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Juan Martínez de Rozas

Biografía

Martínez de Rozas, Juan. Mendoza (Chile), 1759 – V.1813. Estadista, político y abogado.

En el tiempo de su nacimiento, la provincia de Cuyo, de la que formaba parte la ciudad de Mendoza, pertenecía a la Capitanía General de Chile. Fueron sus padres Juan Martínez de Soto y Rozas y María Prudencia Correa y Villegas. Cursó Latín, Filosofía y Teología Escolásticas en el colegio de Monserrat de Córdoba del Tucumán. Estaba interesado en dedicarse a la jurisprudencia, pero como en Córdoba no existían los estudios correspondientes, fue enviado por sus progenitores a Santiago de Chile (1780), para que siguiera los cursos de Leyes en la Universidad de San Felipe. En 1784 obtuvo el título de abogado otorgado por la Real Audiencia y en 1786 se le concedió el grado de doctor en Derecho Civil y Canónico.

Durante este mismo tiempo desempeñó en el Colegio Real de San Carlos o Colegio Carolino las cátedras de Filosofía y de Leyes, que logró por oposición; la primera de estas cátedras, incluía Nociones de Física que impartía en latín. Sus maestros lo apreciaban como uno de los discípulos más brillantes de la Universidad de San Felipe y sus alumnos lo distinguieron como el profesor más preparado del Colegio Carolino.

En su formación intelectual influyeron las obras de los clásicos griegos y latinos y de los filósofos de la Ilustración, principalmente Montesquieu y Rousseau, que podía leer directamente por sus conocimientos del latín y del francés.

En 1787, al establecerse en Chile el régimen de intendencias, el brigadier Ambrosio O’Higgins asumió la de Concepción, confiando al doctor Rozas el cargo de asesor letrado. En este desempeño y como intendente interino, cargo este último que ejerció por más de un año, combatió al bandidaje que asolaba los campos de la región; inspeccionó todos los fuertes de la frontera araucana; cegó pantanos y lagunas que rodeaban a la ciudad de Concepción, causando una humedad difícil de soportar; regularizó el trazado de sus calles y se preocupó de mejorar los caminos, frecuentemente cortados y prácticamente intransitables durante los meses de invierno. Por todos estos servicios se le premió con el nombramiento de teniente coronel comandante de Caballería de milicias. En 1795 contrajo matrimonio con María de las Nieves Urrutia, perteneciente a una familia principal de Concepción.

De esta unión nacieron ocho hijos.

Al año siguiente de su boda se trasladó a Santiago para servir como asesor letrado de la Capitanía General en forma interina, cargo que ocupó por más de tres años. Regresó a Concepción en 1800 reasumiendo la asesoría letrada de esa intendencia. Sin embargo, durante su ausencia el intendente Luis de Álava había nombrado en su reemplazo al abogado Ignacio Godoy Videla, a quien quería mantener en ese puesto. Para ello determinó separar de sus funciones al doctor Rozas, apoyando la medida en la vinculación de éste con la familia Urrutia, cuya cabeza era el comerciante José de Urrutia y Mendiburu, padre de la esposa de Rozas, y quien era “el vecino más acaudalado de todo este reino, quien tiene abrazados los principales intereses del comercio de todo este pobre país, de modo que apenas habrá asunto de entidad en el juzgado en que directa o indirectamente no se halle interesado este sujeto y consiguientemente implicado su yerno asesor”, según lo expresó el intendente en oficio reservado al ministro de Gracia y Justicia. La determinación fue lamentada y resistida por el vecindario de Concepción, que reconocía a Martínez de Rozas su eficiencia administrativa y su valor intelectual. Sesenta vecinos firmaron una declaración pública en su favor; el obispo de la diócesis, Tomás de Roa y Alarcón, y el Cabildo elevaron representaciones en el mismo sentido. Sólo en 1805 se hizo efectiva su cesación en las funciones de asesor letrado.

Permaneció en Concepción manteniendo su influjo social; una sólida posición económica, sustentada principalmente en la fortuna hereditaria de su esposa; y su prestigio cultural que causaba admiración, especialmente entre los jóvenes, y que se expresaba en los apodos de “maestro”, “San Agustín” y “Santo Doctor”.

En el tiempo que duró su retiro de los empleos públicos, profundizó en el estudio de las ideas de la Ilustración que contribuyeron a formar la base teórica de la independencia hispanoamericana. Martínez de Rozas es considerado gestor principal de los inicios del proceso emancipador chileno. Años después al informar al Rey sobre las causas de la revolución independentista en Chile, las autoridades españolas destacaban como un factor importante la propaganda de las nuevas ideas que hacía el doctor Rozas entre los jóvenes.

En 1808 volvió a la vida pública. Al morir en los comienzos de ese año el gobernador Luis Muñoz de Guzmán, se presentó el problema de su sucesión. Dos años antes, una Real Orden había dispuesto que en los casos de muerte, ausencia o enfermedad del titular, el gobierno interino correspondía al militar de más alta graduación. La Real Audiencia dio una particular interpretación a esta disposición, procediendo a nombrar en el mando interino al regente de la misma Audiencia, Juan Rodríguez Ballesteros, a cuyo afecto adujo que en Santiago, la sede de gobierno, no había un oficial que tuviera al menos el grado de coronel, como lo exigía la citada disposición. El Cabildo de Santiago reconoció la designación hecha por la Audiencia.

Sin embargo, en Concepción estaban dos oficiales que cumplían con el requisito, los brigadieres Pedro Quijada y Francisco Antonio García Carrasco.

Quijada, gravemente enfermo, no podía asumir. En esa circunstancia Martínez de Rozas abogó por el derecho irrefutable que asistía a García Carrasco para ocupar el mando de la capitanía general, lo cual fue apoyado por una Junta de Guerra formada por los oficiales de Concepción. La Audiencia tuvo que aceptar al nuevo gobernador, quien llevó al doctor Rozas como su asesor privado. Éste esperaba ejercer el gobierno efectivo, por la escasa experiencia política de García Carrasco, su carácter indeciso y su carencia de ascendiente social.

Una de las primeras determinaciones del gobernador, en la que fue asesorado por Rozas, fue la de aumentar el número de miembros del cabildo de Santiago, con doce regidores auxiliares. Tal ampliación obedecía al propósito de recoger en el seno de la corporación opiniones informadas y proposiciones en materias políticas y frente a los sucesos que amenazaban la tranquilidad del reino; entre estos asuntos debían tratarse medidas preventivas para evitar alguna invasión extranjera y para socorrer a Buenos Aires en caso que sufriera una nueva intrusión inglesa, como había ocurrido en los dos años anteriores. El propio Martínez de Rozas integró el Cabildo como regidor auxiliar. Por entonces planteó el derecho que tenían los súbditos nacidos en América para ocupar los puestos superiores de la administración, al igual que los españoles.

Las pretensiones de Rozas de ejercer el mando efectivo se frustraron, porque el gobernador prefirió guiarse por la influencia del secretario de gobierno, Judas Tadeo Reyes, quien era decididamente contrario a que se hiciera cualquier cambio en el orden establecido.

A mediados de 1809 optó por regresar a Concepción, donde estimaba que podía ejercer una mayor influencia en la opinión pública. En ese año, la Junta Central instalada en Sevilla expidió un decreto llamando a los súbditos de los dominios de ultramar a nombrar representantes para que se integraran a ella.

Rozas sostuvo que no debía aceptarse la invitación, ya que —en su opinión— una vez superada la crisis política por la que atravesaba España, se volvería a prescindir de la participación de los criollos americanos.

Esta posición concordaba con el planteamiento doctrinario referido a que la autoridad de la Junta Central estaba circunscrita al territorio de la Península, no extendiéndose a los reinos americanos que conformaban dominios separados, unidos a España sólo por la persona del Rey. A falta del Monarca legítimo, prisionero en Francia, a los criollos americanos les correspondía establecer sus propios gobiernos provisorios en las diferentes provincias.

En 1810 circuló un folleto anónimo titulado Catecismo Político Cristiano, firmado con el seudónimo “José Amor de la Patria”. Barros Arana no tuvo dudas en afirmar que bajo ese anonimato se escondía la pluma de Martínez de Rozas. Hay otras interpretaciones historiográficas que le atribuyen al folleto distintas autorías. En todo caso, las ideas allí expresadas concordaban con los planteamientos de Rozas: su rechazo a la Junta Central, subrayando que aun si se aceptaba esta integración, la representatividad no sería equitativa, puesto que se daba dos representantes a cada una de las veintiséis provincias de España, mientras que sólo uno a cada una de las diez provincias de Ultramar; la inhabilidad jurídica de la Junta Central para ejercer mando alguno en la América Hispana y las iniquidades sufridas por los súbditos americanos, expresadas, entre otros aspectos, en el monopolio comercial, el cobro excesivo de impuestos y la falta de progreso educacional. Aunque el opúsculo afirmaba que la república era la mejor forma de gobierno, no proponía romper con la Monarquía. Seguía reconociéndose la autoridad suprema de Fernando VII y, en su ausencia, se llamaba a formar una junta provisoria de gobierno.

Ya los criollos rioplatenses habían formado la suya en Buenos Aires (25 de mayo de 1810) e instaban al Cabildo de Santiago a formar otra similar. A pesar de la oposición de la Real Audiencia y de la mayor parte del clero, el 18 de septiembre de 1810 se constituyó en Santiago la Junta Gubernativa, denominada más tarde Primera Junta Nacional de Gobierno. Uno de los vocales elegidos fue Juan Martínez de Rozas que se encontraba en Concepción. Al conocerse en esta ciudad la noticia de la instalación de la Junta y procederse a su reconocimiento, el intendente Luis de Álava abandonó el país. El doctor Rozas asumió por algunos días el mando de la provincia antes de viajar a Santiago, donde fue recibido con pompa y regocijo ya que se confiaba que, por su solidez intelectual y experiencia administrativa, su aporte sería indispensable en las gestiones del nuevo Gobierno. Él fue el miembro más activo y preponderante de la Junta Gubernativa; asumió la dirección de los asuntos tratados en ella y fue determinante en sus resoluciones.

Así se acordó la formación de nuevos cuerpos militares, previendo un rompimiento con el virrey del Perú, y en materia económica se sancionó un decreto de libre comercio, que permitía el intercambio mercantil con las potencias aliadas de España y con las neutrales.

Martínez de Rozas procuró la elección de un Congreso Nacional, que se consideraba imprescindible para conformar una organización política más representativa que integrara a las provincias del país.

Además, él estimaba que el Congreso podría servir de impulso al movimiento emancipador que se gestaba.

En esta etapa los criollos chilenos mantenían la fidelidad a Fernando VII, salvo algunos, como el doctor Rozas, que ya abrigaban propósitos independentistas, aunque formalmente adherían también al Monarca.

Rozas preparó la convocatoria y el reglamento de las elecciones para el Congreso. Ellas se efectuaron sin problemas en las provincias, pero en Santiago fueron interrumpidas por el motín del teniente coronel Tomás de Figueroa, que estalló el mismo día en que debían efectuarse las elecciones (1 de abril de 1811). La rebelión fue rápidamente sofocada; Rozas se encargó personalmente de la captura del cabecilla y, luego de un breve proceso, pidió que se le aplicara la pena de muerte, la que fue ejecutada al día siguiente.

A raíz del motín se suprimió la Real Audiencia, acusada por Rozas de ser la instigadora.

Superada esta contingencia, se pudo realizar las elecciones de diputados en Santiago, quedando luego establecido el Primer Congreso Nacional (4 de julio de 1811). La Junta Gubernativa fue disuelta y el Congreso asumió el poder político y legislativo. En su inauguración uno de los oradores fue el doctor Rozas, quien llamó a los diputados a preparar leyes que no estuvieran basadas en fundamentos doctrinarios teóricos, sino en las necesidades prácticas del país y que sirvieran de contención tanto a la anarquía como al despotismo. En el seno de la asamblea, compuesta por treinta y seis representantes, se conformaron tres tendencias. Los radicales o exaltados propiciaban cambios profundos, postulando la independencia; sumaban doce y eran liderados por Rozas, a pesar de que éste no formó parte del Congreso, puesto que se determinó que los miembros de la Junta Gubernativa no podían ser electos; se le dio en cambio el título de brigadier. Los más numerosos eran los moderados, que aspiraban a reformas para establecer un régimen de mayor libertad, pero que no implicaran un rompimiento definitivo con la Monarquía; ellos sumaban aproximadamente veinte. Por último, los menos numerosos (no más de cinco) eran los partidarios de mantener intacta la estructura política monárquica; se les llamó realistas por adherir incondicionalmente al Rey.

Martínez de Rozas convencido de no encontrar en el Congreso el apoyo necesario para llevar a cabo su proyecto revolucionario, regresó nuevamente a Concepción (13 de agosto de 1811). Por esos días llegaba de retorno a Chile un joven militar que había luchado en España contra los franceses; era éste José Miguel Carrera, que tomó el liderazgo del bando revolucionario y terminó por disolver el Congreso (2 de diciembre de 1811). Rozas, por su parte, había formado en Concepción una Junta Provincial bajo su dirección, que se opuso al personalismo de Carrera y se aprestó a enviar tropas a Santiago. Surgió, pues, la posibilidad de una guerra civil, que se evitó con la reunión de dos plenipotenciarios de ambas provincias que acordaron un tratado (12 de enero de 1812) en el que, entre otros artículos, se propuso crear un nuevo gobierno representativo de todo el país y que estaría compuesto por tres vocales: uno por la provincia de Santiago, otro por la de Concepción y el tercero por la de Coquimbo. Carrera demoró la aprobación del tratado y envió al Maule, río que dividía los términos jurisdiccionales de Santiago y Concepción, una fuerza militar compuesta de más de mil soldados (marzo de 1812), acción que implicaba una amenaza para Concepción, donde nuevamente se hicieron preparativos militares y en pocos días se reunieron cerca de ocho mil hombres venidos de todos los partidos de la provincia.

Sin embargo, Martínez de Rozas, que deseaba llegar a un acuerdo pacífico con Carrera e impedir la guerra civil, ordenó detener los aprestos militares.

En el mes de abril de 1812 se reunieron ambos caudillos en la ciudad de Talca, cercana al Maule, coincidiendo en la necesidad de la unión entre las provincias, pero sin que llegaran a especificar las bases de un acuerdo definitivo. Carrera propuso que ello se tratara en una nueva reunión. Sin embargo, oficiales del ejército y la Junta Provincial no permitieron que se celebrara, por desconfiar de los planes de Carrera.

Las negociaciones quedaron suspendidas, los dos caudillos se retiraron a sus respectivas ciudades y se mantuvo latente el conflicto.

La situación de la provincia de Concepción era precaria, pues si bien podía disponer de un numeroso contingente armado, su sostenimiento dependía de la subvención fiscal que era enviada desde Santiago.

La disensión dentro de la misma provincia, se manifestó en un movimiento militar (8 de julio de 1812) que depuso a la Junta Provincial, apresándose a sus integrantes y a otras personas que apoyaban a la Junta y a Rozas; éste, en consideración a su prosapia familiar, quedó vigilado en su domicilio. Se formó una Junta de Guerra de tres miembros que ofició al gobierno de Santiago aceptando su plena autoridad. En virtud de ello, se ordenó que fueran enviados a Santiago los apresados y el propio Martínez de Rozas, quien fue confinado a la hacienda de un sobrino y poco después (27 de noviembre de 1812) salió desterrado con destino a Mendoza, su ciudad natal, con un pasaporte otorgado por el Gobierno chileno, que justificó la medida con el argumento de que pudiera atender allí asuntos particulares. En Mendoza fue recibido con honores y se le nombró presidente de la Sociedad Patriótica y Literaria que se acababa de fundar.

Su salud muy deteriorada sólo le permitió vivir pocos meses más.

 

Bibl.: J. D. Cortés, Diccionario Biográfico Americano, París, Tipografía Lahure, 1876; D. Barros Arana, Historia jeneral de Chile, vol. VIII, Santiago, Rafael Jover Editor, 1887; M. L. Amunátegui, La Crónica de 1810, vols. I y II, Santiago, Imprenta Barcelona, 1911; V. Figueroa, Diccionario histórico, biográfico y bibliográfico de Chile, t. IV, Santiago, Est. Gráficos Balcells & Co., 1931; G. Opazo Maturana, Familias del antiguo Obispado de Concepción, 1551-1900, Santiago, Editorial Zamorano y Caperán, 1957; S. Villalobos, Tradición y reforma en 1810, Santiago, Ediciones de la Universidad de Chile, 1961; S. Collier, Ideas y política de la Independencia chilena 1808-1833, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1977; S. Villalobos, O. Silva, F. Silva y P. Estellé, Historia de Chile, Santiago, Editorial Universitaria, 1993; A. Pacheco Silva, “El aporte de la elite intelectual al proceso de 1810: la figura de Juan Martínez de Rozas”, en Revista de Historia (Concepción, Chile), vol. VIII (1998), págs. 43-63.

 

Leonardo Mazzei de Grazia