Amaya Amaya, Carmen. Barcelona, 2.XI.1913 – Bagur (Gerona), 19.XI.1963. Bailaora.
Nacida en Barcelona en 1913, ya desde su infancia ganaba sus primeras pesetas bailando, acompañada por la guitarra de su padre, en tabernas y cafetuchos del barrio chino de la Ciudad Condal. En 1923, viaja a Madrid para actuar en los bajos del Palacio de la Música. De regreso a la capital catalana, actúa durante un tiempo en el Villa Rosa de Miguel Borrull, mientras hace sus pinitos en otros teatros. A finales de la década, se reencuentra con sus raíces en el Sacromonte granadino y tiene la oportunidad de bailar ante el rey Alfonso XIII. Finalmente la contrata Raquel Meller, en 1929, para que forme parte del espectáculo que iba a presentar en París. Luego, actuó en las funciones que, con ocasión de la Exposición Internacional de Barcelona, se organizaban en el Pueblo Español. En 1935, por recomendación de Sabicas, se plantan padre e hija en Madrid y se dan a conocer en el Villa Rosa de la madrileña plaza de Santa Ana. Ese año comienza su carrera cinematográfica con La hija de Juan Simón, a la que siguió, un año después, María de la O. En 1936, forma compañía, recorre varias ciudades españolas y viaja a Lisboa.
Camino de la capital portuguesa le sorprende el comienzo de la Guerra Civil, por lo que da el salto a la Argentina, en donde permanece en cartel, durante dos años seguidos, en el teatro Maravillas de Buenos Aires. Después, recorre toda Argentina y, durante los dos años siguientes, viaja a Uruguay, Brasil, México, Colombia, Venezuela, Chile, Perú, Ecuador, Santo Domingo y Cuba. En 1940, rueda en Cuba El embrujo del fandango, un corto de quince minutos de duración.
Ese mismo año, la contrata Sol Hurok para presentarla en Nueva York. Primero, actúa en el Beachcomber, un elegante cabaré con capacidad para mil personas.
En 1941, graba varios cantes para la casa Decca y, por iniciativa de Hurok, hace un nuevo corto, Bailes gitanos (Original Gypsy Dances). Por fin, el 12 de enero de 1942, debuta en el Carnegie Hall, uno de los teatros más importantes de Nueva York. Esa noche estrena el taranto que había preparado con la guitarra de Sabicas. Era la primera vez que se ponía baile a ese estilo de cante. Tras el debut teatral en Nueva York, Carmen inicia una gira en la que, durante cuatro años, recorre Estados Unidos de norte a sur y de costa a costa. Convertida en mito, el 27 y 28 de agosto de 1943, actúa, acompañada por la Orquesta Sinfónica de Los Ángeles, en el Hollywood Bowl, un anfiteatro natural con más de diecisiete mil localidades. En 1945, viaja a México, Buenos Aires, Río de Janeiro, Montevideo, Cuba, Perú, Colombia y Bolivia.
Por fin, a comienzos de 1947, Carmen regresa a España.
Tras su reencuentro con sus compatriotas, se presenta al año siguiente en París, en el teatro de los Campos Elíseos, y en Londres, en el Prince Theatre, para continuar después con una gira por las principales capitales europeas. En 1951 contrae matrimonio con uno de sus guitarristas, el santanderino Juan Antonio Agüero. En 1955, realiza una gira por Sudamérica y baila otra vez en Nueva York. Carmen tenía cuarenta y dos años y había alcanzado su plena madurez artística. En los sesenta, Carmen no dejó de trabajar ni un día. En 1960 recorrió Europa y en 1961 y 1962 volvió a visitar Estados Unidos e Hispanoamérica.
Ese año, comienza el rodaje de Los Tarantos de Francisco Rovira Beleta, una película que no tuvo ocasión de ver, porque el 19 de noviembre de 1963 fallecía en su masía de Bagur. Unos días antes, el Gobierno le había concedido el Lazo de la Orden de Isabel la Católica y el Ayuntamiento de Barcelona la Medalla del Mérito Artístico.
El repertorio de estilos que interpretaba Carmen Amaya fue extenso. Bailó la soleá y a Granados, la seguidilla y a Falla, las alegrías, el garrotín, la farruca y a Ravel, se inventó el taranto y a todos les imprimió el sello de su personalidad. Lo más llamativo de su forma de bailar era la velocidad que imprimía a todos sus movimientos. Sus zapateados eran vertiginosos y espectaculares y a la vez limpios y de una precisión rítmica insuperable. Sus giros, sus contorsiones, sus vueltas quebradas, eran tensos, incluso violentos, y solían terminar con una parada en seco. Sus arranques eran huracanes de energía y de rabia, de una vitalidad desbordante, y sus desplantes explosiones de arrogancia. Todo lo acompañaba con unos pitos secos, poderosos, unos brazos sobrios, pero bien colocados y expresivos, y unos ojos y una mirada a veces misteriosa y siempre intensa y chispeante.
Bibl.: M. Bois, Carmen Amaya o la danza del fuego, Madrid, Espasa Calpe, 1994; F. Hidalgo Gómez, Carmen Amaya, Barcelona, Libros PM, 1995; P. Sevilla, Queen of the gypsies. The life and legend of Carmen Amaya, San Diego (California), Sevilla Press, 1999; J. L. Navarro García, El ballet flamenco, Sevilla, Portada Editorial, 2003, págs. 199-252.
José Luis Navarro García