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Luis Antonio Fernández de Córdoba

Biografía

Fernández de Córdoba, Luis Antonio. Conde de Teba. Montilla (Córdoba), 22.I.1696 – Toledo, 26.III.1771. Cardenal arzobispo de Toledo.

Fue Luis Antonio Fernández de Córdoba Portocarrero Guzmán y Aguilar miembro de una ilustre familia de la aristocracia andaluza, la de los marqueses de Priego y duques de Feria, por su línea paterna, y la de los condes de Montijo, por la materna. Sin embargo, no era, como se ha escrito, hijo del VI marqués de Priego y VI duque de Feria, sino su nieto. Luis Antonio fue el segundo hijo del matrimonio formado en 1680 por Antonio Fernández de Córdoba y Figueroa (1655-1727), segundo hijo Luis Ignacio Fernández de Córdoba, VI marqués de Priego, y Catalina Portocarrero y Guzmán (fallecida en 1712), hija del IV conde de Montijo, que ostentaba los títulos de marquesa de Ladrada, condesa de Teba y condesa de Baños y que a su muerte pasaron a su primogénito, Domingo de Córdoba Portocarrero Guzmán y Leiva. Los estados de Teba y Ardales, por pedir varonía en la sucesión, pasaron, a la muerte de Domingo, a su hermano Luis Antonio, mientras que los demás los heredó la única hija del primero, Teresa de Córdoba Guzmán y Leiva.

Nació Luis Antonio en el palacio familiar de Montilla el 22 de enero de 1696. Destinado a gozar de un beneficio eclesiástico fue puesto bajo la tutela de su tío materno, el cardenal arzobispo de Toledo Luis Manuel Fernández Portocarrero Bocanegra (1635-1709).

En las universidades de Salamanca y Alcalá siguió los cursos de Cánones y alcanzó el grado de doctor en esta última. En 1721 pasó a formar parte del cabildo catedralicio primado al recibir una canonjía extravagante por colación del arzobispo Diego de Astorga y, antes de concluir el año, el papa Inocencio XIII lo elevó a la dignidad del deanato. Durante su etapa como deán se realizaron notables trabajos históricos y artísticos en la catedral toledana, iniciados por los que entre 1727 y 1729 acometieron en el archivo y en la biblioteca capitulares los benedictinos Martín Sarmiento y Diego Mecolaeta con la intención de redactar un catálogo de sus códices. Surgió entonces la primera idea de reeditar los textos de la liturgia mozárabe publicados por el cardenal Cisneros, pero todo quedó en nada cuando Sarmiento dejó el monasterio madrileño de San Martín para trasladarse al de Samos en 1745. En octubre de 1721, el cabildo nombró arquitecto de la catedral a Narciso Tomé, que en 1732 concluyó las obras del transparente, costeado por el cardenal Astorga.

En 1755 encargó al organero Luis de Liborna Echevarría la construcción de un órgano para el coro, cuya colocación se realizó en 1758.

Fue creado cardenal presbítero, sin título, por Benedicto XIV en el consistorio de 18 de diciembre de 1754, el mismo en el que el Papa aceptó la renuncia del infante Luis Antonio de Borbón al cardenalato y a la administración de los arzobispados de Toledo y Sevilla.

A principios del año siguiente corrió el rumor, del que se hace eco el padre Isla en su correspondencia, de que a Luis Antonio Fernández de Córdoba, el deán de Toledo, se le encomendaría la agencia de Roma mientras que la sede primada se entregaría al cardenal Portocarrero, Joaquín Fernández Portocarrero Mendoza, patriarca de Antioquia (1681-1760): “Ahora aseguran que el arzobispado de Toledo se dará al cardenal Portocarrero y que el cardenal de Córdoba irá a servir al ministerio de Roma” (Cartas familiares, 28 de febrero de 1755). Sin embargo, Fernando VI prefirió para la sede toledana al deán antes que al arzobispo curial, alejado de la realidad de la diócesis primada, y presentó a Luis Antonio Fernández para suceder al cardenal infante; fue nombrado por el Papa el 4 de agosto de 1755. El 11 de septiembre tomó posesión de la sede, antes de su consagración episcopal que tuvo lugar el 28 del mismo mes en la iglesia del Monasterio de San Jerónimo en Madrid. Pero recibió el arzobispado con una pesada carga sobre sus rentas, la pensión del infante don Luis Antonio de Borbón. En el único informe ad limina que remitió a Roma, fechado en Toledo el 30 de enero de 1769, cifra las rentas de la mesa arzobispal en algo más de tres millones y medio de reales, sobre los que están cargadas pensiones por un valor de algo más de millón y cuarto, de los cuales casi un millón son para el infante: “Reditus huius Mense Archiepiscopalis sunt quotannis 320 millia ducatorum vellionensium, hoc est 3.520.000 regalium.

Pensiones, quibus gravatur, ascendunt quotannis ad 1.252.107 regales vellionem” (A. Fernández Collado, Los informes..., pág. 309). Además, el informe muestra a un prelado preocupado por la disciplina eclesiástica y los problemas de jurisdicción, suscitados ya en el episcopado anterior, con la nunciatura al anular ésta algunas de las sentencias que le llegaban por apelación desde el Consejo de la Gobernación del Arzobispado de Toledo. El cardenal Fernández de Córdoba presentó repetidas quejas ante el Consejo de Castilla contra el proceder de la nunciatura que consideraba una limitación de las prerrogativas que desde antiguo había gozado el arzobispo de Toledo, y el 17 de febrero de 1768 emitió un decreto dirigido a “los vicarios generales, foráneos y visitadores y demás jueces de este nuestro Arzobispado” señalando los límites de su jurisdicción. En la práctica suponía la reforma del Consejo de la Gobernación para adecuar su funcionamiento a las nuevas circunstancias, señalando las facultades del Consejo y las de los otros tribunales de la diócesis a fin de evitar las interferencias entre ellos y facilitar el buen gobierno de la archidiócesis.

Durante su episcopado, el cabildo toledano contó entre sus capitulares con hombres de gran talla, muchos de los cuales llegaron a ser obispos: Romualdo Valverde Cienfuegos, de Ávila, en 1758; Felipe Pérez de Santa María, titular de Constanza de Arabia y auxiliar de Toledo, en 1761; Juan José Rodríguez Arellano, arzobispo de Burgos, en 1764; Francisco Fabián y Fuero, de Puebla de los Ángeles, en 1765; Francisco Antonio Lorenzana, de Plasencia, en 1765; Miguel González Bobela, titular de Caristo y auxiliar de Toledo, en 1771. Otros no obtuvieron nunca la mitra por no contar con suficientes apoyos en el Consejo; es el caso de Juan Antonio de los Fueros, maestrescuela y vicario general del Arzobispado, y de Nicolás Montero: ambos fueron propuestos por el Consejo de Indias para ocupar la sede de Puebla de los Ángeles que finalmente obtuvo Fabián y Fuero.

Sus últimos años los vivió desterrado de la Corte y entregado al socorro de los pobres, muy abundantes en algunas zonas de la archidiócesis, en la que la escasez de trigo, el acaparamiento de los granos y el subido precio de los alimentos fomentaron, desde finales de 1765, motines a causa del hambre. No era ésta una situación coyuntural y poco podían hacer las limosnas del cardenal, pero para sus coetáneos fue éste el rasgo más destacado, junto con el celo por la Iglesia, de su pontificado, y así lo proclama la lauda colocada en la puerta de la sacristía de la catedral de Toledo: “Ecclesiae zelo eluxit, maxime vero enituit misericordia pauperes”.

Murió en Toledo el 26 de marzo de 1771 y su cuerpo recibió sepultura en la clausura del convento de las capuchinas de Toledo, bajo una lápida que resume su vida, sencillamente: canónigo, deán, arzobispo de la santa Iglesia primada de Toledo; cardenal de la santa romana Iglesia; “vir clarus genere, sed virtutibus clarior, praesertin munificencia in pauperes”.

 

Bibl.: L. Vilar y Pascual, Diccionario histórico, genealógico y heráldico de las familia ilustres de la Monarquía Española, t. V, Madrid, Imprenta de F. Sánchez, 1862, págs. 193 y 265-266; J. M. Campoy, “La sede toledana en el Siglo xviii”, en Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, 36-37 (1928), págs. 184-209; F. Rubio Piqueras, “Episcopologio toledano”, en Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, 38-39 (1929), págs. 51-104; C. Bonilla Moreno, “Los órganos de la catedral de Toledo”, en Toletum, 1 (1955), págs. 119-164; L. Sierra Nava-Lasa, “Fernández de Córdoba, Luis Antonio”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 918; M. Gutiérrez García-Brazales, “El Consejo de la Gobernación del Arzobispado de Toledo”, en Anales Toledanos, 16 (1983), págs. 63- 138; “Don Luis Antonio Fernández de Córdoba Portocarrero (1755-1771)”, en Los Primados de Toledo, Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Diputación Provincial de Toledo, 1993, págs. 134-135; A. Fernández Collado, Los informes de visita “ad limina” de los Arzobispo de Toledo, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2002, págs. 120-136 y 305-331; A. R. Peña Izquierdo, La Casa de Palma: la familia Portocarrero en el gobierno de la monarquía hispánica (1665-1700), Córdoba, Universidad, 2004.

 

José Carlos Vizuete Mendoza