Vaquedano (o Baquedano), José de. Puente la Reina (Navarra), III.1642 – Santiago de Compostela (La Coruña), 17.II.1711. Maestro de capilla y compositor.
En su villa natal fue alumno, probablemente como niño de coro, del maestro de capilla de aquella localidad, Simón Huarte Arrizabalaga, hasta que éste fue nombrado para igual cargo en Bilbao (3 de marzo de 1654). A partir de entonces hay un lapso en la biografía de Vaquedano hasta que, en la primavera de 1663, se lo encuentra por varias ciudades de Vascongadas buscando colocación como cantor. Su propio maestro, Huarte Arrizabalaga, lo describe en una carta al maestro de capilla de la colegiata de Vitoria Miguel de Irízar como “un discípulo mío que ha cantado de tiple, cosa grande y muy diestro, así en cantar como en su poco de contrapunto y concierto”, añadiendo que trataba de acomodarse como contralto; otro corresponsal del mismo Irízar dice de él que había sido “grandísimo tiple de gala”. Fracasados sus intentos en Vascongadas buscó colocación en Castilla, donde parece que tampoco la consiguió.
Entonces se fue a Madrid y decidió dedicarse a la composición, que estudió con Matías Ruiz, maestro de capilla de la Encarnación. A la muerte de éste le sucedió como interino o sustituto; en esta ocupación estaba cuando, en el verano de 1680, por estar vacante el magisterio de capilla de la Catedral de Santiago, el Cabildo de la metropolitana gallega encargó al deán, que se encontraba en Madrid, que buscase por allí un buen maestro. Todos los informes que recogió el deán, y que quedan resumidos en varias cartas suyas al Cabildo, escritas entre julio y agosto de ese año, coincidían en que Vaquedano, con sus treinta y ocho años, era de los que gozaban de mayor fama en la corte. Entre tanto se había hecho fraile trinitario calzado.
En Santiago fue admitido el 31 de agosto de 1680; es día acordó el Cabildo escribir al deán diciéndole que le hiciese venir; el 7 de septiembre se trató del salario que se le iba a dar y se acordó escribir de nuevo al deán para que lo ajustase con él, “y ajustado le haga venir”; el 2 de octubre se acordó ratificar lo acordado por el deán, que era que gozase de 800 ducados anuales —que era un salario extraordinariamente alto, para un maestro de capilla de aquella época—, y, además, le ofreció el Cabildo 100 ducados de ayuda de costa para el viaje. Éste se demoró, pues, al ser religioso profeso necesitaba permiso del nuncio para vivir fuera de las casas de su Orden, para lo que incluso llegó a pedir, el propio Vaquedano, que el Cabildo intercediese ante el nuncio, lo cual hizo el Cabildo. Finalmente, resueltos todos los trámites, pudo tomar posesión de su cargo el 10 de mayo de 1681.
Ya no se movería de Santiago, en los más de treinta años que aún le quedaban de vida. Fue un fidelísimo cumplidor de sus obligaciones, hasta el punto de que no queda, prácticamente, ni una sola queja del Cabildo respecto de su servicio, y sí muchos testimonios de la estima de que gozaba, tanto por parte de los músicos como de las autoridades de la catedral. La de los primeros quedó patente cuando, tras ser jubilado, la cofradía de músicos de la catedral, con su nuevo maestro, Antonio de Yanguas, al frente, acordó, por unanimidad, y no obstante que Vaquedano ya no tenía estricto derecho a ninguna participación en los ingresos por “salidas fuera”, que pertenecían, íntegramente, al nuevo maestro, “los hermanos, todos unánimes y conformes, y de común consentimiento, juntamente con dicho maestro [Yanguas], acordaron el que desde hoy en adelante se le dé la parte entera [a Vaquedano] como hasta aquí ha gozado” (acuerdo de la Hermandad de músicos de la catedral, reunión del 26 de agosto de 1710). La jubilación le había sido concedida por el Cabildo el 4 de febrero de 1710 con la mitad del sueldo (400 ducados anuales) de pensión “en atención a los muchos años y bien que ha servido a esta santa iglesia”.
Para entonces llevaba mucho tiempo sin poder trabajar, a causa de su ancianidad y achaques. El Cabildo había tenido que encargar a otro la composición de villancicos, así como el desempeño de otras actividades del maestro. Murió en Santiago el 17 de febrero de 1711, siendo enterrado en el Convento de Madres Mercedarias de la ciudad. Previamente había dejado, por sugerencia del propio Cabildo, todas sus composiciones a la catedral, lo cual fue venturoso, pues gracias a esa donación conservamos una cantidad de ellas que, aunque no sean todas las que él compuso en aquellos treinta años —y algunas son incluso anteriores a su llegada a Santiago—, sí constituyen un legado importante, desde todos los puntos de vista.
José de Vaquedano tiene la importancia histórica de haber sido el primer compositor español del siglo XVII cuya música fue conocida, analizada e interpretada, y que, por tanto, abrió el camino al conocimiento de ese siglo que, musicalmente, había quedado ignorado.
Por otra parte, su música abarca todos los géneros y estilos del mejor Barroco español, desde espléndidas composiciones solísticas, en el mejor “belcanto”, hasta grandiosas composiciones policorales, que llegan a alcanzar las dieciséis voces en cinco “coros”.
En sus obras en castellano (villancicos; no emplea otras formas musicales, como, por lo demás, era universal entonces en España) usa, casi exclusivamente, el estilo de música heredado de finales del siglo XVI y primera mitad del XVII, con melodías casi siempre silábicas, a nota por sílaba, compás ternario y ritmo dactílico; muy frecuentes en él, quizá más que en otros compositores que luego se fueron descubriendo, las “hemiholias”, con ritmos sincopados, en el mejor estilo barroco, que recuerdan, en las artes plásticas, las retorcidas columnas salomónicas o las figuras en posiciones un poco forzadas. Son particularmente importantes sus villancicos al Apóstol Santiago, en los que los conceptos marciales y guerreros que la tradición atribuía al “Hijo del Trueno”, patrono de España, y cuyos restos se conservan en aquella catedral, daban pie al compositor a expresar, en magníficos acordes verticales, cantados por los diversos “coros”, cada uno de los cuales estaba colocado en diferentes lugares de la catedral, incluidas las altas tribunas del cimborrio, las glorias del apóstol guerrero, y que se alternaban con lucidos solos, en un derroche de arte barroco.
Más importantes, si cabe, son sus composiciones en latín. Las misas y salmos son espléndidas obras sinfónico-corales, en que se alternan, de nuevo, los pasajes en acordes verticales con otros en solos, además de otros en rico contrapunto. Entre sus salmos destacan los varios Miserere, para los maitines del Triduo Sacro, en que, como era tradición, despliega Vaquedano lo mejor de su inspiración, alternándose, más todavía que en los otros salmos, los solos y los tutti, los pasajes virtuosísticos con los policorales, los contrapuntísticos con los homorrítmicos. En los motetes, en cambio, usa casi exclusivamente el estilo contrapuntístico, en que Vaquedano era un maestro consumado. Una de las formas musicales más interesantes en Vaquedano son las lamentaciones de Semana Santa, pues en ellas utiliza, llevándolos a sus extremos, los más varios estilos. Tiene varias a doce voces en tres coros, sobre todo las primeras de cada uno de los tres días del Triduo Sacro; otras para uno o dos solistas, otras con instrumentos —tiene una “a 6 con vigüelas”, que, en realidad, es para tres cantores solistas y tres instrumentos de cuerda: dos agudos (=violines) y uno grave (=violón, violonchelo).
En las solísticas, sobre todo en una para tiple y otra para contralto, se explaya en amplias melodías del más puro belcanto.
Usa mucho los instrumentos, pero, como era habitual entonces, más que usarlos en forma individual, explotando las posibilidades de cada instrumento en particular, tanto desde el punto de vista técnico como del expresivo, los usa en forma de “coro”, en grupos, y en modo un poco “universalizante”, en el estilo que Giovanni Gabrieli definió, con término acertado, “per ogni sorta di strumenti”. Incluso en la Sonata a tres —el único ejemplo hasta ahora conocido de este género musical en España— no hace demasiado hincapié en las posibilidades —técnicas o estéticas— de cada instrumento.
En todo caso, se debe notar que el “barroquismo” de Vaquedano se manifiesta de modo particular en la fuerte carga dramática y expresiva que tiene en no pocas composiciones: en la lamentación para solo de contralto y continuo, Aleph. Ego vir videns paupertatem meam, por ejemplo, en el primer verso, después de exponer, en melodías lentas, solemnes, con poco movimiento de la voz, la primera frase “Ego vir videns paupertatem meam”, al llegar a la frase “in virga indignationis eius” (“en el látigo de su indignación”) rompe con ese ambiente de tristeza resignada, para expresar, de forma gráfica, los “latigazos” de la indignación divina, con vigorosas y rápidas melodías, en grupos de corchea con puntillo-semicorchea, y en rica imitación sucesiva entre la voz del solista y el instrumento acompañante. Esto mismo se manifiesta muchas veces en sus Misereres de Semana Santa y en numerosas otras ocasiones.
Obras de ~: En latín: 4 misas, más una de difuntos; 16 salmos y cánticos; 7 lamentaciones de Semana Santa; 21 motetes y formas afines.
En español: 50 villancicos y formas afines, que van desde 1674 hasta 1708. 3. Instrumental: Sonata a 3.
Bibl.: S. Tafall, “La capilla de música de la catedral de Santiago. Notas históricas”, en Boletín de la Real Academia Gallega (1931) (reproducido en López-Calo: La música en la catedral de Santiago, IV, 331-380); J. López-Calo, “Fray José de Vaquedano, maestro de capilla de la catedral de Santiago (1681-1711), en Anuario Musical, 10 (1955), págs. 191-216; C. Villanueva, “Las Lamentaciones de Semana Santa de fray José de Vaquedano (1642-1711), maestro de capilla de la catedral de Santiago”, en Compostellanum, 13 (1978), págs. 247-280; J. López-Calo, “Fray José de Vaquedano, sumo representante del Barroco musical español”, en Cuadernos de Sección de la Sociedad de Estudios Vascos, Música, 1 (1983), págs. 59-70; J. López-Calo, “Fray José de Vaquedano. Nuevas aportaciones a su biografía y al estudio de su obra”, en Cuadernos de Sección de la Sociedad de Estudios Vascos, Música, 2 (1985), págs. 103-115; “Las lamentaciones solísticas de Miguel de Irízar y de José de Vaquedano. Un estudio sobre la melodía barroca española”, en Anuario Musical, 43 (1988), págs. 121-162; Obras musicales de fray José de Vaquedano, Santiago de Compostela, 1990; C. Villanueva, Las lamentaciones de Semana Santa de fray José de Vaquedano, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago, 1990; J. López-Calo, La música en la catedral de Santiago, vol. I, La Coruña, 1992, vol. IV, La Coruña, 1993 y vol. VIII, La Coruña, 1995.
José López-Calo