Cluny, Bernardo de. La Sauvetat, Agen (Francia), 1040-1045 – Toledo, 6.IV.1124. Benedictino (OSB), arzobispo de Toledo.
El primer arzobispo de Toledo después de la reconquista de la ciudad (1085) por Alfonso VI de Castilla y León era de origen francés. En su juventud sintió la vocación religiosa e ingresó en la abadía de Saint-Orens de Auch, de obediencia cluniacense, de donde pasó a la de Cluny. Se educó en la gran abadía borgoñona bajo la dirección de Hugo el Grande y allí fue connovicio de Eudes de Chatillon, el futuro papa Urbano II, personas que fueron decisivas en su vida futura. Dos circunstancias fundamentales conformaron su mente: en primer lugar, su educación monástica bajo la dirección de san Hugo, tanto en los modelos benedictinos como en la asimilación de las ciencias sagradas; en segundo lugar, su implicación personal en los ideales de la reforma eclesiástica lanzados por el papa Gregorio VII, que abarcaban a la Iglesia y a los estados de los príncipes cristianos europeos y se basaban en la independencia de la Iglesia respecto de los poderes seculares y en el centralismo religioso en torno al Pontificado romano como instrumento de reforma. El monje Bernardo se distinguía por su carácter enérgico y por su fuerte complexión corporal.
Por una serie de acontecimientos pronto tendría la ocasión de ejercer su autoridad en puestos de elevada responsabilidad fuera de su monasterio y fuera de su patria de origen. Las estrechas relaciones que el rey Alfonso VI mantenía con Cluny y con el papa Gregorio VII le habían llevado a adoptar la decisión de sacar sus reinos, muy periféricos, del aislamiento secular y de integrarlos en la cultura del mundo europeo, probablemente también con la intención de obtener apoyos en su lucha contra el mundo islámico. Entre las muchas pretensiones que el papa Gregorio VII planteó expresamente al Rey castellano-leonés, una fue la de suprimir la antigua liturgia hispana, que venía de la época visigótica y se celebraba tanto en los reinos cristianos como en las comunidades mozárabes del al-Andalus. El Papa, deseoso de instaurar la reforma, ordenó su supresión bajo el pretexto de que era un rito impregnado de heterodoxia y superstición, a pesar de que no hacía mucho tiempo que sus libros litúrgicos habían sido examinados por la sede romana y hallados inmunes de toda sospecha.
Al mismo tiempo, se pretendía introducir la reforma monástica cluniacense en los reinos de España.
En Castilla-León se quiso empezar por Sahagún, pero con escaso éxito. Mientras la comunidad nativa se dispersaba, un grupo de monjes franceses se hizo cargo de la abadía bajo la dirección de Roberto, un monje francés afincado en la Corte del Rey. Como la implantación era del todo impopular, Roberto y hasta la reina Constanza, hija del duque de Borgoña, entendieron que convenía introducirla con más moderación, para no soliviantar al pueblo. Al tener noticia el papa Gregorio VII de estas medidas que retrasaban la operación, mandó fulminantemente destituir a Roberto y sustituirlo por otro monje más obediente.
El elegido fue Bernardo, un hombre de la plena confianza del abad Hugo, al cual se le encomendó cumplir estrictamente los mandatos pontificios. De esta forma se hizo presente en Castilla-León el que había de ser primero abad de Sahagún y después arzobispo de Toledo. El nuevo abad Bernardo cumplió a rajatabla la tarea que le habían encomendado: por un lado, apoyando la supresión de la liturgia nacional y, por otro, implantando la reforma cluniacense. Poco después se celebró el concilio nacional de Burgos (1080) que abolió el rito hispánico en todos los territorios sometidos al dominio del rey Alfonso VI e implantó por la fuerza el romano.
En Sahagún, el nuevo abad tomó las medidas oportunas para hacerlo prosperar: en primer lugar, consiguió de la Santa Sede el privilegio de exención de cualquier autoridad eclesiástica y de sometimiento directo a Roma (la libertas Sancti Petri) y por parte del Rey obtuvo grandes franquicias para que en la villa se instalaran muchos mercaderes y artesanos de España y de ultrapuertos. Cinco años estuvo al frente de la abadía leonesa.
Su suerte fue cambiando al compás del desarrollo de los acontecimientos políticos y militares del reino. El Rey había iniciado unas audaces campañas militares anuales con vistas a la recuperación de la antigua capital del reino visigodo. Después de extenuar al enemigo por el asedio, por la espada y, sobre todo, por la guerra psicológica, al fin consiguió que la ciudad de Toledo se rindiera mediante pactos con la población el 25 de mayo del año 1085. Fue un acontecimiento cuyo eco resonó en todo el Occidente cristiano y, naturalmente, en el mundo islámico.
Inmediatamente pusieron manos a la obra para organizar la vida de la ciudad. Uno de los aspectos esenciales consistía en restaurar la Iglesia después de 374 años de sometimiento al islam. Lo primero fue restaurar la jerarquía eclesiástica. Se sabe que la comunidad mozárabe nativa de Toledo tenía en el año 1067 a Pascual como metropolitano, pero es posible que ya hubiera fallecido cuando se recuperó la ciudad dieciocho años después. Alfonso VI pensó en un candidato ya en los inicios de las hostilidades. Presentó al papa Gregorio VII la persona de García, obispo de Jaca, hermano del rey aragonés Sancho Ramírez, pero este nombre fue rechazado por el Papa. Entonces se pensó en Bernardo, obispo de Palencia, que probablemente llegó a ser electo, pero falleció antes de la restauración oficial de la sede. Finalmente fue propuesto Bernardo, abad de Sahagún, el cual no quiso aceptar sin antes obtener el pláceme de su superior, el abad de Cluny. Obtenido éste, fue convocada una curia en Toledo el día 18 de diciembre del año 1086.
En aquella solemne fecha, la asamblea presidida por Alfonso VI ratificó la elección, presenció la consagración de la antigua mezquita (y primitivamente catedral visigoda) según el rito católico y el Rey firmó un amplio diploma en favor de la iglesia de Toledo. El documento regio contenía varias cláusulas. Las más importantes eran tres: en primer lugar, una generosa dotación económica consistente en la posesión de numerosas localidades, que se localizaban en las cercanías de Toledo, en las inmediaciones de Talavera y en Alcalá y Brihuega, cerca de Guadalajara. En segundo lugar, el restablecimiento de la dignidad arzobispal en favor del nuevo arzobispo, concediéndole facultades superiores por encima de los demás obispos de sus reinos en el sentido de la antigua primacía visigoda. En tercer lugar, se constituyó la diócesis sobre el territorio arrebatado a los moros con sus templos para la constitución de las parroquias rurales, a las cuales debían incorporarse todos los bienes de las mezquitas desafectados del culto islámico.
No se tuvo en cuenta a la comunidad mozárabe de Toledo, que todavía era muy numerosa. Ni una sola palabra sobre estos amplios grupos cristianos aparece en el diploma real. Aquella iglesia no existía legalmente desde el momento en que la liturgia hispánica, su rasgo diferenciador más característico, había sido abolida. A los mozárabes toledanos, que eran la Iglesia toledana preexistente, ni los tuvo en cuenta el Rey ni tampoco el arzobispo, poco amigo de estas minorías arabizadas. La Iglesia de aquellos esforzados cristianos que habían mantenido su fe en condiciones adversas bajo el islam había dejado de existir. No sólo no se les permitió tener un obispo propio que continuase la línea de la sucesión apostólica que venía de fines del siglo III y nunca se había interrumpido, sino que la Iglesia de la que Bernardo comenzaba a ser prelado era una Iglesia de nueva fundación que apenas se reconocía en su historia precedente. En este sentido, Bernardo, ejecutor solícito de órdenes superiores, actuó con una extremada fidelidad a las directrices del radicalismo gregoriano.
Sin embargo, las comunidades mozárabes toledanas constituían un hecho de gran relevancia social y, junto con los mozárabes inmigrados del sur y del levante peninsular que se sumaron a los nativos en el curso de los siglos XI y XII, formaban una importante reserva de nuevos pobladores para una ciudad que había quedado semivacía, y esto constituía para el Rey una prioridad absoluta. Por razones de alta política, Bernardo hubo de transigir de facto con la pervivencia de la mozarabía toledana y de su liturgia, sabiendo que infringía los mandatos intimados desde los tiempos ya pasados de Gregorio VII. La comunidad mozárabe perdió el derecho a elegir su obispo propio y hubo de reconocer en Bernardo, un obispo latino, a su único superior eclesiástico. En 1101, Alfonso VI concedió un fuero a los mozárabes con numerosos privilegios, pero en él se omitía cuidadosamente cualquier insinuación sobre los derechos de los mozárabes en el aspecto religioso.
La labor de reconstrucción de la Iglesia de Toledo que recayó sobre Bernardo fue ingente. Puso en marcha la iglesia catedral y para ello se trajo de Francia, en varios de sus viajes, a un grupo de nueve jóvenes clérigos litterati, con los cuales constituyó una primera comunidad catedralicia, que, al parecer, en un principio se organizó de forma monástica o cuasimonástica bajo los usos cluniacenses, teniendo a Bernardo como superior religioso. Esto se deduce con probabilidad del hecho de que los ingresos de esta comunidad y los del arzobispo no estaban diferenciados, sino que formaban una sola mensa y este sistema se mantuvo hasta años después de la muerte del arzobispo. El patrimonio de Santa María de Toledo fue fruto de las donaciones del Rey fundador y de sus sucesores. Consistían en tierras, viñas, huertas y molinos, además de todas las posesiones que tuvo el templo cuando fue mezquita, del diezmo de los frutos de las tierras de realengo en el reino de Toledo y del tercio de los diezmos de las iglesias de la diócesis. Organizó también la red de parroquias urbanas de la ciudad, al menos en forma embrionaria, sobre el esquema de las antiguas parroquias subsistentes de época visigoda y otros templos que habían sido convertidos en mezquitas. Parece que algo similar debió de hacer con los templos mozárabes, aunque a éstos no se les asignó un territorio, sino que fueron parroquias personales. También se crearon parroquias en los puntos clave del territorio diocesano, partiendo de las parroquias cristianas que habían sobrevivido y de muchas mezquitas convertidas en iglesias junto con sus bienes habices. A medida que hubo posibilidades se crearon otras instituciones intermedias, como los arcedianatos y los arciprestazgos.
Introdujo el sistema beneficial, el cual terminó universalizándose. Hay indicios suficientes para pensar que se formaron escuelas clericales, como la catedralicia, para la cual mandó copiar algunos libros en letra carolina por un copista que ostentaba el título de grammaticus de la iglesia de Santa María.
A Bernardo le correspondió también la ordenación de la provincia eclesiástica toledana, ya bien diseñada en la época visigótica, pero impedida en sus funciones bajo el régimen islámico. Después de la reconquista de Toledo, no fue posible reconstruir inmediatamente los límites de la antigua provincia cartaginense, bien porque algunas sedes habían desaparecido del todo, bien porque otras permanecían en territorio musulmán y otras simplemente habían sido suprimidas. La confirmación arzobispal le fue otorgada a Bernardo en 1088 por Urbano II, reconociendo la dignidad arzobispal vinculada a la Iglesia de Toledo. Como territorio se le asignaron todos los antiguos obispados, con la promesa de incorporar a la provincia los territorios a medida que se fueran recuperando de manos de los moros. También habrían de estar bajo su jurisdicción metropolitana aquellos obispados de otras provincias que se fuesen reconquistando hasta que la propia metrópoli lo fuera también. No obstante, las alteraciones fueron muchas y, por tanto, influyeron en la configuración de la provincia. Oviedo y León, de creación reciente, quedaron fuera y se hicieron exentas. Complutum- Alcalá quedó suprimida, Arcávica, Oretum, Valeria y otras habían desaparecido como lugares de asentamiento humano y la mayor parte se hallaban en tierras musulmanas. Valencia fue recuperada y erigida en diócesis (1096), pero duró poco más que la vida del Cid Campeador (hasta 1102). En realidad, la provincia reconstruida en vida del arzobispo abarcaba como sufragáneas a Palencia, Osma, Sigüenza y Segovia (ésta un año antes de la muerte del arzobispo), es decir, una parte del reino de Castilla.
Una enorme importancia significó para Toledo la restauración de la primacía. Ya había sido concedida por Alfonso VI a Bernardo y sus sucesores la potestad de juzgar “a todos los obispos, abades y clérigos” de todos sus dominios, de modo que esta primacía origen de secular, que enlazaba con la decretada por el XII concilio de Toledo en el año 681, se constituía como un tribunal superior en materia de litigios eclesiásticos para los dos reinos del Monarca castellano-leonés.
El Rey y Hugo el Grande apoyaron ante Urbano II el reconocimiento de la primacía por parte de la autoridad pontificia. Por la constitución apostólica Cunctis sanctorum (15 de octubre de 1088) le reconoció al arzobispo de Toledo la dignidad de primado, entendido como una institución judicial para resolver los litigios entre los obispos españoles (no sólo de los reinos de Alfonso VI) en grado de apelación.
La concesión de este privilegio suscitó controversias ya en vida del arzobispo.
El último encargo que recibió Bernardo de la Santa Sede fue la reforma del episcopado. Para llevarlo a cabo, el papa Urbano II le nombró legado pontificio permanente. En calidad de tal convocó numerosos concilios en Clermont y Nimes, en Cataluña, en Burgos y en Palencia, además creó la metrópoli de Braga, todo ello en un esfuerzo por mantener la fidelidad a los ideales de la reforma gregoriana. Muchos obispos de las sedes de su provincia y de Portugal fueron promovidos de entre el grupo de jóvenes letrados que él había traído de Francia. De entre ellos salieron también varios de sus sucesores en la silla de Toledo. La sede primada fue ocupada durante un siglo por obispos oriundos de Francia, que se suponía eran aquéllos que mejor respondían al modelo ideal del obispo gregoriano.
Aunque en su larga vida episcopal hubo también errores y no siempre acertó a sintonizar con los papas posteriores, algunos de los cuales intentaron rebajar el contenido de las misiones encomendadas, los servicios prestados a la Iglesia de Toledo por el arzobispo Bernardo son incuestionables.
Bibl.: J. F. Rivera, “Gregorio VII y la liturgia mozárabe”, en Revista Española de Teología, 2 (1942), págs. 3-33; El arzobispo de Toledo don Bernardo de Cluni, Roma, Iglesia Nacional Española, 1962 [reimpr. en La Iglesia de Toledo en el siglo XII (1086-1208), vol. I, Roma, Iglesia Nacional Española, 1966, págs. 61-74 y 125-196]; Los arzobispos de Toledo en la Baja Edad Media, Toledo, Diputación Provincial, 1969, págs. 13- 15; T. Moral, “Cluny, Bernardo de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 441; R. Gonzálvez Ruiz, “The persistence of the Mozarabic Liturgy in Toledo after A. D. 1080”, en B. F. Reilly (ed.), Santiago, Saint-Denis and Saint Peter. The reception of the Roman Liturgy in Leon-Castile in 1080, New York, Fordham University Press, 1985, págs. 157-185 [vers. cast. en Anales Toledanos, XVII (1990), págs 9-33]; B. F. Reilly, “Alfonso VI: Conqueror, Politician, Europeanizer”, en Estudios sobre Alfonso VI y le reconquista de Toledo. Actas del II Congreso Internacional de Estudios Mozárabes, vol. I, Toledo, 1987, págs. 13-30; El reino de León y Castilla bajo el rey Alfonso VI (1065-1109), Toledo, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, 1989, págs. 202-206 y 211-214; M. J. Lop Otín, “El siglo XII en la historia del Cabildo Catedral de Toledo”, en R. Izquierdo Benito y F. Ruiz Gómez (coords.), Alarcos 1195. Actas del Congreso Internacional conmemorativo del VIII Centenario de la Batalla de Alarcos, Cuenca, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 1996, págs. 471-493; R. Gonzálvez Ruiz, Hombres y Libros de Toledo, Madrid, Fundación Ramón Areces, 1997, págs. 77-84; “La reorganización de la iglesia de Toledo durante el pontificado de Bernardo de Sédirac, primer arzobispo después de la reconquista”, en F. López Alsina (ed.), El Papado, la Iglesia Leonesa y la Basílica de Santiago a finales del siglo XII. El traslado de la Sede Episcopal de Iria a Compostela en 1095, Santiago de Compostela, Consorcio de Santiago, 1999, págs. 157-176; “La Iglesia de Toledo en el siglo XII”, en Conmemoración del IX Centenario del Fuero de los Mozárabes, Toledo, Comunidad Mozárabe de Toledo, 2003, págs. 57-78.
Ramón Gonzálvez Ruiz