernández y P. Linehan, The Mozarabic Cardinal. The Life and Times of Gonzalo Pérez Gudiel, Firenze, Sismel, 2004, págs. 384-391, 466-470 y 472-474; R. Gonzálvez Ruiz, “La Biblia de San Luis en la Catedral de Toledo”, en La Biblia de San Luis, vol. II, Barcelona, Moleiro, 2004, págs. 66-81.
Ramón Gonzálvez Ruiz y Jorge Díaz Ibáñez