Moncada, Sancho de. Toledo, 1580 – 1638. Catedrático de Teología de la Universidad de Toledo y representante del mercantilismo castellano del siglo XVII.
Hijo de Gaspar Sánchez Ortiz y de Teresa de Moncada, tuvo tres hermanos, María, Pedro y Francisca.
Descendiente de judíos conversos emparentados con la familia Cota, la familia de Moncada pertenecía a una estirpe de empresarios mercaderes, académicos y religiosos de la ciudad de Toledo. Por el lado empresarial, los apellidos del árbol genealógico de Moncada, los Velluga, los Ortiz, De la Fuente, Palma, Vargas, Hurtado, Torres, Molina, Vázquez, Andrada, Cuéllar, Garcés, Herrera, figuraban en el Cabildo de jurados toledanos. Por el lado académico, se encontraban los doctores Pablo de Moncada, Fernán Suárez de Moncada, Luis Velluga de Moncada y Alonso de Moncada. El sector clerical estaba constituido por su tío materno, el presbítero Sancho de Moncada; su tía sor María de San Gabriel, monja carmelita; su hermana María, priora del convento de Santa Úrsula de Toledo y sus sobrinos fray Sancho, y los jesuitas padre Alonso Andrada y Martín de Moncada.
Sancho de Moncada estudió en la Universidad de Toledo, donde llegó a ser profesor en Artes. Se doctoró en Teología en torno a 1604, y llegó a ser catedrático “en propiedad” de Prima de Filosofía, de Sagrada Escritura y de “substitución” de Teología en la Universidad de Toledo. Desde 1601 disfrutó de los beneficios eclesiásticos de la iglesia de La Parra perteneciente a la diócesis de Cuenca, y desde 1615 disfrutó de los beneficios de la iglesia de Santa Leocadia de Toledo. Durante siete años ejerció el sacerdocio en Cabanillas de Henares, sacerdocio que lo proporcionó, al final de su vida, una pensión confirmada por bulas del Santo Padre. También disfrutó de una pequeña renta que procedía de unos censos que poseía en el pueblo de Navahermosa, cerca de Toledo.
Una vez jubilado ostentó el título de fiscal de la Reverenda Cámara Apostólica, que le procuró otra renta con cargo al Obispado de Málaga.
Desarrolló Sancho de Moncada su trabajo en torno al denominado grupo o escuela de Toledo. El grupo de Toledo estaba constituido por un conjunto de autores que escribían sobre temas relacionados con los problemas por los que estaba atravesando la ciudad de Toledo. Estos temas llevaron al grupo a ser fuertemente proteccionistas de su sector industrial. El proteccionismo del grupo de Toledo estaba motivado no sólo porque la ciudad sufría un proceso de decadencia debido entre otras cosas al establecimiento de la Corte en Madrid, sino también por la competencia de productos manufacturados procedentes del norte de Europa, especialmente los textiles flamencos. A este grupo pertenecía el arbitrista Baltasar Elisio de Medinilla y su famosa propuesta, recogida en el Memorial a la Imperial Ciudad de Toledo, por la que pretendía nacionalizar los empleos honoríficos y cargos eclesiásticos que, con la complicidad del Rey, habían pasado a manos extranjeras. También perteneció al grupo el doctor García de Herrera y Contreras y su Memorial A la Ciudad de Toledo (1618); le sigue Jerónimo Ceballos con dos trabajos; Memorial para suplicar al rey (Felipe III) que se prohíba la entrada a las mercaderías labradas fuera del reino y la salida de las lanas y materiales en que se han de ocupar y trabajar los naturales (1620) y Arte real para el buen gobierno de los Reyes, y Príncipe, y de sus vasallos (1623). Este autor apoyó la propuesta de Tomás Cardona, que pretendía devaluar el real de plata, medida que teóricamente afectaba positivamente a los intereses de la producción manufacturera toledana. Ceballos mantuvo coherentemente su postura, a sabiendas que perjudicaban las rentas reales y, por tanto, a la Corona. Es conocido que los intereses cortesanos eran proclives a mantener la estabilidad del real, aunque con ello salieran perjudicados los intereses de la manufactura toledana. También pertenecían al grupo los doctores Alonso y Eugenio Narbona, conocido este último por su Doctrina política civil escrita en aforismos (1604). Un trabajo que la Inquisición ordenó retirar de la circulación hasta 1621. Cierran el grupo Juan Vázquez, cuyo informe sobre la evolución demográfica de Toledo lo utilizó Sancho de Moncada en su trabajo; el doctor Pablo de Moncada y el contador Garcés de Molina.
Otro elemento que sirve para contextualizar la obra de Sancho de Moncada es la famosa Consulta de 1619. El 6 de junio de 1618, Felipe III ordenó al presidente del Consejo de Castilla que presentara soluciones a los diversos males que afectaban al reino.
El Consejo entregó su informe, en forma de Consulta, el 1 de febrero de 1619. Frente a la relativa despoblación, el Consejo consideró que ésta se debía a la excesiva cantidad de impuestos que recaían sobre los ciudadanos, pues favorecía la emigración hacia zonas donde la presión fiscal era menor. La Consulta señalaba que había que restringir la inmigración de extranjeros y recomendaba que se mejorase la situación económica de los campesinos y se redujera el excesivo número de instituciones y fundaciones religiosas, así como la creación y venta de oficios.
Aprovechando el interés de la Consulta, ese mismo año Moncada publicó su Restauración política de España.
Una obra que dividió en nueve discursos que incorporaban un tratado de teoría política y de pedagogía real junto a un programa de acción económica cuyo objetivo era subsanar la aparente crisis de la economía castellana de principios del siglo xvii. En el primer discurso estudia lo que consideraba el “daño radical”, consecuencia “del nuevo comercio de extranjeros”.
En este sentido propuso como remedio radical prohibir la importación de productos manufacturados extranjeros, esto es, con sus propias palabras, “vedar mercaderías labradas extranjeras”. El resto de los discursos que componen la Restauración política de España están compuestos por un conjunto de argumentos elaborados, la mayoría de las veces, con atrevidas, cuando no inverosímiles relaciones de causalidad que giran en torno a este primer discurso. Así, el segundo discurso, dedicado a estudiar el problema de la población, y a pesar de haber considerado algunas posibles causas que pudieran explicar su disminución, como la peste, las guerras, las expulsiones y la emigración, considera que ésta se debía a la importación de bienes extranjeros. Sancho de Moncada estaba convencido de que al no producirse bienes en el interior, la población había emigrado hacia aquellas regiones demandantes de mano de obra. Por consiguiente, planteó un programa de sustitución de importaciones con objeto de producir en España aquellos productos importados, lo que a su juicio aumentaría el número de matrimonios y, con ellos, la población.
En el tercer discurso estudia las cuestiones monetarias.
El objetivo que perseguía en este discurso era prohibir, por todos los medios, la saca de moneda de plata que el comercio exterior provocaba. La explicación dada por el toledano incorporaba, aunque con matices, elementos cuantitativistas. El medio eficaz para evitar que se exportara oro y plata era prohibir la importación de productos manufacturados. Los discursos cuarto, quinto y sexto están dedicados a la Hacienda.
Sancho de Moncada intentaba aumentar los ingresos fiscales por medio de “cargar grandes alcabalas a las mercaderías extranjeras”, así como establecer un impuesto único sobre los cereales. Otro objetivo del toledano era acabar con el Servicio de Millones, pues condicionaba el presupuesto de gasto del Monarca. En el discurso séptimo lleva a cabo un repaso crítico de las soluciones que habían apuntado otros escritores acerca del “daño general de España”.
Así, la agricultura, los bienes de lujo, las alcabalas, el elevado número de funcionarios públicos, la numerosa población en torno a la Corte, la inmensa cantidad de leyes y pragmáticas, junto al elevado número de religiosos, constituyen para Sancho de Moncada variables, que si bien se han de tener en cuenta, no tenían la categoría de lo que a su juicio es el verdadero “daño radical”, esto es, el comercio con los extranjeros.
El intervencionismo xenófobo de Sancho de Moncada llega a su punto culminante en el discurso octavo, en el que propone expulsar a los gitanos.
Mucho más interesante es el discurso noveno en el que abiertamente se muestra partidario de una nueva forma de concebir la política, la denominada razón de Estado. Defiende la idea de que la política debe ser interpretada como ciencia siendo necesario que se estudiara formalmente, y a un nivel universitario creándose cátedras de teoría política. Para Sancho de Moncada el “gobierno, o razón de Estado era medio para fundar, conservar y aumentar un reino, y este medio se debía poner al tiempo, y con las circunstancias que piden los negocios, que de otra suerte se dañarían”.
Encuentra el toledano en la medicina y en el arte de navegar ciencias paralelas a la política, capaces de proponer remedios con los que curar los achaques que aquejan a Castilla, y de esta forma “conservar” su poder. La influencia que sobre Sancho de Moncada tuvo Giovanni Botero y su trabajo titulado La razón de Estado es indiscutible en la obra del toledano. Respecto a la obra de Giovanni Botero, si bien desde el ámbito de la historia de las ideas políticas se la considera responsable de la pérdida de prestigio que tras su publicación experimentó la política al permitir demasiadas violaciones de las normas de la justicia, algunos historiadores del pensamiento económico han visto en el trabajo de Botero el origen del progreso de la investigación factual frente a la teoría económica heredada.
En este sentido, se ha venido considerando a Botero precursor de Tomas Robert Malthus, Ricardo Cantillon o del mismo Adam Smith. Con relación a la influencia de la obra de Sancho de Moncada, hay que señalar que ésta influyó no sólo en sus contemporáneos, sino también en la Ilustración, en los autores decimonónicos y en los modernos. Así, Martínez Mata en el siglo XVII cita a Sancho de Moncada, en el XVIII lo hacen Jerónimo de Uztáriz y el conde de Campomanes, y en el XIX Sempere y Guarinos y Colmeiro, quien considera que la fama del toledano es inmerecida. Fue Hamilton el que lo redescubrió en el XX, llegándosele a colocar en la presidencia espiritual del Instituto de Economía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
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Rogelio Fernández Delgado