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Gaspar Ruiz de Pereda (o de Peralta)

Biografía

Ruiz de Pereda [o de Peralta], Gaspar. Medina de Pomar (Burgos), s. m. s. XVI – Madrid, 1617 post.

Caballero de la Orden de Santiago, capitán de la Marina de Guerra, gobernador y capitán general de la isla de Cuba, entre los años 1608 a 1616.

Solamente se sabe que sirvió en la Marina de Guerra española, sin conocer el grado, aunque, como fue nombrado por sus méritos, éste debió ser alto, algo así como general de galeones. Además, era caballero de la Orden de Santiago.

Tomo posesión de su cargo en La Habana el 16 de junio de 1608, siendo el primer gobernador al que se nombraba, conjuntamente, capitán general de la isla (aunque el cargo se había hecho de una forma añadida en un antecesor: Gabriel de Luján), relevando a Pedro de Valdés. Parece que el primer suceso importante de su gobernación fue el del transporte del cobre de Santiago a La Habana, por medio de “dos navichuelas muy bien puestas”, al mando del capitán Francisco Sánchez de Moya, pues los productores, por miedo a los piratas, no osaban remitir partidas de cobre a la capital. No solamente se trasladó el cobre, sino que topando, efectivamente, con dos naves corsarios, apresaron a una y ahorcaron a todos los piratas.

La posibilidad de ampliar la exportación del cobre dio origen a un crecimiento de las minas y en un paraje próximo a la exploración empezó a formarse un núcleo habitado por los trabajadores, que fue el origen de lo que hoy es la villa del Cobre.

La gobernación civil de Santiago, comenzada por Real Cédula de 8 de octubre de 1607, dio origen a continuos problemas de rivalidades y competencias, como el surgido por el primer gobernador de ella, Juan de Villaverde Ozeta, que se fueron prolongando, más o menos virulentamente, hasta el siglo XIX. De otro lado, por Real Cédula de 1 de noviembre de 1607 se decretó la expulsión de la isla de los extranjeros que la habitaban y que, por tolerancia de los gobernadores, de los generales de las flotas, o por necesidad de sus industrias, habían ido a residir en ella.

Ruiz de Pereda la acató y cumplimentó, pero en carta al Rey le decía: “He ido enviando a España á cuantos e podido aver pero no por esto se remedia” (23 de noviembre de 1609). Y le daba cuenta de las dificultades inherentes al caso.

Quiso el Consejo de Indias que se intentara hacer un censo estadístico de la población. A pesar de los buenos deseos y del celo del gobernador, los resultados fueron mediocres, resultando que el pretendido censo fue una aproximación o conjetura a la realidad.

Se reconocían unos veinte mil habitantes en la isla, de los que vivían en La Habana unos ocho mil; en Bayamo unos tres mil; y más o menos un millar en cada una de las ciudades de Santiago, Trinidad, Santi- Spiritus, Puerto-Príncipe y San Juan de los Remedios; unos cientos en Baracoa (este fue el primer pueblo fundado en la isla, y en el siglo XVII era una ruin aldea); completaban la población algunos ranchos de pescadores, cuyos habitantes vivían en chozas: Matanzas, Batabanó, Bahía-Honda y el Mariel. En toda la isla había seis conventos: San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, en La Habana, el de la Merced en Trinidad, y dos de franciscanos: en Santiago y en Bayamo.

Sobre la cuestión religiosa, las relaciones con el conciliador obispo Cabezas no dieron el menor problema.

Pero no duró esta armonía en Cuba entre los poderes temporal y espiritual, pues trasladado Cabezas a Guatemala, fue reemplazado en La Habana por el carmelita Alonso Henríquez de Armendáriz, sevillano, como su antecesor, recibido solemnemente el 7 de febrero de 1612. Era Henríquez culto y literato, pero de índole irascible y recia y con el prurito de querer mandar sin límites. Con motivo de renovar sus memoriales a la Audiencia para trasladar la Catedral de Cuba de Santiago a La Habana se provocó el primer incidente. El propósito era razonable: Santiago tenía muy escasa población, era propensa a temblores de tierra y expuesta más a los ataques piratas. Pero la unión de las dos autoridades, civil y eclesiástica, cada una con sus Cabildos, propendía al riesgo de roces, las más de las veces por nimiedades que se magnificaban, creando auténticos problemas. Y pronto los hubo. El prelado desalojó en público, en un solemne acto en el templo, a gobernador y regidores, para que ocuparan los mejores asientos sus canónigos y clérigos.

Así comenzó un período absurdo de choques inauditos.

El 2 de febrero de 1614 apareció fijado en las puertas de las iglesias un decreto de excomunión contra Pereda y todo el pueblo (“cessatio a divinis... et participantibus”). Se cerraba no sólo al gobernador sino a todos sus gobernados el acceso a los templos, se negaba la admisión de los sacramentos y hasta el entierro en lugar sagrado de los cadáveres. Se trataba a una población católica como a una de herejes. Y no contento con ese disparate, el obispo mandó apedrear la casa del gobernador, como Pereda contó al Rey: “Los clérigos vinieron á mi cassa con cruz cubierta y la apedrearon”. Terció el arzobispo metropolitano, solucionando el conflicto, pero sin imponer correctivo alguno al obispo Armendáriz.

La gobernación de Ruiz de Pereda se prolongó más de los cinco años prescritos en las Leyes de Indias, por constantes peticiones de los vecinos. Y es que Ruiz de Pereda dio las cuentas exactas de la inversión de los fondos públicos, continuó rematando la obra de los castillos del Morro y de la Punta, trató con extrema dureza a cuantos piratas cayeron en sus manos, mandándolos al patíbulo por sus constantes crímenes contra los españoles.

Ruiz de Pereda permaneció en el mando hasta el 7 de septiembre de de 1616 en que fue reemplazado por Sancho de Alquiza, ascendido desde su puesto de gobernador de Venezuela. Ruiz de Pereda se dirigió a Madrid, después de salir absuelto del juicio de residencia que le tomó su sucesor.

Una vez en Madrid se ignoran otras circunstancias de la vida de Gaspar Ruiz de Pereda, por lo que puede conjeturarse que fallecería poco después.

 

Obras de ~: “Carta del Gobernador Gaspar Ruiz de Pereda a Felipe II, 20 de Diciembre de 1612”, ms. en Archivo General de Indias, Santo Domingo, leg. 100 (publicado en C. García del Pino y A. Melis Cappa, Documentos para la historia colonial de Cuba [...], La Habana, Edttorial de Ciencias sociales, 1988, doc. XXI, págs. 125-126).

 

Bibl.: A. de Alcedo, Diccionario Geográfico-Histórico de las Indias Occidentales, ó América [...], vol. I, Madrid, Benito Cano, 1786, pág. 702; J. de la Pezuela, Diccionario Geográfico, Estadístico, Histórico, de la Isla de Cuba, vol. I, Madrid, Imprenta del Est. de Mellado, 1863, pág. 178 [de la Introducción], vol. IV, Madrid, Imprenta del Banco Industrial y Mercantil, 1866, pág. 359; J. de la Pezuela, Historia de la Isla de Cuba, vol. II, Madrid, C. Bailly-Bailliere, 1868, págs. 5-15; F. Calcagno, Diccionario Biográfico Cubano, New York, Imprenta y Librería de N. Ponce de León, 1878, pág. 493; VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana [...], vol. XVI, Madrid, Espasa Calpe, 1913, pág. 829; P. J. Guiteras, Historia de la Isla de Cuba, vol. II, La Habana, Cultural, 1928 (2.ª ed.), pág. 94; A. Morell de Santa Cruz, Historia de la Isla y Catedral de Cuba, La Habana, Academia de la Historia, 1929, págs. 201-222; E. S. Santovenia, Historia de Cuba, vol. II, La Habana, Ed. Trópico, 1943, págs. 171- 172, 227, 257, 284, 298 y 302; Historia de la Nación Cubana, vol. I, La Habana, Ed. Historia de la Nación Cubana, 1952, págs. 102-103; C. Márquez Sterling, Historia de Cuba [...], Madrid, Las Américas Publishing Company, 1969, pág. 48; R. Guerra, Manual de Historia de Cuba [...], La Habana, Ed. de Ciencias Sociales, 1971, págs. 102-103 y 123; N. Silverio- Sáinz, Cuba y la Casa de Austria, Miami, Ed. Universal, 1971, págs. 253-255 y 258.

 

Fernando Rodríguez de la Torre

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