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San Pedro Cristiano

Biografía

Gutiérrez, Pedro. San Pedro Cristiano. Rimor (León), c. 1100 – Astorga (León), 1156. Monje de Carracedo, reformador de San Martín de Castañeda, amigo de san Bernardo, obispo de Astorga, santo.

Fue hijo del noble caballero berciano Gutiérrez Eriz, oriundo del pueblo de Rimor, que ocupaba importantes cargos en la Corte leonesa desde los tiemposde Alfonso VI, siguiendo después algún tiempo con su nieto Alfonso VII. Se trata de una familia de profunda raigambre cristiana, pues el padre, además de ser bienhechor insigne de san Pedro de Montes y de promover otras obras sociales, era hermano de Jimeno Eriz, obispo de Astorga (1139-1141). Quizá el ejemplo de su tío, incorporado a la clerecía, y una posible formación inicial a su lado, inclinaron muy pronto su ánimo a la vida religiosa, ingresando muy joven en el monasterio de Carracedo. La primera noticia documental suya es de 1142, en que aparece como monje de Carracedo, posiblemente disponiendo de sus bienes a la hora de profesar, según se estilaba entre los monjes. Por este documento se sabe que daba al monasterio una cantidad considerable de bienes que poseía en herencia en el Bierzo, Astorga, La Bañeza y tierras de Sanabria.

El Cartulario de Carracedo reseña la cantidad de fincas otorgadas a Carracedo, y que se pasa por alto.

Habiendo dado pruebas inequívocas de hombre virtuoso y dotado de singular prudencia, san Florencio, abad de Carracedo, puso los ojos en él y se señaló para llevar a cabo una importante misión. Poco tiempo después de profesar, aparece, efectivamente, a la cabeza de un grupo de monjes en San Martín de Castañeda, junto al lago de Sanabria, reformando aquel monasterio, porque, según escribe Flórez —tomándolo de Manrique—, “enfriándose el rigor de la observancia le entregó el Emperador don Alonso VII a los Monges que florecían en Carracedo, en el año de 1150”, san Florencio cumplió los deseos del Monarca, enviando un grupo de monjes, presididos por fray Pedro Cristiano, que pondría en marcha una observancia integral de la regla, tal como se observaba en Carracedo.

Según un documento de 1150, Alfonso VII entregaba el monasterio de Castañeda a Pedro Cristiano y a todos los que quisieran ir a habitar allí en su compañía, a fin de que lo reformara o bien lo mantuviera unido a la abadía de Carracedo. Según el abadologio de este monasterio, es en ese mismo año cuando figura su nombre al frente de la abadía, que gobernó por espacio de tres años. En la vida de san Bernardo se cuenta un hecho relacionado con san Pedro Cristiano que no es posible pasar por alto. Se ignora si tuvieron relaciones directas ambos santos. Sólo se conoce el hecho. San Pedro Cristiano era de salud endeble, padecía fuertes dolores de cabeza, de tal forma que no le dejaban ni descansar ni trabajar, ni podía seguir la vida de comunidad. Angustiado ante tal situación, mandó a Claraval un emisario que expusiera al santo su estado delicado de salud. San Bernardo recibió la confidencia, y por toda respuesta le entregó al monje enviado el birrete que solía usar él para cubrir la cabeza.

El monje regresó al monasterio, entregó al abad el birrete del santo, lo colocó sobre su cabeza, y desaparecieron por completo los dolores, pudiendo en lo sucesivo hacer vida normal. El hecho es rigurosamente histórico y tan patente, que lo recogen la casi totalidad de historiadores que describen la vida de san Bernardo. Cuando al cabo de los años, eligieron a Pedro Cristiano obispo de Astorga, llevó consigo el birrete de san Bernardo, y al ver que los monjes sentían pena de perder tan preciada reliquia, les entregó parte de ella.

Parece que trataron de hacerle abad de aquel monasterio, según Quintana Prieto, pero su profunda humildad no le permitió aceptar tal dignidad y, aunque algunas veces se le llame abad, no es cierto que llegara a serlo. Era sí, el superior de aquella comunidad, pero jamás lograron que aceptara el nombramiento.

Sin embargo, en el abadologio del monasterio figura con esa dignidad, aunque no es el primer caso que se da de un superior que rehúsa ostentar la dignidad abacial, aunque de hecho actúe como si en realidad lo fuera. Su prestigio de hombre culto y santo saltaba fuera de los muros del monasterio, y lo tenían muy en cuenta en la Corte leonesa, de tal manera que al vacar la sede de Astorga en 1152, Alfonso VII hizo todo lo posible para que fuera colocado en ella Pedro Cristiano. Al poco tiempo de tomar posesión de la diócesis, una pena profunda invadió su espíritu, al enterarse de la muerte de san Florencio, la antorcha refulgente de Carracedo, al que tanto debía. Por si fuera poca desgracia, meses más tarde, en el mismo año 1153, le llegó la noticia del fallecimiento de san Bernardo, la lumbrera de Europa, al que tanto veneraba y del que era deudor de su curación. En 1154 tomó parte en Salamanca de un concilio presidido por el cardenal Jacinto, legado pontificio, al cual asistió también Alfonso VII, que le otorgó un memorable privilegio. Más tarde celebró en Astorga un sínodo en el que adoptó medidas importantes en orden a la salud de las almas. Al año siguiente asiste a otro concilio en Valladolid, y después a otro en Burgos. De ordinario acompañaba siempre al Emperador, que no sabía prescindir de él por la profundidad y acierto de sus consejos, por más que aquel ambiente cortesano no le iba al espíritu del santo, forjado y amante como nadie de la vida solitaria. A pesar de que habían desaparecido aquellos dolores de cabeza que le atormentaban, la salud del prelado debía de ser precaria, por lo que bien pronto se fue recrudeciendo su estado hasta rendir tributo a la muerte en 1156, a los tres años de regir la diócesis, y en plena juventud. Poco tiempo la rigió, es cierto, pero su huella no pudo ser más profunda, puesto que dejó fama de verdadero santo; en realidad lo era y las gentes comenzaron a rendirle culto, no sólo en Astorga, sino también en Rimor, su pueblo natal, en Carracedo y en San Martín de Castañeda.

En Rimor, pueblo que tradicionalmente se viene considerando como el de su naturaleza, tiene una capilla, dentro de la iglesia parroquial, dedicada a él. Sobre el altar hay una sencilla imagen que le representa vestido de pontifical y que tiene esta inscripción: “San Pedro Cristiano, natural de Rimor”.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Diocesano de Astorga, Libro Becerro o Tumbo de Nogales, s. f., pág. 157.

H. Flórez, España Sagrada, t. XVI, Madrid, Antonio Marín, 1762, pág. 46 (apud A. Manrique, Anales Cistercienses, t. III, Lugduni [Lyon], 1642, pág. 412); P. Rodríguez López, Episcopologio asturicense, t. II, Astorga, Porfirio López, 1906-1908, passim; A. Quintana Prieto, El eremitismo en la diócesis de Astorga, Pamplona, España Eremítica, 1970, págs. 377 y 453; A. Quintana, “Pedro Cristiano”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, pág. 1953; A. Quintana Prieto, El Obispado de Astorga en el s. xii, Astorga, Publicaciones del Archivo Diocesano, 1985, págs. 303-358; D. Yáñez Neira, “En el Milenario de Cariacedo”, en Cistercium (1991), págs. 58-81; P. Alonso Álvarez, Los abades del monasterio de Carracedo (990-1835), Ponferrada, Ayuntamiento, 2003, págs. 164- 167.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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