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Gontrodo Petri

Biografía

Gontrodo Petri. ?, p. t. s. xii – Oviedo (Asturias), 1186. Concubina real y fundadora de un cenobio.

Si bien se desconoce el lugar y la fecha exacta de su nacimiento, no ocurre lo mismo con sus progenitores; según el autor de la Chronica Adefonsi Imperator, era hija de Pedro Didez (o Díaz), conocido como el Asturiano, y de María Ordóñez, y aunque el biógrafo de Alfonso VII el Emperador, rey de Castilla y León, encomia su linaje (“ex maximo genere Asturianorum et Tinianorum”), parece ser más cierto que éstos pertenecían a la nobleza rural, clase intermedia entre los simples propietarios de tierras y la alta nobleza. La madre, según los testimonios de la época, poseía grandes propiedades en la parte central de Asturias, hasta el punto de permitirse en 1141 construir y dotar el hospital para pobres de Rioseco (Siero) y donarlo (según escrituras del 28 de octubre de 1141, martes) al monasterio de San Vicente de Oviedo, entre otras obras pías. Con todo, así lo dice el Diccionario Histórico de Asturias: “[...] debieron disfrutar con Alfonso VII —de quien Gontrodo, su hija, fue concubina— de unas relaciones muy estrechas, que les situaban muy por encima de cualquier otro miembro de su clase”.

Años antes, sin embargo (1132), hubo un ruidoso pleito promovido por el abad de San Pedro de Eslonza, acusando injustamente a ambos cónyuges de la apropiación indebida del monasterio de San Juan de Berbio.

Se hallaba el Monarca en Asturias combatiendo al rebelde conde Gonzalo Peláez por aquellas mismas fechas, cuando conoció y mantuvo relaciones íntimas con Gontrodo, una auténtica belleza (“pulchra nimis”), según la Chronica, fruto de las cuales nacería (c. 1133) una niña, Urraca la Asturiana, futura reina de Navarra, que sería educada esmeradamente por la infanta Sancha, hermana del Rey.

Durante algún tiempo —el concubinato entre los Reyes era casi una situación de semimatrimonio— Gontrodo obró con prudencia y discreción, no intrigando en la Corte ni aprovechándose de su influencia sobre el Monarca; además, poco después sería sustituida por Sancha Fernández de Castro, dama de origen navarro. No obstante, Alfonso no la dejó desamparada, haciéndole muy abundantes y generosos regalos y atendiendo, además, a sus peticiones, especialmente las piadosas.

En 1144, Alfonso VII dio a Urraca por esposa al monarca navarro García y Ramírez, celebrándose fastuosas bodas en León, el 19 de junio del mismo año. Muerto, en 1050, el navarro, Urraca regresó a su tierra natal, residiendo en Oviedo con el título de “Reina de Asturias” y ejerciendo las correspondientes funciones aun después de la muerte de su padre (1157).

A partir de entonces, Gontrodo decidió apartarse del mundo. Dando grandes muestras de prudencia, comenzó solucionando los contenciosos que, al parecer, tenía con sus ocho hermanos. Extendió, el martes, 13 de octubre de 1153, la carta fundacional del monasterio de Santa María de la Vega de Oviedo, tomando el hábito de este cenobio, sometido a la disciplina de la Orden benedictina francesa de Fontevrault, lo que supuso una auténtica novedad en la historia del monacato asturiano de la época, dotándolo con la casi totalidad de los bienes recibidos del Monarca y una gran parte de los heredados de sus padres. Sin embargo, no parece que llegara a desempeñar allí cargo alguno ni que viviese como una monja en el sentido estricto del término; tal vez residió allí de la manera que se designaba “more monasterio”, esto es, acompañada de algunos familiares y servidores, aunque la Chronica alude claramente a su profesión monástica (“Gontrodo [...] Sanctimonialis facto”). Fue también devota de San Vicente (Llanera) y benefactora del cenobio femenino ovetense de San Pelayo.

Entre el 12 de julio de 1154 (lunes) y el 13 de abril de 1157 (sábado), el Emperador hizo generosos regalos a Gontrodo y a la comunidad en que vivía.

Falleció en 1186 (ventitrés años después de su hija Urraca), siendo inhumada en la misma iglesia conventual con la admiración y el respeto de cuantos la conocieron, tal como se desprende del texto de la lauda sepulcral, situada en una de sus paredes: “[...] esperanza y espejo de las mujeres más nobles / No cae Gontrodo: se oculta solamente. / Superó a los hombres en méritos y dejó el mundo. / Para el mundo murió, pero la muerte le dio la vida”. Allí permanecieron sus restos hasta mediados del siglo xix, en que, temiendo los efectos de una epidemia procedente de Galicia, las autoridades locales se incautaron del edificio; parte quedó convertida en hospital y parte se entregó al Ejército para levantar una fábrica de armas, quedando del antiguo convento actualmente la iglesia y el claustro, éste deteriorado.

Santa María de la Vega se independizó pronto de la tutela francesa, pasando desde entonces a la disciplina benedictina normal. Años después (finales del siglo xii), este monasterio aparece ya vinculado al de San Pelayo, donde actualmente reposan sus cenizas, conservándose allí el gran archivo del anterior. En la misma calle se encuentran adosados San Pelayo y el Archivo Provincial de Asturias.

 

Fuentes y bibl.: Biblioteca Municipal de Oviedo; Comunidad del convento de San Pelayo (Oviedo).

A. C. Floriano Cimbreño, Estudios de Historia de Asturias. El Territorio y la monarquía en la Alta Edad media Asturiana, Oviedo, 1962; Gran Enciclopedia Asturiana, t. VII, Gijón, Silverio Cañada Editor, 1982; J. Rodríguez Muñoz (dir.), Diccionario Histórico de Asturias, Oviedo, Editorial Prensa Asturiana, La Nueva España, 2002.

 

Fernando Gómez del Val

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