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Silvestre Abarca y Aznar

Biografía

Abarca y Aznar, Silvestre. Lumbier (Navarra), 31.XII.1707 – Medinaceli (Soria), 3.I.1784. Teniente general, ingeniero general del Cuerpo de Ingenieros militares, director de Caminos y Fortificaciones del Reino.

De familia noble, con casa solar en Lumbier y Aoiz, junto al Irati; desde el primer momento destacó por su facilidad para las matemáticas y para el dibujo lineal y panorámico.

Pasó a Zaragoza a estudiar Ciencias y Perspectiva, e ingresó como cadete en el Regimiento de Ingenieros de la capital de Aragón, donde realizó estudios y, tras superarlos y las prácticas en diversas plazas de Navarra y Aragón, fue ascendido al empleo de subteniente. Cursó en la Real Academia Militar de Matemáticas de Barcelona, la más prestigiosa entonces en España, y se le entregó el despacho de alférez ingeniero delineante el 27 de diciembre de 1740; todo ello acorde con las categorías técnicas y militares que a propuesta del ingeniero general marqués de Verboom habían sido sancionadas por el rey Felipe V por Real Decreto de 17 de abril de 1711, ampliado en 1718 y que habían articulado un Cuerpo de Ingenieros, profesional, moderno que se va estructurando a lo largo de los reinados de Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, en Direcciones que coordinaban las Comandancias en los extensos territorios hispánicos, con un modus operandi descentralizado, eficaz, y que el ingeniero Abarca, excelente organizador, impulsó desde sus puestos de responsabilidad. Y en este cuerpo de elite, que abarcó todas las responsabilidades técnicas en la ingeniería civil y militar en la España del siglo XVIII, va a ir el ingeniero Abarca, escalando, proyecto a proyecto, toda la cadena jerárquica militar y técnica de la carrera, acumulando experiencia en dirección y en proyectos; así desempeñó puestos de trabajo muy diversos en paz y en operaciones; vivió en Sos del Rey Católico, Calatayud, Daroca, Zaragoza, Barcelona, Madrid... vinculándose de por vida a la villa ducal soriana de Medinaceli, “donde enraizó la familia Abarca y el mismo Don Silvestre se consideró siempre como de Medinaceli” y allí, en su casa, buscó refugio en sus licencias y descansos.

Abarca en 1752 es capitán e ingeniero de 2.ª y participó como tal en las campañas de Italia, en Nápoles, en Alejandría y en Plasencia del Po, “y se encontró en la batalla de Campo Santo, retirada del Reyno de Nápoles, sorpresa de Belletri, sitio de Tortona, paso del Tanaro, y en la batalla del Tidone”. De regreso a España se le destinó al ramo de Caminos, a Barcelona y a Zaragoza, donde trabajó en los caminos reales a Cataluña y Navarra, pasando después a la Dirección de Caminos en Madrid, para supervisión de proyectos de puentes y los trazados de la red rutera española. Desde el cuadro eventual de ingenieros de la Dirección fue comisionado a Almadén (Ciudad Real), donde realizó una de sus obras más significativas por su complejidad técnica: el proyecto de mejoras de rampas, de los canales de desagüe, de los muelles de carga, de los caminos de salida de mina, así como construcción de tinglados dentro de un plan general de remodelación de las minas de azogue o mercurio propiedad del Estado a través de la Secretaría de Hacienda. Finalizada su misión aquí, fue trasladado a Palencia para impulsar el proyecto del “Canal de Castilla la Vieja en Santander y Palencia”, el Canal de Campos, realizando obras de acequias de derivación, de caminos de ribera “para el tránsito de ganado de fuerza” y los levantamientos topográficos, planimétricos y altimétricos para nivelaciones de los aliviaderos, que eran imprescindibles para controlar los caudales de agua y la actividad de las esclusas de regulación de los niveles de las láminas de agua en cada tramo. A partir del Reglamento de 27 de julio de 1739, denominado de Lucuce, y en cuyo preámbulo Felipe V señala “lo importante que es a la conservación de mis Reinos, esplendor de mis ejércitos y bien de mis vasallos, que entre ellos haya sujetos inteligentes en las Matemáticas, de que dimanan los seguros aciertos de las operaciones militares, marítimas y demás que se necesitan para el bien público”, la normativa del Cuerpo de Ingenieros fue actualizada continuamente y el ingeniero Abarca participó en equipo en estas tareas y los avances fueron significativos en el campo de la seguridad de actuación técnica, implantándose para cada proyecto la Memoria con fijación de costes, financiación, calendario de ejecución, trámite y supervisión de aquél por un ingeniero del mismo o superior grado facultativo del proyectista e independiente de éste, archivo del mismo y los de elevada cuantía y complejidad o larga duración en su ejecución, deberían ser visados en la Dirección de Caminos o de Fortificación, en su caso.

Abarca fue destinado en 1757 a la plaza fuerte de Cádiz y en ella, a lo largo de casi cinco años, elaboró distintos proyectos de construcción y trabajos topográficos varios en el área militar y en obras civiles. Así, proyectó y dirigió la ejecución de obras en la defensa perimétrica de la plaza gaditana: el pabellón de Ingenieros de la Comandancia, así como los depósitos anejos a aquél; trabajó en la modernización de los asentamientos de baterías de costa en los castillos y baluartes, “con bóvedas a prueba de impacto directo de cañón naval de la época”, y en el refuerzo de defensas de los fortines de la llamada “Línea de tierra”; en cuanto a obras civiles, Abarca proyectó y dirigió la nueva Casa de Contratación, la Aduana y el Consulado del Mar gaditanos; el muelle de San Felipe y las obras de acomodación del hospital de la ciudad para adaptarlo como sede del recién creado Real Colegio de Cirugía de Cádiz dirigido por el cirujano mayor de la Armada, el doctor Pedro Virgili. También levantó varios planos del frente costero gaditano en la villa de Rota, en Chiclana y en Campo Soto y de los baluartes de San Antonio y San Felipe; por sus meritorios trabajos técnicos en Cádiz, Abarca “recibió las mejores notas de sus superiores facultativos” y fue promovido a ingeniero director. En 1762 “pasó a la expedición de Portugal como ayudante del Cuartel Maestre General”, y allí dirigió trabajos de acampada y de comunicaciones, dando paso a las tropas sobre cortaduras y ríos, así como tareas de zapaminas, trincheras y ramales en el asedio de la plaza de Almeida.

En el año 1763, el ingeniero Abarca, recién firmada la Paz de París, pasó con urgencia destinado a la Capitanía General de Cuba con el empleo de teniente coronel y con la misión de inspeccionar las fortificaciones costeras de la isla, valorar y reparar los daños que en ellas habían producido los ataques de la flota inglesa, especialmente en el apostadero de La Habana, que en la guerra de los Siete Años había sido tomada el 14 de julio de 1762 por la flota inglesa del almirante Pococ y por una fuerza de desembarco de doce mil hombres al mando del general conde de Albermale. Fue mandato del rey Carlos III al conde de Ricla, que los territorios de América española y de Filipinas había que ponerlos con rapidez en situación de defenderse por sí mismos, y Ricla, una vez en La Habana, dispuso de inmediato reforzar las fortificaciones, con especial atención a la capital, mejorando sus baluartes; Abarca levantó tres planos del castillo del Morro, uno de situación general y los otros dos particulares “señalando en uno de ellos los ataques de los ingleses y en otro el estado en que lo dejaron los enemigos”. Estuvo destinado en Cuba once años, hasta 1774, de teniente coronel y de coronel al mando de la importante Comandancia de Ingenieros con responsabilidad sobre caminos, fortificaciones, logística, artillado y puertos de la isla, así como sobre las obras civiles, proyectos sobre hospitales, como el de San Lázaro, sobre colegios, almacenes, cobertizos y galpones, empedrados de calles y paseos urbanos, como la alameda de Roma y el de Extramuros, traídas de aguas, construcción de cloacas para las residuales, jardines y parques de esparcimiento, caminos, puentes como el del Calabazar, el del Arroyo Blanco y el del Husillo. Construyó y remodeló baluartes, “especialmente los castillos de Atarés, La Cabaña, el Morro y San Carlos y trazó el fuerte Príncipe”, también proyectó asentamientos de artillería a barbeta, así como observatorios cubiertos del fuego naval, para “potenciar las defensas de la plaza frente a los ataques de flotas enemigas”.

Durante su estancia en Cuba, el trabajo de Abarca como ingeniero y como cartógrafo fue muy destacado. Levantó varios planos de la ciudad y del puerto de La Habana, y también de los fuertes de Atarés y San Carlos, y proyectó el dispositivo de cierre del puerto de Mariel en Pinar del Río, y el fuerte de la Loma de Aróstegui, mejorando los enlaces entre fuertes, así como las cortinas, caminos cubiertos y líneas de obstrucciones en el sistema defensivo de la capital, levantando topográficamente los reductos, sus enlaces cubiertos, zonas batidas, áreas desenfiladas, cruces y solapes de fuegos artilleros para lograr el óptimo empleo de éstos y el apoyo entre baluartes.

Otra preocupación de Abarca fue el arreglo de las comunicaciones de La Habana con las ciudades de Santa Clara, Camagüey, Santiago de Cuba —la ruta longitudinal de la isla—, así como de los caminos a Cienfuegos y Pinar del Río. También fue preocupación preferente de Abarca la construcción de depósitos de víveres, de tinglados para intendencia, para municiones y artificios, es decir, la infraestructura logística en medio de un clima que hacía muy difícil el mantenimiento. En el mes de abril de 1774 fue clasificado para los cuadros del generalato; aún siguió algún tiempo en Cuba en espera de la orden de regreso a la Península y tramitando la entrega de la Comandancia a su sucesor. A iniciativa del secretario de Guerra, el conde de Ricla y, a propuesta del conde de Floridablanca, fue nombrado por el rey Carlos III, oidor del Consejo Supremo de Guerra y Marina, director comandante general del Ramo de Fortificaciones del Reino; pocos meses más tarde, por Real Decreto de 3 de octubre de 1774, fue promovido a mariscal de campo ingeniero. De regreso a España, en enero de 1775 y asentado en Madrid, impulsó los trabajos técnicos para perfeccionar el sistema defensivo de América Central, especialmente de Guatemala y de Nueva España, así como los proyectos de las contramurallas del Vendaval de Cádiz y los trabajos en baluartes de la ciudad de Argel. Por Real Decreto de 5 de febrero de 1776 fue promovido por Carlos III al empleo de teniente general del Ejército “por su particular mérito y distinguidos servicios”, y en 1778 el Rey le nombró comandante general de Ingenieros y cuartel maestre general de sus Ejércitos y consultor nato del Consejo Supremo de Guerra, coronando una brillante carrera militar y técnica. Desde este puesto relevante, dirigía a todo el personal ingeniero militar y fue ejemplar su política de ascensos, y la objetividad en los destinos de sus facultativos en España y en América, así como su permanente interés por la formación y actualización técnica de los ingenieros en todos los territorios de la Corona española; también daba la aprobación por sí o por delegación a los proyectos y a su dotación de todo tipo de obras de las Direcciones de Fortificaciones y de Caminos y de las Comandancias de Ingenieros y que tras su análisis aprobaba o, en función del rango del proyecto, elevaba para su sanción al primer ministro Floridablanca, llegando los de gran envergadura hasta el propio Monarca; como cuartel maestre general era responsable del sostenimiento de los trabajos de acampadas, de almacenes, aguadas, transportes, de las unidades en operaciones. Por sus méritos el Rey le otorgó e impuso la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III. En 1779 apoyó el plan de ataque del duque de Crillón contra Gibraltar y asistió al sitio de la Roca.

El general ingeniero Abarca y Aznar, marqués de Alcocébar, fue una personalidad recia, minuciosa en sus proyectos técnicos y en los temas de sus ingenieros, trabajador incansable, magnífico organizador, que seguía con detalle las trayectorias personales de sus facultativos, sus méritos y trabajos y cuyos destinos él personalmente resolvía con la mayor objetividad para el bien del servicio. Su vinculación a Medinaceli (Soria) fue de por vida, allí vivió y murió el 3 de enero de 1784. Es significativo que a su muerte el ingeniero militar Francisco Sabatini, que había sido su subordinado como segundo, solicitase del Rey “el empleo de Comandante del Ramo de Fortificaciones, vacante por el fallecimiento de Don Silvestre Abarca, puesto que ya le había sustituido en ausencias y enfermedades”.

 

Obras de ~: El Proyecto general de navegación y riego que se propone hacer en la parte septentrional de Castilla la Vieja con las aguas de los ríos Camera, Rubregón y Pisuerga. Modo de arreglar las tierras, obras que se proponen y parajes que se han de construir; Descripción del lugar de Montiel, los nacimientos de los ríos Javalón y Azuel, acompañado de los mapas ideales que demuestran el curso de los expresados ríos y manantiales que llaman Ojos de Montiel en la disposición que se hallaban el día 6 de octubre de 1752; además de numerosos proyectos técnicos y memorias de fortificaciones, puentes, canales, hospitales [...], mapas y cartas topográficas firmadas de plazas fuertes y baluartes en España y América.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Sección Célebres; Archivo General de Simancas, Guerra Moderna, 3002; Archivo Corona de Aragón (Fondo Comandancia de Ingenieros, C.125); Instituto de Historia y Cultura Militar, Cartoteca 3206, 3253, 5435, 5451. L. Pascual, Índice del personal de Ingenieros en el siglo xviii, Madrid, Servicio Histórico Militar (ms.).

J. Almirante, Bibliografía militar de España, Madrid, Imprenta y fundición de Manuel Tello, 1876; J. de Becerril, Los ingenieros artilleros (Memorial de Artillería), Madrid, Imprenta Real Cuerpo de Artillería, 1894; A. Carrasco y Sayz, Iconobiografia de los Generales españoles, Madrid, 1901; J. Suárez Inclán, El Teniente General Don Pedro de Lucuze: sus obras, é influencia que ejerció en la instrucción militar de España, Madrid, Imprenta de Administración Militar, 1908; Comisión del Depósito de la Guerra, Servicio Histórico Militar, Estudio histórico del Cuerpo de Ingenieros hasta 1903. Primer Centenario de la creación de su Academia y de sus tropas [...], Madrid, Imprenta Rivadeneyra, 1911; J. A. Calderón Quijano, “Noticia de los Ingenieros militares en Nueva España en los siglos XVII y XVIII”, en Anuario de Estudios Americanos, (Sevilla), 1950; P. León Tello, Mapas, Planos y Dibujos de la Sección de Estado del Archivo Histórico Nacional, Madrid, Dirección General de Archivos y Bibliotecas, 1969; V. Fernández Cano, Las defensas de Cádiz en la Edad moderna, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1973; Centro Geográfico del Ejército, Índice de Atlas y Mapas Históricos de América, Madrid, Cartoteca Histórica y Archivo de Mapas, 1974; M.ª C. Álvarez Terán, Mapas, Planos y Dibujos. Años 1503-1805, vol. I, Valladolid, Dirección General de Bellas Artes, Archivos y Bibliotecas, 1980 (AGS, MPD, XXIX, 17, 18, 19); H. Capel Sáez et al., Los Ingenieros militares en España, Siglo xviii, Barcelona, Universidad, 1983; M. Hernández Sánchez-Barba, Reformismo y modernización. El Ejército y la Armada en el siglo XVIII, Madrid, Ed. Alhambra, 1985; A. Álvarez de Morales, La ilustración y la reforma de la Universidad en la España del siglo XVIII, Madrid, Ministerio de Administración Pública-Instituto Nacional de Administración Pública, 1988; C. Manso Porto, Cartografía histórica portuguesa. Catálogo de Manuscritos siglos XVII y XVIII, Madrid, Real Academia de la Historia, 1999; A. Calama Rosellón, “Los Ingenieros militares en Castilla y León en el contexto de la Ilustración del siglo XVIII: sus obras en la Región. Una aproximación al general ingeniero soriano Don Silvestre Abarca (1707-Medinaceli, 1784)”, en Celtiberia (Soria), n.º 96 (2002), págs. 87-143; “En el segundo centenario de la creación del Estado Mayor de operaciones del Ejército español”, en Torre de los Lujanes (Real Sociedad Económica Matritense) n.º 47 (2002), págs. 235-262.

 

Argimiro Calama y Rosellón

 

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