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Andrés de Córdoba

Biografía

Córdoba, Andrés de. Ávila, 1556 – Monasterio de Valparaíso (Zamora), 1637. Liturgista, hagiógrafo, místico cisterciense (OCist.).

Se desconoce todo lo relacionado con su vida hasta que aparece solicitando el hábito del Císter en Valparaíso en el año 1585. Si se observa esta fecha y el año de su nacimiento, se supone que se trata de una vocación tardía, pues no lo recibió a los catorce o quince años —como solía ser la edad más corriente en los candidatos que ingresaban en la congregación—.

Es posible que cursara alguna carrera antes de su ingreso en el Císter, cosa que no consta en ninguna de las obras manejadas.

Da pie para suponerlo, porque parece que comenzó pronto a figurar en puestos de relieve, entre los que destacan los siguientes: se sabe que fue abad del Monasterio-Colegio de Meira (1611-1614), en el que radicaba la Facultad de Filosofía, lo que da a entender la preparación que necesitaba para estar al frente de una abadía de tal categoría, con la agravante de que en esos años estaban saliendo de aquel colegio una serie de monjes que honraron a la orden, por su excelente preparación. Más tarde, por dos veces ocupó el mismo cargo en el propio monasterio de Valparaíso.

De entre todos los recuerdos gratos que quedan de su paso por esta su abadía de profesión, es digno de mencionar el traslado de los restos de san Martín Cid, fundador del monasterio, que se hallaban desde el siglo xiii depositados en una ermita que los vecinos de Peleas cedieron a los monjes para depositarlos de manera provisional en el año 1232, cuando el monasterio trasladado por el rey san Fernando no tenía todavía iglesia el nuevo monasterio. Habían pasado los siglos y aquellos venerados restos continuaban inhumados en aquel sitio poco honroso, pero fueron llevados los monjes por el ansia de tenerlos cerca de sí, para tener a la vista un testimonio vivo de amor a Cristo; en tiempos de Andrés de Córdoba, se hicieron los preparativos para el traslado. Antes se cursaron invitaciones a todos los monasterios de la congregación, a las autoridades y a todas las comunidades de la diócesis, para que se sumaran al acto.

Pero el timbre de gloria que sublima más que ningún otro los grandes valores de Andrés de Córdoba es el hecho de haber sido director espiritual de un alma privilegiada, la venerable madre Antonia Jacinta de Navarra y de la Cueva, abadesa de las Huelgas de Burgos, que llegó a una intimidad tan grande con Cristo, que mereció ser distinguida con los estigmas de la Pasión. En la vida de esta venerable hay testimonios fehacientes que evidencian los grandes méritos de este monje, mucho más dignos de estima, cuando las alabanzas proceden de una persona ajena al Císter. Hablando de Andrés de Córdoba le coloca en un plano superior a los demás directores que tuvo dicha religiosa de distintas órdenes: “Que el hauerle esta Señora logrado por Director y Padre —escribe Moreno Curiel, mercedario—, es uno de los indicios que apoyan su virtud por muy firme: pues entre tantos que tuvo tan doctos y de tantas familias, no se que amor me arrebata azia el padre Fray Andres de Cordoua [...] Fue docto: assi lo asseguran los muchos cargos honrosos con que premió su Religión sus méritos, dandole quantos cabían solo excepto el Generalato, para el qual fue deseado, y propuesto mas de una vez; mas venció su reuerencia, haziendo su merito mayor [...]”.

En otro lugar se refiere el milagro de que fue objeto este religioso. He aquí sus palabras: “En el año 1624 era Confessor de aquel Monasterio el Padre Fray Andrés de Cordova, persona de mucha virtud y espíritu.

Governaba el de la sierva de el Señor con mucha satisfacion suya”. Refiere a continuación el milagro obrado en su favor por la santa religiosa. Sucedió que un viernes, en que ella se hallaba enajenada de los sentidos, como solía sucederle, se puso tan enfermo el padre Córdoba, que temieron por su vida, de suerte que hicieron los preparativos para darle la extrema unción.

Al entrar una religiosa en la alcoba de la venerable, oyó ésta tocar la campana para llevar el viático, preguntó a la religiosa a quién se lo iban a dar, y al darle a entender que a su confesor, se encaró dulcemente con el señor diciendo: “Señor, ¿a mi confesor tienes en este estado? Hasme le dar bueno y licencia para ir a verle”.

Dicen que siguió un rato en silencio, y volviendo con gran alegría de la suspensión, comenzó a dar gracias a Dios porque le había sacado del peligro, como así fue.

El testimonio que el padre Córdoba da de la venerable Antonia Jacinta está lleno de seguridad de que es el espíritu de Cristo el que anidaba en ella, porque lo ve cimentado en humildad verdadera y en docilidad a la voluntad de sus superioras.

Falleció santamente este hombre de Dios como había vivido, en su monasterio de Valparaíso a los ochenta y uno años de edad.

 

Obras de ~: Lectiones pro officio S. Martini primi Abbatis Vallisparadisi, s. f.; Vida del V. Padre fray Clemente Sánchez, s. f. (ms.).

 

Bibl.: B. Mendoza, Synopsis monasteriorum congregationis Castellae, s. f., pág. 68 (ms. de la Biblioteca de San Isidro); A. Manrique, Annales cistercienses, vol. IV, Lugduni, Annison, 1642, pág. 738, n.º 7; J. Moreno Curiel, Jardín de flores de la gracia: Vida de la venerable Doña Antonia Jacinta de Navarra y de la Cueva, Burgos, Atanasio Figueroa, 1736, passim; R. Muñiz, Biblioteca Cisterciense, española, Burgos, Joseph de Navas, 1793, pág. 98; B. Chillón, San Martín Cid y el Monasterio de Nuestra Señora de Valparaíso, Zamora, 1939, pág. 71; D. Yañez Neira, “Datos para la historia del monasterio de Valparaíso”, en Cistercium (1957), pág. 168; E. Manning, Dictionnaire des auteurs cisterciennes, Rochefort, Abbaye Notre-Dame de St. Rémy, 1975, pág. 188.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

 

 

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