Ginabat Groizard, Ángel. Sem (Francia), 1842 – San Isidro de Dueñas (Palencia), 21.IV.1916. Monje cisterciense (OCist.) francés, primer abad de San Isidro de Dueñas después de la restauración en 1891, místico.
Natural de Sem, departamento del Arriège (Francia). Siendo muy joven, ingresó en el Seminario de Pamiers, donde fue ordenado sacerdote, incluso le designaron profesor hasta llegar al sacerdocio, y hasta fue nombrado párroco, dejando fama entre sus feligreses de que seguía de cerca los pasos del santo cura de Ars; sin embargo, sintiendo la llamada del Señor al apostolado oculto del monje contemplativo, ingresó en Sainte Marie du Desert en 1879, donde hizo la profesión solemne en 1884, dando pruebas inequívocas de sensatez para llenar los deberes de un buen monje, pruebas de equilibrio y amor a la regla que le daban grandes esperanzas de llegar a ser un buen monje. Planeada la fundación de San Isidro de Dueñas (Palencia), después de haberla puesto en marcha el grupo de monjes expedicionarios presididos por fray Nivardo Fournier, enviados en 1891, con la adaptación de los edificios ruinosos en extremo; en el momento que se trató de darle categoría oficial ante la faz de la Orden, enviaron al padre Ginabat como primer superior de la misma, aceptando humildemente los planes de Dios transmitidos a través de los superiores. Se entregó con toda el alma a cumplir los deberes del verdadero padre de los monjes.
Aun cuando el padre Nivardo y demás monjes pioneros de la fundación habían trabajado lo indecible para poner todo en orden, sin embargo todavía distaba mucho el edificio de reunir aquellas condiciones mínimas de comodidad que permite la regla, lo que quiere decir que le tocaron a Ángel Ginabat “los años heroicos” y duros de la fundación. Tantas dificultades le salieron al paso que “no faltaron ocasiones gravísimas en que el bueno de don Ángel, poco avezado dispuesto a arrostrar dificultades de orden económico y temporal, para lo que no había nacido y paladinamente lo confesaba, ya estuvo dispuesto a dar el cerrojazo y marcharse con todos sus súbditos otra vez a Sainte Marie; pero el padre Nivardo, que veía en lontananza un porvenir seguro para la nueva fundación, siempre se opuso tenazmente a tamaña resolución expeditiva, y al fin los hechos acreditaron su experiencia”. Enviaron como primer superior de la fundación para preparar el terreno a fray Nivardo, que era todo actividad, dinamismo y afán por poner orden en el edificio material, sin preocuparse mucho por la parte espiritual, porque no le daba tiempo para entregarse a formar a sus monjes. Cuando estuvo ordenado lo más urgente enviaron a Ángel Ginabat, que se encargaría de completar la parte espiritual de la fundación.
Realmente era el hombre adecuado para infundir espiritualidad en los monjes, porque era el verdadero contemplativo que arrastra tras de sí a las personas. Así lo reconoce cierto religioso que, hablando sobre el tema, dejó escrita la siguiente nota hallada entre sus papeles, diciendo que Ángel Ginabat “ni era al parecer ni se preciaba de hombre capacitado para los negocios de este mundo. Sacerdote bien formado en las disciplinas eclesiásticas, se dedicó de lleno a formar a su Comunidad en las vías del Señor con su ejemplo y constante regularidad, vida austera, interior, abstraída, dedicando sus afanes a la formación cultural de los nuevos religiosos que la Providencia iba mandando a su Monasterio. Puntualísimo en la asistencia al coro de donde no faltó nunca a no ser en caso de enfermedad seria, era exigente con la puntualidad de los monjes llamando la atención de manera discreta a alguno que llegara rezagado. A pesar de que ignoraba el español a su llegada al monasterio, cuando frisaba en los cuarenta y nueve años, tal afán puso en aprenderlo, que llegó pronto a dominarlo con notable perfección, a no ser en la pronunciación, que ya sabemos les es difícil a los franceses, sobre todo ciertas letras. Sus pláticas a los monjes eran escuchadas con todo respeto y provecho, llegando algunos hasta tomar notas de las ideas profundas que exponía. Dicen que fue hombre de pocos libros, pero esos pocos eran escogidos y los leía y meditaba sin cesar, de donde sacaba con la rumia de la contemplación, ideas profundas que llegaban al corazón del auditorio”.
El constante trabajo de los monjes, unido a la sabia administración que se llevaba, lograron acrecentar las mejoras en la hacienda de la comunidad, de tal manera que al cabo de quince o veinte años sirvió no sólo para vivir desahogadamente, sino incluso para hacer apostolado remediando toda clase de necesidades. En este aspecto, el corazón de Ángel Ginabat era hambriento de hacer el bien. Padre amantísimo y generoso para sus hijos, a quienes deseaba que no les faltase nada permitido por la regla, extendía su caridad a todas las necesidades que viera en el prójimo; de manera especial favorecía la buena prensa, consciente del mucho bien que puede hacer un buen libro, así como le desagradaban aquellas obras que iban en contra de la moral y las buenas costumbres. Tan ardiente era su caridad en la ayuda de las necesidades de las que tenía noticia que, según la información transmitida por un religioso formado en la escuela de Ángel Ginabat, le oyó estas frases: “Si me fuera permitido, os dejaría y me quedaría sin camisa”, lo que indica su prodigalidad en el auxilio al menesteroso.
Cuando iba a Palencia, una vez sentado en el humilde carruaje del que disponía la comunidad a comienzos del siglo pasado, y que tardaba cerca de dos horas en recorrer los doce kilómetros que separan la abadía de la capital de provincia, sacaba su rosario y todo el camino lo pasaba sumergido en el silencio. Lo más admirable era que cuando viajaba y llegaba al monasterio en las altas horas de la noche, en vez de ir a la celda para reparar el sueño, se dirigía al coro para cantar las divinas alabanzas. Superiores que viven de esta suerte, yendo delante con el ejemplo, no pueden por menos de arrastrar a los monjes en su seguimiento.
El día de viernes santo de 1916, notando que se acercaba su última hora, como la de Jesús, mandó reunir en torno a su lecho a todos los monjes para decirles que moría tranquilo y lleno de alegría. Luego, a modo de testamento, añadió: “Os encargo de veras dos amores, hijos míos, el amor a la Regla y el amor a la Santísima Virgen”. Poco después, mientras el coro de monjes cantaba la pasión, exhaló su espíritu y fue a recibir el premio de sus trabajos.
Fuentes y bibl.: Archivo de San Isidro de Dueñas (Palencia).
B. Ramos y M. García, “Orígenes del Monasterio de San Isidro de Dueñas, 1891-1899”, en Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses (Palencia), 26, s. f.; P. García Gorriz, El Monasterio de San Isidro de Dueñas, 1891-1941, Palencia, Afrodisio Aguado, 1941, págs. 23 y ss.; D. Yáñez Neira, “Historia del Real Monasterio de San Isidro de Dueñas”, en Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses (Palencia), 29 (1969), págs. 615, 680 y ss.
Damián Yáñez Neira, OCSO