Cacho Villegas, Alejandro. Torrelavega (Cantabria), 1681 – Caranglán (Filipinas), II.1746. Religioso agustino (OSA) y misionero en Filipinas, fundador.
Alejandro Cacho Villegas perteneció a una familia acomodada y distinguida. Su padre fue abogado de los Reales Consejos y alcalde mayor de Málaga, Almuñécar y Granada, además de corregidor real de la villa leonesa de Ponferrada. Su infancia fue complicada, pues sus padres murieron cuando apenas tenía tres años, siendo criado y educado, junto a sus hermanos, por los agustinos de Ponferrada, en cuyo colegio vivió hasta los dieciséis años de edad.
Ingresó en la orden de San Agustín y el 19 de julio de 1699 se enroló en la barcada de misioneros que partió para Filipinas, adonde llegó en octubre de 1700. Tras cinco años de preparación en el convento de Manila (estudios eclesiásticos, técnicas misioneras y lenguas de la demarcación evangélica agustiniana), en mayo de 1705 se le concedió la cédula de misionero con destino a las misiones de Caranglán y Pantabangán, en la Pampanga, en el centro de la isla de Luzón. Era esta una zona todavía no controlada por los españoles y en la que los nativos vivían en tribus belicosas y sanguinarias, dispersas y ocultas en lo más intrincado de los montes, en los que era imposible penetrar.
Las misiones de los montes italones, tenían el estatus especial de misiones vivas, territorio de frontera inseguro, donde la hispanización era nula. Cacho se planteó la conversión pacífica de los naturales oponiéndose a la presencia de soldados y a la utilización de las armas, viviendo con los indios, aprendiendo sus lenguas y, sobre todo, tratando de que los nativos se concentraran en pueblos, donde era más fácil predicar la palabra de Dios e impartirles nociones de agricultura.
Cacho fue el motor de la reducción de los indios a pueblos en aquella zona de los montes Caraballos y Sierra Madre. Durante veintitrés años y desde su puesto de doctrinero y vicario prior de Bongabón y Pantabangán fundó los pueblos de Dimala (San Sebastián), Sabonin (San Juan Bautista), Santa Mónica, Puncán (Nuestra Señora de la Asunción), Napanapeng (San Agustín), Balungao (Santo Niño), Buhay (Santa Rita), Picnic (San Andrés), Marián (Nuestra Señora de la Defensa), Conán (San Roque), Bayair (Santa Ana), Anting (San Joaquín), Apalán (San Pedro y San Pablo). En 1727 Marián, Anting, Conán y Baguit los juntó y fundó Dupax (Nuestra Señora de la Defensa). También fundó Tupay, Mayón, Dulioo, Errán y Guinayopangán. Muchos de estos pueblos tuvieron una vida efímera, pero otros perviven en la actualidad. En todos ellos fundó iglesia y convento, construyó caminos (algunos de los cuales aún existen), les enseñó a trasformar una agricultura y ganadería de subsistencia, en productiva. De los métodos primarios de siembra y recolección, rodeados de misterio y prácticas supersticiosas, les hizo pasar a prácticas racionales, utilizando arados e instrumentos de labranza, animales de tiro y aportando nuevas semillas que proporcionaron un cambio radical en esa sociedad tribal. Para el cultivo del arroz promovió la construcción de presas y canales. Tras su paso por estas tierras la economía de los naturales pasó a ser mixta, basada en la ganadería y en la recolección, la caza y la pesca.
En los años que vivió y recorrió aquellos lugares recogió las hierbas medicinales y estudió sus virtudes curativas, así como las formas de medicina natural de las sociedades indígenas, con el fin de poder atender a la población en sus males. Llegó a escribir un tratado sobre el tema que desapareció con el robo de los archivos del convento de Manila por los ingleses.
Para poder realizar toda esta ingente labor tuvo que aprender el idioma de diferentes grupos étnicos de los montes Caraballos: el isinay, el igorrote, el ilongote y el irulí. Siguiendo la orientación de la orden se preocupó en formar intérpretes nativos que le ayudaran en los contactos con otras naciones y otros pueblos, más que como predicadores en la enseñanza de la doctrina, cosa que hizo él, pronto y bien. Lo realizó con el contacto directo con la gente. Nadie antes había estudiado aquellas lenguas que eran tantas y bien diferentes.
Una vez se le dio patente de misionero en las misiones de los montes de italones y abacaes, se distinguió por una marcada política de defensa del indio. No consintió que nadie abusara de ellos, que se les pagara salarios justos, y se opuso y denunció cualquier intento de injusticia con los naturales, viniera de quien viniera, incluso de la administración. Su teoría de conquista pacífica y buen trato de los indios le llevó a lograr éxitos sonados, donde los demás institutos religiosos y las propias autoridades civiles fracasaban.
Tal fue su política de pacificación que en los conflictos que surgían, los indígenas pedían a las autoridades civiles la presencia y mediación del agustino. Cuando éste, en nombre de la Orden, entregó a los dominicos la misión de Buhay, los predicadores fracasaron en su metodología misional de rigor y dureza con los nativos. Fueron los propios superiores de los dominicos los que pidieron a Cacho que se hiciera cargo de aquellos pueblos antes de que desaparecieran.
Alejandro Cacho fue un prototipo del misionero español en Filipinas. Uno de los más relevantes de cuantos misionaron en la isla de Luzón. Algunos autores como los americanos Blair y Robertson afirman que fue el más grande de todos, sorprendidos por el ingente trabajo que llevó a cabo y por su espíritu superior para vencer las insoportables condiciones de la naturaleza y el medio en que desarrolló la labor que sus superiores le habían encomendado. Permaneció en la misión de los montes más de cuarenta años. Quizá esto se debiera al éxito y al cariño que los indígenas sentían hacia él, por su total entrega y defensa de sus intereses. Los misioneros de los montes no solían soportar las condiciones climatológicas y morían muy jóvenes o caían enfermos.
Fue historiador, geógrafo, naturalista, médico, lingüista y, por encima de todo, doctrinero. Fue traductor o “trasladador”, como él prefería decir, y filólogo: llegó a dominar seis o siete idiomas, escribió catecismos, sermonarios, confesionarios y apuntes gramaticales de las lenguas de su jurisdicción misional.
La misión de los montes Caraballos que dirigía Cacho fue durante cuarenta años el buque insignia de la labor social, cultural y misionera de los agustinos en Filipinas. Con una periodicidad anual enviaban al monarca memoriales y relaciones sobre el estado y progreso de estas misiones. Con ello consiguieron financiación para sus doctrineros y la emisión de cédulas de felicitación a los agustinos por la labor que allí estaban realizando. Cada vez que recurrían al Consejo de Indias en súplica de nuevos misioneros para las islas, citaban la labor realizada por Cacho y sus hermanos de religión en los montes centrales de Luzón.
Estas misiones adquirieron gran fama en Filipinas en esta época, considerándolas como modelo de trabajo, quizá debido a la enorme dificultad que entrañaba la vida en ellas y, a pesar de esto, Cacho consiguió la conversión casi total de los indígenas de la zona.
Alejandro Cacho permaneció en la misión de los montes bien como vicario prior de Pantabangán o de Caranglán o de ambos a la vez hasta febrero de 1746 en que falleció en Caranglán. Sus hermanos reconocieron su trabajo y valía, y le concedieron los honores de ex definidor, visitador y vicario provincial de estas misiones hasta su muerte.
Obras de ~: Conquistas espirituales de los Religiosos Agustinos Calzados de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, hechas en estos cuarenta años, y sólo dentro de una alcaldía que es la de la provincia de la Pampanga, s. l., s. f. (ms.); Compendioso manifiesto del principio y progreso de la misión de italones que los religiosos de Nuestro Padre San Agustín de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas mantienen en los montes de la Pampanga, así como al oriente de dicha provincia, s. l., s. f., ms. (ed. de C. Villoria Prieto, León, Servicio de Publicaciones de la Universidad, 1997); Medicina de árboles y yerbas de aquellas selvas, s. l., s. f. (desapar.).
Bibl.: G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca iberoamericana de la Orden de San Agustín, vol. VIII, El Escorial, Imprenta del Real Monasterio, 1925; C. Villoria Prieto, Un berciano en Filipinas: Alejandro Cacho Villegas, León, Universidad, 1997; C. Villoria Prieto, El leonés Alejandro Cacho Villegas y su labor social y cultural en Filipinas (1681-1746), León, Servicio de Publicaciones de la Universidad, 1997.
Carlos Villoria Prieto