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Antonio Quintanilla y Álvarez

Biografía

Quintanilla y Álvarez, Antonio de. Marqués de Quintanilla (I). Ancud (Chile), 13.IX.1825 – San Juan de Puerto Rico, 1869. Abogado, agente secreto carlista.

Hijo legítimo de Antonio de Quintanilla y Santiago, último gobernador por Su Majestad de Chiloé, mariscal de campo, y de Antonia Álvarez Garay.

Emigró a España con sus padres, después de la firma del Tratado de Tantauco, el 19 de enero de 1826, quienes se domiciliaron en Santander en la calle San Francisco, n.º 22. Siguió estudios de Derecho y luego ingresó, el 1 de diciembre de 1852, en el Ministerio de Justicia como oficial auxiliar y supernumerario, desempeñándose luego como oficial de la Comisión de Especies Estadísticas; en 1854 se le declaró incurso en la plaza de teniente fiscal de audiencia, en que quedó cesante. Solicitó colocación en ultramar al año siguiente e Isabel II le nombró alcalde menor del distrito de la Catedral de la ciudad de San Juan de Puerto Rico, que no asumió. Poseía dotes para la pintura y un idealismo concordante con su época: anhelaba la superación de los problemas políticos que dividían España. La Primera Guerra Carlista no había resuelto el problema sucesorio, porque el motivo era ideológico y no dinástico, y por esta razón entró en relación con el pretendiente carlista conde de Montemolín, llamado don Carlos (VI) por sus partidarios.

En 1855 se estableció una Comisión Regia Suprema, curioso y clandestino organismo en que participaron diversos prohombres, quienes desearon aunar los intereses superiores de ambos bandos en pro de la paz.

Tan hermoso como quimérico empeño fracasó. Por esto, de pronto se vio envuelto en lo mismo que deseaba extirpar, participando en un proyecto de insurrección.

El pretendiente lo autorizó en Nápoles, el 3 de agosto de 1856, para concertar un empréstito a su nombre en las Cortes de Europa, fecha en que en reconocimiento a sus afanes y a los méritos de su padre y antepasados en servicio de la Corona, le otorgó el título de marqués de Quintanilla. Recorrió entonces, en calidad de gentilhombre y agente secreto, las principales capitales de la Península, buscando dinero para llevar a cabo obra tan colosal. Para su correspondencia usaba el seudónimo de Viriato. Se dirigió luego a diversas Cortes, en especial a las de Rusia, Francia, Inglaterra y Austria, donde se entrevistó con personajes notables de la política y de los negocios. De tal modo, se buscó un hombre fuerte y éste resultó ser el general Jaime Ortega y Olleta, moderado que no era carlista de origen, a la sazón capitán general de Baleares, donde comenzaría el pronunciamiento. En Marsella, el 24 de marzo de 1860, se embarcó de incógnito don Carlos (VI), su hermano el infante don Fernando y un pequeño séquito en el que estaba Quintanilla, en el Huveaune, vapor de 100 caballos de fuerza, con aparente destino a Orán. Debido al tiempo tempestuoso debieron recalar en Cette, pudiendo arribar a su efectivo destino, Palma de Mallorca, el día 29. Recibidos por el general Ortega, transbordaron, siempre de incógnito, al Jaime II, zarpando poco después la expedición compuesta de cuatro mil hombres, cuatro cañones, veinticinco caballos, en tres vapores y dos veleros, sin que sus oficiales y soldados supiesen dónde se dirigían. El destino efectivo era Valencia, pero el tiempo borrascoso obligó a variar la ruta desembarcando en San Carlos de la Rápita. Las tropas marcharon en dirección a Amposta para seguir a Uldecona.

A mitad de camino, en el lugar llamado Coll de Creu, habiendo seguido el conde de Montemolín, su hermano, el general Elío, Quintanilla y otros en dirección a aquel último lugar. Mientras las tropas descansaban, el general Ortega, al iniciar una arenga, fue acallado por el coronel Rodríguez de Vera, que prorrumpió en vivas a Isabel II. Amenazado, para salvarse emprendió la huída al galope, fracasando el pronunciamiento.

Quintanilla se dirigió a Valencia, siguió a Madrid y se refugió en Portugal, mientras los príncipes y el resto de su comitiva, que prefirieron seguir otro camino, fueron aprisionados. Carlos (VI) fue obligado en Tortosa a renunciar a sus pretensiones, el 23 de abril de 1860. Los conjurados en el resto de España, al saber el funesto resultado, se dieron por no enterados; sólo el coronel Carrión se alzó en Castilla y, junto al general Ortega y otros de sus compañeros, fue fusilado. El Gobierno isabelino prefirió romper las listas de los comprometidos porque eran muchos.

Quintanilla publicó un folleto que causó sensación, en el cual decía: “…la sangre vertida en las disensiones civiles suele ser tan funesta a los vencedores como a los vencidos: un sacrificio cruento en personas por cuyas venas corre sangre de cien reyes, mancharía la memoria augusta del monarca que lo consintiera”.

Los infantes fueron liberados y expulsados del territorio nacional. El 2 de mayo de 1860 se promulgó la amnistía general. El marqués de Quintanilla se reunió con don Carlos (VI) en Trieste, lugar donde éste falleció el 13 de enero de 1861. Cinco años después empezó a redactar unos apuntes que se conservan en la Academia de la Historia, Colección Pirala. Decidido a alejarse de la política y sin sentirse ligado a bando alguno, después de la muerte de don Carlos (VI), se trasladó a San Juan de Puerto Rico, desempeñándose como fiscal y presidente de la Audiencia.

Contrajo matrimonio, poco después del indulto, con Elena Fábregas Pellón, natural de Almería, teniendo por hijos a Guillermo, sucesor en el título (nacido en San Juan de Puerto Rico, 1867), connotado ingeniero agrónomo e inventor; Antonio y Elena.

 

Bibl.: Ph. Aillaud de Cazeneuve, Extrait du Repport adressé a la Reine Carolina d´Espagne sur son voyage feit aux ordres de S.M. le Roi Charles VI a bord de L´Huveaune, 1860; V. de Cadenas y Vicent, Títulos del Reino concedidos por los Monarcas Carlistas, Madrid, Hidalguía, 1959, pág. 119; I. Vázquez de Acuña, marqués García del Postigo, “El Marqués de Quintanilla (Gentilhombre y agente secreto de Carlos VI)”, en Altamira (Revista del Centro de Estudios Montañeses, Santander, Diputación Provincial, Institución Cultural de Cantabria, Consejo Superior de Investigaciones Científicas) (1974), págs. 213-257.

 

Isidoro Vázquez de Acuña y García del Postigo