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Juan José Alfranca y Castellote

Biografía

Alfranca y Castellote, Juan José. Zaragoza, 8.III.1754 – ¿Cuevas de Cañart? (Teruel), IV.1817. Rector del Real Colegio de España en Bolonia (Italia), canónigo doctoral y gobernador eclesiástico de Teruel durante la ocupación francesa.

Nació en el seno de una familia infanzona y acomodada.

Su padre, Salvador de Alfranca y Aramburu, era abogado y catedrático de Prima de Cánones de la Universidad de Zaragoza, y su madre, Josefa de Castellote y Langa, poseía abundantes bienes en Cuevas de Cañart, en el Maestrazgo turolense. Años más tarde, el “presbítero” Alfranca aparece entre los eclesiásticos “particulares” contribuyentes con más propiedades de Zaragoza, en la lista de un Catastro posterior a 1807.

Fallecida su única hermana, Joaquina, en diciembre de 1775, Juan José había quedado como único heredero de la familia.

Antes de ingresar en el Real Colegio de España o de San Clemente en Bolonia tenía ocho años de estudios mayores: uno de Filosofía en Huesca y siete de Jurisprudencia en Zaragoza; se graduó de bachiller el 4 de enero de 1770 y de licenciado y doctor en Derecho (1773) en Zaragoza, siendo sustituto de la cátedra de Prima de Derecho y miembro de la Academia jurídico-práctica de Zaragoza. Desde muy joven, era clérigo de prima tonsura.

En el Real Colegio de España en Bolonia se conserva el expediente de su ingreso, el 29 de mayo de 1775, presentado por el deán y cabildo de Zaragoza, con los cuales su padre estaba muy bien relacionado.

En los cursos 1776-1778 es nombrado consiliario e historiador o cronista, durante los cuales, además de escribir la historia del Colegio que le correspondía, escribió la de cursos anteriores. En los siguientes, es secretario y bibliotecario hasta que fue elegido rector como colegial más antiguo, el 5 de septiembre de 1780, cargo que compatibilizó durante algún tiempo con el de profesor de Derecho Canónico en la Universidad de Bolonia (1778-1784). A lo largo de su estancia en el Colegio, opositó varias veces a cátedras de Derecho Canónico (la primera el 18 de junio de 1775) hasta que consiguió ser “lector honorario”, explicando Decretales en el curso 1778-1779 e Instituciones Canónicas en los cursos siguientes. El 14 de julio de 1784 renunció a la cátedra y se le aceptó por su calidad de rector del Colegio.

Durante su rectorado se llevó a la práctica un resurgimiento en los estudios y fue el primero en establecer relaciones cordiales y amistosas con algunos de los muchos ex jesuitas españoles expulsos residentes en Bolonia. Permaneció en el cargo hasta el 15 de agosto de 1788 e inmediatamente emprende el regreso a España, pues en el otoño se registra su presencia en Zaragoza. En 1787, había sido nombrado alcalde del crimen en la Audiencia de Sevilla en atención a su labor como rector del Colegio y a su pensamiento reformista, que le había llevado a ser socio de la Real Sociedad Económica Aragonesa desde el 21 de noviembre de 1783, con la que se carteaba, aunque sólo pudo asistir a dos juntas generales de la Aragonesa, presidida por el oidor Arias Mon (con quien coincidirá en la Audiencia de Cáceres), a lo largo del otoño de 1788 (las juntas del 24 de octubre y del 21 de noviembre), en los meses de intervalo que van desde que dejó el rectorado del colegio de Bolonia hasta su incorporación al nuevo destino sevillano.

Son pocos los datos concretos que se conocen de los dos años del Alfranca como alcalde del crimen de la Audiencia de Sevilla (febrero de 1789-octubre de 1790), y de los casi nueve del Alfranca como oidor de la Audiencia de Extremadura (noviembre de 1790 – febrero de 1799). Bastan los numerosos informes que hizo con motivo de dirigir el Interrogatorio del Partido de Llerena, primeros meses de 1791, para confirmar los rasgos de su personalidad apuntados en el rectorado de Bolonia (educación refinada, rectitud de criterio, regalismo convencido y profundo conocedor del Derecho), demostrando que, sin duda, fue el mejor preparado intelectual y jurídicamente de los diez magistrados fundadores de la Real Audiencia de Extremadura. Da su acertada y fundamentada opinión sobre lo que le han contado o ha visto en los pueblos visitados, con la agilidad de estilo de quien llevaba quince años relatando crónicas e informes en la quisquillosa sociedad boloñesa.

El nombramiento de Alfranca “para la segunda plaza de oidor” de la Audiencia de Extremadura fue acordado el 22 de septiembre y publicado el 6 de octubre de 1790. Hasta febrero de 1799 desempeñó con plena dedicación su oficio de oidor, de manera que no pudo asistir al fallecimiento de su madre el 3 de enero de 1797, y lo hizo con una rectitud de criterio que le llevó a enfrentarse con el pragmatismo de sus compañeros y con algunas autoridades locales, como las de Castuera, feudo del poderoso Godoy.

Dado el carácter independiente de Alfranca, no es de extrañar que fuese una de las víctimas políticas del vendaval antiilustrado encabezado por el ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero, el mismo que llevó al destierro a otros magistrados tan ilustres como Meléndez Valdés o Jovellanos. El misterio que rodea el período de 1799-1810 en la vida de Alfranca está ligado a su fulminante destierro, comunicado el 5 de febrero de 1799 por el citado ministro reaccionario, en términos tajantes: “El Rey se ha enterado de los notorios excesos de don Juan José de Alfranca y Castellote, oidor de esa Audiencia, y le ha sido del mayor desagrado una conducta tan opuesta al bien de sus amados vasallos, por el que está velando incesantemente.

Y no pudiendo su paternal amor mirar con indiferencia unas vejaciones de esta clase, y por la misma mano que había autorizado y honrado para aliviarlas, en decreto de ayer [4 de febrero de 1799] se ha servido separar a dicho Alfranca de su plaza, desterrándole perpetuamente de esa ciudad, Madrid y Sitios Reales, y dejándole, sólo por conmiseración, 4000 reales anuales”.

La etapa vital más oscura de Alfranca es la década que va desde 1800 a 1810, en la que sólo nos constan dos cosas importantes: sus ingresos económicos y su ordenación sacerdotal. Después de dejar la magistratura vivió del rico patrimonio familiar y de una pensión que el Rey le había dado sobre la mitra de Cartagena, como se hace constar tanto al recibir las órdenes sacerdotales en Zaragoza (1806-1807) como al participar en la oposición a la canonjía doctoral de Teruel (1810), lo que le hacía independiente económicamente del arzobispado de Zaragoza, donde, al parecer residió durante esta década.

Alfranca tenía casi cincuenta y tres años cuando fue consagrado sacerdote (marzo de 1807) y, sirviéndose de sus profundos conocimientos jurídicos, en medio del desconcierto que suponía la Guerra de la Independencia, oposita a la canonjía doctoral de Teruel, donde transcurren los últimos y ajetreados siete años de su vida (1810-1817), período que se conoce bastante bien, gracias al excelente trabajo del archivero César Tomás Laguía, “La Iglesia de Teruel en la Guerra de la Independencia”.

Celebrados los ejercicios de oposición el 21 de septiembre de 1810, Juan José Alfranca tomó posesión el 4 de diciembre, cuando ya el obispo Blas Joaquín Álvarez de Palma había huido ante la cercanía del ejército francés. Juan José tuvo la poca fortuna de llegar a una ciudad en la que dominaban unas autoridades eclesiásticas mediocres, envidiosas y cobardes en unos tiempos sumamente turbulentos, que le ocasionarán los momentos más amargos de su vida, como lo fueron el obispo Álvarez de Palma y su mano derecha el provisor Francisco Calvo Ruipérez, enemigo declarado de Alfranca.

Dado que el obispo estaba huido y que Alfranca poseía una cultura nada común, hablaba perfectamente el francés y el italiano, y estaba dotado de una correcta diplomacia para los negocios más difíciles, el cabildo lo nombró gobernador el 2 de febrero de 1811 y ejerció como tal durante dieciséis meses y medio, hasta el 25 de junio de 1812, en que fue secuestrado por el general Villacampa y, prisionero, obligado a merodear por la Serranía de Teruel. Pero Alfranca había gobernado la diócesis de Teruel con la prudencia de un sabio prelado, en medio de no pocos incidentes, producidos por las exigencias del invasor y la falta de tacto de algunos eclesiásticos. Transigió en cuestiones formales y de protocolo, en contra de la opinión del general Villacampa y del reaccionario obispo Álvarez de Palma, pero consiguió evitar muchos males a la Iglesia turolense.

Sujeto a un proceso formal por sospecha de infidencia, con el correspondiente secuestro de todos sus bienes, en los primeros días de noviembre de 1813 se vio su causa en la Audiencia Territorial de Zaragoza, “con mucho concurso de gente de todas clases”.

Alfranca no quiso otro defensor que a sí mismo y durante tres mañanas fue exponiendo los hechos y deshaciendo los argumentos de la acusación con la pericia de uno de los doctorales más competentes que ha tenido la Iglesia turolense. El resultado fue la sentencia absolutoria y definitiva del 10 de noviembre de 1813, en la que se le concedió la libertad y la facultad de poder regresar a Teruel para servir su canonjía.

Firmó las actas capitulares, como secretario que era del cabildo, desde el 10 de enero de 1814 hasta el 24 de mayo de 1816.

Los dos últimos años de la vida de Alfranca (marzo de 1815-abril de 1817) fueron más tranquilos y estuvieron, en gran parte, dedicados a reivindicar su actuación como gobernador eclesiástico de Teruel durante la ocupación francesa, en especial la validez del concurso de curatos que había convocado en 1812 y que el obispo Álvarez había anulado en 1813. En 1815 Alfranca estaba totalmente rehabilitado políticamente y era un hombre importante del cabildo. Estaba ganando la batalla legal y moral, pero había perdido la salud con los trabajos sufridos en la lucha con sus retrógrados superiores. Pasaba largas temporadas de reposo en Las Cuevas de Cañart. Su última enfermedad debió durar casi un año, desde junio de 1816 hasta mediados de abril de 1817, en que falleció, sin que se sepa dónde, pues no está enterrado en la catedral de Teruel. Todo hace suponer que murió en el citado pueblo de Las Cuevas de Cañart, en la soledad del Maestrazgo.

Alfranca todavía tuvo la satisfacción, antes de morir, de ver la solución del concurso de curatos (decreto del nuevo obispo de Teruel, Felipe Montoya, de 17 de febrero de 1816), y en una larga exposición de los hechos que precedieron y siguieron a la celebración del mismo, enviada el 1 de febrero de 1814 a la Real Cámara, habla del éxito de su gestión como gobernador eclesiástico y hace notar que, en su tiempo, “ningún clérigo ni aún seglar de la diócesis [de Teruel] haya sido fusilado ni conducido a Francia”.

De la peripecia vital de Alfranca, aparecen claros los rasgos constantes de su personalidad, caracterizada por su reformismo cristiano e ilustrado. Al frente del Colegio de Españoles de Bolonia demostró su capacidad organizativa y compromiso regalista, pero Alfranca no pudo desarrollar su reformismo ilustrado en la década 1798-1808 por la persecución del ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero. Como gobernador eclesiástico de Teruel, reemprendió las tareas reformistas en plena Guerra de la Independencia con la mejor intención y rectitud de criterio; sin embargo, las terribles circunstancias de la guerra civil, eso fue esencialmente la Guerra de la Independencia, llevó al antiguo rector de Bolonia, magistrado de Cáceres y doctoral de Teruel, a la cárcel. Alfranca desde el punto de vista profesional e ideológico fue un destacado universitario y magistrado. Comparando las innovaciones pedagógicas del rector Alfranca con las socioeconómicas que propone en el informe general y en los particulares de cada pueblo “visitado” del Partido de Llerena (1791), vemos que coinciden fundamente en la racionalidad del pensamiento ante las muchas dificultades que se fue encontrando para implantar las reformas en el Colegio de San Clemente de Bolonia y en la Real Audiencia de Extremadura, sin doblegarse ante las dificultades y las presiones sociales y políticas de los convulsos tiempos que le tocaron vivir.

 

Obras de ~: Interrogatorio de la Real Audiencia. Extremadura a finales de los tiempos modernos. Partido de Llerena, 1791 (ed. e introd. de S. Rodríguez Becerra, Mérida, Asamblea de Extremadura, 1994); “Sobre provisión de nueve curatos, cuyo concurso anuló el reverendo obispo de Teruel y formó y convocó otro de nuevo para ello” (1814), en Archivo Histórico de la Diócesis de Teruel, leg. 98-4, fols. 1-12 (inéd.).

 

Bibl.: C. Tomás Laguía, “La Iglesia de Teruel en la Guerra de la Independencia”, en Revista de Teruel, 21 (1959), págs. 135- 221; M. Batllori, “El Colegio de España en Bolonia a fines del siglo XVIII”, en E. Verdera y Tuells (ed. y pról.), El Cardenal Albornoz y el Colegio de España, vol. II, Zaragoza, Publicaciones del Real Colegio de España, 1972 (Col. Studia Albornotiana, XII), págs. 639-669; A. Pérez Martín, Proles Aegidiana 3. Los Colegiales desde 1601 a 1800, Bolonia, Publicaciones del Real Colegio de España, 1979 (col. Studia Albornotiana, XXXI/3), págs. 1708-1711; S. Rodríguez Becerra, “Mirada de un ilustrado a la sociedad extremeña a finales del siglo XVIII”, introd. a J. J. Alfranca y Castellote, Interrogatorio de la Real Audiencia. Extremadura a finales de los tiempos modernos. Partido de Llerena, Mérida, Asamblea de Extremadura, 1994; A. Astorgano Abajo, “El oidor Juan José Alfranca y Castellote (1754-1817), ‘visitador’ del Partido de Llerena (1791)”, en Torre Túrdula, 11 (2005), págs. 12-13; “El oidor Juan Josef Alfranca y Castellote (1754-1817), visitador del partido de Llerena”, en F. Hermoso Ruiz (coord.), VIII Congreso de Estudios Extremeños: Libro de actas, Badajoz, Diputación, 2007, págs. 890-931 (CD); “Perfil biográfico del canonista Juan Josef Alfranca y Castellote (1754-1817), rector del colegio de Bolonia”, en Hispania Sacra, 61, 123 (2009), págs. 279-352.

 

Antonio Astorgano Abajo

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