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Mateo de Ribera

Biografía

Ribera, Mateo de. España, c. 1550 – Panamá, c. 1615. Soldado de cuenta en guerras europeas, capitán en las flotas de la Carrera de Indias, capitán vivo en Panamá, castellano del fuerte de Chagre, dueño de barco en el río Chagre, dueño de aserraderos y ganado, fundador de Portobelo, receptor de la alcabala en Portobelo.

Antes de emigrar a América, el capitán Mateo de Ribera tuvo una activa vida militar en Europa. En España, peleó en la guerra de la Alpujarra, y luego en la primera etapa de la Guerra de los Ochenta años en Flandes, donde tuvo como superior a Alonso de Sotomayor, quien fuera nombrado en 1596 como primer gobernador, presidente, y capitán general de capa y espada de Panamá. Ribera se enroló como capitán en la flota de la Carrera de Indias de Diego de Ribera, y en 1586 ya le encontramos radicado en Panamá como capitán del fuerte de San Pablo. Este fuerte desempeñó un papel decisivo en la resistencia que hicieron las armas españolas en 1596 contra el célebre corsario Francis Drake cuando invadió Nombre de Dios, terminal del Istmo en el Caribe. Se encontraba a medio camino entre Panamá y Nombre de Dios, aunque más cerca de la terminal caribeña. Drake quedó acorralado gracias a una hábil estrategia militar combinada de Sotomayor y otros militares españoles, y fue derrotado. Atrapado en una hondonada sin poder salir, Drake enfermó de disentería como muchos de sus hombres, y murió poco después en la bahía de Portobelo, donde fue arrojado al mar. Fue una de las muchas campañas militares donde tomó parte activa Mateo de Ribera en territorio panameño.

Mateo de Ribera fue luego nombrado castellano del castillo de San Lorenzo del Chagre y participó en el reconocimiento del camino a Nombre de Dios con el célebre ingeniero militar Bautista Antonelli, quien se encontraba en Panamá ocupado en la construcción de fortalezas en Portobelo y la boca del Chagre, como parte de un gran plan de defensas para el Caribe.

Según el programa de defensas propuesto por Antonelli, era preciso abandonar Nombre de Dios y destruir el camino transístmico que comunicaba esta terminal con Panamá, en el Pacífico, para evitar que fuera utilizado por los contrabandistas, o aún más grave, por fuerzas enemigas. En su lugar se construiría otro camino entre Panamá y Portobelo.

Cuando Mateo de Ribera era capitán del fuerte San Pablo residía en Nombre de Dios. Durante esos años participó como capitán en las operaciones militares que se organizaron contra los esclavos cimarrones acaudillados por Luis de Mozambique, hasta su pacificación en Santiago del Príncipe, en las cercanías de Portobelo, y luego contra los que acaudillaba Antón Mandinga, al este de Panamá, que también fueron sometidos y trasladados al poblado o Santa Cruz la Real, en las afueras de la capital. En esta última fase de la lucha contra los cimarrones le correspondió a Ribera organizar el fuerte de Bayano, cuyo propósito era frenar futuros establecimientos cimarrones al este de Tierra Firme. El cimarronaje negro disminuyó progresivamente y dejó de ser una amenaza para Panamá o Portobelo, por lo que pocos años después el fuerte fue abandonado. Para 1608 ya se consideraba innecesario y sus treinta soldados fueron trasladados al presidio de la capital, donde quedaron refundidos.

En 1597, cuando se fundó Portobelo, Mateo de Ribera se mudó para esta ciudad, siendo uno de sus fundadores. Allí construyó una casa. Ese mismo año, en una declaración afirmó haber cumplido cuarenta y siete años de edad, de modo que habría nacido hacia 1550. Estando allí compró la receptoría de la alcabala de Portobelo. Este era un cargo sensible por la magnitud de los impuestos que se manejaban cada vez que había feria en Portobelo y la alcabala representaba uno de los principales ingresos del Fisco. De allí que para ejercer esta receptoría se exigiera el pago de una fianza de 15.000 pesos, una suma considerable entonces.

Mateo de Ribera desempeñó este oficio hasta su muerte en 1606.

Habiéndose familiarizado con las ventajas de la ruta transístmica y las ferias que se celebraban primero en Nombre de Dios, y a partir de 1597 en Portobelo, decidió probar fortuna comprando un barco para el transporte por el río Chagre, que era fundamental para el trasiego de mercancías. Gracias a la bonanza económica de la zona de tránsito, a causa de la prosperidad de las ferias y al trasiego de mercancías europeas y de plata procedente del Perú, la ciudad de Panamá creció mientras echaba raíces la primera élite estable.

Aumentó el mercado de consumidores de alimentos y la demanda de madera para la construcción de casas y de embarcaciones para el transporte de mercancías por el Pacífico. Todo esto lo aprovechó el capitán Ribera.

Mientras estuvo ocupado en operaciones militares en Bayano, se hizo de una hacienda de ganado en Chepo, y de un aserradero a orillas del río Bayano, donde abundan maderas finas como la caoba, el cedro, el guayacán y otras especies.

Mateo de Ribera casó en Tierra Firme con Juana de Nobela. Este matrimonio tuvo dos hijos varones que destacaron: Pedro Ribera, que nació en 1595, y siguió los pasos militares de su padre, y el sacerdote Mateo de Ribera, nacido hacia 1605, muy poco antes de la muerte de su padre. Mateo fue educado en la ciudad de Panamá en la escuela de niños y el Colegio que administraban los jesuitas, ambos recién fundados, y finalmente en el seminario. Se ordenó sacerdote en la Catedral y llegaría a ser chantre de la misma. Una de las hijas del matrimonio, Ana de Ribera, fue monja en el convento de Concepción, documentada como tal entre 1617 y 1641. Los hijos de Mateo de Ribera pertenecen a la primera generación criolla de la elite panameña, es decir, que son hijos de personajes que emigraron a Panamá entre las décadas de 1570 y 1590, se radican en el Istmo, casan con mujeres de la elite en formación y dejan allí su descendencia, como Pedro de la Cueva y sus hermanos y hermanas, Tomás de Quiñones Osorio, Juan de la Fuente Almonte el joven, los hijos de Diego Ruiz de Campos, Juan García Serrano el mozo, Eugenio y Luis Núñez Guerra o Matías Guerra de Latras.

En 1617 Ana, que era “amiga” del presidente, gobernador y capitán general Diego Fernández de Velasco, protagonizó uno de los escándalos más ruidosos en la historia del convento, cuando durante un carnaval él irrumpió en el cenobio con su caballo y tomó a “su monja” del brazo, “diciéndole en risa que estaba excomulgada”. Las citas proceden de una carta del obispo fray Francisco de la Cámara, que a la sazón mantenía a media comunidad excomulgada y le encolerizaba la “devoción” que sentía el presidente por Ana de Ribera.

El obispo Ramírez excomulgó a Ana de Ribera y amenazó con excomulgar a cualquier otra monja que se comunicase con ella. La defensa de Ana la asumió su hermano Pedro, pues era el varón mayor de la familia, aunque apenas contaba unos veintidós años de edad. En su relación de los hechos, el obispo acusó de rebeldía a la abadesa y a la definidora del convento por no querer acceder a sus presiones. Cuando Pedro de Ribera pidió que se le entregase el expediente que le había levantado el obispo, éste se rehusó, teniendo aquél que apelar a la Audiencia. Sin embargo, el obispo alegó nuevas razones para resistirse a entregar los documentos, argumentando que la monja había “muerto civilmente” al entrar al convento y que no había caso en la pretensión de su hermano. Los papeles solicitados nunca fueron entregados por el obispo.

Para entonces Mateo era un niño de apenas doce años de edad y se encontraba estudiando con los jesuitas.

La familia debía de estar pasando entonces apuros económicos, lo que podría explicar que Ana, con poca vocación monástica, ingresara al convento de monjas, donde la dote a pagar era mucho más modesta que la que se exigía para un matrimonio en regla.

Cabe especular que gran parte de las responsabilidades para mantener a la familia durante esos años recaerían en Pedro, quien debía ocuparse del aserradero, el hato de ganadero y el trapiche que heredaron del padre en Chepo y Bayano.

De hecho, Pedro, que seguiría los pasos de su padre como hombre de armas, y pese a su corta edad, el mismo año del incidente con el obispo Cámara, 1617, fue nombrado por el Cabildo de Panamá alcalde de la Santa Hermandad, cuya misión era perseguir por los campos a fugitivos, sobre todo esclavos cimarrones.

Se le asignó la misión, además, de castigar a los indios cunas, que desde 1611 robaban y mataban esclavos en las haciendas y aserraderos situados en Chepo y Bayano, precisamente donde se encontraban las propiedades de los Ribera. Posteriormente, en 1628 Pedro fue nombrado capitán del fuerte de Chepo (o Bayano), que luego de haber sido abandonado en 1608 había tenido que restablecerse debido a los ataques de los indios cuna. En 1649 Pedro es elegido alcalde ordinario de Panamá, y es reelegido el año siguiente, señal innegable de que la familia Ribera gozaba de predicamento social. Este hecho lo confirman los éxitos del hermano menor, Mateo, para los mismos años.

Mateo había destacado como estudiante de los jesuitas.

En su probanza de méritos, el padre rector de la Compañía Diego de Herrera declaraba en 1643 que Mateo había estudiado “así letras humanas como teología moral [...] y en esto, tan aprovechado que es de los mejores estudiantes que hay en esta ciudad de estas facultades”. Otro testigo afirmaba que lo había observado “ocupado de ordinario en seguir y estudiar letras humanas, siendo el primero en ellas de los que acuden al Colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad”. Según el abogado Matías Guerra de Latras, Mateo era “de los eclesiásticos más bien entendidos de este Reino”. De hecho, Mateo se convertiría en el poeta más destacado de su generación.

Se ordenó de sacerdote en 1630, imponiéndole las órdenes el obispo fray Cristóbal Martínez de Salas, y permaneció en Panamá, ocupándose de su hacienda y de varias capellanías. Adquirió fama entre los vecinos como “sacerdote afable, buen cristiano y puntual en las cosas de su oficio”. En 1640 era titular de la capellanía de Cruces, el puerto fluvial del Chagre, cargo que se proveía cada año con ocasión de la llegada de las flotas a Portobelo.

A fines de ese mismo año Mateo organiza una expedición con unas cincuenta personas para dirigirse a la frontera Este de Panamá, a fin de asegurar la presencia española en la región, que se había despoblado en los últimos años por los ataques de los indios cunas que desde 1611 asolaban la zona fronteriza de Chepo y Bayano. En 1633 habían matado a lanzadas y flechazos a más de dieciocho esclavos de las haciendas de Pedro de Ribera, el hermano mayor de Mateo, y del trapiche del capitán Juan García Serrano. Hasta 1635 habían muerto más de trescientas personas entre españoles y esclavos, quemando y robando las estancias, hatos de ganado, sementeras y aserraderos. Solían atacar durante las fiestas religiosas y las carnestolendas, aprovechando que los colonos dejaban abandonados los campos. El 18 de febrero de 1635 habían atacado el pueblo de Chepo y mataron trece personas, incluyendo al alcalde y al gobernador de los naturales, y dejando muchos heridos. Nuevamente, ese mismo año volvieron a atacar y matar a dos esclavos de Pedro de Ribera, manteniéndose por los alrededores de los hatos y aserraderos en actitud amenazante. A Pedro ya le habían robado o matado más de dos mil reses. En 1635 su osadía los acercó a unos treinta y cinco kilómetros de Panamá, llegando a especularse que probablemente atacarían e incendiarían la misma capital.

La misión de Mateo de Ribera respondía no sólo a un clamor popular por defender la frontera oriental y frenar el peligro cuna, sino también al propósito de asegurar su patrimonio y el de su familia en Chepo y Bayano. Fue una campaña llena de riesgos, y dado que era una zona plagada de indios hostiles debió permanecer junto con los demás expedicionarios con las armas en la mano.

Para esta campaña, puesto que debía establecerse en esta región como colono por una temporada, Mateo pidió licencia al obispo para ejercer el sacerdocio. Esta expedición llegó hasta el poblado indígena de San Jerónimo, recién fundado por el misionero dominico fray Adrián de Santo Tomás (o Adrián de Ufeldre) y entonces a cargo de fray Martín de Valencia.

Pero los indios cunas era difíciles de reducir y los resultados no fueron duraderos, pues no obstante la labor misional de los dominicos y de las frecuentes treguas y paces, entre el gobierno y los distintos cacicazgos cunas, el problema continuó. El hecho es que Mateo de Ribera se encontraba de vuelta en Panamá a mediados de 1641, y el 18 de mayo del año siguiente es nombrado capellán de la Audiencia. Desde esta posición no tardó en granjearse la simpatía del presidente y gobernador Íñigo de la Mota Sarmiento, así como del obispo Cristóbal Martínez de Salas, que debieron de apreciar sus capacidades, pues ambos le apoyan en sus pretensiones, se expresan bien de él, le asignan comisiones de confianza, y cuando en 1643 presenta su memorial de méritos y servicios, para solicitar una prebenda catedralicia, no tarda en conseguirla.

Primero se le asigna una de las tres canonjías de la Catedral de Panamá, luego, asciende rápidamente en el escalafón a tesorero y a maestrescuela.

Encontrándose en esta posición se produjo el gran incendio de 1644 que destruyó la Catedral y más de ochenta de las mejores casas de la ciudad, y a Mateo se le nombra mayordomo o comisionado para la reconstrucción de la Catedral. Mientras se ocupaba en esta tarea fue promovido a chantre en 1647.

Asumió muy a pecho esta responsabilidad entregándose afanosamente a la reconstrucción, “como cosa muy propia”. El maestro de obras era Amaro López.

Como parte de sus labores Mateo debía ocuparse de la contratación de obreros, de conseguir materiales y de aspectos constructivos y de diseño. Pero pronto surgieron problemas con el nuevo obispo, Fernando Ramírez. Éste acusaba al chantre diciendo que llevaba madera del aserradero familiar para la construcción de la Catedral, lo que probablemente era cierto. Por su parte, el chantre acusaba a Ramírez de quedarse con el dinero de las limosnas, impidiendo que se terminase la construcción de la Catedral. Le hacía también responsable del empobrecimiento del convento de monjas y como resultado, “de ocho años a esta parte no ha entrado religiosa alguna en el dicho convento”.

El chantre, junto con otros dos prebendados, rehusaba constantemente a someterse a las exigencias del obispo. Esta situación hizo crisis cuando Ramírez quiso obligarles a sentarse en el suelo durante las ceremonias de Semana Santa, alegando una disposición del Concilio de Trento, aunque el obispo se sentaría en un banco sencillo. Los tres prebendados rebeldes fueron excomulgados por el obispo.

Sin embargo, más que por su participación en la obra de la Catedral, a Mateo de Ribera se le recuerda sobre todo por su estro poético. Fue Mateo el principal responsable de editar en 1639 un poemario dedicado a honrar la memoria del recién fallecido presidente de Panamá Enrique Enríquez de Sotomayor (1636-1638), muerto prematuramente y admirado por las notables ejecutorias que realizó como gobernante en el corto tiempo de su incumbencia. En este poemario participaron catorce poetas locales, algunos de ellos sacerdotes, y fue publicado en Madrid por Pedro Taso en 1642. Mateo demostró en esta obra un gran dominio de los sonetos, las octavas, las glosas, las endechas y otras formas de expresión poética muy del gusto barroco y en las que manifestó ingenio y originalidad. Mostró en sus poemas “una exuberante imaginación verbal”, y destacó muy por encima de los demás poetas que participaron del “Llanto de Panamá a la muerte de don Enrique Enríquez”. Su prosa era asimismo elegante y fluida.

En 1617 Mateo de Ribera el Viejo era recordado como hombre “hacendado”, indicando con ello que había tenido una fortuna desahogada. Sin embargo, el obispo De la Cámara, le tildó de “zapatero”, denostándolo por no haber podido pagar la dote de su hija monja. Aunque esto lo escribe cuando ya el capitán era difunto y seguramente al calor de la hostilidad que sentía por esta familia, es probable que en efecto, ésta sufría para entonces estrecheces económicas. Verosímilmente, con la muerte del padre los Ribera habían venido a menos, pero hay pocas dudas de que Pedro y Mateo, el poeta, lograron recuperar el estatus económico que había tenido la familia cuando el padre vivía, si es que no lo mejoraron. En la década de 1630 ya la familia Ribera había abandonado el negocio transportista por el Chagre como lo sugiere el hecho de que no aparecen en las listas de los dueños de chatas o de bongos. Pero ya se ha visto que seguían explotando el aserradero de Bayano, y que tenían un gran hato ganadero, además de un trapiche para hacer mieles, rapaduras y guarapo que seguramente encontraban compradores en el mercado de la capital.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Panamá 65, Probanza de méritos del capitán Pedro de Ribera y del padre Mateo de Ribera, en solicitud de una prebenda catedralicia para éste, Panamá, año 1646; Panamá 15, Auto del presidente D. Francisco de Valverde y Mercado sobre el nombramiento de receptor de alcabalas de Portobelo, Panamá, 16.IX.1606; Panamá 17, Autos eclesiásticos de Dª Ana de Ribera, monja, presentados por Pedro de Ribera, alcalde de la Santa Hermandad, Panamá, agosto de 1617; Panamá 100, Carta del obispo Francisco de la Cámara al rey, Panamá 4.V.1626; Panamá 104, Testimonio de Autos que se inicia con petición del capitán Pedro de Ribera en favor de su hermana Ana de Ribera, en Panamá, 1.VIII.1617; Panamá 31, Expediente con autos de la Audiencia, cartas del Cabildo y lista de personas asesinadas por los indios bugue-bugue [cunas] en Chepo en 1635, Panamá, 1635; Panamá 131, Expediente con acusaciones del chantre Mateo de Ribera y del arcediano D. Blas Álvarez de Quiñones contra el obispo Fernando Ramírez, en Memorial dirigido al rey, Panamá, año 1644, con contraacusaciones del obispo Fernando Ramírez, Panamá, año 1651; Panamá 31, Carta del Cabildo de Panamá al rey, Panamá, 8.V.1649; Panamá 21, Carta del Cabildo de Panamá al rey, Panamá, 8.V.1649; Panamá 31, Carta del Cabildo de Panamá al rey, Panamá, 28.VIII.1650.

B. Torres Ramírez et. al. (eds.), Cartas de Cabildos Hispanoamericanos, Audiencia de Panamá, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1978, págs. 103-105; A. Serrano de Haro (ed. y est. crítico), Llanto de Panamá a la muerte de don Enrique Enríquez, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1984; A. Castillero Calvo, Sociedad, Economía y Cultura Material, Historia Urbana de Panamá la Vieja, Buenos Aires, Editorial e Impresora Alloni, 2006, págs. 608-609, 926-927 y 932.

 

Alfredo Castillero Calvo

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