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Juan José Cabarcas González y Argüelles

Biografía

Cabarcas González y Argüelles, Juan José. San José de Puerto Alegre, Cartagena de Indias (Colombia), 27.III.1774 – Panamá, 15.IV.1847. Bachiller en Filosofía, licenciado en Cánones, doctor en Teología, miembro del cabildo catedralicio de Panamá, diputado por Panamá en las Cortes de Cádiz, fundador del Seminario de Panamá y del Colegio del Istmo, obispo de Panamá.

Juan José Cabarcas nació en San José de Puerto Alegre, diócesis de Cartagena, el 27 de marzo de 1774.

Usaba sólo el Cabarcas como apellido. En algunos episcopologios, por error, en lugar de Argüelles se escribe Argüello. Fueron sus padres Bernardino Cabarcas y Tomasa González, “familias distinguidas de aquel reyno”.

Estudió Latinidad, Filosofía y Teología en el Seminario de San Carlos de Cartagena hasta el año 1796.

Ya ordenado de menores se dirigió a la ciudad de Santa Fe de Bogotá, para continuar sagradas letras en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario, donde cursó Escolástica Dogmática y Moral, obteniendo grados de bachiller en Arte, bachiller, licenciado y doctor en Teología y licenciado en Cánones. Después de sus órdenes in sacris se sometió a examen sinodal para poder confesar y predicar en materias morales y retórica, “en cuyo acto recibio el aprecio de su prelado”.

Inició su carrera sacerdotal en Panamá, sirviendo interinamente en el curato de Santo Domingo de Parita, y de juez eclesiástico en ese partido y en el de la Villa de Los Santos. Mediante concurso, el 21 de octubre de 1802, tras una “lucida oposición”, obtuvo la canonjía magistral de la catedral de Panamá, siendo luego promovido a la dignidad de tesorero y finalmente a la de maestrescuela. Esta última dignidad la seguía ocupando veinte años más tarde debido a la tenaz oposición que le hizo el obispo de la misma catedral para que fuera promovido a una jerarquía superior.

La hostilidad que le profesaba el obispo Manuel González de Acuña y Sanz Merino, natural de Panamá, obedecía tanto a razones personales como a diferencias ideológicas, y se exacerbó durante los años de las guerras revolucionarias.

El obispo llegó incluso a enviar a Madrid informes denigratorios contra Cabarcas, aunque la Corona no tardó en descalificarlos por “capciosos e infundados y depresivos de su notorio mérito y del buen concepto que tiene en aquella provincia”. Finalmente reprendió al obispo mediante una Real Cédula de 3 de febrero de 1812 “desaprobando la conducta del obispo como contraria al espíritu de prudencia y lenidad con que la Iglesia debía conducirse, advirtiéndole que en lo sucesivo procediese conforme a las leyes y posteriores reales órdenes y a la mansedumbre que exigía su elevado carácter”.

Aunque los grupos de poder local no tomaron partido por la separación de España hasta muy tarde, una gran mayoría se inclinaba por las nuevas ideas liberales, sobre todo las relacionadas con la actividad mercantil, base tradicional de la economía panameña. El período comprendido entre 1810 y 1818 fue de gran prosperidad comercial, gracias al trasiego de plata de las minas mexicanas y altoperuanas por la ruta del Istmo, a las actividades comerciales con Inglaterra a través de Jamaica, y a la política permisiva que se aplicó a la ruta panameña por parte de las autoridades españolas (tanto las locales como de la Península), para que sus puertos pudiesen comerciar libremente con colonias y países amigos. Con las Cortes de Cádiz, las simpatías liberales en Panamá cobraron más fuerza y definición, y de ellas participaban individuos que, como Cabarcas, fueron hasta el último momento leales a la Monarquía.

Gracias a la prosperidad comercial que disfrutó Panamá durante los años revolucionarios, sus Cajas Reales pudieron contar por primera vez con un holgado superávit, permitiéndoles disponer de excedentes para costear equipos, pertrechos y uniformes de las fuerzas realistas. De hecho, esto fue lo que decidió que las autoridades peninsulares continuasen favoreciendo la apertura de los puertos de Panamá al comercio exterior, pese a las protestas de otras colonias españolas —sobre todo en Nueva España— que resentían las ventajas que gozaba el istmo. A la vez, durante este período, muchas personas, tanto de forma individual o como grupo, aportaron dinero para costear uniformes, armas y pertrechos, e incluso sueldos de los soldados realistas que combatían la independencia en la Nueva Granada. Uno de ellos fue Cabarcas, quien consideró apropiado destacar, en un resumen de sus méritos y servicios impreso en 1822, que en 1809 había contribuido con dos mil reales anuales “para sostener la guerra contra la Francia” y que “en una expedición que se hizo en Panamá en 1811 contra los disidentes de Cartagena, que duró hasta el año de [18]13, costeó dos soldados”. También hizo “un donativo voluntario de 30.000 reales para sostener las tropas reales que residieron en Cartagena, por cuyo patriotismo le dio el Rey las gracias en real orden de 9 de julio de 1816”, y “en las urgencias del erario ha auxiliado a la tesorería de Panamá con préstamos hasta la cesión de un año de sus rentas”.

Apenas empezaron a llegar a Panamá rumores de los primeros movimientos revolucionarios, Cabarcas se apresuró a redactar en 1810 una “Proclama” de veinte cuartillas dirigida “a las ciudades de América”, donde fijó su posición como “americano”. Usando un lenguaje claro y mesurado, en ella señalaba los peligros de la independencia, por considerar demasiado débiles, atrasadas e inmaduras a las colonias americanas, e invocando la lealtad a Fernando VII, aconsejaba mantenerse unidos bajo el “sistema” de la Monarquía para luchar juntos contra la ocupación francesa de la Península y defenderse de enemigos comunes.

Cabarcas gozaba para entonces de gran reputación entre los miembros de la elite por su espíritu conciliador, y se había granjeado su afecto por dedicarse en sus horas libres a instruir gratuitamente a los jóvenes en Latín y Filosofía. Compartía sus mismas ideas, contaba con el apoyo de la mayoría del cabildo capitalino, tenía la confianza del gobernador de Panamá, Juan Antonio de la Mata, de cuya mujer era confesor, y el respeto del propio virrey de Nueva Granada, Benito Pérez, quien debido a las circunstancias políticas del momento ejercía desde Panamá. Precisamente por conocer su fidelidad a la Corona y su opinión contraria a la independencia, Benito Pérez designó a Cabarcas para que viajara a Cartagena a negociar la paz con la insurgencia. Cabarcas aceptó ir, pero el virrey canceló el viaje por considerarlo demasiado peligroso para su seguridad personal.

Por el contrario, el cabildo, el virrey, el gobernador Mata y muchos vecinos habían tenido repetidos conflictos con el obispo González de Acuña. Para 1809 estos enfrentamientos habían hecho crisis y tanto el cabildo, como más tarde el virrey habían pedido al Rey que González de Acuña fuese separado de la diócesis.

Además, el cabildo en pleno rehusaba asistir a misa cuando oficiaba el obispo. No sorprende que el predicamento que fue ganando Cabarcas en las esferas de poder, concitara terribles celos en el obispo González de Acuña y los demás prebendados de la catedral, y tal vez esto explique su resistencia a promoverle a otra prebenda y el antagonismo que le profesaban.

El prestigio que tenía Cabarcas entre las autoridades y la elite también explica que se le eligiera en 1813 como diputado por Panamá ante las Cortes de Cádiz.

En estas elecciones se hicieron aún más evidentes las diferencias entre los que simpatizaban por una posición conservadora a ultranza, abanderada por el obispo Manuel González de Acuña, y los que, como Cabarcas, abogaban por medidas reformistas, aunque moderadas. La contienda electoral fue enardecida y los miembros del cabildo capitalino hicieron pronunciamientos fuertemente anticlericales e incluso hirientes contra el obispo, que a su vez objetó las elecciones alegando que entre los electores había individuos “originarios de África” (en realidad mulatos muy respetados, y uno de ellos con títulos académicos de la Universidad de Santa Fe a quien incluso se le daba el tratamiento de don).

Cuando el obispo González de Acuña se enteró de que Cabarcas había sido elegido, sufrió un ataque de ira que le produjo un colapso cardíaco del que murió. Pero su muerte sólo provocó irrisión entre los que ganaron la contienda electoral. La anécdota sirve para subrayar las pasiones que había desatado el antagonismo entre los dos bandos en pugna.

El principal antagonista de Cabarcas en el cabildo de la catedral era el arcediano Juan José Martínez, originario de “la Ciudad y Puerto de Santa María” (centro de la bahía de Cádiz). Según Cabarcas, era Martínez el que mayormente influía en el obispo en contra suya. Con ocasión de su elección para las Cortes, y apenas transcurrido un par de días de la muerte del obispo, el arcediano Martínez, junto con otros prebendados del cabildo catedralicio, en carta enviada al Consejo de Indias del 24 de julio de 1813, acusaron a Cabarcas de simpatizar con los insurgentes de Cartagena, y de haber “desterrado la paz y sosiego de aquella catedral”, señalando que “el obispo de Popayán le califica de revolucionario de corazón”. Como prueba de su deslealtad destacaban que había acogido en su casa a los comisionados rebeldes de Cartagena, José María del Real y Germán Piñeres, quienes habían ido a Panamá en misión negociadora. También se quejaban de que era protegido del gobernador Mata, antagonista del mitrado, con insinuaciones maliciosas sobre las relaciones que mantenía Cabarcas con su mujer, y finalmente, de que en las sesiones de las Cortes de Cádiz había mostrado simpatías por la insurgencia americana. Esta carta no lleva la firma del obispo pues ya había muerto, pero se escribió bajo su inspiración y cuando aún vivía.

Una vez se supo de estas acusaciones, la reacción del cabildo capitalino panameño, compuesto en su mayoría por admiradores de Cabarcas, no se hizo esperar, y en una extensa representación fechada el 8 de mayo de 1815, rechazó enérgicamente “la calumnia con que se ha denigrado la lealtad e irreprehensible conducta de Cabarcas y dice en su favor que aquellos habitantes se han sobrecogido de espanto e irritación al saber la imputación de los tres canónigos”.

Todas las acusaciones fueron descartadas por el fiscal del Consejo de España e Indias, quien las consideró sin fundamento y carentes de pruebas. Para el fiscal era obvio que el “furor y encono” que exhibían los tres canónigos “reduplicaron” cuando Cabarcas fue elegido. Señaló que en las sesiones de las Cortes de Cádiz, en las actas se identificó a Cabarcas, como mucho, entre “los diputados conocidos con el nombre de liberales, y que constantemente estaba unido a ellos, pero no que alguna de sus producciones fuese ofensiva a la soberanía”. No se encontró nada que le hiciese sospechoso de insurgente o de tener simpatías por la independencia. Por todo lo cual, el fiscal dictaminó que “no encuentra motivo bastante para que deje de tenérsele por un buen español muy contrario a las ideas revolucionarios de Cartagena y demás dominios ni tampoco para que se le traslade”.

Las Cortes extraordinarias que se celebraron entre 1810 y 1813 y que habían dado por resultado la Constitución de Cádiz de 1812 (y en las que participó el diputado panameño doctor José Joaquín Ortiz y Gálvez como primer designado para representar a Panamá) ya habían concluido cuando llegó Cabarcas.

De manera que a él le correspondió participar en las Cortes ordinarias que se reunieron para concluir el trabajo de las generales y extraordinarias y que sesionaron entre el 1 de septiembre de 1813 y el 10 de mayo de 1814. Así pues, llegó a España cuando ya había iniciado la segunda legislatura, en la que no pudo participar por mucho tiempo ante la reacción absolutista que se había producido en la Península. Según una “nota de las sesiones de las Cortes Ordinarias en que habló Cabarcas”, consta que se “habilitaron sus poderes” en la sesión del 17 de marzo de 1814, y que hizo uso de la palabra en catorce ocasiones, entre dicho día y el 17 de abril siguiente.

En los Diarios de sesiones de las Cortes y en otros documentos que presentó Cabarcas ante el Gobierno en Madrid, donde permaneció para seguir desempeñando su papel como vocero de los intereses panameños, se reflejan con toda claridad las aspiraciones del grupo que fue a representar: comercio libre, una feria anual, exoneraciones de impuestos al comercio y diversas acciones de carácter económico y fiscal, construcción de una calzada de Cruces a Panamá, recursos para fundar nuevas poblaciones a orillas del Chagres y otras partes del istmo con objeto de facilitar la explotación de sus zonas vecinas, creación de centros educativos de distintos niveles, o el establecimiento de un régimen de intendencia para Panamá, y así otras de este tenor. Eran propuestas prácticas, puntuales, poco innovadoras y con miras políticas de poco vuelo, porque obviamente a lo que aspiraba el grupo dirigente capitalino era a asegurar sus intereses materiales más que a defender principios filosóficos. Después de todo, lo que se debatía en las Cortes eran los derechos que las colonias consideraban conculcados por la metrópoli, pese a que en los debates no dejaban de plantearse propuestas ideológicas de contenido liberal muy audaces que incluso cuestionaban las bases de la propia Monarquía. Desde el principio Cabarcas se identificó con los diputados “liberales”.

El sucesor del obispo González de Acuña en Panamá, fue José Higinio Durán y Martel (1817-1823), simpatizante de las ideas liberales, de carácter más tolerante y contemporizador, y con su llegada, la suerte de Cabarcas cambió radicalmente, desvaneciéndose para siempre su sospecha de revolucionario. En una carta que le dirigió al secretario de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia, en Madrid, prodigó de elogios a Cabarcas. Le comunicó que le consideraba indispensable en el seminario (cuya “creación material y formal”, afirma otro documento, era del propio Cabarcas), donde le había nombrado rector y le asignó la cátedra de Teología Moral. Agregaba, además, que “su adhesión a la persona de vuestra majestad está suficientemente comprobada con el documento testimonial que paso a vuestra reales manos”, refiriéndose a las numerosas veces que Cabarcas había dado dinero de su sueldo para costear soldados en las campañas contra los insurgentes de Nueva Granada.

Estando en Madrid, Cabarcas presentó al Consejo solicitud para ocupar la vacante del deanato de la catedral, y el 8 de septiembre de 1814 se le concedió, aunque esta promoción no se hizo efectiva, tal vez porque a quien le correspondía el ascenso era a su rival, el arcediano Juan José Martínez.

Cabarcas fue nuevamente elegido en 1820 durante el Trienio Liberal, de manera que tuvo que viajar por segunda vez a España. Aceptó esta nueva representación, según él confiesa, porque “veía que el genio de la discordia, esparcido en toda la América meridional, iba a introducirse sin remedio en Panamá, único punto libre que había quedado en la capitanía general del Nuevo Reyno de Granada y por no comprometerse en aquel nuevo plan de gobierno, apresuró su salida, abandonando su quietud, sus comodidades, su casa y sus haberes”. Permaneció en el cargo hasta que concluyó la legislatura en 1822, y cuando se disponía a regresar, le llegó una carta del gobernador José de Fábrega, dándole la noticia de que Panamá se había independizado meses atrás, lo que “paralizó su regreso, por temor, no mal fundado —escribe— de ser perseguido en aquel sistema, a causa de su notoria adhesión a los intereses de vuestra majestad y a los de la nación, en cuyo concepto, el haber sido fiel a vuestra majestad admitiendo la comisión de diputado, le impide volver a aquella provincia”. Tras haber “perdido sus empleos al fin de su carrera, sino también su casa, sus bienes, su familia y sus amigos”, no teniendo “arbitrios de qué subsistir”, y temeroso de “ser perseguido por el gobierno de Colombia”, no le quedaba otra opción que solicitar el socorro de los doce mil reales “asignados a los empleados emigrados de América mientras se le coloca con un destino análogo a su carrera en la isla de la Habana o en esta Península”.

En Palacio, en efecto, se reconoció que “su patriotismo y adhesión a la causa de España está comprobada últimamente con haberlo elegido segunda vez representante de la nación, y haber emprendido dos viajes arrostrando peligros hasta tomar posesión de su cargo”. Nadie dudaba de su fidelidad, pero ya no tenía nada que hacer en la Madre Patria.

Cabarcas fue un hombre coherente con sus principios.

Así como fue leal a la Corona, también lo fue a los intereses panameños, o más concretamente, a los de la elite capitalina, con la que se identificaba plenamente.

Por ello, sus temores de que sería perseguido cuando regresara al istmo no tenían fundamento, de modo que no debió esperar mucho para enterarse de que podía recuperar la rectoría del seminario y su prebenda catedralicia. A su regreso todavía se encontraba al frente de la diócesis el obispo José Higinio Durán Martel, quien había sido su benefactor, y éste volvió a encargarle la rectoría del seminario. Pero Durán falleció el 22 de octubre de 1823 en el pueblo de Chepo, mientras practicaba la visita pastoral. El gobierno del episcopado volvió entonces a recaer en el rival de Cabarcas, Juan José Martínez, por ser el deán de la catedral y ostentar la más alta jerarquía dentro del cabildo catedralicio. Ya Martínez había ocupado esta interinidad al morir el obispo González de Acuña en 1813 y esa vez había ejercido el gobierno diocesano durante más de cuatro años, hasta la llegada de Durán Martel en 1817.

Poco tiempo después, sin embargo, al continuar vacante el obispado, Cabarcas quedó a cargo del gobierno episcopal. Esta situación, un tanto anómala, se debía a que al producirse la ruptura con España, el nombramiento de los prelados americanos —que desde principios del siglo xvi, gracias al Patronato Regio, era potestad de los Monarcas— había quedado en una suerte de limbo jurídico.

Finalmente, el 2 de julio de 1832, la Santa Sede le nombró obispo de la diócesis panameña. Fue consagrado en Cartagena de Indias, el 19 de marzo de 1836, iniciando sus funciones episcopales el 2 de mayo siguiente. Entusiasta propulsor de la educación, Cabarcas fomentó la formación de escuelas y fue fundador del Colegio del istmo, en el cual dictaba clases gratuitamente. Sus contemporáneos le dieron el título de Maestro de la Juventud Panameña. Tras doce años de pontificado, ya de avanzada edad, murió en Panamá el 15 de abril de 1847, y según un historiador panameño, amargado por los disgustos que le causó “un sacerdote despiadado”, al que no identifica.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Expediente sobre la oposición magistral de la catedral de Panamá vacante por ascenso del Dr. D. Tomás Antolín Baxo y Ocerín a la dignidad de tesorero de la misma catedral, Cámara del Consejo de Indias, Madrid, 1802, Panamá 292; Minuta de R. C. nombrando a J. J. Cabarcas tesorero de la catedral de Panamá, vacante por ascenso de J. J. Martínez a maestrescuela, Camara del Consejo de Indias, Aranjuez, 11 de junio de 1806; Madrid, 21 de mayo de 1806, Panamá 294; Proclama que el D. D. Juan José Cabarcas, Maestre Escuela Dignidad de la Cathedral de Panamá dirigió a las ciudades de América que empezaban a esparcir opiniones contra la quietud y gobierno de la Nación por el año de 1810, Panamá 296 A; Carta del gobernador Juan Antonio de la Mata al Secretario General del Consejo de España e Indias, Panamá, 10 de marzo de 1810, Panamá 296 A; Relación de méritos, servicios y grados del Dr. D. Juan Josef Cabarcas, dignidad de maestrescuela de la iglesia catedral de Panamá, y comisario del Tribunal de la Inquisición de Cartagena de Indias, Madrid, 15 de octubre de 1814, Panamá 296; Representación del maestrescuela Dr. Juan José Cabarcas al rey, Madrid, 7 de enero de 1815, Panamá 295 y Panamá 296; Representación de J. J. Cabarcas, diputado del Istmo ante las Cortes de Cádiz, al secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias, Madrid, 30 de junio de 1814, Panamá 296 A; Carta del Cabildo secular de Panamá al rey, Panamá, 8 de mayo de 1815, Panamá 296 A; Provisión del deanato de la Iglesia de Panamá para J. J. Cabarcas, Madrid, 8 de septiembre de 1814, Panamá 295; Estracto de los méritos y servicios del Doctor don Juan José Cabarcas, dignidad de Maestreescuela de la catedral de Panamá, representante de la nación española en las legislaturas de los años 13, 14, 20 y 21, nombrado por aquel Istmo, según resulta de los documentos que ha exhibido en la Secretaría del Consejo de Estado, por lo tocante a Gracia y Justicia, Propuestas y Gobernación, impreso, Palacio, 20 de mayo de 1822, Panamá 302; Carta del obispo J. H. Durán, Panamá, 14 de febrero de 1818, en Consulta de Juan Lozano de Torres, al presidente del Consejo y Cámara de Indias, Palacio, 17 de agosto de 1818, Panamá 296 A; Manifiesto del Estado Actual del Istmo de Panamá y medios de socorrerla de la escasez de su erario, que el Diputado por aquella Provincia pone en consideración del Ministerio de Ultramar, Panamá 396; Expediente del Cabildo eclesiástico de Panamá sobre traslación a otra iglesia de don Juan José Cabarcas maestrescuela de la misma, Panamá, 7 de mayo de 1812, Panamá 296 A; Carta del virrey Benito Pérez al rey, en Panamá, 22 de febrero de 1813, Santa Fe 630; Relación de Méritos y Servicios de don Juan Josef Martínez (impreso), Madrid, 11 de septiembre de 1797, Panamá 296 A; Diario de Sesiones de las Cortes de Cádiz y Actas, años 1811-1822.

P. Mega, Compendio Biográfico de los Iltmos. y Excmos. Monseñores obispos y arzobispos de Panamá, Panamá, Ministerio de Educación, Departamento de Bellas Artes y Publicaciones, 1958, págs. 248 ss.; E. Castillero Reyes, Breve Historia de la Iglesia Panameña, Episcopologios de la diócesis de Panamá, Panamá, Ediciones Renovación, 1965, págs. 86-87; A. Castillero Calvo, “La independencia de 1821. Una nueva interpretación”, en A. Castillero Calvo (ed.), Historia General de Panamá, vol. II, Bogotá, Comité Nacional del Centenario de la República, 2004; S. Sánchez González, “Los Primeros Diputados Panameños: Ortiz y Cabarcas en las Cortes españolas”, en Debates. Revista de la Asamblea Nacional de Panamá, n.º 7 (agosto de 2005), págs. 74 ss.

 

Alfredo Castillero Calvo