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Rodrigo González de la Puebla

Biografía

González de Puebla, Rodrigo. ?, s. t. s. xv – Reino Unido, IV.1509. Diplomático.

Jurista, de familia presumiblemente de modestos artesanos, tal vez de origen de judíos conversos. Estudió Leyes y se doctoró en ambos Derechos. El prestigio ganado como jurisconsulto lo llevó a ascender importantes peldaños en la Administración: fue alcalde, luego corregidor de Écija y consejero de Castilla; debió de llamar la atención de los Reyes Católicos como hombre metódico, parsimonioso, sagaz, hábil en el manejo de los asuntos, si bien probablemente acomodaticio y versátil.

En consecuencia, los Reyes Católicos lo destinaron como su embajador a la Corte de Inglaterra en 1487. Se trataba de negociar el matrimonio de la infanta Catalina con el heredero de la Corona inglesa, Arturo, príncipe de Gales, hijo primogénito de Enrique VII Tudor. Acompañaban a Puebla Juan de Sepúlveda y Diego de Guevara. Era un proyecto que se encuadraba en los planes políticos y matrimoniales de los Reyes Católicos, deseosos de fundar una alianza sólida con la Monarquía inglesa, si bien había necesariamente de ser un proyecto a largo plazo, por cuanto la infanta, nacida el 16 de diciembre de 1485, tenía sólo dos años de edad.

Los tratos consiguientemente se prolongaron durante tiempo y cristalizaron al fin en el Tratado de Medina del Campo de 27 de marzo de 1489. Si bien sus colegas Sepúlveda y Guevara regresaron a España, Puebla quedó en Londres ostentando carácter de embajador.

Por este cargo y por la inusitadamente larga duración de su misión, es tenido por uno de los primeros embajadores permanentes y residentes españoles en el extranjero, cualidad que le puede ser disputada por el obispo Gonzalo Fernández de Heredia y por Gonzalo de Beteta, ambos en Roma.

En 1489, Puebla recibió de Fernando el Católico instrucciones y poderes para negociar con el rey Jacobo IV de Escocia, a fin de concertar una alianza con aquel reino y convenir una boda del monarca escocés con Juana de Aragón. Ello indujo a algún malentendido, por no tratarse de la infanta Juana (futura reina de Castilla), sino de su hermanastra homónima, hija natural de don Fernando. La boda no se realizó, si bien la alianza persistió.

En el curso de su larga embajada, el doctor González de Puebla se acreditó como un dúctil negociador, que pareció haberse entendido satisfactoriamente con el enrevesado y difícil Enrique VII, en medio del juego de intereses políticos entre ambas Coronas, española e inglesa. Puebla se ganó, sin embargo, mala reputación como hombre demasiado atento a sus propios intereses, con fama, parece que merecida, de tacaño en el gasto y ambicioso de beneficios. Esto le acarreó la enemistad de los mercaderes españoles que hacían sus negocios en Inglaterra, quienes denunciaron los malos servicios de Puebla. También sus colegas el dominico fray Tomás de Matienzo y el comendador Sancho de Londoño informaron de él negativamente a los Reyes.

En Londres habitó en un convento de agustinos y al fin en el barrio del Strand. Se acusaba a Puebla de habitar en una vivienda de ínfima condición y escatimar hasta los gastos de comida, acudiendo con frecuencia, se decía, a la Corte simplemente para ser allí invitado.

Cierto es que el sueldo del embajador (25 ducados mensuales) no le llegaba para mucho y de él incluso se le debían sumas a su muerte.

Más graves acusaciones se han formulado a Puebla como temperamento versátil, capaz de dudosas fidelidades políticas y de atender a la vez cometidos opuestos, en detrimento de la lealtad a sus instrucciones.

Nada de eso impidió que (aunque a veces no se salvara de sus reprimendas) continuase ejerciendo la embajada de Fernando el Católico, lo que, tratándose de Monarca tan cauteloso y cuidadoso de las personas a su servicio, indica no hallarse Puebla, pese a todo, desprovisto de condiciones de embajador útil y sagaz.

En 1492 fue llamado a España, donde se le encomendó una misión diplomática en la Corte de los monarcas de Navarra, Catalina y Juan d’Albret, que desempeñó en 1494.

Posteriormente fue de nuevo enviado a Inglaterra con la misma calidad de embajador, que comenzó a ejercer desde su llegada a Londres a mediados de 1495. Su misión había alcanzado mayores proporciones, por cuanto se le encargó llevase a efecto una importante alianza con Inglaterra, que implicaría no sólo a los monarcas españoles, sino asimismo al rey de romanos Maximiliano de Austria, y al papa Alejandro VI. La confianza que Puebla inspiraba también a éstos determinó el hecho de que ambos le acreditaran como propio embajador, para negociar en su nombre, en 1495 y 1496 (poderes de 15 de noviembre de 1495 y 18 de abril de 1496).

Sin embargo, las sospechas que, como se ha dicho, suscitaba por otra parte la acción de Puebla en Londres, determinaron el envío de otro embajador, Pedro de Ayala, acreditado también en Escocia. Los incompatibles caracteres de ambos y los comprensibles recelos de Puebla, que creía, no sin motivo, ver mermadas su capacidad y sus atribuciones, causaron enconos entre ellos. Lo mismo se produjo cuando los Reyes Católicos mandaron todavía otras embajadas a Londres, en las personas de Gutierre Gómez de Fuensalida, uno de los más capaces y fieles diplomáticos que sirvieron a aquellos Monarcas, y de Hernán Duque de Estrada, en 1500 y 1502, respectivamente. Fuensalida llevaba incluso poderes secretos para, si lo estimaba pertinente, destituir al doctor Puebla de su condición de embajador.

Viuda la princesa Catalina de su esposo el príncipe de Gales, Arturo, se planteó una misión de excepcional importancia, como fue negociar el matrimonio de ésta, con el hermano de Arturo, Enrique (futuro Enrique VIII). Intervino en ello el citado embajador Fuensalida. El matrimonio no se llevó efectivamente a cabo hasta 1508 y fue una relevante pieza en el entramado internacional de alianzas que los Reyes Católicos mantuvieron en Europa, especialmente para aislar diplomáticamente a Francia y contrarrestar lo que ésta pudiera causar de perjuicio a España. En esos años correspondió a Puebla mantener la alianza con Inglaterra, tan deseada por Fernando el Católico.

Puebla parece haber ocasionado tanto quejas como elogios de Enrique VII. Cuando se pensó en el relevo de Puebla, el monarca inglés lo recomendó a don Fernando con encomios, en tanto sugería recompensarle o bien con una mitra en Inglaterra o bien con el matrimonio con alguna rica heredera. Puebla, por su parte había solicitado al Rey una pensión vitalicia, por importe de su sueldo.

Puebla cesó en su embajada el 21 de junio de 1508, por orden de Fernando el Católico, transmitida por Fuensalida. Después de su cese, quedó viviendo en Inglaterra hasta su muerte, acaecida en abril de 1509.

Dejó un hijo, de nombre Gonzalo, que llegó a ser capellán de Carlos V.

Por su reconocida avaricia y sus presuntas duplicidades en el ejercicio de una embajada, cuyas dificultades y aristas es justo reconocer, González de Puebla (el “doctor Rodericus Gundisalvi” para fuentes extranjeras) ha merecido más reproches que elogios en la historiografía, si bien el largo período de sus funciones en Londres, la trascendencia de las tareas que le tocó desempeñar, así como la importancia de su correspondencia autorizan a concederle un puesto relevante en la diplomacia de los Reyes Católicos.

 

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Miguel-Ángel Ochoa Brun

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