Oruña Calderón de la Barca, Pedro Francisco Antonio de. Pablo de Colindres. Colindres (Cantabria), 28.X.1696 – Viena (Austria), 7.VI.1766. General de la Orden Capuchina (OFMCap.), canónigo, catedrático, teólogo, canonista.
Nació en el seno de una familia montañesa acomodada, siendo sus padres Pedro de Oruña y del Hoyo y Manuela de Calderón de la Barca y Setién, quienes, al bautizarlo el día 7 de noviembre, le dieron los nombres de Pedro Francisco Antonio. Fue el tercero de cuatro hermanos: el primero, Diego Manuel, heredó la casa familiar y fue caballero de la Orden de Calatrava y corregidor de Alcalá la Real; el segundo, Juan Antonio, le sucedió a Pedro Francisco en la canonjía doctoral de Salamanca y en la Cátedra de Decretales de la Universidad, siendo elevado finalmente a la sede de Osma; a él le siguió su hermana María Luisa, que formó familia en el mismo Colindres con Juan de Quintana. No se poseen datos de su niñez ni primeras letras. La primera fecha conocida de su carrera universitaria es el 13 de septiembre de 1712, cuando, a la edad de dieciséis años, comenzaba, junto con su hermano Juan Antonio, el estudio de Cánones en el Colegio Mayor de Santa Cruz de Valladolid, obteniendo el grado de bachiller al año siguiente en la Universidad de Irache (Navarra). Pero fue en Valladolid donde continuó estudiando hasta marzo de 1720, habiendo recibido la tonsura clerical el 2 de febrero de 1718. Concluidos sus estudios en Valladolid se licenció en Cánones por la Universidad de Santo Tomás de Ávila.
El 23 de enero de 1720 salió a concurso, por hallarse vacante, la canonjía doctoral de la Catedral de Salamanca. Pedro Francisco de Oruña se presentó a la oposición, que se celebró el 26 de junio, consiguiendo en el segundo escrutinio los veintiún votos del Cabildo, por lo que el 12 de julio fue elegido canónigo doctoral, tomando posesión de su prebenda el 19 del mismo mes, a la edad de veinticuatro años. Aunque no se conocen las fechas precisas, durante los meses siguientes debió de recibir las tres órdenes mayores, pues todavía no había recibido el subdiaconado, aunque sí la tonsura. Esto hace pensar que desde hacía tiempo acariciaba la idea de la ordenación sacerdotal, necesaria para seguir ascendiendo en el escalafón eclesiástico. Al hacerse cargo de la canonjía doctoral, pronto tuvo que ocuparse de casi todos los asuntos contenciosos que se presentaban al Cabildo, lo que por otra parte era habitual tratándose del doctoral. Numerosos fueron los pleitos entre el Cabildo y la Universidad, el Colegio Irlandés y el Colegio de la Compañía por motivo de la asignación de diezmos. Además, intervino en asuntos relacionados con la fábrica de la Catedral, obras pías, capellanías, fundaciones; tuvo que defender pleitos en la Corte y hacer valer los derechos del Cabildo. En todos estos trabajos mostró gran competencia y una capacidad ilimitada para el trabajo. Con fecha 20 de agosto de 1720 consiguió el bachillerato en Cánones por Salamanca (lo tenía ya por Irache); y la licenciatura en Cánones por la misma Universidad (lo tenía por Ávila) el 30 de agosto de 1722, siendo investido como doctor el 7 de abril de 1723. Esto hizo que continuara su ascenso, seguro del éxito, presentándose a la Cátedra de Decretales de la Universidad salmantina. Hecha la oposición en agosto de 1723 con otros veintiséis aspirantes, por Real Orden se le adjudicaba la Cátedra a Pedro Francisco, de la que tomó posesión el 10 de ese mismo mes y año.
Su porvenir, con sólo veintiocho años, apuntaba muy alto, pero su vida iba a tomar una dirección muy distinta, que poco tenía que ver con las cátedras brillantes y el cursus honorum eclesiástico, al menos en sus primeros momentos. Fue en la noche de Navidad de 1724, durante el canto de maitines, cuando, después de haber madurado su vocación por un tiempo, se decidió con firme resolución a cambiar de vida, para cuyo fin pidió ingresar en la Orden Capuchina, tenida por aquel entonces como una de las más austeras y penitentes. Él atribuyó su decisión a la protección de la Santísima Virgen. El 10 de marzo de 1725, después de haberse despedido con lágrimas del Cabildo, tomó el hábito en el Convento noviciado que los capuchinos de la provincia de la Encarnación de las dos Castillas tenían en la misma ciudad de Salamanca, cambiando su nombre por el de Pablo de Colindres. Habiendo comprobado los superiores de la provincia que su renuncia a la vida anterior era totalmente sincera, fue dispensado de la mitad del año canónico de noviciado, profesando el 11 de septiembre de 1725, y el 10 de mayo del año siguiente se le concedieron los derechos y privilegios que se les otorgaban a los sacerdotes que habían terminado felizmente sus estudios. Con ocasión de la celebración del capítulo provincial, el mes de abril de 1727, quedó vacante el cargo de secretario del ministro general para las provincias de España, al ser elegido provincial el que lo era hasta entonces, el padre Isidro de Lozoya. Para sucederle fue nombrado el padre Colindres, que comenzó su tarea acompañando al ministro general, Hartmann de Bressanone, en su visita por las provincias de España: Valencia, Cataluña, Aragón y Navarra. Llegados a Pamplona el 3 de mayo de 1728 el ministro general continuó seguidamente su visita por Francia, Bélgica, Austria y Alemania. Alcanzaron Roma a finales de 1732, después de que el padre Colindres hubiera sufrido diversas enfermedades. A continuación del capítulo general de mayo de 1733, en el que participó como custodio segundo por su provincia, el padre Colindres, con la elección de nuevo ministro general, volvió a Castilla a finales de agosto de aquel año.
La plaza africana de Orán había sido reconquistada por las tropas españolas en 1732, estando totalmente ocupada para el mes de julio de ese año. En la mentalidad y práctica de la época a la conquista militar seguía la espiritual. No se sabe si fue a petición propia o por indicación de los superiores, pero, obtenidos los permisos necesarios, el 18 de noviembre de 1734 salía el padre Colindres, junto con el padre Matías de Marquina, para Orán, para predicar y asistir a los hospitales. Así lo atestiguan el padre Rávago y el padre José de Sangüesa, quienes afirman que había escogido Orán para dedicarse a la salvación de las almas. Una vez allí trabajaron intensamente en la conversión y reducción de los naturales, predicando constantemente y desplegando una gran actividad en la asistencia de los enfermos. Su celo y vida austera hizo que en varias ocasiones fueran delatados injustamente. El padre Colindres participó también en la cuestión de conciencia que se suscitó sobre los musulmanes y cristianos caídos prisioneros en ambos bandos: el problema planteado era si podía considerarse lícito vender o canjear mujeres, muchachos y niños musulmanes. El padre Colindres se opuso a que los musulmanes fueran rescatados por dinero, sobre todo los niños. La única posibilidad consistía en que fueran cambiados por españoles; los niños sólo deberían ser vendidos o entregados a los cristianos para ser bautizados. El confesor del Rey, padre Francisco Rávago, se conformó en todo con el parecer del padre Colindres, que calificó de prudente y acertado. Después de seis años de ejercicio del ministerio apostólico en Orán, los padres Colindres y Marquina regresaron, a mediados de 1740, a su provincia de Castilla. En 1742 Colindres residía en el Convento de La Paciencia de Madrid. Ese mismo año, en el capítulo, fue elegido guardián del Convento de San Antonio del Prado (Madrid), pero renunció al cargo, continuando en La Paciencia dedicado a la predicación, al confesonario y a responder a las consultas que le dirigían gobernantes y prelados.
A finales de 1744 o principios de 1745, el padre Colindres fue nombrado visitador general de la provincia de Valencia, que presentaba problemas de convivencia entre los distintos grupos que se habían formado en torno a la división en custodias de la provincia, que pretendía una mejor distribución de los cargos y oficios provinciales, y que había realizado el padre Félix de Parma, visitador general, en 1735. El 23 de enero de 1745 iniciaba Colindres, por el Convento de Valencia, su visita a dicha provincia. Haciendo uso de las facultades concedidas por el Papa con el breve Pastoralis officii (10 de marzo de 1745), después de visitar todos los conventos, convocó el capítulo, nombró al provincial y dos definidores y firmó el 6 de agosto de ese año el Establecimiento hecho para el gobierno de la Provincia por el Rmo. P. Fr. Pablo de Colindres Visitador, y Comisario General, con el que, al menos aparentemente, logró el objetivo de la visita: la pacificación y unión de la provincia. En este documento, que sirvió de base para los breves de división de las otras provincias, se establecía que la división de la provincia en tres custodias (Valencia, Alicante y Murcia) no era territorial, sino por estudios y ramas de lectores y estudiantes, sin división de conventos, y se concretaban otros detalles como la clasificación de conventos y su asignación a las distintas custodias, duración de los cargos, rotación del provincialato, etc. Avalado por su ciencia y experiencia en el manejo de cuestiones canónicas, los superiores de Castilla solicitaron su ayuda para llevar a cabo la división de la provincia en tres custodias, quedando dicho asunto bien perfilado para su aprobación por la Santa Sede. El 21 de octubre de 1746 celebró la provincia de Castilla su capítulo, y, aunque el padre Colindres no asistió por su reluctancia a los cargos, fue elegido ministro provincial por todos los votos, excepto dos. En el capítulo se inició ya la nueva distribución de cargos por custodias, y los capitulares pidieron a Colindres que hiciera todo lo posible para que dicha organización fuera aprobada por el ministro general y el Papa. Pero poco iba a durar la permanencia del padre Colindres en su provincia, pues convocado el capítulo general para el 19 de mayo de 1747, partió para Roma el 20 de diciembre de 1746. En dicha asamblea fue elegido segundo definidor general, dedicando desde entonces todas sus energías en beneficio de la Orden.
En Roma el padre Colindres consiguió del papa Benedicto XIV, ese mismo año, con fecha 24 de julio, el breve Apostolicae caritatis, por el que dividía la provincia de Castilla en tres custodias (Madrid, Toledo y Valladolid). Más adelante, en 1764, dentro del generalato de Colindres, también la provincia de Navarra sería dividida en dos custodias (Pamplona y Rentería). La de Aragón fue dividida en 1775 en tres (Zaragoza, Huesca y Teruel). De la documentación que se conserva no se deduce que este nuevo modo de organizar las provincias trajera beneficios, sino nuevos desconciertos, ya que en muchas ocasiones no se encontraban en una rama de estudios sujetos aptos para cubrir los cargos de la custodia que aquella tenía asignada. Con fecha 15 de diciembre del mismo año Colindres consiguió del Papa la bula Alias felicis recordationis, del 15 de diciembre de 1747, por la que se suprimían los discretos en todas las provincias de España, es decir, los representantes elegidos por la base para asistir a los capítulos provinciales, siguiendo en esto la tendencia a crear un gobierno oligárquico, que fue común a todas las órdenes religiosas. El capítulo general del 31 de mayo de 1754 lo reeligió de nuevo como definidor, lo que él consideró como voluntad de Dios a la que no podía resistirse. Como ministro general fue elegido el padre Serafín de Ziegenhals, quien con su definitorio reorganizó los estudios de la Orden con el Decretum generale de studiis ordinate et fructuose peragendis, del 6 de octubre de 1757, en cuya redacción parece fue decisiva la mano del padre Colindres. En el decreto se insistía en el aprovechamiento del tiempo después del noviciado, antes de empezar los estudios de Filosofía, en el estudio del Latín, en que los lectores explicasen la Teología siguiendo la doctrina de san Buenaventura o Duns Escoto; y se dejaba muy clara la necesidad de estudiar las doctrinas modernas, lo que tenía mucha importancia, aunque para refutarlas y proponer sus problemas.
Estando Colindres en Roma, en su segundo septenio como definidor general, el confesor del rey Fernando VI, el padre Francisco Rávago se fijó en él para presentarlo, primero al Rey y después al Papa, para la mitra de Barcelona, que se hallaba vacante. Las razones que aducía el confesor eran, además de los cargos y estudios, su vida ejemplar y una gran sabiduría canónica y teológica. El Rey, por supuesto, aceptó de muy buen grado al propuesto. Pero los temores de Rávago ante la posibilidad de que Colindres no aceptara el episcopado se cumplieron, a pesar de que se intentó conseguir que el Papa le obligara a aceptar.
El padre Colindres aducía que “habiendo sido favorecido de la bondad divina con su santa vocación a la fuga del siglo y retiro en el claustro de esta Religión, que profesando, como especial instituto el de la humildad, austeridad y pobreza, se considera distante de tales honras, sería infiel a la divina gracia y refractario a mi profesión [...] gracia cuya aceptación, creo, no sería de la voluntad divina, ni sin gravísimo escrúpulo de mi conciencia”. Aunque las gestiones se multiplicaron para conseguir su aceptación, el Papa finalmente no quiso imponerle precepto de obediencia.
En el capítulo general, celebrado el 8 de mayo de 1761, Colindres fue elegido ministro general en el segundo escrutinio, por ciento catorce votos, a la edad de sesenta y cuatro años. La Orden contaba entonces con más de treinta y cuatro mil miembros, pero, a pesar del número, no vivía, como las demás, el momento de mayor esplendor espiritual. Colindres vio de nuevo en esta elección una exigencia más de la voluntad divina y se dispuso a iniciar la visita a las distintas provincias de la Orden, lo que constituía el ministerio más propio de los ministros generales, con el objetivo de elevarla a una mayor observancia y fidelidad a la Regla y Constituciones. Comenzó por algunas provincias del norte de Italia, llegando a España a finales de mayo de 1763. Entró en Madrid el 6 de julio de dicho año y se cubrió, con el boato y la solemnidad acostumbrada en esos casos, de Grande de España de primera clase el 10 del mismo mes, haciendo uso del privilegio que él y otros generales de órdenes religiosas tenían en España. Durante su visita por las provincias ibéricas, además de dejar numerosas Ordenaciones, con las que pretendía el florecimiento de los estudios, repitiendo y aplicando las normas dadas por el padre Ziegenhals antes citadas, y el restablecimiento de la ‘observancia regular’, expresión con la que se resumía el ideal de vida religiosa del momento, llevó a cabo lo que en otras provincias de Italia y Europa no pudo, y que puede considerarse lo más típico de su generalato: el establecimiento de seminarios o colegios de misioneros (para las misiones populares en España) que también pretendían ser casas de retiro y estricta observancia. Con estas casas pretendía formar células de renovación en cada provincia que supusieran un impulso para la vida religiosa como tal y para el apostolado. Para ello en cada establecimiento dejó estatutos muy precisos en los que insistía en el cumplimiento literal de la Regla (vida común, retiro, pobreza absoluta, oración, predicación alterna de misiones) y en el carácter voluntario de los que ingresaran en ellos. Aunque hubo cierta oposición en las provincias, logró fundar los siguientes: Sanlúcar de Barrameda (1764, provincia de Andalucía), Monóvar (1764, provincia de Valencia), Toro (1765, provincia de Castilla). En las provincias de Aragón y Navarra se establecieron más tarde: Borja (Zaragoza); Lerín y Vera de Bidasoa (Navarra) en 1797, pero siguiendo siempre lo establecido años antes por el padre Colindres.
Terminada la visita a las provincias de España se dirigió a inicios de 1765 a Francia, donde no pudo solucionar los problemas existentes en la provincia de París, y de allí a Bélgica y Alemania. El mes de abril de 1766 llegaba a Viena, donde falleció el 7 de junio, agotadas sus fuerzas por la enfermedad.
Obras de ~: Melchor de Pobladura, Litterae circulares superiorum generalium Ordinis Minorum Capuccinorum (1548- 1803), Monumenta historica Ordinis Minorum Capuccinorum VIII-IX, Romae, 1960, págs. 274-291; Documentación sobre Pablo de Colindres (documentos personales, respuesta a consultas, Ordenaciones, etc.) se puede encontrar en distintos archivos: Archivos de las provincias capuchinas de España (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Pamplona), Archivo General de la Orden (Roma), Archivo Secreto Vaticano, Archivo General de Simancas, Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Embajada de España ante la Santa Sede (Madrid), Archivo de la Catedral de Salamanca, Archivo de la Universidad de Salamanca, Archivo Histórico Provincial Universitario de Santa Cruz de Valladolid, Biblioteca del Colegio de Santa Cruz de Valladolid, y Biblioteca Nacional (mss.).
Bibl.: Viridiario auténtico en que florecen, siempre vivas, las memorias de lo que pertenece al buen govierno de esta provincia. Dedicase a la purissa concepción de Na. SSa. Año de 1666 (provincia de Castilla 1666-1815); L. de Zaragoza, Elogio del Rmo. P. Pablo de Colindres, general de la Orden de Menores Capuchinos de San Francisco, Zaragoza, Imprenta de Francisco Moreno, 1773 (Milán, 1889); J. de Sangüesa, Parentación luctuosa que en las honras, que el día diez de noviembre de 1766, consagró la Provincia de Castilla, de Menores Capuchinos, en su convento de S. Antonio del Prado, a la feliz y piadosa memoria del Rmo. P. Fr. Pablo de Colindres, Madrid, 1767; Documentos sobre su generalato en: Bullarium Ordinis FF. Minorum S.P. Francisci Capuccinorum seu collectio bullarum, brevium, decretorum, rescriptorum oraculorum &c. quae â Sede Apostolica pro Ordine Capucino emanarunt [...], VIII, variis notis elucubrata a Petro Damiani a Munster, Romae-Oeniponte, Oeniponte Typis Wagnerianis, 1883, págs. 314-363; F. da Mareto, Tavole dei capitoli generali dell’Ordine dei FF.MM. Cappuccini con molte notizie illustrative, Parma, Libreria Editrice Frate Francesco, 1940, págs. 211, 218 y 220-221; M. de pobladura, “Los generales de la Orden capuchina grandes de España de primera clase”, en Collectanea Franciscana (ColFranc), 13 (1943), págs. 253-302; Los frailes menores capuchinos en Castilla, Madrid, El Mensajero Seráfico, 1946; Historia generalis Ordinis Fratrum Minorum Capuccinorum. Pars tertia (1761-1940), Romae, Institutum Historicum Ordinis Fratrum Minorum Capuccinorum, 1951; “Paulus a Colindres”, en Lexicon Capuccinum. Promptuarium Historico-Bibliographicum OFMCap (1525-1950), Romae, Bibliotheca Collegii Internationalis S. Laurentii Brundusini, 1951, col. 1299; “El establecimiento de los conventos de retiro en la Orden capuchina (1760-1790)”, en ColFranc, 22 (1952), págs. 53-73 y 150-179; “Seminarios de misioneros y conventos de perfecta vida común. Un episodio del regalismo español (1763-1785)”, en ColFranc, 32 (1962), págs. 271-309 y 397-433; 33 (1963), págs. 28-81; “De electione Pauli a Colindres in ministrum generalem deque eiusdem relationibus cum regibus et principibus sui aevi”, en ColFranc, 36 (1966), págs. 307-337; B. de Carrocera, “El Rmo. P. Pablo de Colindres general de la Orden capuchina (1696-1766). Perfil biográfico selectivo”, en ColFranc, 36 (1966), págs. 243-306; La provincia de frailes menores capuchinos de Castilla. II: 1701- 1836, Madrid, Centro de Propaganda, 1973, págs. 503-520; L. de Aspurz, “Colindres, Pablo de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1975, págs. 460-461; V. Serra de Manresa, Els caputxins de Catalunya, de l’adveniment borbònic a la invasió napoleònica: vida quotidiana i institucional, actituds, mentalitat, cultura (1700- 1814), (Col·lectània Sant Pacià 57), Facultat de Teologia de Catalunya-Editorial Herder, 1996, Barcelona; M. González García, “Pablo de Colindres (1696-1766): primer general español de los capuchinos”, en ColFranc, 67 (1997), págs. 83- 104; J. A. Echeverría, Los capuchinos en la España del siglo xix. Política religiosa liberal y vida institucional (1800-1877), Dissertatio ad Lauream, Romae, Pontificia Universitas Gregoriana, Facultas Historiae Ecclesiasticae, 1997 (inéd.).
José Ángel Echeverría, OFMCap.