Campillo y Correa, Narciso. Un Sacristán Jubilado. Sevilla, 29.X.1835 – Madrid, 8.I.1900. Poeta y cuentista.
Nacido poco antes que el poeta Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), la infancia y la juventud de ambos escritores sevillanos presentan muchos puntos de contacto. Con unos diez años, los dos asisten al Colegio de Náutica de San Telmo, con la intención de ser pilotos o navegantes, pero el colegio cierra y los amigos tienen que trasladarse a otra institución educativa; por esta época de la adolescencia, escriben conjuntamente un drama, Los conjurados, y los tres primeros cantos de un poema épico, La conquista de Sevilla, según cuenta el propio Campillo. Otros críticos añaden la composición de una novela que no concluyeron, El bujarrón en el desierto. En estos años de formación recibieron la influencia fundamental del poeta neoclásico Alberto Lista, por mediación de un discípulo de éste, Francisco Rodríguez Correa, algo que marcará profundamente a Narciso y también las primeras composiciones de Bécquer. Publicaron algunos versos en la revista sevillana El regalo de Andalucía.
Se marcharon luego a Madrid (1854), seducidos por la presencia en Sevilla del madrileño Julio Nombela y Tabares (1836-1919); para entonces habían escrito numerosos poemas que guardaron en una arqueta custodiada por Campillo y pensaron que este material les abriría las puertas de la fama en la Corte. La presencia de Campillo en Madrid fue breve: enfermó de viruela y tuvo que regresar pronto a su ciudad natal, con su madre. Ambos escritores no volvieron a verse hasta 1869. Narciso se encargó, tras la muerte de Bécquer, de corregir algunos textos de las Rimas, a partir del Libro de los gorriones, que el poeta le había entregado personalmente, idea polémica en el mundo de los estudios becquerianos. Un testigo presencial, Eduardo Lustonó, señala que Bécquer le dijo a su amigo: “Corrígelos [los versos], como siempre; acaba lo que no esté concluido y después me los devuelves, y si antes me entierran, tú publica los que te gusten y en paz”. En la tarea de la edición póstuma colaboraron también Augusto Ferrán y Ramón Rodríguez Correa. Campillo publicó un sentido artículo necrológico sobre Bécquer en La Ilustración de Madrid, el 15 de enero de 1871.
Cuando regresó a Sevilla, tras el fracaso de la juvenil aventura madrileña, se integró en un grupo literario de carácter clasicista y estudió Filosofía y Letras y algunos cursos de Derecho. En 1865 ganó la cátedra de Retórica, Poética y Autores Clásicos y fue destinado al Instituto de Cádiz. Inició sus publicaciones de teoría literaria (Del estilo, 1865; Retórica y Poética o Literatura preceptiva, 1872), que lo convirtieron en un personaje muy conocido en los medios docentes, puesto que su libro de Retórica fue texto obligatorio en muchos centros de segunda enseñanza, hasta bien entrado el siglo xx. Se trasladó después al Instituto del Noviciado (o Cardenal Cisneros) de Madrid, y cultivó la amistad de varios escritores, entre ellos Juan Valera, con el que mantuvo una nutrida correspondencia epistolar, convirtiéndose también en uno de los contertulios habituales del novelista egabrense, hasta su fallecimiento. La correspondencia entre ambos (editada sólo la de Valera) trata de cuestiones literarias, de consejos en la composición de las obras o en la elección de determinados temas, y también de pequeños favores que solicita al amigo con destino a terceras personas, como recomendaciones con motivo de alguna oposición. Es frecuente la mención del sevillano en las cartas familiares o amistosas de Valera; de esta manera le habla de Campillo a su hija Carmen, en 1898: “A la verdad que Don Narciso, a pesar de sus groserías y brutalidades, es hombre de talento que habla con facilidad y corrección, poniendo en cuanto dice, ya firme y sano juicio, ya gracias y chistes que no dejan de tener en ocasiones mucha sal y pimienta”.
Su poesía obtuvo el beneplácito de Valera desde el comienzo de su carrera; se trata de composiciones marcadas por el sentimiento romántico y la presencia de la naturaleza, pero todo ello vertido en moldes clásicos, como se advierte en una de las más alabadas, “Al verano”, que está compuesta en octavas reales. No obstante, elude en sus versos lo personal e íntimo, al contrario que las Rimas de Bécquer. En ocasiones sus poemas adquieren rasgos narrativos, algo similar a las leyendas en verso de la época (tan cultivadas por Zorrilla y el Duque de Rivas), y en este sentido destaca la titulada “La monja”, que ofrece rasgos de intensidad pasional y de misterio equiparables a los que presentan algunas leyendas becquerianas.
Valera puso también elogioso prólogo a su colección Una docena de cuentos (1879), que no son doce, sino dieciséis (de la misma manera que tampoco la docena del fraile tiene doce unidades), una muestra más del humor amable y bromista del sevillano. En los cuentos está muy presente una fina ironía, como sucede en el titulado “El puente”, en el que dos emigrados españoles en París tienen que ingeniárselas para comer a costa de un arquitecto que ha construido un puente, o en otros de la misma colección, como “Una excursión veraniega”, que trata de las incómodas vacaciones que una familia sevillana pasa en la costa gaditana, acosada por las chinches y las incomodidades, mientras sus miembros echan de menos la comodidad de la amplia casa solariega; “Por amor de Dios y por amor del dinero”, “La plegaria” y otros, son en la práctica ampliaciones narrativas de chistes andaluces.
Obras de ~: La toma de Granada. Rasgo épico, Sevilla, Imprenta Española y Extranjera, 1853; Poesías, Sevilla, Imprenta Librería Española y Extranjera, 1858; Del estilo, de sus diversas clases y de la aplicación de cada una a los diferentes géneros de composición literaria, Cádiz, Imprenta La Marina, 1865; Nuevas poesías, Cádiz, Librería de la Revista Médica, 1867; Retórica y Poética o Literatura preceptiva, Madrid, Segundo Martínez, 1872 [numerosas eds. hasta la 12.ª en 1936]; Una docena de cuentos, pról. de Juan Valera, Madrid, 1878; Nuevos cuentos, Madrid, R. Pérez, 1881; Florilegio español, 2 vols., Madrid, Hernando, 1885; Un sacristán jubilado (seud.), Historias de la corte celestial, Madrid, Imprenta Popular, c. 1891; Fulano, Zutano, Mengano y Perengano (seud. de J. Valera, N. Campillo, J. Gualberto López Valdemoro y M. Pardo de Figueroa), Cuentos y chascarrillos andaluces, Madrid, Fernando Fé, 1896; con J. de Burgos, Cuentos y sucedidos, Madrid, Hernando, 1899; Cartas y poesías inéditas [...] Noticias acerca de Gustavo A. Bécquer y del verdadero autor de las “Historias de la Corte Celestial”, pról. Leonardo Eliz, Valparaíso, Imprenta Roma, 1923.
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Antonio Cruz Casado