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Fernando de Quintanilla y Quintanilla

Biografía

Quintanilla y Quintanilla, Fernando de. Lora del Río (Sevilla), c. 1720 ‒ c. 1800. Intendente de las Nuevas Poblaciones de Andalucía.

Nació en el seno de uno de los linajes de más rancio abolengo de la villa sevillana de Lora del Río. Formaba parte, por tanto, de la selecta oligarquía local, con la que los enlaces endogámicos habían sido muy evidentes hasta entonces. Dejando bien patente su nobleza, Fernando de Quintanilla ingresó en la Orden de San Juan de Jerusalén en 1741, institución a la que su familia se hallaba profundamente ligada desde el siglo XVI. Pero su intervención activa en dicha Orden no se limitó a su admisión; muy pronto obtuvo las distinciones de caballero de la Gran Cruz de la Sagrada Religión de San Juan, la de bailío del Santo Sepulcro de Toro, así como la de comendador de Cubillas y Cubillejas.

Al parecer, Quintanilla permaneció durante toda su juventud en su villa natal, velando por sus intereses familiares, una vida tranquila y sosegada que se vería interrumpida al conocer al limeño Pablo de Olavide.

Corría por entonces el año 1768, y el superintendente tenía en mente la colonización de algunos baldíos situados entre Córdoba y Sevilla, así como algunas de las tierras de propios de esta última ciudad. De ahí que, gratamente impresionado por sus cualidades, decidiese encomendarle el establecimiento y gobierno, con el cargo de subdelegado general, de las Nuevas Poblaciones de Andalucía.

El empeño de Olavide lo haría finalmente acceder a su propuesta. Así, en mayo de ese mismo año aparece ya al frente de dichas colonias. Y tan eficaz debió de ser su labor, que muy pronto, concretamente el 15 de julio, recibió su nombramiento oficial como subdelegado general de las Nuevas Poblaciones de Andalucía. Ahora bien, Quintanilla puso como condición para aceptar el cargo el que no percibiría por él ningún sueldo o dieta para su manutención. Hecho significativo, pues es innegable que su hacienda no estaba tan saneada como la del superintendente, quien tampoco lo recibía.

Los primeros meses en la dirección de los nuevos establecimientos fueron extraordinariamente duros para él. A pesar de hacer todo lo posible, la edificación de casas y la provisión de útiles y animales no avanzaba al ritmo adecuado. Tanto es así que a duras penas lograba establecer a los colonos en sus suertes conforme iban arribando a La Carlota.

La situación, sin embargo, se agravó mucho más en la primavera y el verano de 1769. Numerosos informes y denuncias contra el modo en el que las Nuevas Poblaciones eran dirigidas por Olavide llevarían al Consejo de Castilla a encomendar a uno de sus miembros, el granadino Pedro Pérez Valiente, la visita de éstas. Una inspección que se prolongó desde abril hasta julio del mencionado año, y que supondría en la práctica un verdadero colapso a todos los niveles.

Justo entonces arribaron a las Nuevas Poblaciones de Andalucía más de seiscientos colonos, que Quintanilla hubo de alojar en barracas. La falta de caudales y las órdenes de Pérez Valiente habían interrumpido la construcción de casas, la delimitación de parcelas y el establecimiento de los colonos en sus suertes.

Tal fue el grado de desorden alcanzado que Quintanilla elevó en dos ocasiones la renuncia a su cargo, sin que le fuera aceptada. Es más, él mismo fue objeto también de diversos ataques, tales como la denuncia que el concejo astigitano formuló asegurando que había eludido el pago de las correspondientes alcabalas de varios cerdos de su propiedad al hacerlos pasar por bienes de las Nuevas Poblaciones.

No sin algún altibajo, la situación volvió a la normalidad desde finales de dicho año. Olavide había sido repuesto en la superintendencia y, con él al frente de la empresa colonizadora, se retomaron todos los proyectos y trabajos interrumpidos durante la visita. Tan eficazmente los llevó a término que sólo dos años después solicitó al Rey la puesta en práctica de las disposiciones del Fuero de las Nuevas Poblaciones concernientes a la formación de concejos municipales.

En este sentido, la estrecha relación entre Olavide y Quintanilla llevó al primero a proponer su nombramiento como intendente de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, conservando él la superintendencia.

Sin embargo, el establecimiento de dichos concejos no podía ser visto con agrado por los sectores más conservadores del Consejo de Castilla, ya que sólo estarían integrados por síndicos personeros y por diputados del común, de ahí que se rechazase la propuesta un mes más tarde. Olavide, no obstante, insistió en que se le otorgase dicho cargo; finalmente, en junio de 1772 se resolvió su nombramiento como intendente de las Nuevas Poblaciones de Andalucía, cargo al que se incorporaba un sueldo anual de 30.000 reales. Ni que decir tiene que del establecimiento de gobiernos municipales no se hizo la menor alusión.

Ahora bien, la aceptación de sólo parte de la propuesta de Olavide dio lugar a una nueva organización político-administrativa en las Nuevas Poblaciones.

Desde entonces serían gobernadas por una superintendencia de la que dependían una intendencia y una subdelegación. Realidad que se tornaría aún más problemática cuando el cargo de superintendente quedase vacante tras el arresto de Olavide por parte del Tribunal de la Santa Inquisición. A partir de entonces las colonias dependientes de La Carolina y las que lo eran de La Carlota comenzaron a gobernarse independientemente.

Sin duda, Quintanilla podría haber solicitado interinamente la superintendencia, pero cabe la duda de si hubiera estado libre de toda una cadena de ataques por parte de aquellos mismos que habían propiciado la caída del limeño.

Las Nuevas Poblaciones que Olavide dejó rápidamente habían degenerado en un auténtico caos. Los colonos, hábilmente manejados por los frailes capuchinos alemanes, amenazaban con una sedición generalizada.

Tanto es así que sería necesaria la promulgación de una Real Orden para acallar los rumores públicos de expulsión de los colonos extranjeros. Es más, las numerosas pruebas de apoyo que el superintendente recibiría en estos momentos no serían ajenas a Quintanilla. Algunos meses antes de la sentencia inquisitorial de Olavide, la Real Sociedad Patriótica de Amigos del País de Sevilla, que éste tanto había impulsado, decidió admitir entre sus socios a Fernando de Quintanilla. Todo esto, sin duda, lo haría decidirse por un gobierno discreto.

Los años siguientes vendrían caracterizados por sus continuos problemas de salud, que lo forzarían a ausentarse frecuentemente de La Carlota. Además, sus continuas peticiones de aumento de sueldo nunca serían atendidas. De ahí que Quintanilla, que había gastado gran parte de su hacienda en el establecimiento de las nuevas colonias, solicitase la concesión de unas quinientas fanegas de tierra en la mencionada capital.

Sin embargo, le serían denegadas, por lo que desde entonces se marcó como objetivo retirarse a su villa natal.

Permaneció en su cargo hasta septiembre de 1784, fecha en la que Carlos III aceptó su petición de jubilación por razones de salud, con una asignación anual de 15.000 reales. Quintanilla insistió en que no encargase, tras su retiro, el gobierno de las Nuevas Poblaciones de Andalucía a Miguel de Ondeano, subdelegado de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, y llegó a proponer al Rey como su sucesor a su íntimo amigo Joaquín de Furundarena, tesorero entonces en La Carlota. Pero, contra la voluntad de Quintanilla, Carlos III procedió a nombrar a Ondeano como intendente de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía. Sin embargo, sus recomendaciones no cayeron del todo en el olvido. Junto a este nombramiento se obligaba al intendente a gobernar con independencia ambos departamentos, por lo que se anulaba de un plumazo cualquier pretensión unificadora de Ondeano.

Fernando de Quintanilla se trasladó posteriormente a Lora del Río, donde vivió retirado hasta su muerte.

 

Bibl.: C. Bernaldo de Quirós, Los reyes y la colonización interior de España desde el siglo xvi al xix, Madrid, Ministerio de Trabajo y Previsión, 1929; L. Perdices Blas, La agricultura en la segunda mitad del siglo xviii en la obra y empresa colonizadora de Pablo de Olavide y Jáuregui, Madrid, Universidad Complutense, 1988; S. Aguayo Pérez, La Carlota. Una historia de sus calles, Córdoba, Diputación, Ayuntamiento de La Carlota, 2003.

 

Adolfo Hamer Flores

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