Deslobbes y Cortés, Juan Domingo. Vitoria (Álava), 1760 – Banco Inglés, Río de la Plata (Uruguay), 21.V.1805. Marino, capitán de fragata de la Armada.
Procedente de familia hidalga y acomodada por ambas ramas, de origen vasco, aunque la vía paterna tenía un origen anterior en Lila (Flandes). Su padre, Juan José Deslobbes, fue alcalde noble de Quintanopio, y su madre, Ventura Cortés y Orcasitas, era nacida en el propio Quintanopio y su padre fue teniente de alcalde noble de esa villa. Realizó en su juventud los estudios propios de su linaje en esa época y, debido a su inclinación a las cosas de la mar, solicitó y obtuvo carta-orden de guardia marina, y sentó plaza en el Colegio Naval del Departamento de Ferrol (2 de octubre de 1776).
Concluidos sus estudios elementales en el Colegio Naval, embarcó como oficial más moderno (guardia marina) en el navío Arrogante de la escuadra del general Arce (21 de mayo de 1779), que se incorporó en las proximidades de La Coruña a la combinada hispano-francesa, mandada por los generales Luis de Córdova y el conde de Orbilliers, con la que hizo la primera campaña del canal de la Mancha y al concluir la escuadra se incorporó a su base en Cádiz, donde obtuvo el ascenso a alférez de fragata (3 de julio de 1779). Más tarde trasbordó al navío Serio, perteneciente a la misma escuadra combinada, con el que tomó parte en el apresamiento de cincuenta y cinco velas en las proximidades del cabo de Santa María, pasó después al bloqueo de Gibraltar y trasbordó a la fragata Nuestra Señora de la O (11 de diciembre de 1781), con la que salió para América del Norte. Allí participó en las operaciones del Guarico y en la isla de Santo Domingo con la división del brigadier Francisco de Borja y quedó después en La Habana asignado a la escuadra del general José Solano.
Ascendió a alférez de navío (21 de diciembre de 1782) y trasbordó en La Habana al navío Santo Domingo (13 de abril de 1783), con el que pasó a Veracruz para incorporarse a la división del brigadier Miguel de Souza y regresó con caudales a La Habana y en el navío San Leandro volvió a la Península (Cádiz), donde a su llegada desembarcó por su inmediato desarme (24 de marzo de 1784). En virtud de Real Orden pasó a Mahón (16 de abril de 1785) para embarcar en la fragata Rosa, en la cual fue designado ayudante de Antonio Barceló, con quien estuvo en el bloqueo y las operaciones sobre Argel hasta que se estableció la paz.
Siguió navegando por el Mediterráneo con dicha fragata y con la Loreto, hasta que trasbordó a la urca Clotilde (14 de marzo de 1786), destinada a La Habana.
Pasó después a Veracruz y a su vuelta a La Habana se le destinó al navío Conde de Regla, con el que se reincorporó a la Península; desembarcó en Cádiz el 18 de febrero de 1788.
Meses después ascendió a teniente de fragata (7 de junio de 1788) y le fue concedida una licencia para Barcelona, siendo luego asignado al servicio de batallones como 2.º capitán de la tercera brigada del 9.º Regimiento, hasta el 14 de diciembre de 1790. A continuación embarcó en la fragata Dorotea en Cádiz y se trasladó con ella a Cartagena de Levante para incorporarse a la escuadra de evoluciones que mandaba Francisco de Borja, con la que operó en el Mediterráneo y pasó, algún tiempo después, a Cádiz para incorporarse a la escuadra del marqués de Socorro, en la que hizo la campaña de Finisterre. Finalizada ésta, entró en Cádiz y luego volvió a Cartagena, donde desembarcó para incorporarse al navío San Vicente y llevó socorros a Orán de tropas y víveres, regresando al finalizar a Cartagena. Después pasó al navío Firme, que transportó de Barcelona a Mahón un Regimiento de Infantería y al terminar volvió a su base de Cartagena, donde desembarcó (30 de abril de 1791). No tardó mucho en volver a embarcar, esta vez en la fragata Florentina, con la que transportó tropas a Ceuta y realizó vigilancia sobre la costa de Mogador, pasando después a Cádiz, no sin antes haber apresado en esta campaña un bergantín holandés con pólvora.
En 1793 quedó incorporado a la escuadra de Juan de Lángara y al inicio de las hostilidades en la guerra de la Convención con los franceses, salió para el Mediterráneo y, en combinación con la escuadra inglesa del almirante Hood, tomaron posesión del puerto arsenal y fortaleza de Tolón.
Durante su permanencia en dicho puerto le llegó el ascenso a teniente de navío (12 de abril de 1793); siguió en la defensa de la ciudad, participando en multitud de hechos de armas en los que se distinguió por su valor e inteligencia, y cuando se decidió la evacuación pasó con la escuadra al fondeadero de las islas Hyères, en las proximidades del propio puerto francés. De allí se trasladó a Mahón y Cartagena. Siguió navegando por el Mediterráneo, participó en las operaciones de Rosas y en 1795, de transporte en la corbeta Colón, se trasladó a Palamós para tomar el mando de una cañonera, con la que continuó su servicio hasta la paz de Basilea. Obtuvo entonces el mando de su primer buque, el bergantín Vivo, con el que hizo diversas comisiones a las costas de Italia y Francia, y salió después para Cádiz, conduciendo pliegos importantes al Río de la Plata. Allí pasó a mandar la fragata Asunción, de treinta y ocho cañones, con la que retornó a la Península, entrando en Cádiz procedente de Montevideo el 4 de julio de 1802.
Ascendió a capitán de fragata (5 de octubre de 1802) y continuó mandando la fragata indicada. Salió con ella el 3 de febrero de 1803 en demanda de Lima, prestó diferentes servicios en el Pacífico y, el 5 de junio de 1804, entró en Montevideo procedente del Callao. Declarada la guerra a los ingleses, siguió en el apostadero de Montevideo, realizando vigilancias y comisiones en protección del comercio español y pabellón patrio. La osadía de los buques armados por los insurgentes de América, que tenían en continua alarma a los mercantes, apresándolos incluso a la vista de los puertos, aumentada con el concurso de numerosos corsarios que acudieron al aliciente ofrecido por la navegación del Río de la Plata, llegó a hacer ésta muy peligrosa, a pesar la continua vigilancia de los buques españoles, insuficientes en fuerza y armamento para mantener a raya a los enemigos. El buque de su mando y la corbeta Fuerte, de 14 cañones, mandada por el teniente de navío Baltasar Unquera, salieron de Montevideo con este objetivo el 6 de mayo de 1805, situándose de vigilancia entre el Cerro y Punta de Piedras, a pesar de los vientos atemporalados del So al oSO, que reinaban con mar gruesa, con el fin de interceptar el paso de dos fragatas y un bergantín americanos, de cuya presencia y depredaciones se habían tenido noticias días antes.
Hasta el 20 no tuvieron ninguna incidencia notable los buques, que se mantuvieron en conserva, siempre luchando con mal tiempo. El citado día 20 se hallaban a sotavento de Montevideo, corriendo el OSO duro, con mucha mar, y a las diez de la mañana, a unas tres millas de costa, después de marcarla, viraron al S navegando con trinquete y gavias en dos rizos.
A las tres, el práctico de la Asunción, que había sondado varias veces, manifestó que no era posible montar la punta meridional del Banco Inglés porque iba escaseando el viento y convenía, por tanto, arribar al NE. La corbeta, que hacía en ese momento la señal de “riesgo en la derrota”, confirmó la suposición, realizándose en consecuencia la arribada inmediatamente, con disminución del aparejo que quedó reducido al trinquete y gavia con tres rizos, y andar de seis a siete nudos. A la media hora de seguir este rumbo, una terrible sacudida fue la primera indicación de haber varado la fragata, cuyos serviolas nada habían advertido en el fondo, a causa de la cerrazón y los chubascos que los envolvían. Como la Fuerte venía por la popa muy cerca, se disparó un cañonazo, izando la señal de “varada” para librarla del peligro, más la distancia era tan corta, que la celeridad de su maniobra no fue lo bastante rápida como para impedir que embarrancase también, y con tal ímpetu, que en el choque arrancó los palos mayor y mesana y el timón. Quedaba el trinquete, cuya vela marearon en el acto, saliendo a flote a favor de su esfuerzo y del de un golpe de mar que causó averías en la popa. Viendo que la Asunción hacía señal de socorro inmediato, dejaron caer el ancla en ocho brazas, como a una milla de distancia, pero no pudieron prestarle auxilio por haberse hecho pedazos los botes con la caída de los palos; quedaba únicamente el que estaba colgado a popa, que no podía barquear con semejante mar. La fragata trató de echar fuera los suyos, pero uno de los golpes de mar la tumbó sobre un costado, y como medio de adrizar, que dio un buen resultado, picó los tres palos. Las disposiciones que siguieron y su ejecución, indican el espíritu de disciplina y adiestramiento en que se hallaba el buque: mientras una parte de la dotación trabajaba con ardor las bombas, otra se ocupaba de arrojar al agua municiones y pesos, subir víveres a la cámara del comandante y armar una cabria con que arriar los botes, dando ejemplo en todas las faenas los oficiales que los dirigían. Todas las escotillas de la cubierta del sollado se aseguraron y clavaron para evitar el ascenso del agua que llegaba ya a aquella altura, principalmente desde el momento en que, aligerada la fragata, fue lanzada fuera del Banco por un golpe de mar. Se armaron entonces pequeñas bandolas (palos de fortuna), con las que aproximarse a la corbeta, que se avistaba por el través, pero la falta del timón y la intensidad de la corriente, sotaventeaba mucho el buque, viéndose en la necesidad de fondear un ancla, que la aguantó a una milla de la corbeta. El trabajo de las bombas, cada vez más penoso, continuó sin interrupción, mientras se echaban al agua los botes y se construían hasta cinco jangadas (balsas de fortuna), con vergas, botalones, pipería (toneles o pipas), gallineros y cuantos objetos podían servir para ello. Las dos primeras se amarraron por la popa, poniendo centinelas para su custodia, las otras se colocaron en los pasamanos para botarlas a su tiempo. Al anochecer fue comisionado el alférez de fragata Domingo de Mesa para embarcar seis hombres escogidos en el chinchorro (bote pequeño) y dirigirse a la corbeta, a comunicar que era inevitable abandonar la fragata, y que para salvar a la gente debía enmendarse a sotavento con objeto de facilitar el atraque de las jangadas. Salió el botecillo, que armaba cuatro remos, haciendo desesperados esfuerzos contra la mar que lo anegaba, y que achicaban el oficial y su esquifazón (marinero dotación del bote) con los sombreros a falta de otra cosa. A las dos horas habían perdido de vista los buques en la oscuridad, encontrándose desorientados y sin fuerzas para sostener los remos; pusieron la popa al viento, ignorando la dirección en que navegaban con sólo dos remos en que alternaban todos, y hacia a la una de la madrugada, se encontraron de improviso en tierra, adonde fue lanzado el bote. Al día siguiente reconocieron que era la playa de Solís. Este contratiempo, conocido en la Asunción por el tiempo que pasó sin señal de inteligencia de la corbeta, impulsó al comandante a reunir en junta a la oficialidad, que opinó debía empezarse el trasbordo de gente en varios viajes del único bote que quedaba, comisionando al alférez de navío José Miranda para comandar el primero.
A las 9 se estaba verificando el embarque con el mayor orden, cuando saltaron con estrépito la cubierta de las escotillas, precipitándose el agua en la batería.
La voz del comandante dominó el grito de terror que produjo su brusca aparición y ni un solo hombre dejó el trabajo que le estaba encomendado, ni se alteró el orden de los que en el bote se embarcaban.
Por el contrario, dejaron de hacerlo para acudir a botar al agua las jangadas, según se les ordenaba, disparando al mismo tiempo cañonazos y cohetes que pretendían indicar a la corbeta la necesidad de ayuda inmediata. El bote se aguantó sobre los remos por la aleta, observando que la fragata había picado su cable y mareaba un juanete a proa, al mismo tiempo que se veía sumergirse su proa lentamente. Gritaban que aún había sitio para algunos, pero sólo un guardián los escuchó y se tiró al agua desde la popa, siendo recogido por ellos. Poco después, estando a punto de desaparecer la fragata, empezaron a remar para no ser atraídos por el remolino, si bien volvieron al mismo sitio en demanda de una luz que por espacio de cuatro o cinco minutos se vio flotar y que unos supusieron pudiera ser de una jangada y otros, un farol de señales del palo mayor. Por espacio de media hora se mantuvieron en aquel lugar esperando salvar la vida de algunos, hasta que el peligro de perder la suya por la frecuencia con que se anegaba el bote les obligó a separarse con rumbo NO1/4O. La aguja y la vela de que estaban provistos facilitó su travesía por el N de la isla de las Flores, terminándola felizmente a las 3 de la madrugada, hora en que encontraron una playa limpia en que desembarcar. En la corbeta Fuerte habían oído con angustia los cañonazos y otras señales de la fragata, imposibilitados de darle auxilio al carecer embarcaciones. Pensaron hacerlo con el mismo buque acelerando la formación de una espadilla y bandolas con que dar la vela; pero mucho antes de terminarlas cesaron los cohetes y disparos de la Asunción, dejándoles en la penosa duda de si habría cesado su peligro o se habrían hundido los compañeros.
Al amanecer todas las miradas se dirigieron al lugar ocupado el día anterior por la fragata, sin descubrir vestigio de su existencia. Entonces, terminadas las bandolas, dieron la vela en demanda del puerto sin conseguir tomarlo ni en aquel día ni al siguiente con el corto aparejo orientado; pero alcanzaron las inmediaciones de Punta Brava, donde dejaron caer el ancla, hasta que acudieron las embarcaciones del río y tomaron su remolque.
El bote y el chinchorro de la fragata salvaron a veintidós personas, entre ellas los dos oficiales citados y los pilotos José Freire y Antonio Acosta; el resto de la dotación que ascendía a doscientos noventa y cuatro hombres, pereció en aquella aciaga noche. El dramático episodio de la fragata Asunción fue una demostración más de las excelentes condiciones de los hombres de nuestra Armada y del imperio del deber y de la disciplina que llega a hacer olvidar el instinto de supervivencia, pospuesto a la salvación común. El proceder del comandante, capitán de fragata Deslobbes, que se hunde con la fragata que le había sido confiada, después de agotar los recursos de su conocimiento profesional y de la inteligencia, ofrece también un ejemplo honroso de la abnegación del marino, que tras una vida de penalidades y privaciones, acaba ignorado de todos, lejos de la familia y de la patria. Las declaraciones que obran en el sumario formado en Montevideo sobre este desgraciado suceso, enaltecen unánimes la sangre fría de aquel jefe; su dulzura en animar a los que decaían, la prontitud e inteligencia de sus decisiones, y la entereza con que manifestó que sería el último en abandonar aquel buque.
La Armada ha sabido conservar su recuerdo con veneración y a tal efecto puso en la capilla del oeste, del Panteón de Marinos Ilustres, donde reposan los restos del conde de Bustillo, una placa conmemorativa.
Fuentes y bibl.: Archivo-Museo Don Álvaro de Bazán (El Viso del Marqués, Ciudad Real), exp. personal, legajo 620/326, 1806.
C. Fernández Duro, Naufragios de la Armada española, Madrid, Est. tipográfico de Estrada, Díaz y López, 1867, págs. 188-195; F. P. Pavía, Galería biográfica de los generales de Marina, jefes y personajes notables que figuraron en la misma corporación desde 1700 a 1868, t. I, Madrid, Imprenta de F. García, 1873, págs. 77-80; J. Cervera Jacomé, El Panteón de marinos ilustres: historia y biografías, Madrid, Imprenta del Ministerio de Marina, 1926, págs. 272-273; D. de la Valgoma y El Barón de Finestrat, Real Compañía de guardia marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes, Madrid, Instituto Histórico de la Marina, 1955, asiento 2056, pág. 38; J. R. Cervera Pery, El Panteón de Marinos Ilustres, trayectoria histórica, reseña biográfica, Madrid, Servicio de Publicaciones del Cuartel General de la Armada, 2004, págs. 165-166.
José María Madueño Galán