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Joaquín Vizcaíno Martínez

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Biografía

Vizcaíno Martínez, Joaquín. Marqués de Casa Pontejos (IV). La Coruña, 21.VIII.1790 – Madrid, 30.IX.1840.

Hijo de los vecinos de La Coruña, Vicente Vizcaíno Pérez, fiscal de la Audiencia de esta ciudad, y María Antonia Martínez Moles Valdemoros. Su matrimonio en Madrid en septiembre de 1817 con la acaudalada Mariana Pontejos y Sandoval, IV marquesa de Casa Pontejos y condesa de Ventosa —a la vez que doblemente viuda de Francisco Moñino Redondo (hermano del primer conde Floridablanca) y de Fernando Silva Meneses—, le reportó posición económica y le integró en los círculos aristocráticos de la Corte.

En Aranjuez, en marzo de 1807, dio los primeros pasos su carrera militar como guardia de corps. Aquí, en marzo del siguiente año, vivió el triunfo de la conspiración de la aristocracia fernandina y en mayo conoció el levantamiento popular contra la ocupación francesa, que marcó el inicio de la Guerra de la Independencia. La dislocación del Ejército español, que entonces se produjo, le llevó a Aragón donde, tras intervenir en las batallas del primer sitio de Zaragoza, el general José Palafox le confirió en agosto el grado de capitán de Caballería. Agregado desde este tiempo al Regimiento de la Maestranza de Valencia y como teniente efectivo de Dragones desde octubre de 1809, en la zona levantina fue donde transcurrió el resto del conflicto, participando en las principales acciones de ese cuerpo, que concluyeron en julio de 1813 con las de Valencia y Sagunto.

El progresivo desligamiento del Ejército marcó la inmediata posguerra de Joaquín Vizcaíno, sin que le disuadieran de ello ni el nombramiento en septiembre de 1815 como ayudante de campo del teniente general de ese regimiento ni la incorporación en junio de 1816 a la orden militar de Santiago. Así, tras disfrutar de distintos períodos de licencia, desde principios de 1817 esta situación se convirtió en permanente, afirmada primero en Madrid con su matrimonio con la marquesa de la Casa Pontejos y después desde mayo de 1818 en París. Finalmente, ante el rechazo de su solicitud de incorporación al Cuerpo de las milicias provinciales y el ineludible destino al Ejército de ultramar, en marzo de 1819 pasó al retiro.

En Madrid, durante el trienio de nueva vigencia de la Constitución gaditana, el marqués de Pontejos, como “respetable propietario” que ya era, se integró en el Escuadrón de Caballería de la milicia nacional, donde alcanzó el grado de comandante. Como ocurrió a otros, a lo largo de este momento liberal se produjo en él un paulatino deslizamiento de la tendencia exaltada a la moderada. Esto no le libró de tener que exiliarse con el implacable retorno al absolutismo en el verano de 1823. Así, durante casi toda la década que éste imperó estuvo en la capital francesa, conviviendo con la elite conservadora del Estado constitucional (conde de Toreno, Francisco Martínez de Rosa...) —de suma utilidad para su futuro político— y frecuentando los círculos más selectos de la sociedad parisina, pero también asistiendo a distintos cursos de la Sorbona y de la Escuela de Artes y Oficios, y cultivando con acierto su afición por la litografía.

Con el tímido aperturismo que se produjo tras los sucesos de La Granja de septiembre de 1832 regresó a Madrid y, ya bajo la regencia de María Cristina, en el tiempo del Estatuto Real estrenado a continuación con los conservadores en el Gobierno empezó a cosechar los frutos de las anteriores relaciones. El 18 de julio de 1834 falleció su esposa, pasando Joaquín Vizcaíno Martínez a ser conocido como marqués viudo de Pontejos a raíz de la sucesión de las mercedes nobiliarias en María Vicenta Moñino y Pontejos, fruto del primer matrimonio de su mujer, con Manuel María de Pando y Fernández de Pinedo, II marqués de Miraflores.

El 19 de septiembre de 1834, el marqués viudo de Pontejos fue nombrado corregidor de Madrid, reemplazando a José María Galdiano que lo había ejercido en comisión desde la matanza de frailes de julio. Esta sustitución, no debe olvidarse, estuvo acompañada del traspaso de las funciones policiales que éste había ostentado al gobernador civil; lo que, unido a la afirmación de este cargo bajo el mandato del marqués de Viluma y a la pérdida desde la reorganización judicial de febrero de las atribuciones en este ámbito, acantonaba a la figura del corregidor madrileño en la esfera administrativa. Algo que en modo alguno parece desagradara al marqués viudo de Pontejos.

De esta manera, siguiendo muy de cerca las propuestas de su amigo Ramón Mesonero Romanos, bajo su gestión la capital adquirió —como señala J. Martín Muñoz— un aspecto más moderno y, por lo tanto, más burgués. Fueron las principales realizaciones: la nueva división interior en cinco comisarías y cincuenta barrios, la elaboración de un nuevo plano topográfico, la numeración y sustitución del nomenclátor de las calles, la pavimentación, ensanche y limpieza de las aceras, la extensión del alumbrado por gas, la recomposición y arreglo del arbolado de los paseos, la mejora de los servicios públicos de faroleros, aguadores, serenos y bomberos, la creación del primer mercado cerrado en la plazuela de San Ildefonso y la conversión del convento de San Bernardino en una casa de beneficencia. Pero junto a las luces siempre hay sombras, que, en el caso del marqués viudo de Pontejos, se encuentran en el desvío de 24.000 reales de las arcas municipales destinados a las obras para la traída de aguas al pago de una deuda particular, por el que las diligencias judiciales abiertas fueron finalmente cerradas en abril de 1838 por el Ayuntamiento con el objeto de llegar a un acuerdo con el marqués para la reposición de la cantidad sustraída.

Con todo, este turbio asunto no desdice su labor, que fue recompensada en julio de 1835 con la concesión de la Gran Cruz de la Orden americana de Isabel II y también con su continuidad en el cargo con el ascenso al poder en septiembre de los progresistas. A partir de entonces su situación se fue haciendo cada vez más endeble, sobre todo cuando, terminándose con el ayuntamiento tradicional formado por regidores perpetuos y homologándose por fin a la normativa local general, en noviembre fue elegida una nueva corporación municipal, en la que, dominada por el liberalismo avanzado imperante, aparecía a su frente un alcalde que se confundía con el secular corregidor. La expresión fue su progresivo desligamiento del Ayuntamiento en favor de aquél, tanto más cuando a partir de enero de 1836 se integró en la junta constituida para fijar el destino de los monasterios y conventos existentes en Madrid de las órdenes religiosas suprimidas.

En mayo hubo cierta recuperación, más de su persona que del cargo, cuando después de ser elegido procurador por La Coruña, cuyo escaño no ocupó, el mismo día, el 15, que se estableció el gobierno conservador de Francisco Javier Istúriz fue nombrado gobernador interino de la provincia de Madrid, cubriendo la dimisión de Salustiano Olózaga. Los diez días que compatibilizó este cargo con el de corregidor —hasta que el 25 tomó posesión Mariano Valero Arteta, su sustituto— estuvieron dominados por una importante alteración de los ánimos como consecuencia de la resolución de ese ejecutivo, que él apoyó decididamente, de disolver las Cortes ante el voto de censura aprobado por el Estamento de procuradores. Por esta razón, cuando la movilización progresista contra esta actuación triunfó en agosto restableciendo la Constitución de 1812, con la desaparición inmediata de la figura del corregidor por ser incompatible con ella, el marqués viudo de Pontejos no contó con ocupación pública de relevo.

Se abrió entonces un tiempo de vinculación a las instituciones e iniciativas culturales y filantrópicas capitalinas. Así, formando ya parte de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando por sus trabajos litográficos, sumó su nombre al de aquellos que, para fomentar la literatura y las bellas artes, en mayo de 1837 fundaron el Liceo artístico y literario de Madrid. También lo hizo en diciembre a una institución más consolidada como la Sociedad Económica Matritense en la que ingresó en diciembre de 1837 y a la que presentó gran número de propuestas (entre las que destaca la Sociedad para Propagar y Mejorar la Educación del Pueblo, que cuajó en julio de 1838 con él como vicepresidente), que estuvieron en base de su elección como vigésimo tercero director el 3 de diciembre de 1838.

Sin abandonar estas actividades, el marqués viudo de Pontejos retornó a la actividad política. Este regreso se produjo una vez que, promulgada la Constitución de 1837, los moderados volvieron a ser hegemónicos con el triunfo conseguido en las elecciones legislativas de octubre de este año, integrando en esta mayoría su acta de senador lograda en febrero de 1838 por La Coruña e involucrándose en las tareas parlamentarias. Y, también, colaborando de nuevo en la gestión gubernativa. Así, el 9 de septiembre, reemplazando a Diego Entrena Mosquera, fue nombrado en propiedad jefe político de la provincia de Madrid.

Durante el mes que estuvo al frente de este destino tuvo que convivir de nuevo con un notable malestar en la opinión pública derivado de los proyectos de restricción de las libertades auspiciados por sus amigos políticos y además patentizó el carácter no sólo político de su cargo, sino de facción, en la medida en que los moderados no conformaban aún un partido cohesionado. Aquí se encuentran las razones de la dimisión presentada el 10 de octubre, que, aceptada, fue cubierta seis días después por el brigadier de Infantería José María Puig. Con todo, no se desligó totalmente de la escena política, ya que este mismo mes volvió a ser reelegido senador por su provincia natal.

Con el respaldo de la Sociedad Económica Matritense y de otras personalidades como Ramón Mesonero Romanos, el marqués viudo de Pontejos durante ese mandato como jefe político promovió con éxito ante el Ministerio de la Gobernación la creación, junto al secular Monte de Piedad de Madrid, de una Caja de Ahorros en beneficio de “las clases menos acomodadas”. Así, aprobada por el Decreto de 25 de octubre y contando con él como director-presidente de la primera Junta directiva, el 17 de febrero de 1839 esa institución crediticia popular abrió sus puertas. De la misma manera, ostentando idéntica posición, el 2 de enero de 1840 inició su andadura la Junta para la mejora del sistema carcelario.

Al frente de estas dos instituciones y ocupando un escaño de la cámara alta, el 30 de septiembre de 1840 falleció el marqués viudo de Pontejos, en una habitación del palacio del marqués de Miraflores de Madrid, a causa del tifus. Enterrado en el cementerio de San Nicolás, en mayo de 1895, sus restos fueron trasladados a la cripta de la ya Caja de Ahorros y Monte de Piedad de la capital. A su fallecimiento, su hija Joaquina, fruto de la relación con Francisca Aulet, se convirtió en heredera universal de sus bienes.

 

Obras de ~: “De la navegación de los ríos”, “De los establecimientos de los baños minerales en España”, “Mejoras de la policía de las ciudades”, “Establecimientos útiles. Asociaciones para caso de enfermedad”, “Artes industriales. De la clase de dibujo a que debe darse preferencia”, “Policía urbana”, págs. 278 y 283 e “Industria popular. Premios al ganado de tiro”, en Semanario Pintoresco español, 2.ª serie, t. 1, n.º.1 (1839), págs. 122-124, 195-197, 226-227, 239-240, 269-270 y 301-302, respect.

 

Bibl.: N. P. Díaz y F. Cárdenas, “El Marqués viudo de Pontejos”, en Galería de españoles célebres contemporáneos, o biografías y retratos de todos los personajes distinguidos de nuestros días en las ciencias, en la política, en las armas, en las letras y en las artes, vol. VIII, fasc. 3.º, Madrid, Imp. y lib. de Ignacio Boix, 1845; P. Madoz, Madrid: Audiencia, provincia, intendencia, vicaría, partido y villa, Madrid, Imp. del Diccionario geográfico, estadístico-histórico de D. Pascual Madoz, 1848; R. Mesonero Romanos, Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid, Madrid, Oficinas de la Ilustración Española y Americana, 1881; M. Saralegui y Medina, El Corregidor Pontejos y el Madrid de su tiempo, Madrid, Imp. de los Hijos de M. G. Hernández, 1909; J. Varela de Limia, Vizconde de San Alberto, Los directores de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País y las Presidentas de su Junta de Damas de Honor y Mérito, Madrid, Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, 1925; A. y A. García Carraffa, Diccionario heráldico y genealógico de apellidos españoles y americanos, t. 73, Madrid, Nueva Imprenta Radio S.A., 1954, págs. 137-141; V. Pereda, El libro de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, Bilbao, Editorial Eléxpuru Hermanos, 1946; M. García Cortés, “El marqués viudo de Pontejos, Corregidor ejemplar de Madrid”, en Revista de Estudios de Vida Local, 29 (1946), págs. 758-774; J. Simón Díaz, Semanario Pintoresco Español (Madrid, 1836-1857), Madrid, Instituto Nicolás Antonio-Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1946; V. Llorens, Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra (1823-1834), Madrid, Ed. Castalia, 1968 (2.ª ed.); J. S. Pérez Garzón, Milicia nacional y revolución burguesa. El prototipo madrileño, 1808-1874, Madrid, CSIC, 1978; B. Antón Ramírez, Biografías de Francisco Piquer, Fundador del Monte de Piedad de Madrid, y de Joaquín Vizcaíno, marqués viudo de Pontejos, que fundó la Caja de Ahorros, Madrid, Est. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1982, págs. 19-31; J. Martín Muñoz, “La gestión del marqués viudo de Pontejos en el Ayuntamiento de Madrid”, en L. E. Otero Carvajal y A. Bahamonde (eds.), Madrid en la sociedad del siglo xix, vol. I, Madrid, Comunidad de Madrid/Revista Alfoz, 1986, págs. 193-209; F. Vellosillo, “Semblanza del fundador de la Caja de Madrid”, en La Caja (Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid), 112 (1990), págs. 4-7; A. Gil Novales (dir.), Diccionario biográfico del Trienio Liberal, Madrid, Ediciones El Museo Universal, 1991, págs. 694-695; J. Martín Muñoz, La política local en el Madrid de Ponteejos (1834-1836), Madrid, Caja de Madrid, 1995.

 

Javier Pérez Núñez

Relación con otros personajes del DBE

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