Palacios y Bayo, Félix. Corral de Almaguer (Toledo), 29.X.1677 – Madrid, 18.VII.1737. Farmacéutico, químico.
Hijo de Guillermo Palacios y María Bayo, ejerció la profesión de boticario en Madrid, en una oficina sita en la calle Atocha, frente a la iglesia parroquial de San Sebastián. El local era propiedad de su hermano José Palacios y de la esposa de éste, María Baquero, con los que vivió hasta la muerte de José (1736). En esa fecha la viuda marchó a Villatobas (Toledo), en donde residía su hermana Margarita Palacios con su esposo Baltasar Gallego.
En 1714 contrajo matrimonio con Manuela Saéz y Bustillos, hija de Lucas Sáez, miembro de la Real Guardia Alemana del Rey. Tuvo una hija, llamada Manuela Josefa. Su esposa murió cuando la niña contaba ocho años de edad y la confió a las religiosas del Colegio de la Presentación de Nuestro Señor, vulgarmente conocido como el de “las niñas de Leganés”. Allí permaneció, interna, hasta su ingreso como novicia en el Convento madrileño de Santa María Magdalena, de la Orden de San Agustín. Félix Palacios se hizo clérigo, aunque siguió con botica abierta.
En atención a sus méritos científicos obtuvo los cargos de visitador general y perpetuo de las boticas de los obispados de Córdoba y Jaén, otorgado por privilegio concedido por Su Majestad el 12 de diciembre de 1709, Guadix y Abadía de Alcalá la Real, obtenidos por Real Cédula de 16 de febrero de 1712. Como no le era posible atenderlos personalmente, por una Real Orden de 16 de abril de 1715 se le concedió licencia para nombrar a alguien instruido que hiciera la visita en su nombre.
Su prestigio intelectual hizo que obtuviese el puesto de examinador de Farmacia del Real Protomedicato. En 1721 se le ordenó pasar a Ceuta, junto al médico de cámara Antonio de Locha, para llevar los medicamentos específicos y hacer elaborar los necesarios en aquel presidio para combatir las enfermedades epidémicas.
Fue uno de los fundadores del Colegio de Boticarios de Madrid, su presidente y comisionado para elegir y arreglar las sustancias destinadas a la elaboración de la Triaca Magna. Era éste un reputadísimo medicamento polifármaco, considerado el más poderoso contra el veneno, desde el siglo i a. C. A partir de su irrupción en el mundo de la terapéutica se mantuvo en las farmacopeas oficiales con prestigio creciente, si bien estudios actuales lo han demostrado absolutamente inoperante, desde el punto de vista curativo, de no ser por las pequeñas cantidades de opio que contenía. Pese a ello se mantuvo en vigor hasta el siglo xix. Mientras en los países anglosajones empezó a desprestigiarse durante la Ilustración, en España, el Real Colegio de Boticarios de Madrid se formó y mantuvo gracias a la obtención del privilegio sobre su preparación. Los numerosísimos medicamentos simples utilizados eran cuidadosamente elegidos por el boticario más experto, en este caso Félix Palacios; se exponían al público para demostrar la ausencia de adulteraciones y luego se procedía, durante largos meses, a la elaboración cuidadosa del medicamento compuesto, dándole el adecuado tratamiento operacional a cada simple.
Lo fundamental de su actividad lo efectuó Palacios en el ámbito científico. En la actualidad se demuestra día a día la gran tradición química española desarrollada, al menos, desde la Edad Media, cristiana e islámica, y continuada durante el Renacimiento, gracias al mecenazgo de Carlos V y sobre todo Felipe II, sobre metalúrgicos, alquimistas y destiladores; perpetuada durante el Barroco y revitalizada en la Ilustración gracias a una pléyade de autores e instituciones, tales como la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, el Real Colegio de Cirugía de Cádiz, el Colegio de Artillería de Segovia, los laboratorios de Química de Madrid, el del Consulado de Barcelona e incluso el del Palacio Real. En ausencia de grandes fábricas estatales o privadas en donde la actividad de los químicos fuera necesaria, la química, en España, la desarrollan en primer lugar médicos y boticarios. Los primeros, necesitados de comprender los procesos fisiológicos; los segundos, de preparar medicamentos. Junto a ellos se encuentran algunos metalúrgicos, sobre todo en los siglos xvi y xvii, y algún personaje, más o menos noble, bastante rico, como Martí Franqués, y los militares, fundamentalmente artilleros, necesitados de los estudios químicos para el perfeccionamiento de los explosivos y de la pólvora. Uno de los que más hizo por modernizar el ejercicio profesional de los boticarios, durante la Ilustración, fue Félix Palacios.
Se acepta que la primera gran victoria institucional de los llamados “novatores” fue la instalación del laboratorio químico del Palacio Real en 1694. El segundo fue la institucionalización de la Regia Sociedad Sevillana en 1700 y el tercero, la traducción del Curso de Química de Nicolás Lemey, en 1703, a cargo de Félix Palacios.
En la aprobación que escribió a la primera edición, el doctor Diego Mateo Zapata indica que los médicos son los químicos especulativos, pues “es imposible ser verdadero y consumado filósofo y médico el que ignore la chímica”, mientras “los prácticos son los boticarios que no deben conformarse con este texto, sino que a todas horas deben manosear los carbones y andar entre hornillos, pues sólo así se adquiere práctica”.
Si como se está demostrando, durante el Barroco se conocían las teorías de los más importantes químicos del momento, cabe preguntarse la razón de que se tradujese a Lemery, en lugar de cualquier otro, acaso más avanzado desde el punto de vista teórico, como Boyle o Van Helmont. En primer lugar, el boticario francés escribió un texto sistemático, claro, en que la parte destinada a la preparación de medicamentos era más extensa que la teórica. Además, el prestigio del libro era muy grande, con más de trece ediciones y traducciones al holandés, alemán, italiano, inglés y latín. En tercer lugar, puede que influyera la presencia en España de médicos franceses que acompañaron a los primeros Borbones y partidarios de una medicina moderna.
Su obra fue editada, en 1707 y 1710, por otro boticario zaragozano, Joseph Assin y Palacios de Ongoz, quien incluyó un trabajo original suyo, el Florilegio Theorico-Práctico. Segundo Curso Chímico, uno de los primeros intentos realizados en nuestro suelo de una elaboración químico-teórica. En 1721 Félix Palacios volvió a publicar el Curso químico de Nicolás Lemery y aprovechó para polemizar con Assín y Palacios de Ongoz. Frente a su atomismo sin más, se esfuerza en diferenciar entre el de Maignan, el de Gassendi y el mecanicismo cartesiano, inclinándose por este último, si bien se reconoce científicamente ecléctico.
La gran influencia de Palacios se debe a la redacción de su Palestra Pharmacéutica Chymico-Galénica, editada por primera vez en 1706 y reeditada en 1716, 1723, 1730, 1737, 1753, 1763, 1778 y 1792, lo que da idea de su gran utilización por parte de los farmacéuticos y de los interesados en la ciencia química o en el conocimiento terapéutico de la historia natural. De la primera edición se vendieron más de dos mil ejemplares y en poco tiempo se distribuyeron más de siete mil. Como su propio título indica, se trata de un texto dedicado a la elección de los simples, a explicar sus preparaciones químicas y galénicas y a repasar las preparaciones de antiguos y modernos. Su éxito editorial y popular hizo más visible la secular polémica entre antiguos y modernos plasmada, en esta ocasión, entre los partidarios y detractores de la química y de su empleo en la preparación de medicamentos. A partir de la edición de 1723 incluye un Discurso preliminar a la Pharmacia, en el que contesta a quienes le criticaron, gracias al cual se puede rastrear su universo científico.
Su primer detractor fue el boticario Jorge Basilio Flores, aprobado por el médico Joseph Sánchez de León, en su Mesué defendido contra Don Félix Palacios (Murcia, 1721), partidario del galenismo islamizado y contrario a los iatroquímicos, a quienes comparaba con Paracelso y otros a quienes el Demonio tenía cogidos y curaban por pacto, argumento mediante el cual denota su total ignorancia y desconocimiento, visto desde su momento histórico y más desde la actualidad. Palacios, como no podía ser de otra manera, se mostraba científicamente creacionista, si bien entendía la obra de Dios como una separación de lo puro y lo impuro, en la cual el Creador se sirvió de la química. Si en la formación del macrocosmos intervinieron los procesos químicos y entre él y el microcosmos humano hay una estrecha relación, el fisiologismo de los seres vivos no podía entenderlo sin el auxilio de la química, por lo cual su potencial terapéutico lo consideraba muy elevado, aunque también daba explicaciones fisiológicas mecanicistas. En botánica se muestra seguidor de la clasificación de Tournefort y en la explicación de la enfermedad esencialmente mecanicista, pese a ser uno de los introductores de la química en el ámbito de la preparación de medicamentos. Su eclecticismo es sintomático, por una parte, de una sólida formación científica; por otra, de ausencia de investigación personal que le permitiera adscribirse a uno u otro bando, como sucedió en la mayoría de los hombres de ciencia en España.
Su otro gran detractor fue el médico Miguel Boix, un socio de la Regia Sociedad de Medicina y otras ciencias de Sevilla, renovador también, pero de sólida formación, a diferencia del boticario murciano y neohipocrático, es decir escéptico respecto a los avances de una terapéutica que todavía era inútil para la auténtica mejoría de los enfermos, dado que hasta el siglo siguiente no se iban a conocer los componentes químicos de los simples (alcaloides, glucósidos...), los principales causantes de las enfermedades infecciosas (bacterias) ni sus vectores de transmisión, con lo cual la terapéutica, aunque más científica, seguía resultando empírica e inoperante para el fin de la curación de los seres vivos. A consecuencia de ello, algunos médicos volvían la mirada a Hipócrates y aconsejaban dejar obrar a la naturaleza, emplear sólo medicamentos poco enérgicos que no aumentasen los padecimientos de los enfermos. Le contestó en la Pharmacopea Triunfante (Madrid, 1713), un libro en que se utilizan argumentos en todo ajenos al resto de su obra y que debieron de salir de la pluma de su aprobante, el médico Diego Mateo Zapata, por lo que no se incluirá entre su bibliografía a pesar de venir firmado por él.
El tercer gran polemista fue el boticario sólidamente formado en el galenismo moderado, Juan de Loeches, detractor de los medicamentos químicos pero partidario de los remedios americanos, a quien Palacios había calificado de nuevo defensor de los antiguos. En la edición de su Tyrocinium Pharmaceuticum (Madrid, 1719) incluyó un Discurso preliminar sobre un proemial discurso, escrito en castellano para que fuera más accesible al público en general. En él con argumentos ingeniosos y divertidos, demuestra que o bien Palacios no escribió la Pharmacopea Triunfante, o bien se contradice clamorosamente. Por ejemplo, en la Palestra afirma que las perlas no tienen poder alguno que no sea absorbente y califica de ignorantes a cuantos sostienen lo contrario, mientras en la Pharmacopea dice exactamente lo contrario. Las críticas abundan sobre la utilización de la filosofía aristotélica y de la alquimia, sólo útil, al parecer de Loeches, para engañar a incautos e ignorantes. Pese a las abundantes ediciones de la obra de su contradictor (1719, 1727, 1728, 1751, 1755), Palacios no le contestó jamás, lo cual induce a pensar que la respuesta era imposible.
La influencia de la Palestra entre los boticarios fue tan importante que se siguió editando hasta 1792. En ella se recogían las ideas químicas de Lemery, estrechamente ligadas a la alquimia, si bien en donde los alquimistas trataban de ocultar, Lemery intentaba dar luz y exponer sus principios para la útil y correcta utilización de los preparadores de medicamentos. En 1788 otro boticario, Pedro Gutiérrez Bueno, director del laboratorio de Química de la Corte, había publicado en Madrid el Método de la nueva nomenclatura química de MM Morveau, Lavoisier, Bertholet y de Forucroy, sólo un año después de publicarse en París, y en 1794 el capitán de Artillería Juan Manuel Munárriz tradujo el Tratado Elemental de Química de Antoine Laurent de Lavoisier. La publicación de estos textos supuso la asunción en España de la química pneumática de Lavoisier que dio origen a la química contemporánea. Pese a ello, los boticarios españoles seguían empleando la Palestra, reflejo de una manera de entender la química de mediados del siglo xvii, pero muy bien adaptada a sus necesidades como preparadores de medicamentos y reflejo de la gran influencia del trabajo de Félix Palacios.
Obras de ~: Curso Chymico de Nicolás Lemery, Madrid, Imprenta de Juan García Infançon, 1703; (Madrid, Imprenta de Manuel Román, 1721); Palestra Pharmaceutica Chymico- Galenica, Madrid, Imprenta de Juan García Infançon, 1706 (Barcelona, 1716; Madrid, Imprenta de Juan Sierra, 1723; Madrid, Imprenta de Juan Sierra, 1730; Madrid, Imprenta de Herederos de la Viuda de Juan García Infançon, 1737; Madrid, Imprenta de Herederos de la Viuda de Juan García Infançon, 1753; Madrid, Joaquín Ibarra, 1763; Madrid, Joaquín Ibarra, 1778; Madrid, Viuda de Joaquín Ibarra, 1792).
Bibl.: R. Roldán Guerrero, Diccionario Biográfico y Bibliográfico de Autores Farmacéuticos españoles, t. IV, Madrid, 1976, págs. 8-12; J. Puerto, “Las ideas científicas de Félix Palacios”, en Boletín de la Sociedad Española de Historia de la Farmacia, año XXXIII, n.º 132 (1982), págs. 237-247; R. Basante y Pol y S. Ayala Garcés, “Notas biográficas de Félix Palacios y Bayo”, en Homenaje al prof. Guillermo Folch Jou por la concesión de la Medalla Schelenz, Madrid, 1982, págs. 83-85; J. Puerto, “La evolución de la química farmacéutica durante el siglo xviii”, en Boletín de la Sociedad Española de Historia de la Farmacia, año XXXIV, n.º 133-134 (1983), págs. 25-33.
Francisco Javier del Puerto Sarmiento