Hernández Moreno, Antonia María. Trujillo (Cáceres), 19.VIII.1875 – 14.III.1955. Fundadora de la Congregación de Hijas de la Virgen de los Dolores.
Hija de Pedro Hernández, médico, y Vicenta Moreno. El matrimonio tuvo dos hijas más: María y Petra.
Con cinco años de edad, comenzó a asistir a la escuela pública, pero quienes contribuyeron a su formación humana y cristiana, fueron las Carmelitas de la Caridad que abrieron colegio en Trujillo cuando ella tenía diez años. Allí conoció a Fulgencio Fernández Cercas, “varón santo e inteligente, apóstol infatigable, grande y modesto”, que será su confesor, su amigo y confidente; personaje fundamental en su trayectoria espiritual.
Cuando tenía diecisiete años, murió su madre, y Antonia María tuvo que abandonar el colegio para dedicarse al cuidado de su padre. Dice en sus cartas que por este tiempo ya “sentía una gran atracción por la Vida religiosa”, deseos a los que se opuso su padre desde un principio. Le prohibieron que volviera a ver a su confesor, al que encontró después de casada, porque, como ella misma dice en una carta al obispo de Plasencia el 6 de diciembre de 1919, “mi alma ansiaba me hablasen de Dios como él lo hacía cuando era niña”.
A los veintiocho años se casó con Proceso Lacalle y, sin abandonar sus obligaciones domésticas, bien pronto se puso a trabajar en un barrio pobre y marginal de Trujillo —la Villa—, en una catequesis primero de niñas, después también de niños.
En 1910, con la aprobación de Fulgencio, se tomó en alquiler, que nunca se pagó, la casa rectoral de Santa María. Lo que comenzó siendo una catequesis dominical y escuela de analfabetos se convirtió en un internado para jóvenes con indicios de vocación religiosa y se daban clases mañana y tarde. Pero las ayudas disminuían, y las dificultades aumentaban: “Mi familia y mis amistades me hacían la guerra sin descanso” (carta al obispo de Plasencia, 8 de noviembre de 1919).
En 1914 vino destinado a las Huertas Juan Tena, “al que conocía desde niño, y por ser sobrino de Fulgencio había ido mucho a la escuela durante las vacaciones, a la catequesis de los niños que teníamos los domingos [...] le conté mis apuros, y en él encontré la ayuda y el apoyo que necesitaba”. De esta misma época es el comentario siguiente: “El estado de mi alma por entonces era el de un atractivo irresistible a la vida religiosa, y me hubiera arrastrado al último rincón del último convento del mundo. Esto decía yo a nuestro Señor, que ni siquiera a D. Fulgencio, si mis deberes de casada no me hubiesen retenido en el mundo”.
Madre Antonia observó que todas las necesidades —niños, enfermos, etc.— tenían quienes las remediasen, pero, ¿quién ayudaba, preparaba y alentaba a aquellas jóvenes que, sintiendo la llamada del Señor a consagrarse a él, se encontraban con los obstáculos de sus propias familias —como le ocurrió a ella—, o de la falta de formación, o de medios económicos —las dotes— para poder realizar su vocación? Éste iba a ser el motor de su vida: ayudar a las jóvenes con inquietud vocacional a realizarla: “Lloraba yo a los pies de nuestro Señor por no haber sido fiel a mi primera vocación, pues la tuve bien marca, y haberme dejado vencer por el miedo a las amenaza de mi padre renunciando a la vida religiosa, y me encendía en deseos de ayudar a las jóvenes que tuvieran vocación, aun a costa mía, para que nadie les quitase tan grande bien”.
La escuela fue creciendo, en el internado no faltaban jóvenes y a la obra había que darle cuerpo, así que, aconsejada por algunos religiosos y sacerdotes consultó algunas instituciones, teresianas de Poveda, en concreto, con el fin de orientarse e incluso “entregar la Obra” comenzada por ella. Tan importante decisión no podía someterla a mero juicio y valoración humana, así pues, se desplazó a Zaragoza y allí, bajo el amparo y protección de la Virgen del Pilar, encontró la luz: “Entendí ser la Obra Teresiana muy del agrado de Dios, y muy a propósito de los tiempos que atravesamos (1918), y la obra nuestra, humilde y pobre, que viviría sin el aplauso de los hombres que no entenderían su fin puramente espiritual de llevar almas a la vida de perfección”. Aconsejada por el padre Postius, canonista del momento, fundaron en 1919 la Pía Unión de Servitas de la Madre de Dios. Juan Tena redactó los estatutos que fueron aprobados por el obispo de la diócesis.
Son fines esenciales de la Pía Unión: honrar a María como Madre de Dios; fomentar la devoción a los Dolores de la Virgen; la santificación personal de todos sus miembros; y recibir en sus internados jóvenes que deseen consagrarse a Dios en cualquier instituto u orden aprobados. Este cuarto punto exige: fomentar las vocaciones religiosas, preparar a las jóvenes para su ingreso en un Instituto de Vida Consagrada, y facilitarles los medios para que puedan realizar su vocación.
Jóvenes de toda la Península se desplazaron a Trujillo, donde fueron preparadas humana y cristianamente consagrándose después en diferentes órdenes y congregaciones religiosas.
El 14 de junio de 1926, la Sagrada Congregación firmó el rescripto y concedió el Nihil Obstat para que pudiera ser erigida como congregación de derecho diocesano. Todas las expectativas de su vida habían sido cumplidas generosamente salvo una: vestir el hábito de las Hijas de la Virgen de los Dolores. El 2 de febrero de 1955 Roma concedió a madre Antonia María la gracia de vestir el hábito de religiosa y emitir los votos religiosos, noticia que recibió con gozo y acción de gracias toda la congregación. Se preparó la fiesta para el 19 de marzo, pero la extrema gravedad de su salud hizo adelantar los acontecimientos: el día 13 de marzo madre Antonia María vistió el hábito y con pleno conocimiento emitió los votos religiosos en manos de Juan Tena. Al día siguiente, tras recibir la comunión, falleció Antonia María del Sagrado Corazón Hernández Moreno, fundadora de las Hijas de la Virgen de los Dolores.
“La Congregación de Hijas de la Virgen de los Dolores tiene su origen remoto en el deseo de trabajar en las cosas de Dios, que llevó a sus fundadores, Antonia María Hernández Moreno y Juan Tena Fernández, a organizar catequesis de niñas y niños pobres, por los que tenían preferencias. El atractivo irresistible que la madre fundadora sentía desde su juventud hacia la vida religiosa y el no haber podido realizar su consagración la encendieron en deseos de ayudar a las jóvenes con vocación religiosa ‘para que nadie les quitase tan grande bien’. Así nació la Institución para favorecer y fomentar la vocación religiosa en las jóvenes. Nuestros Padres fundadores trabajaron no sólo las vocaciones femeninas, sino también las masculinas, y por consiguiente, tenemos especial obligación de orar y sacrificarnos por ellas” (Constituciones Cap. I, §1).
La Congregación adquiere la aprobación de derecho pontificio en 1967. Hoy las HVD están presentes en España, Portugal, Argentina y Angola.
Obras de ~: con J. Tena Fernández, Cartas (cartas de los fundadores al obispo don Ángel Regueras, y a las hermanas), Salamanca, Hijas de la Virgen de los Dolores, 1983; Cartas II, Salamanca, Hijas de la Virgen de los Dolores, 1992.
Bibl.: L. Arias, Antonia María, su vida y su obra, Salamanca, Hijas de la Virgen de los Dolores, 1977; J. Tena Fernández, Recuerdos de una vida, Antonia M.ª Hernández Moreno, Salamanca, Hijas de la Virgen de los Dolores, 1989 (2.ª ed).
Maricarmen Álvarez, HVD y José Martín Brocos Fernández