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Vicente Benigno Carrión de Luna

Biografía

Carrión de Luna, Vicente Benigno. Pablo de Má­laga. Málaga, 13.II.1798 – Fajardo (Puerto Rico), 29.XI.1871. Capuchino (OFMCap.), misionero y obispo de Puerto Rico.

Nació en Málaga el 13 de febrero de 1798, en el seno de una familia acomodada, y fue bautizado con los nombres de Vicente Benigno Luis María de los Dolores. Sus padres eran José Carrión y María de Luna. Cuando cuenta sólo cinco años, fallece su pa­dre y, dos años más tarde, muere también su madre. Como huérfano, ingresa en Sevilla en el Real Colegio de San Telmo, vistiendo el traje de marino, para así seguir la trayectoria familiar. A la edad de ocho años recibe el sacramento de la confirmación, era el 6 de mayo de 1806. Poco a poco, descubre que su voca­ción no está en la vida militar, sino en la vida reli­giosa, y cambia el colegio militar por el convento de los Capuchinos, que conoció en la misma ciudad de Sevilla.

Ingresa en el noviciado que los capuchinos de An­dalucía tenían en Sevilla el 5 de octubre de 1816, y emite su profesión religiosa un año más tarde, el 6 de octubre. Es éste el momento en que cambia su nom­bre de bautismo por el nuevo de religioso, pasando a llamarse fray Pablo de Málaga. Concluida la etapa de formación carismática propia, se traslada al convento capuchino de Granada para comenzar los estudios filosófico-teológicos, que tenían como horizonte la or­denación sacerdotal. Desde los primeros momentos se distingue el nuevo estudiante por su gran capaci­dad intelectual, por lo que incluso antes de su orde­nación sacerdotal será ya elegido como profesor e incluso como orador.

Siendo todavía muy joven, fray Manuel María de Sanlúcar, obispo auxiliar de Santiago de Compos­tela, lo elige como su confesor personal, lo que da cuenta del concepto que de él se tenía en los ámbitos de su propia institución, ya que monseñor Sanlúcar, al igual que fray Rafael de Vélez-Málaga, obispo de Santiago de Compostela, era también miembro de la Orden de los Capuchinos e hijos de la misma provin­cia andaluza.

En 1834 es elegido maestro de novicios en el con­vento de Sevilla, tarea y responsabilidad en la que se mantiene hasta los días de la exclaustración. Ante tal circunstancia y viendo la imposibilidad de seguir ejer­ciendo el ministerio sacerdotal en las tierras de Anda­lucía, decide abandonar la Península y trasladarse a Puerto Rico, donde se entrega de lleno a su ministerio sacerdotal. Durante esta etapa de su vida, sus horas se dedican fundamentalmente al púlpito y al confesio­nario, tareas propias y características de un capuchino de la época. Después de algún tiempo en aquellas tierras, cuando ya su figura era conocida, el obispo de Puerto Rico, Gil Estévez y Tomás, lo nombró rector del Seminario Conciliar. El acierto fue grande, puesto que el padre Pablo no sólo se preocupó de cuidar una buena edu­cación religiosa y científica para los seminaristas que le habían sido encomendados, sino que emprendió grandes reformas materiales en el edificio del semina­rio, logrando incluso del Gobierno español una serie de privilegios para dicha institución docente.

Aunque su gestión es muy eficaz, el padre Pablo pa­rece buscar un ámbito más sencillo que le permitiese un contacto mayor con el pueblo; por lo mismo, fre­cuentemente solicita al obispo que le envíe como pá­rroco al pueblo de Vieques, lo que logrará finalmente. Allí se dedica a la cura de almas y a la atención de aquellas sencillas gentes. Cuando se encontraba ejer­ciendo este ministerio, recibe del padre Claret el en­cargo pontificio de poner remedio a las disidencias que existían en la Iglesia de Puerto Rico, y que poco a poco se irán disipando gracias a su talante concilia­dor y prudente.

A los sesenta años logra licencia para regresar a Es­paña con la intención de pasar sus últimos años vi­viendo una vida más tranquila y retirada en el con­vento que los capuchinos tenían en el monte de El Pardo, pero en ese momento monseñor Gil Estévez, por motivos de salud, presenta su dimisión a la sede episcopal de Puerto Rico, al mismo tiempo que pro­ponía para dicho puesto al padre Málaga. Sin dilación, la reina Isabel II, haciendo caso omiso a las resisten­cias del capuchino que recurre al padre Claret, al presidente del Consejo de Ministros y al propio nuncio, lo nombra obispo de Puerto Rico el 21 de diciembre de 1857, y es consagrado el 7 de marzo de 1858 en la Capilla Real de Palacio, en Madrid.

Inmediatamente regresa a Puerto Rico y se dedica por entero a las necesidades de aquella vasta diócesis. El 1 de mayo introduce la vida común en los conven­tos de religiosas de la isla. El 2 de mayo de 1858 ad­mite en la diócesis a la Compañía de Jesús la atención del seminario. Para el 30 de enero del siguiente año logra una real orden por la que son autorizadas las conferencias de san Vicente de Paúl en la isla. El 10 de diciembre de 1863 recibe a las Hermanas de la Cari­dad de Santa Ana, a las que encarga la asistencia de los enfermos, huérfanos y desvalidos. En agosto de 1865 concluye la construcción de un hospicio sufragado por él mismo, destinado a la educación de la infancia.

Su dedicación al ministerio tiene como logros con­cretos el haber visitado tres veces toda su diócesis, al mismo tiempo que iba escribiendo un gran número de cartas pastorales. Las visitas no eran simplemente eso, sino también ocasiones propicias para abrir misiones en las que personalmente reparte limosnas y muestra al pueblo su vida sencilla, tanto en su porte externo como en otras cuestiones.

Encontrándose muy delicado de salud, se traslada a la Península con idea de recuperarse y poder lograr la restauración de la Orden capuchina en España. Así, después de vencer un gran número de dificultades lo­gra que el rey Francisco de Asís permita regresar a los capuchinos, que entran en el convento de El Pardo el 18 de mayo de 1867, y queda instalada la comuni­dad el 15 de agosto de ese mismo año. Conseguido este hito, se traslada a Loja con la intención de abrir otro convento de la Orden, pero cuando se encuentra dando los pasos oportunos se desata la Revolución de septiembre de 1868 que obliga a los religiosos a abandonar el sitio de El Pardo el 3 de octubre, y el convento de Loja el 6 de octubre. Ante las dificulta­des para poder regresar a una pacífica vida claustral, retorna a su diócesis, donde a los pocos meses es con­vocado al Concilio Vaticano I. El 22 de septiembre de 1869 sale para Roma, donde toma parte activa en los trabajos conciliares. Debido a la suspensión del concilio regresa a Puerto Rico, pasando por última vez por su España natal.

A pesar de su avanzada edad, en 1871, cuando con­taba setenta y cuatro años, se decidió a visitar por ter­cera vez la diócesis. Estaba precisamente desempe­ñando esa tarea cuando el 29 de noviembre de 1871, le llegó de manera trágica la muerte. Al salir del pue­blo de Fajardo para continuar la visita en el de Luqui­llo, se desbocaron los caballos que arrastraban el coche y éste se precipitó por una pronunciada pendiente. El obispo salió despedido fuera del coche y quedó mal­herido del golpe; Murió algunas horas más tarde.

De su vida intelectual conviene recoger algunos lo­gros: fue académico de número de la Real Academia de Buenas Letras, socio de mérito de los Amigos del País, subdelegado castrense del Consejo de Su Majes­tad y caballero de la Gran Cruz de Isabel la Católica.

 

Obras de ~: Carta pastoral que el Sr. Fray Pablo Benigno Carrión de Málaga, Obispo de Puerto Rico dirige a los fieles de su diócesis, Puerto Rico, Estudio Tipográfico de Ignacio Guasp, 1861.

 

Bibl.: C. de Monreal, “Fr. Pablo Benigno Carrión de Má­laga, Obispo de Puerto Rico”, en El Adalid Seráfico, 2 (1901), págs. 315-318; R. Ritzler y P. Sefrin, Hierarchia Catholica Medii et Recentioris Aevi, Patavii, Il Messaggero di San Anto­nio, 1978, pág. 464.

 

Miguel Anxo Pena González, OFMCap.

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