Juan Pan y Agua, San. ?, s. m. s. xi – Sacramenia (Segovia), m. s. xii. Anacoreta, monje del Císter (OCist.), fundador del monasterio de Sacramenia y santo.
Conocido en tierras segovianas, donde ha recibido fervoroso culto desde tiempo inmemorial. Las noticias que se tienen de él son escasas, pero suficientes para dar a conocer su personalidad. Nada se sabe de su vida anterior a la fundación de Sacramenia. Únicamente los autores que tratan de él coinciden en que era un anacoreta que llevaba vida eremítica en una cueva en las inmediaciones del lugar donde surgió luego el monasterio cisterciense de Sacramenia y, a lo que parece, eran muchos los milagros que obraba, por lo que la soledad se vio interrumpida por la afluencia de gentes de todas las clases sociales, que acudían a él en la esperanza de verse libres de sus enfermedades.
Cierto día habiéndose planeado la fundación de Sacramenia, Alfonso VII pidió monjes a Scala Dei para llevar a cabo la fundación. La cronología unánime de la Orden del Císter señaló su inicio en el año 1141.
Enviados dos monjes, al estilo como solía hacerse en aquellos tiempos, se encaminaron a tierras segovianas, sin saber el lugar exacto donde colocar el monasterio.
Comenzaron a recorrer el terreno, y al llegar al valle que consideraron apto, se encontraron con un varón santo “encorvado por el peso de los años, con los cabellos intonsos, de flaco aspecto a causa de la maceración de su carne, cubierto de harapos, que se movía con dificultad a causa de falta de fuerzas”. El encuentro de los monjes con este anacoreta fue signo manifiesto de la providencia divina, viendo en ello muy pronto que aquél era el lugar que venían buscando a España: se decidieron a fundar allí el monasterio, y el santo anciano se incorporó a la nueva milicia, pero le fue dado disfrutar poco tiempo de aquella vida, a causa de ser muy anciano y hallarse debilitado por la penitencia.
Crisóstomo Henríquez, autor del Menologio Cisterciense, resume la vida de este santo monje en breves conceptos que repiten todos los historiadores: “En Sacramenia, el bienaventurado Juan, converso, el cual habiendo elegido la vida solitaria, se incorporó a la Orden cisterciense, y bajo este sagrado instituto, militó valerosamente bajo la ley del Altísimo, y habiendo macerado su carne, salió lleno de méritos de este mundo. Toda su vida se alimentó de pan y agua, y se entregó a una áspera penitencia con objeto de tener a raya sus pasiones. El hecho de haber obrado multitud de milagros en vida y en muerte, hizo que sus reliquias fueran tenidas en gran veneración”.
A este sencillo relato añade dicho autor dos notas complementarias: la primera alude a la fundación del monasterio de Sacramenia por monjes cistercienses enviados desde la abadía francesa de Scala Dei, diócesis de Tarbes, y la segunda menciona a Ángel Manrique, quien también dedica al santo un recuerdo especial en el Santoral Cisterciense, a la vez que explica el sobrenombre, motivado por la clase de alimentación que observó toda su vida, según queda dicho. A la vez admira cuán pródiga se mostró la Providencia, cuando habiendo llegado los monjes extranjeros, ignorantes del lenguaje y desconocedores de la tierra, se encontraron con este glorioso varón que no sólo les mostraría el lugar para instalar el nuevo monasterio, sino también les serviría de ayuda eficaz en la colocación de los cimientos, y que llegaría a ser “santo” de veras. Lo demuestra el hecho de que su celebridad hizo cambiar el nombre primitivo del monasterio, pues llevaría el título de Sacramenia, sagrados muros, edificio pequeño y humilde en sus comienzos, pero “obra gigante” por la santidad de sus moradores.
Es común opinión que el santo anciano abrazó la vida monástica con gozo de su alma, vio comenzar a surgir el nuevo monasterio, pero al poco tiempo, antes de finalizar el noviciado, murió. Tan sorprendentes fueron los prodigios obrados sobre su tumba, que el templo —titulado de Santa María, como todos los del Císter—, antes de dos años se llamaba también de Santa María y San Juan de Sacramenia. Como santo, es venerado desde tiempo inmemorial su cuerpo y reliquias que están en el sagrario, y acuden a visitarlas desde los lugares comarcanos con gran devoción, particularmente el último día de las letanías víspera de la Ascensión, en que concurrían allí cuatro procesiones de los lugares de Sacramenia, Pecharromán, Valtiendas y Cuevas de Provanco. Además, en las ocasiones que falta la lluvia, acuden con la misma devoción.
Hoy día se conserva, en un alto cerro, la Cueva en que según tradición se recogió el santo a hacer penitencia. Dicen que se atraviesa de parte a parte, por una boca corresponde al oriente, y la otra a la parte contraria. Según referencias, tuvo ermita edificada encima de la misma cueva.
Bibl.: C. Henríquez, Menologium Cisterciense, Antuerpiae, ex Officina Plantiniana Balthasaris Moreti, 1630, pág. 417; A. Manrique, Anales Cistercienses, t. I, Lugduni, Iacobi Cardon, 1642, pág. 413, n.º 3; D. Colmenares, Historia de la insigne ciudad de Segovia, t. III, Segovia, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia, 1974, págs. 205-206; D. Y áñez Neira, Segovia Cisterciense, Segovia, 1991, pág. 175.
Damián Yáñez Neira, OCSO