Cardaveraz, Agustín de. Hernani (Guipúzcoa), 28.XII.1703 – Castel San Giovanni, Bolonia (Italia), 18.X.1770. Jesuita (SI) expulso, misionero popular y escritor.
El primer biógrafo de Cardaveraz fue su director espiritual, Pedro Calatayud, quien escribió un compendio de su vida en el que asegura “no haber tratado persona de más sublime espíritu que la de Cardaveraz, cuyas virtudes morales y teologales, a su parecer, eran heroicas”. Desde entonces todos los biógrafos no han podido evitar el tono hagiográfico al tratar a este eminente jesuita vascólogo. El padre Julián Fonseca escribió un Compendio de la vida del padre Cardaveraz, “por encargo del célebre padre Francisco Javier de Idiáquez” (el Compendio original consta de dos partes: su vida y sus virtudes, pero el libro publicado sólo abarca la primera parte, su vida), del que se sirvió su contemporáneo y jesuita Juan Andrés Navarrete para redactar el décimo de los ex jesuitas biografiados en su De viris illustribus (vol. I, Bolonia, 1793), fuente fundamental de Hervás. En Loyola (Escritos de jesuitas del siglo XVIII) hay diversos documentos y estudios de Cardaveraz, además de la “documentación relativa a una posible causa de beatificación”.
Con no poca admiración, el vascófilo Hervás narra los años anteriores al ingreso de Cardaveraz en la compañía: “Nació de noble e ilustre familia descendiente de Navarra, estudió la latinidad y, siendo de 13 años, la Virgen Santísima María, con aparición sensible, le favoreció e inspiró entrar en la Compañía de Jesús, en la que hasta el 20 de agosto de 1721 no consiguió la licencia paterna de entrar. La Santísima Virgen favoreció al niño Cardaveraz por haber hecho, en honor suyo, al Señor voto de perpetua virginidad, y desde el momento en que hizo este voto empezó a crecer en virtud y en gracia. Ayunaba todos los viernes y sábados de cada semana, y en ésta, a lo más una vez recibía el Sacramento Eucarístico. Estudió la filosofía en Pamplona y la jurisprudencia en Valladolid, en donde, por director de su conciencia, tuvo al espiritual jesuita Francisco Alvarado”.
Después de estudiar en los colegios jesuitas de San Sebastián y Pamplona, cursó Leyes (1720-1721) en la Universidad de Valladolid. En efecto, ingresó el 20 de agosto de 1721 en el noviciado de Valladolid (España) y, tenido el noviciado en Villagarcía, hizo la Filosofía (1723-1726) en Palencia, la Teología (1726-1730) en el colegio San Ambrosio de Valladolid, donde fue ordenado de sacerdote el 26 de diciembre de 1729, y la tercera probación (1730-1731) en el colegio San Ignacio de la misma ciudad.
Enseñó Gramática en el Colegio San Andrés de Bilbao (1731-1734) y Filosofía en el de la Anunciada de Pamplona (1734-1735), juntando en ambos sitios la docencia con el ministerio pastoral. Su salud se resintió y, tras un tiempo de recuperación en Hernani (verano de 1735) por consejo médico, se le envió a la residencia de Azcoitia (Guipúzcoa), donde pasó un año de terribles desamparos interiores, que repercutieron en su quebrantada salud. En 1736 lo destinaron a Loyola, donde hizo los últimos votos el 2 de febrero de 1739 y permaneció (menos el período 1739-1741) hasta la expulsión de la Compañía (1767), los primeros casi veinte años, dando misiones por las poblaciones del País Vasco, y sus últimos doce años, centrado en escribir y dar ejercicios espirituales.
No cesó de promover la devoción al Corazón de Jesús entre el pueblo y con su correspondencia epistolar con Bernardo Francisco de Hoyos (1711-1735), Juan de Loyola (1686-1762) y Pedro de Calatayud (1689-1773), en especial. En las misiones predicaba, sobre todo, las verdades eternas; arrastraba con su celo, que se mostraba irreprimible en especial en el acto de contrición público. Los pueblos quedaban transformados, renovada la frecuencia de los sacramentos y pacificadas las discordias. Como fruto, y para encauzar la perseverancia, solía dejar fundadas cofradías del Sagrado Corazón de Jesús, con un reglamento particular, en que los fieles se comprometían a ciertas prácticas cristianas y a actos concretos de devoción.
Desde 1755 se intensificaron sus padecimientos físicos con fuertes dolores de cabeza y reumas agudos. Retirado en Loyola, daba ejercicios espirituales, siendo prácticamente el fundador de su amplia Casa de Ejercicios, y atendía a las confesiones y dirección espiritual. A veces se sentía invadido de amarguras, tedio y repugnancias interiores, alternadas de repente con luz, paz y gozos inefables.
Aceptó sereno el golpe de la expulsión, afrontando, débil y enflaquecido, las duras condiciones del exilio. El 3 de abril de 1767 salió con sus hermanos de Loyola y, tras pasar veintisiete días de prisión en San Sebastián, y ochenta y uno de viaje por mar, llegó a Calvi (Córcega), sin alojamiento ni víveres, el 18 de julio, donde permaneció durante un año. Al llegar a Génova, en septiembre de 1768 y permitírseles entrar, llevaron a Cardaveraz para ser curado en la casa de la compañía. En todo este tiempo animaba a todos a confiar en Dios. Finalmente, vía Pisa y Florencia, llegó a su último destino, Castel San Giovanni, en el boloñés. Enterrado en la cripta de la parroquia, el 20 de febrero de 1794 los restos del padre Cardaveraz fueron trasladados desde la cripta al altar de San Francisco Javier, al lado del Evangelio de dicha parroquia. En mayo de 1908 viajaron desde Bolonia hasta el santuario de Loyola, donde permanecen junto con muchos de sus escritos.
Hervás resume los tres años vividos en el destierro: “Coronó su apostolado viniendo a Córcega y a los Estados Eclesiásticos, en que vivió muerto al mundo y vivo solamente a Dios. Pasó alegre y gozoso a los eternos reposos a 18 de octubre 1770 en la aldea llamada San Juan, de la diócesis de Bolonia, y está sepultado en su iglesia colegial en urna cerrada con dos llaves, de las que una se dio al arcipreste de la dicha iglesia y la otra, enviada a Bolonia, se entregó a Lorenzo Uriarte [1712-1778], provincial entonces de los jesuitas de la que fue provincia de Castilla”. Luengo dice que “en su cadáver se tomó la precaución de enterrarle con caja y en particular sitio”. Lo define como “misionero celosísimo en las provincias de Cantabria y de una virtud muy singular” (Diario, t. XXVII, año 1793, págs. 457-463).
Las cartas y cuentas de conciencia autógrafas de Cardaveraz, conservadas en Loyola, son importantes para la historia de la mística. Por ellas se conocen de primera mano las muchas gracias celestiales recibidas desde que entró en la Compañía, así como su estrecha relación con los principales promotores de la devoción al Corazón de Jesús en la España de la primera mitad del siglo XVIII.
Conoció al padre Loyola en el noviciado cuando éste era socio del maestro de novicios, quien, siendo rector al mismo tiempo, le dejaba en gran parte el cargo de maestro a Loyola. Ya desde entonces, Cardaveraz se sentía movido a devoción al Corazón de Jesús y, de modo más especial, durante su teología en Valladolid, cuando Loyola le puso en contacto con Pedro Calatayud, entonces profesor de Sagrada Escritura, para que le consultara sobre su espíritu. Cardaveraz influiría en la dedicación del padre Calatayud a las misiones populares y en sus actividades en favor de la devoción al Sagrado Corazón. Loyola le confió (desde 1726) al novicio Hoyos, para que lo guiara en los favores extraordinarios que recibía en la oración y, desde 1728, él mismo se dirigía con Cardaveraz.
Desde primero de Teología empezó a celebrar en privado la fiesta del Sagrado Corazón, probablemente por el conocimiento tenido entonces de las revelaciones de Paray-le-Monial (Francia), a través del libro de Joseph de Gallifet (1663-1749), De cultu Sacratissimi Cordis [...], publicado ese año en Roma (1726). En la espiritualidad de Cardaveraz tuvo gran relieve el sentimiento del pecado como ofensa a la misericordia divina, que, con particular fuerza infusa, le inflamaba de celo por la gloria de Dios en su apostolado y le impulsaba a ofrecer su propia vida como acto victimal.
Se le considera, cronológicamente, el primer apóstol del Corazón de Jesús en España, según la línea de culto iniciada por santa Margarita María de Alacoque (1647-1690) unos sesenta años antes. Su sermón del Sagrado Corazón en Bilbao (11 de junio de 1733) fue el primero predicado en España sobre este tema. Su intensa vida mística le confirmó siempre en la vocación apostólica.
Como valoración de sus contemporáneos valga la que dejó escrita Hervás: “El jesuita Cardaveraz era una de aquellas personas santas que parece haber escogido el Señor para difundir sus gracias. La inocencia de su vida fue singularísima, pues en toda ésta no perdió la gracia bautismal según el juicio de sus directores, entre los que el apostólico varón Pedro Calatayud lo fue por cuarenta años. Cardaveraz fue de pureza angélica, invencible en su paciencia y mortificación; como insensible en sus graves enfermedades y trabajos de celo y caridad ardentísima por la salvación de los prójimos: siempre afable y siempre humilde. Desde su niñez recibió singulares favores celestiales, que le fueron continuos por toda su vida. Después que los superiores le concedieron emplearse en el ministerio evangélico, toda su vida fue meditación, lección, o escritura de cosas sagradas y ministerio apostólico, en que mereció ser llamado Apóstol de Cantabria. En las misiones evangélicas se empleó hasta que su salud se lo permitió, y después se retiró a Loyola, en donde se ocupó dando a toda clase de personas los ejercicios espirituales de San Ignacio”.
La obra literaria de Cardaveraz está íntimamente ligada a su actividad misionera entre los vascos, pues, “consagrado a los ministerios apostólicos en Cantabria, en el idioma de ésta, llamado comúnmente bascuence, escribió muchas obras espirituales, de las que algunas se publicaron en Pamplona”, según Hervás, quien reseña siete obras (“de las que tengo noticia y que pongo con título en lengua española”), concluyendo que “imprimió otros opúsculos devotos y escribió en vascuence la Vida de S. Ignacio de Loyola, la cual, aprobada para la impresión, quedó el 1767 depositada en la Secretaría del Supremo Consejo de Navarra”.
En Loyola (Escritos de jesuitas del siglo XVIII, cajas 30-32) se conservan, además de sus obras en castellano, las otras que compuso en euskera, lo que le dio un puesto de relevancia en la historia de esta lengua. Escribió sobre las reglas gramaticales del vascuence y, ante todo, devocionarios y hagiografías (sobre Isidro Labrador y su esposa, Luis Gonzaga y Estanislao Kostka), así como obras de espiritualidad, muy divulgadas, como los Ejercicios ignacianos con sus consideraciones y afectos, manuales de adoctrinamiento (Catecismo cristiano del jesuita Gaspar Astete, traducido en Bascuence) y de las prácticas cotidianas del cristiano, y para aprender y ayudar a bien morir (Método de ayudar a bien morir), y sobre el sacrificio de la misa y la sagrada comunión. Como seguidor del padre Larramendi, tuvo el mérito de introducir el uso sistemático del euskera en sus “predicaciones de pluma”, contribuyendo sobremanera a su difusión y revaloración, a pesar de que algunos puristas le achacan el ser poco depurado porque no desdeñaba el uso de voces románicas en sus trabajos.
Obras de ~: Christauaren Vicitza (Vida del cristiano), adapt. de J. Dutari, Pamplona, 1744; Aita San Ignacioren Egercicioen gañean affectoac beren egemplo, ta dotrinaquin: edo Egeercicoen II en Partea. Jaincoaren Ministro Celosoai Jesus en Compañaco Aita Augustin Cardaberazec aqueñteca, ta dedicatcendiena (Ejercicios con sus consideraciones y afectos), Pamplona, 1761; Vallisolet. Positio super virtutibus S.D. Bernardi F. de Hoyos (Cartas a J. de Loyola), ed. de P. de Calatayud y B. F. de Hoyos, Roma, 1961, págs. 142-328; Eusqueraren Berri onac, eta ondo escribitzco [...] Erreglak (Las buenas nuevas del vascuence y sus reglas para bien escribir), Pamplona, 1761; Ondo iltzen icasteco ejerciociac (Ejercicios para bien morir), Pamplona, 1762; Jesus, Maria, ta Joseren Devocioa, Pamplona, 1763; Jvstven Ispillv Argvia (El espejo luminoso de los justos), Pamplona, 1764; Senar emazte santuac Necazari ezcondu, ta beste guciac, lurrean ceruco bicitza eguiteco ispillu eder biciac. S. Isidro achurlari, ta bere emazte Santa Mariaren bicitza, virtuteac, ata milagroac. Valmedianoco Marquesa Andre D.ª Maria Micaela Idiaquez, Xavier ta Loyola chotez ilustreari, etc. (Los santos marido y mujer, San Isidro y Santa María), Pamplona, 1766; Escu Liburua, cenean dauden Cristibaren eguneroco ejercicioac (Manual de los ejercicios cotidianos del cristiano), Tolosa, 1832; Euskl lan guziak (Obras completas euskéricas), Bilbao, 1973-1974 (eds. facs.), 2 vols.; “Escritos espirituales”, ed. de J. R. Eguillor, en Manresa, 53 y 54 (1981 y 1982), págs. 321-326; y 269-277 y 367-374, respect.
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Antonio Astorgano Abajo