Borbón y Borbón Parma, Jaime de. Duque de Madrid. Vevey (Suiza), 27.VI.1870 – París (Francia), 2.X.1931. Pretendiente carlista a la Corona de España.
Hijo del pretendiente carlista Carlos (VII) y de Margarita de Borbón Parma. Durante la Tercera Guerra Carlista (1873-1876) estuvo en España con sus padres. Después ingresó en la Academia militar de Wiener-Neustadt (Austria), de la que salió oficial en 1893, pero no pudo continuar en el Ejército austríaco por culpa del emperador Francisco José y las intrigas de María Cristina. Por ello, en 1896 ingresó en el ejército ruso. Tomó parte en la campaña contra los bóxers (1898-1900) y en la guerra ruso-turca, en la que ganó la Cruz de San Vladimiro. También tomó parte en la guerra ruso-japonesa de 1905.
Carlos (VII) se quejó en varias ocasiones de la misteriosa, ambigua y compleja personalidad de su hijo y heredero carlista, Jaime. En 1904, se atribuyó a Jaime una serie de declaraciones liberales, en las cuales llegaba incluso a aprobar las medidas que contra las órdenes religiosas se daban en Francia. Además, al parecer, Jaime hizo también unas “declaraciones canalejistas” en 1907 —en referencia al ilustre político y líder liberal Canalejas—.
A la muerte de Carlos (VII) el 18 de julio de 1909, Jaime presentó la renuncia de su empleo en el Ejército ruso, renuncia que el Zar no quiso aceptar, concediéndole el nombramiento de coronel de Húsares de Grodno, si bien le autorizó para salir de Rusia.
Los carlistas le aclamaron como el legítimo sucesor de Carlos (VII). El reinado carlista de Jaime (III) brindó a Juan Vázquez de Mella —el orador y parlamentario carlista más importante entonces— una excepcional ocasión para adueñarse, progresivamente, de todas las estructuras más importantes del partido jaimista (denominación del partido carlista) —la Jefatura Delegada y el órgano oficial de prensa del partido, El Correo Español— aprovechando el enorme ascendiente que tenía sobre el mismo como “insustituible” y la actitud proliberal, abúlica, pasiva y manejable —desde luego esta última en lo referente a los asuntos del partido— del pretendiente, cuya propia querencia dinástica carlista era bastante dudosa.
El objetivo de Vázquez de Mella no era otro que marcar al partido el rumbo político que se había propuesto y que consistía en proporcionar una bandera de reunión de los elementos españoles de orden más atractiva, moderna y sugerente que la del carlismo clásico. Apoyo colateral constante de este rumbo fue el periódico propagandista católico El Debate, que tenía puesta la esperanza en un trasvase de dicha línea promellista en su proyecto de unión de derechas.
Al estallar la Primera Guerra Mundial (1914), Vázquez de Mella adoptó una postura claramente germanófila, entrando en contradicción directa con Jaime, por distanciarse de la prudencia neutralista que el pretendiente aconsejó, tímidamente, en instancias no oficiales, aunque sin darle el carácter de orden obligatoria.
El dominio por parte de Vázquez de Mella de cualquier margen de oposición importante a sus actividades políticas, y el logro del control político del jaimismo y de sus principales estructuras de propaganda, fue conseguido con relativa facilidad gracias a una hábil dosificación de amenazas escisionistas, con “recambio” dinástico, por la probable ilegitimidad de ejercicio de Jaime (III) —amplificadas por la prensa derechista liberal—. Estas amenazas dejaron paralizados en la inacción e impotencia, o en la aceptación a regañadientes, al pusilánime y ambiguo Jaime, y al esclerotizado jaimismo ortodoxo, por el temor a un partido dividido que fuera incapaz de levantar cabeza sin el concurso de Vázquez de Mella, es decir, por un auténtico horror vacui.
El confinamiento de Jaime en Frohsdorf (Austria) durante la Gran Guerra dio a Vázquez de Mella y a los promellistas la oportunidad ideal para completar su dominio en el partido, marcando la conducta oficial del mismo en un sentido agresivamente germanófilo y que, una vez acabada la guerra, propiciaría según ellos una futura y plausible ayuda alemana al proyecto político promellista. Lo cual fue favorecido, además, por la persistente actitud de inhibición y ambigüedad de Jaime —además de su desinterés por el futuro de la causa carlista— que esperaba, calculadamente, a vislumbrar el resultado de la guerra para dar instrucciones claras y precisas, y apoyar o desautorizar resueltamente la germanofilia promellista. El proyecto de Vázquez de Mella adquirió entonces una mayor definición, pues, marginando como siempre cualquier alusión dinástica —lo que dio pie a hablar de una “zona neutral dinástica”—, y fomentando, asimismo, las relaciones políticas electorales, mezclándose los fines propagandísticos con los pragmáticos, conceptualizó como extrema derecha, en el terreno religioso, a aquellas fuerzas políticas que se unieran en torno a él para la defensa del mismo.
Eliminada en 1918 la opción política germanófila por la derrota alemana, Jaime (III) se decidió, finalmente, a acabar con la dirección promellista disolviéndola, reorganizando por completo el partido y negando ese vacío de poder que él había creado durante la guerra.
Intentó encarrilar de nuevo al sector jaimista ortodoxo en las tareas directivas no dejando más opción a Vázquez de Mella, si quería proseguir con su proyecto político, que la de romper con el pretendiente. Vázquez de Mella blandió, esta vez pública y realmente, la ilegitimidad de ejercicio del mismo con unas justificaciones no excesivamente sólidas, aunque aprovechando, sin duda, la marea antiliberal y autoritaria que se había despertado en Europa tras la Gran Guerra.
Tras la ruptura con Jaime, en febrero de 1919, Vázquez de Mella, lógicamente, fue el que trazó la línea política ortodoxa del mellismo, que se coordinó desde Madrid y Cataluña, fundamentalmente.
Consistía esta línea en la formación de un núcleo aglutinador católico-tradicionalista cuyo programa tradicionalista condicionaría, o bien la fusión si se aceptaba entero, o bien la federación si se aceptaba parcialmente, pues una adhesión completa al magisterio de la Iglesia bastaba para federarse.
Evidentemente el jaimismo, muy afectado por la captación de campo tradicionalista realizada por las tendencias mellistas, no dejó de aprovechar los “desafueros” de sus extremistas para atacar con virulencia al mellismo por su infidelidad al tradicionalismo.
Para ello distorsionó a veces las formulaciones mellistas ortodoxas y, reivindicando a su vez ser la “verdadera derecha”, intentó recomponer sus maltrechas filas, pues el propio jaimismo también empezó a sufrir a nivel interno de tendencias inconformistas. Estas estuvieron basadas en una posible sucesión real alfonsina —alentada por el hecho de que Jaime nunca se casó— y en un paralelo aperturismo de la relación política, siendo cercanas a las tesis de los mellistas.
Fueron además propiciadas por el ambiente de indisciplina que seguía sin haber resuelto la pertinaz dejadez de Jaime.
Con el objeto, pues, de concretar una orientación definitiva ante el momento político y las circunstancias que se estaban atravesando, y ante la situación creada por el cisma, el secretario político jaimista, Luis Hernando de Larramendi, propuso entonces a Jaime (III) la celebración de una Junta Magna para tratar todos los problemas más urgentes y candentes.
Dicha junta se celebró en Biarritz en noviembre de 1919. A la cita faltaron muchos jefes regionales y provinciales, lo cual demostraba más que las palabras el hundimiento total de los cuadros dirigentes a causa de la escisión mellista. Jaime reconoció, sinceramente, haber sido dominado por la dirección promellista y por Vázquez de Mella durante un largo tiempo y, por tanto, se hacía en parte culpable de la escisión.
Por esto mismo, prometía que no volvería a pasar, y aseguraba que hacía todos los esfuerzos por casarse y dar sucesión al jaimismo, así como de poner todo su empeño y energía en trabajar por la causa.
En enero de 1921, se celebró en Lourdes una asamblea jaimista que, aunque no tuvo el alcance político de la junta de Biarritz, tuvo también bastante entidad.
Esta asamblea fue presidida por Jaime (III). En Lourdes se pudo apreciar, de nuevo, la indisciplina que seguía reinando en el jaimismo. Jaime (III) puso otra vez orden en el partido jaimista y resolvió que no hubiera más jefaturas que la suya. En cambio, a las juntas y a las entidades jaimistas se les concedió atribuciones de organización, aunque supeditadas a la resolución directa de Jaime. Al parecer, el partido jaimista seguía sufriendo de excesivos personalismos —como el de Vázquez de Mella— y se hacía necesario volver a concentrar la autoridad en el Rey carlista.
Poco después de proclamada la Segunda República, Jaime (III) lanzó un Manifiesto desde París en abril de 1931, en el cual hizo un llamamiento a todos los elementos de orden de España para que, integrándose dentro del partido jaimista, se salvara a España de la revolución. Los mellistas escucharon este llamamiento y, tras celebrar una asamblea en Guipúzcoa, acordaron reintegrarse en la Comunión regida por Jaime (III). Dicha integración se consumó en un mitin en Pamplona, en junio de este mismo año de 1931, en el cual también reingresaron los integristas y otras muchas personas retraídas por la escisión mellista desde 1919.
Obras de ~: Declaración en el acto de proclamación en Trieste, 1909; A mis leales, noviembre de 1909; Manifiestos, febrero y marzo de 1919; Discurso en la Junta de Biarritz, noviembre de 1919; Manifiesto, marzo de 1925; Manifiesto, abril de 1931.
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Juan Ramón de Andrés Martín