Caballero Terreros, Antonio Aureliano. Madrid, 16. VI. 1795 – ?, s. m. s. xix. Diplomático, ministro.
Bautizado el mismo día de su nacimiento en la parroquia de San Salvador de Madrid, Antonio Aureliano Caballero Terreros era hijo de Juan Facundo Caballero Berruguilla, natural de Zarza de Capilla (Badajoz), y de Juliana Terreros García de la Vega, que lo era también de la capital. De ascendencia hidalga por ambas líneas, la paterna originaria de la villa de Chillón (Ciudad Real) y la materna del concejo de Trucios (Vizcaya), no tuvo que probarla a la hora de ingresar en marzo de 1834 en la real y distinguida orden de Carlos III porque lo acababa de hacer su hermano mayor y padrino, Juan Celestino, y su padre ya había abierto el camino al pertenecer a ella desde 1800. Con todo, él fue más lejos al conseguir, en noviembre de 1838, la placa de caballero de número (143) y en diciembre de 1844, la cruz pensionada.
Su progenitor, abogado de los Reales Consejos, inauguró esa senda y también la funcionarial, en la que, además de ostentar el puesto de subdelegado de la Imprenta Real, fue director general de Correos y fiscal de este ramo y del Consejo de Hacienda. Estos pasos los continuaron su hermano Juan Celestino, que fue contador general de Correos, y también él, pero siguiendo otra trayectoria, la de la carrera diplomática.
Para ello contó con una exquisita formación, inusitada para su tiempo, lograda en Gran Bretaña.
Fue aquí, en concreto en la legación española de Londres, donde, en septiembre de 1813, Antonio Caballero comenzó esa carrera como agregado sin sueldo. Contando desde enero de 1815 con una retribución de seis mil reales, se mantuvo en el puesto hasta que en febrero de 1818 se le permitió regresar a España para resolver asuntos familiares relacionados con el fallecimiento de su padre. Nombrado entonces secretario de la legación española en Luca y Toscana no se incorporó, trasladándose de nuevo en noviembre a la capital del Támesis para ocupar el puesto de oficial de la embajada.
Estrenado ya el trienio liberal, en septiembre de 1820 retornó a la Península con una licencia de seis meses. Escogido su nombre a finales de año para ser secretario de la legación española en Copenhague (Dinamarca), no sólo se le admitió la renuncia, fundada —según él— en el padecimiento de una enfermedad crónica nerviosa, sino que, además, en marzo de 1821 se le concedió la cesantía. La abandonó en octubre para ejercer en París el cargo de secretario en clase de agregado en la embajada de España, permaneciendo hasta la ruptura de relaciones con Francia en abril de 1823 con el inicio de la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis para acabar con el régimen constitucional español. Antes de culminarse esta misión, en mayo, Antonio Caballero, ostentando idéntico puesto, se sentó en las oficinas de la legación española en Londres.
La implacable represión que acompañó a la segunda etapa absolutista de la Monarquía de Fernando VII le obligó a levantarse. En octubre fue declarado cesante y así se mantuvo hasta 1833, a pesar de que en agosto de 1827 se hubiera fallado favorablemente y en primera instancia su expediente de purificación. Fue el tímido aperturismo, que siguió a los sucesos de La Granja de septiembre de 1832, el que volvió a abrirle las puertas de la administración pública: en mayo del siguiente año, las de las oficinas centrales de la Secretaría de Estado, donde se integró como auxiliar, y en agosto, las de la embajada española de Lisboa, donde se incorporó como secretario.
En diciembre, a los pocos meses de iniciarse la Regencia de María Cristina, tras la muerte de Fernando VII, Antonio Caballero retornó al anterior puesto de la sede madrileña del Ministerio de Estado.
A ella acudió diariamente durante el tiempo de vigencia del Estatuto real, eso sí, ostentando desde agosto de 1835 la categoría de oficial y formando parte desde mayo de 1836 de la comisión establecida en dicha Secretaría para la elaboración de un proyecto de ley sobre los destinos que debían dar derecho a cesantías y jubilaciones.
El proceso de construcción del Estado liberal, que sería ya irreversible, estuvo lastrado por un arduo enfrentamiento entre los partidos que lo auspiciaban, moderado y progresista. Pues bien, afín Antonio Caballero al primero de ellos, sustentador del régimen estatutario, cuando alentado por el segundo prosperó en agosto un desarrollo revolucionario, restableciendo transitoriamente la Constitución gaditana, como muchos de sus correligionarios, fue exonerado. Así se mantuvo a lo largo del proceso constituyente abierto a continuación, que culminó en junio de 1837 con un código político más transaccional, y una vez que los conservadores, dominantes tras las elecciones legislativas de octubre, procedieron a su reorganización interna. Con ella, y en concreto bajo el ejecutivo del duque de Frías, en octubre del siguiente año Antonio Caballero se reincorporó a las oficinas de la Secretaría de Estado como oficial tercero de la clase de primeros. De nuevo, en septiembre de 1840, otra movilización revolucionaria, también animada por el partido progresista, pero más drástica que la anterior, ya que se llevó por delante a la Regencia de María Cristina, le desplazó de la escena pública.
Fue, primero, la Junta Provisional de Gobierno de Madrid la que le suspendió en sus funciones, para que, después, en noviembre, el Ministerio-Regencia de Baldomero Espartero le declarara cesante, condición en la que se perpetuó durante los tres años entonces iniciados de hegemonía del liberalismo avanzado bajo la tutela de ese general como regente.
Agotada la alternativa política de ese partido por el autoritarismo del militar, en agosto de 1843 Antonio Caballero volvió a la sede del Ministerio de Estado, pero ya como oficial primero de la clase primera; punto de partida para el apogeo de su carrera pública, logrado durante la década de férreo dominio del partido moderado, que marcó el inicio del reinado efectivo de Isabel II. Así, en mayo de 1844, conferido el carácter de ministro-residente, asumió interinamente las funciones de oficial mayor de la Secretaría de Estado.
Afirmado el régimen político conservador con la Constitución doctrinaria de 1845, en mayo del año posterior, Antonio Caballero alcanzó la Subsecretaría del mencionado Ministerio y, manteniéndose a su frente en una primera etapa hasta enero de 1851, en el gobierno de Florencio García Goyena ocupó interinamente la responsabilidad ministerial entre el 31 de agosto y 12 de septiembre de 1847, hasta que el titular, Modesto Cortázar Leal de Ibarra, la asumió.
Además, añadiéndose al mandato de subsecretario, desde mayo de 1847 era vocal de la asamblea de la orden americana de Isabel la Católica, cuya gran cruz había recibido en el mes de noviembre anterior con motivo del matrimonio de la reina, y desde finales de 1848 contaba con acta de diputado por el distrito de Alcañiz (Teruel), manteniéndola hasta la disolución de las Cortes en agosto de 1850.
El cambio de destino de subsecretario por el de ministro plenipotenciario de España en Lisboa, que acompañó al nuevo año, no cuajó. En su lugar, en febrero fue nombrado consejero real de la clase de ordinario, ejerciéndolo hasta que en octubre de 1853 fueron otra vez requeridos sus servicios en la dirección de la Subsecretaría del Ministerio de Estado. En esta ocasión, el ascenso de los progresistas al poder en julio de 1854, iniciándose el bienio de este signo político, no sólo pospuso al mes siguiente el desplazamiento de esa responsabilidad, sino que, además, no supuso su total alejamiento de la actividad pública, ya que a la par fue nombrado ministro tesorero de las órdenes reunidas de Carlos III e Isabel la Católica, eso sí desempeñándolo desde noviembre en comisión como cesante.
Recuperado el Consejo Real en octubre de 1856, con la reasunción por los moderados de las riendas del Estado, al mes siguiente Antonio Caballero volvió a contar en él con un asiento de la clase ordinaria.
Transformado con la reforma efectuada de julio de 1858 en consejero de Estado, mantuvo esta condición hasta la conclusión del reinado de Isabel II. Idéntico límite tuvo la dignidad senatorial vitalicia, que compartió tras su nombramiento en octubre de 1861.
El triunfo de “la Gloriosa” en septiembre de 1868 significó no sólo el cese al mes inmediato de ambos cargos, sino que también, dada su avanzada edad, el paso en abril de 1869 a la jubilación con la máxima pensión de cuarenta mil reales.
Terminaba entonces la vida pública de Antonio Caballero, en la que, además de las condecoraciones ya mencionadas, recibió, entre otras, por orden cronológico, la cruz de comendador de la legión de honor francesa, la de gracia de la orden de San Juan de Jerusalén, la de caballero de la orden de Cristo de Portugal, la de gran oficial de la orden de Leopoldo de Bélgica y el Nischani Iftijar de 2.ª clase de Turquía.
Fuentes y bibl.: Archivo del Congreso de los diputados, serie documentación electoral, 27, n.º 8.
M. Sánchez Silva, Semblanzas de los 340 Diputados a Cortes que han figurado en la legislatura de 1849 a 1850, Madrid, Imprenta de D. Gabriel Gil, 1850, pág. 34; Anónimo, Los Ministros en España desde 1800 a 1869. Historia contemporánea por Uno que siendo español no cobra del presupuesto, vol. III, Madrid, J. Castro y Compañía, 1869-1870, pág. 558; A. y A. García Carraffa, Diccionario heráldico y genealógico de apellidos españoles y americanos, Madrid, Imprenta de Antonio Marzo-Hauser y Menet, 1925-1961, t. 20, págs. 22-41, y t. 86, págs. 156-158.
Javier Pérez Núñez