Ingilberga. Cataluña, c. 977 – Vic (Barcelona), 24.III.1055. Abadesa benedictina (OSB).
Fue hija ilegítima del conde Oliba Cabreta y de Ingilberga, esposa de Ermemir, señor de Besora, que siendo muy niña fue ofrecida como oblata al monasterio de benedictinas de San Juan de las Abadesas (Gerona), donde era abadesa su tía paterna Fredeburga, dándole como dote el alodio de Tallet en la comarca del Vallespir (Francia). Fue elegida abadesa del monasterio antes del 995, porque en el 996 recibió para el monasterio unas tierras legadas por el difunto Petronio, en 1006 los bienes que le dieron los esposos Goltredo y Ricardis, con ocasión de la toma de hábito de su hija Ema, y en 1010 un terreno en el valle de Ripoll.
Entre sus parientes paternos se cuentan el obispo de Elna, Berengario, hijo menor de su padre, el tercer conde de Berga, Oliba, monje y abad de Cuixà y luego abad de Ripoll, que murió obispo de Vic, su tío paterno Mir, obispo de Gerona, sus primos Guifredo, arzobispo de Carbona, el obispo de Urgel y el de Gerona. Pero esto no impidió que llevara una vida indigna de una monja y aún de una cristiana. A causa de su escandalosa vida y la de sus monjas, después de repetidas amonestaciones de su medio hermano el conde Bernardo Tallaferro, conde de Vallespir y de Besalú, el papa Benedicto VIII en 1017 ordenó una investigación a algunos clérigos de Vic. El resultado fue que el Pontífice mandó a Oliba, medio hermano de Ingilberga y abad de Ripoll y ahora obispo de Vic, suprimir el monasterio sito en su diócesis, a causa de cierto crimen “quod horrendum est auditu, horrifica infamia”, y por vivir las monjas “tamquan meretrices Veneris”, y ser Ingilberga “cunctis sceleratior”. Entonces Ingilberga se refugió en Vic, junto a su hermano Oliba, y a la muerte de éste en 1046 continuó allí hasta su muerte, al lado del nuevo obispo de Vic, su primo materno Guillermo de Balsareny. Algunos autores, deseosos de rehabilitar a Ingilberga, acusan de ambición al conde Tallaferro, asegurando que todo fue maquinación suya para hacerse con los bienes del monasterio y dotar con ellos el nuevo obispado de Besalú, en el cual había logrado poner como primer obispo a uno de sus hijos. Pero el cardenal Albareda en su biografía crítica del abad Oliba, demostró la innegable indignidad de Ingilberga. Una leyenda extendida por Cataluña habla del conde Bernardo Tallaferro como de un libertino, que raptó a la monja Ingilberga, y la imaginación popular añade que los dos fueron condenados a cabalgar sobre un caballo de fuego en las noches de tormenta.
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Ernesto Zarago za Pascual