Cuervo y Valdés, Francisco. Llamero, partido de Candamo, jurisdicción de la Villa de Grado (Asturias), 16.VI.1651 – Ciudad de México (México), 23.IV.1714. Militar, gobernador de Nuevo México y fundador de la ciudad de Alburquerque.
Hijo de Alonso Cuervo y de Ana Suárez de Valdés, “limpios de toda mala raza y que no han ejercido ejercicios mecánicos, sino que se ocuparon en la cultura de sus sementeras para mantenerse con decencia”, familia cuyos miembros pueden mostrar ascendiente genealógico de hasta cinco generaciones y acreditar propiedades en el entorno de Llamero: La Perla, Murias, San Tirso, Illas, Grado y San Román; y del lado materno, Sargos y Avilés.
Ausentado de la comarca de su nacimiento a los diecisiete años, no constan las fechas de su traslado a Indias, donde se acredita su presencia unos diez años después (1678), siendo ya capitán de Infantería en el Real de San Juan Bautista de la provincia de Sonora, en Nueva España. Tres años después (1681) es nombrado alcalde mayor y capitán a guerra de dicha provincia, en la que sometió y pacificó no pocos pueblos indios rebeldes.
Análogas funciones continuó prestando durante los cinco años siguientes en las circunscripciones en “guerra viva” y “abierta revuelta”, lo que le valió el ascenso al cargo de gobernador y teniente capitán general ad interin de Coahuila; y, sucesivamente, con la bendición del obispo de Guadalajara y el elogio del virrey de Nueva España, el de nuevo gobernador de la provincia de Nuevo México, bien que a título provisional hasta que el Monarca proveyera la vacante causada por el fallecimiento del titular de dicha gobernación.
La dilatada regia espera para designar sucesor en dicha vacante determinó que el virrey invistiera como tal efectivo gobernador a Francisco Cuervo, en solemne acto celebrado en la propia ciudad de México el 10 de marzo de 1705.
Y en ejercicio (o continuación) de tales funciones, el nombrado hubo de entregarse plenamente a liquidar la violenta contienda política existente entre rivales españoles de su comarca, además de combatir los continuos levantamientos indígenas: apaches, navajos y hasta “quince pueblos alzados”, “por todos los cuatro vientos principales cercados de enemigos”, tal como consta en la expresiva documentación del momento.
La población civil española de la mencionada provincia se hallaba por otra parte en condiciones ínfimas, no sólo en cuanto a seguridad, sino también en cuanto a alimentación y hasta a vestuario, carencias ambas rayanas en absoluta hambruna y desnudez.
Esta penuria afectaba por igual a la vecindad defensiva, escasa de hombres en ruinosos “presidios” (acuartelamientos) y “caballadas” (monturas), en buena parte disminuidas éstas en número por sustracciones de rebeldes indígenas, hasta el punto de general miseria que hasta los franciscanos de las misiones se abstuvieron de mendigar entre gentes más pobres que ellos mismos.
Convocadas a Revista (o muestra) General de la Vecindad de este Reino (año de 1705), las tres jurisdicciones de Santa Fe, San Francisco de Bernalillo y Cañada de Santa Cruz, con asistencia de representantes de los indios amigos, se llegó a una ordenación político- económico-militar que permitió un positivo progreso en las campañas de reducción contra los indios rebeldes (sobre todo navajos) y la consiguiente pacificación general de los pueblos integrados, incluido el aspecto moral y hasta religioso (y eclesiástico), reconocido de modo expreso por el obispo de la sede.
Una minuciosa descripción de la actividad diplomática y bélica de Francisco Cuervo y Valdés durante su mandato, se halla sistemáticamente expuesta por el profesor Ovidio Casado Fuente en la obra que se consigna en la breve relación bibliográfica más abajo señalada (O. Casado Fuente, 1983: 61-82).
Destaca entre sus episodios el del encuentro frente a navajos y apaches en el que, hallándose los hombres exhaustos y “atarantados de sed” y la caballada “entre las peñas, oliendo y relinchando, que parecía que entendían y pedían a Dios el agua a gritos”, contemplaron cómo los enemigos desde las altas fronteras se mofaban de su incapacidad; hasta que el capellán de la fuerza, sus hombres y el propio jefe comenzaron a implorar al cielo y, como de milagro, cayó toda una nube que hasta un arroyo seco se transformó en gran avenida de agua.
Coronada la acción “reconquistadora” de Cuervo y Valdés sobre las tribus más recalcitrantes, “salvajes, apóstatas” de previa cristianización, así como de la imposición sobre las arduas inquietudes y rivalidades entre españoles enfrentados, el gobernador pudo comunicar a su virrey el 30 de junio de 1707: “Las Provincias quedan quietas y pacíficas, adelantadas las Misiones (veintisiete), expandido el Reino”.
La actividad gubernativa y administradora de Cuervo y Valdés se centró especialmente en la ordenación urbanística creativa, cristalizada en pueblos y villas —superponiéndose a los aislamientos de las rancherías—, con eficaz carácter colonizador; es decir, dotados de recursos agrícolas, fluviales, etc., entre cuyos ejemplos principales sobresale la villa de San Francisco de Alburquerque, elegida ésta según su propio certificado de fundación (23 de abril de 1706): “En buen paraje de tierras, aguas, pastos y leña [...] En buen sitio y planta [...] Pobladas treinta y cinco familias y en ellas doscientas y cincuenta y dos personas, chicas y grandes... Con Casas Reales empezadas, y las demás casas de los vecinos acabadas, con sus corrales y acequias sacadas y corrientes. Sembradas las tierras. Todo con buena disposición y sin ningún gasto de la Real Hacienda”.
La advocación nominal de la fundación de San Francisco la eligió Cuervo brindándola en honor de su virrey Francisco Fernández de la Cueva Enrique, duque de Alburquerque, quien, a su vez, ordenó sustituirla por el nombre de San Felipe, ofreciendo su dedicación a las honras de la coronación del joven primer Borbón.
A otra fundación por entonces creada por el maestre de campo Roque Madrid, subordinado del gobernado, se permitió éste bautizarla villa de Santa María de Grado, vivo testimonio de la dulce memoria de sus remotas raíces asturianas.
La interinidad de ejercicio en su cargo de Francisco Cuervo y Valdés concluyó el día primero de agosto del año 1707. El 7 de abril de 1714, enfermo en cama de su residencia de la Ciudad de México, dictaba al escribano su testamento, y el 23 del mismo mes fallecía.
Fue enterrado su cadáver en el convento de San Agustín de la expresada urbe.
Una estatua ecuestre de Francisco Cuervo y Valdés, obra del escultor Buck McCain, preside una céntrica plaza de la ciudad de su fundación.
Bibl.: “Gobierno de D. Francisco Cuvero [sic] y Valdés”, en Colección Chimalistac de libros y documentos acerca de la Nueva España (1538-1778), vol. XIII, Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1962, págs. 425-438; O. Casado Fuente, Don Francisco Cuerbo y Valdés, Gobernador de Nuevo México, fundado de la ciudad de Alburquerque, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1983; E. Benito Ruano, “Nuevos datos biográficos sobre Don Francisco Cuervo y Valdés, Fundador de Alburquerque”, en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos (BIDEA), año XXXVIII (1984), págs. 331-344; R. Hendriks, “Los últimos años de Don Francisco Curvo y Valdés”, en BIDEA, año XLV (1991), págs. 522-533.
Eloy Benito Ruano