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Severino Manzaneda Salinas y Rozas

Biografía

Manzaneda Salinas y Rozas, Severino de. España, c. 1640 – ?, 1702 post. Maestre de campo, caballero de la Orden de Santiago, gobernador y capitán general de la isla de Cuba entre los años 1689 y 1695, presidente de Santo Domingo entre 1695 y 1702.

Se desconocen particularidades de su vida, hasta su pormenorizada actuación como gobernador de Cuba.

Se sabe solamente que entró en la milicia desde muy joven, y que era caballero del hábito de la Orden de Santiago y maestre de campo cuando fue nombrado en sustitución del gobernador Diego de Viana e Hinojosa.

Llegó a La Habana el 30 de octubre de 1689, junto con el oidor Jerónimo de Córdoba, para suspender y encausar al gobernador Viana, y ejercer sus funciones en comisión mientras se sustanciaba la causa. Las denuncias contra Viana aparecían algo inconsistentes, pues eran una acumulación de cargos tales como “haber recibido algunos bultos fuera del registro” o “recibir regalos y agasajos”. El oidor dio principio a los autos y se arrestó a Viana en la ciudad de Trinidad, donde permaneció dos años. No tenía bienes y se le secuestraron sus equipajes y caballos.

Sustanciada la larga pesquisa, se remitió ésta a Sevilla, remitiendo también al encausado Viana a la misma ciudad. Parece que se ignora el fin jurídico que tuvo el juicio de residencia. Lo cierto es que el gobernador Manzaneda quedó al frente de la isla de Cuba hasta 1695.

Hay que señalar las buenas actuaciones del obispo Diego Avelino de Compostela que, casi contrariamente a la costumbre, tuvo una buena identificación con el gobernador, ayudándole éste en todo lo que pudo, que fue mucho. Los quince años de actuación del obispo fueron muy beneficiosos para el desarrollo material y espiritual de la isla de Cuba, pero no es éste el lugar para trazar ni la biografía ni las obras del Prelado. Éstas son algunas actuaciones episcopales en que tuvo, en mayor o menor grado, el apoyo explícito del gobernador: por ejemplo, por aquel entonces La Habana contaba con unos treinta mil habitantes y tenía cuatro parroquias, que como le parecían pocas, el obispo creó dos nuevas parroquias y, gracias a los donativos de los fieles, se alzaron pronto los templos correspondientes a esas nuevas parroquias llamadas del Ángel y del Santo Cristo. Durante el episcopado de Compostela se crearon en toda la isla dieciséis nuevas parroquias. Y en las vegas donde se cultivaba el tabaco se erigieron ermitas para atender a las familias rurales.

El seminario de San Andrés (el embrión de una futura Universidad) se creó por Real Cédula de Carlos II de 8 de junio de 1692, con lo que se dio un impulso a la vida intelectual y docente de La Habana. Y habiendo un solo hospital, el obispo erigió otro distinto que se llamó Hospital de Convalecientes. Todas estas actuaciones episcopales tuvieron el apoyo y la buena coordinación del gobernador, dedicado a la mejora de la isla en sus diversos aspectos, como cuando, de acuerdo obispo y gobernador, repartieron solares a muchas familias en el año 1693, construyendo una iglesia parroquial, el fuerte de San Severino (nombre puesto en honor del gobernador) y planeó nuevas calles, otorgando escudo de armas a la ciudad. Manzanedo no fue el fundador de Matanzas, sí pretendió la fundación de una población en la bahía de Jagua, para lo que remitió un plano, pero el Consejo de Indias desestimó esta propuesta.

En aspectos negativos, “fue turbada esta época por la larga causa que se formó en Santiago por la Audiencia de Santo Domingo, a su gobernador Don Gil de Correoso, y por los desórdenes que acompañaron a la que luego fue a formar a Don Juan de Villalobos, sucesor de Correoso, el díscolo auditor de La Habana don Francisco Manuel de Roa. Todo aquel vecindario, menos el de la cabecera, protestó con las armas en la mano contra las disposiciones del letrado, y tanto Roa como Villalobos, con pocos días de diferencia, fueron enviados a España por disposición del tribunal de Santo Domingo, muriendo ambos en la Península antes que tuviera término su causa” (Pezuela, 1863: 186).

Manzaneda promovió la persecución de los piratas, dando algunas patentes de corso que consiguieron victorias y presas de algunas naves corsarias, e hizo construir en La Habana un nuevo barco longo que actuaba como guardacostas. Mejoró las murallas de La Habana, terraplenándolas, y se aplicó a la reorganización y disciplina de su guarnición, que constaba de setecientos noventa y tres hombres. El ingeniero Juan de Herrera Sotomayor alzó un fortín o castellete de vigía en la caleta de Bacuranao y después pasó a Matanzas para levantar la fortaleza de San Severino, que ya se ha citado.

Muy bien considerada la gobernación de Manzaneda, “que pasaba por sagaz y astuto”, se creyó oportuno destinarlo a Santo Domingo, en donde los españoles hacían dura guerra a los franceses. Nombrado, pues, presidente de Santo Domingo, entregó el mando, el 2 de octubre de 1695, al general de galeones Diego de Córdoba Laso de la Vega y viajó a Santo Domingo.

Muy pocos datos, o casi nada, se poseen sobre su estancia en dicha presidencia, aunque se ha averiguado que sucedió a Gil Correoso Catalán, y permaneció en el cargo hasta 1702, en que entregó el mando a Ignacio Pérez Caro.

Desde esa última fecha se pierde la pista de su vida y se ignoran más detalles.

 

Bibl.: A. de Alcedo, Diccionario Geográfico-Histórico de las Indias Occidentales, ó América [...], vol. I, Madrid, Benito Cano, 1786, pág. 703; J. de la Pezuela, Diccionario Geográfico, Estadístico, Histórico, de la Isla de Cuba, vols. I y III, Madrid, Imprenta del Est. de Mellado, 1863, pág. 186 [de la Introducción] y pág. 588, respect.; J. de la Pezuela, Historia de la Isla de Cuba, vol. II, Madrid, Imprenta de Bailly-Bailliere, 1869, págs. 213-231; F. Calcagno, Diccionario Biográfico Cubano, New York, Imprenta y Librería de N. Ponce de León, 1878, pág. 402; VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, vol. XVI, Madrid, Espasa Calpe, 1913, págs. 830-831; P. J. Guiteras, Historia de la Isla de Cuba, vol. II, Habana, Cultural, 1928 (2.ª ed.), págs. 106-108; E. S. Santovenia, Historia de Cuba, vol. II, La Habana, Editorial Trópico, 1943, págs. 193, 241, 263, 272, 277, 299 y 311- 313; Historia de la Nación Cubana, vol. I, La Habana, Editorial Historia de la Nación Cubana, 1952, págs. 109 y 139; F. Portuondo, Historia de Cuba: 1492-1898, La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1965, pág. 171; C. Márquez Sterling, Historia de Cuba, Madrid, Las Américas Publishing Company, 1969, pág. 57; VV. AA., La Enciclopedia de Cuba, vol. IV, San Juan-Madrid, Enciclopedia y Clásicos Cubanos, 1974, págs. 137, 144, 146, 154 y 158.

 

Fernando Rodríguez de la Torre