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Antonio Valero de Bernabé y Pacheco

Biografía

Valero de Bernabé y Pacheco, Antonio. Fajardo (Puerto Rico), 26.X.1790 – Bogotá (Colombia), 7.VII.1863. Brigadier, masón, liberal, libertador.

Hijo del español de linaje aragonés Cayetano Valero de Bernabé y de la puertorriqueña Rosa Pacheco de Ormandía, Antonio Valero de Bernabé pasó los primeros años de su vida en Fajardo, Puerto Rico.

Tras quedar huérfano de padre, un tío paterno se hizo cargo del niño, y en 1803 lo envió a España a estudiar en la Academia Militar de Valencia, en la que ingresó de inmediato. Graduado en 1807, Valero de Bernabé se incorporó al Ejército español como subteniente, y como tal se desempeñaba cuando estalló la Guerra de Independencia Española en mayo de 1808.

Durante ese conflicto bélico Antonio Valero se destacó por sus dotes militares y por su arrojo y heroicidad en diversos lugares de la Península, como en el segundo sitio de Zaragoza, y en Tarragona, Sagunto, Carcante, Cullera, Castalla, Albaida, lo que le hizo ganar el grado de coronel y le valió numerosas condecoraciones y galardones como: la cinta y la Cruz de Zaragoza, dos escudos de distinción y benemérito de la patria en grado heroico y eminente. Además se le otorgó la más alta condecoración española: la Cruz Laureada de San Fernando. Al terminar la guerra contaba tan sólo veinticuatro años.

El proceso político liberal y nacionalista, de rompimiento ideológico con el Antiguo Régimen, que se produjo en Zaragoza, impactó en gran medida a Antonio Valero de Bernabé, quien hasta el momento había evidenciado mentalidad realista. Desde entonces se fue acercando muy rápidamente al liberalismo que por esa época comenzaba a germinar en la Península.

De particular importancia fue la influencia del general José Rebolledo de Palafox, jefe militar y capitán general del Reino con sede en Zaragoza, que influenció a gran parte de la oficialidad más joven del Ejército español y que se caracterizó por su tenaz oposición al absolutismo. En esa lucha y proceso estaba el puertorriqueño, que desde temprano se destacó en el ala más radical de los cuerpos armados españoles.

Durante éstos la masonería y las sociedades secretas encontraron en Cádiz tierra muy fértil para allí organizar numerosas logias que agruparon tanto a militares como a civiles. Tanto el liberalismo como la masonería fueron de gran importancia en la germinación y desarrollo del independentismo y nacionalismo hispanoamericano, ya que la mayoría del liderato hispanoamericano, que estuvo vinculado a las logias masónicas, también encontró en Cádiz una inagotable fuente ideológica y un espacio sin igual para el fortalecimiento ideológico.

Al ser ayudante de campo del general Juan de O’Donojú, Valero se vio expuesto directamente a la masonería, a la que rápidamente abrazó. En ese contexto y en todos los lugares en que estuvo destinado entre 1814 y 1820 se lo encuentra destacándose por trabajar afanosamente en la organización de nuevas logias en toda la región de Andalucía. Con O’Donojú formó un binomio ideológico sin igual en la época que con otros integraron lo que entonces se conoció como “El Taller Sublime”.

El levantamiento del general Rafael de Riego en Las Cabezas de San Juan (1820), en el cual O’Donojú tuvo activa participación, también fue determinante en la vida y futuro político de Antonio Valero, porque aquel hecho fue un precipitante ideológico del que no pudo sustraerse nadie, españoles o hispanoamericanos.

Cuando O’Donojú fue nombrado virrey de la Nueva España, en donde la suerte ya estaba echada a favor de los independentistas, Valero lo acompañó como su secretario y ayudante personal. Allí el puertorriqueño tuvo una destacada participación en las negociaciones que se realizaron en 1821 con el comandante militar mexicano Agustín de Itúrbide y que desembocaron en la firma de los Tratados de Córdoba del 24 de agosto del 1821. Con ello se aceptó por los españoles y se confirmó el Plan de Iguala que había sido proclamado el 28 de febrero de aquel año.

Él mismo declaró la independencia de México como estado monárquico separado de España y bajo Fernando VII. Esa situación no fue bien vista ni aprobada por la Corona española, como tampoco lo fueron los militares que participaron en las mismas, lo cual podía representar inconvenientes a la hora de regresar a la Península. Sin embargo, el nuevo estado ofreció grados y empleos a los militares españoles que desearan integrarse a la patria mexicana. Una vez que se rompieron los lazos políticos con España —no así los culturales, espirituales y lingüísticos—, no fue difícil para muchos soldados y jefes españoles aceptar aquel ofrecimiento; entre ellos estuvo Antonio Valero, quien dejó al lado no sólo la misión que le llevara a México, sino además su acatamiento al gobierno de Fernando VII. No obstante la lealtad a su ideario liberal y masón quedó intacta al ingresar al Ejército mexicano, pues en América contaban con libertad y tenían un futuro que en ese momento era halagador.

Desde entonces echó su suerte y su trabajo a la formación de la nueva nación. Fue en esta época en la que su labor le acreditó para la Cruz de la Independencia Mexicana.

En la capital de ese país Valero siguió su gestión masónica cuando, entre otras, fundó la logia “El Sol”, de orientación lancasteriana escocesa. También en su mente comenzó a germinar la idea de la independencia de Puerto Rico.

Al proclamarse emperador de México Agustín de Itúrbide, Valero, como dirigente de una logia masónica, empezó a conspirar contra el gobernante por sus ideas y tendencias pro-imperiales, absolutistas y antirrepublicanas.

Haciendo gala de una gran sagacidad el Emperador atajó la conspiración cuando ascendió a brigadier al puertorriqueño, nombramiento que sembró dudas y escepticismo entre a los que junto a él habían estado conspirando, pues vieron la promoción como un premio a quien creyeron les traicionó y abrazó el bando del Emperador.

Aun no siendo correcta esa percepción, Valero no tuvo otro remedio que salir de México y aunque trató de regresar al Ejército español su solicitud fue rechazada.

Corría el año del 1822 cuando salió hacia Estados Unidos, pero el barco en que viajaba fue interceptado por piratas y tuvo que atracar en Cuba, donde fue encarcelado. Gracias a la ayuda de patriotas cubanos, otros dicen que a su vieja amistad con el capitán general de la isla, en un momento de baja vigilancia, Valero logró fugarse hacia los Estados Unidos.

Desarraigado de todo lo que hasta entonces había sido su vida y sin una patria visible a la que pudiera dirigirse, Valero entró en negociaciones con conspiradores cubanos que conoció en Nueva York y Filadelfia, y junto a éstos viajó hacia la Gran Colombia. Una vez llegado al puerto de La Guaira, realizó gestiones que le llevaron a ser aceptado en el Ejército libertador bolivariano, corría el año de 1824.

Fue destinado como comandante de un ejército de refresco que fue enviado al Perú vía el istmo de Panamá.

Como en Perú la suerte de la guerra ya estaba casi echada, Valero sólo pudo participar activamente en la toma del puerto de Callao, donde tuvo una destacada participación que le valió el reconocimiento de sus superiores y varias condecoraciones.

Habiendo terminado la guerra fue destinado a comandar parte del territorio de Panamá. Posteriormente, y por la encomienda del mismo Bolívar, se estableció en Venezuela en distintos destinos y posteriormente como comandante del Estado Mayor del Ejército. Como tal apoyó la separación de Venezuela de la Gran Colombia, pero rechazó los ataques que se hicieron contra Bolívar. Muerto el Libertador, Valero renunció a su alto cargo y se refugió en Saint Thomas, desde donde regresó a Venezuela en 1834.

Allí se nacionalizó y se estableció en San Sebastián de los Reyes donde llevó una vida privada llena de satisfacciones.

En la década de 1840, el presidente José Gregorio Monagas convocó a Valero para que nuevamente sirviera militarmente en defensa de los intereses de su gobierno y de los liberales contra los conservadores e insurrectos de Páez que le asediaban. Valero aceptó la encomienda y su labor le llenó de honores que le valieron el nombramiento primero como ministro de Guerra y Marina y más tarde como general en jefe de los Ejércitos federales del estado de Aragua.

Como tal se mantuvo hasta que casi derrotada su causa, en 1859 tuvo que refugiarse en Colombia, donde también había estallado la guerra. El presidente colombiano, José Cipriano de Mosquera, lo recibió con honores y lo comisionó, con los mismos rangos, al Ejército republicano donde llegó a ser el jefe del Estado Mayor del Ejército colombiano que entró victorioso en Bogotá. Antes de poder regresar a Venezuela, donde la guerra se había ganado por los liberales, Antonio Valero de Bernabé murió el 7 de julio de 1863. Contaba con setenta y tres años, la mayor parte de ellos dedicados a luchar por la libertad donde quiera que se encontrara.

 

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Héctor R. Feliciano Ramos

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