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Francisco Antonio Jaime de Zamora Aguilar y Peinado

Biografía

Zamora Aguilar y Peinado, Francisco Antonio Jaime de. Villanueva de la Jara (Cuenca), 25.VII.1757 – 1812. Abogado, viajero y escritor, consejero de Castilla.

Hijo de Blas Antonio de Zamora Aguilar y nieto de Pedro de Zamora Aguilar, hijosdalgos de sangre y abogados de los Reales Consejos, siguió la tradición familiar obteniendo el grado de bachiller en Leyes por la Universidad Literaria de Valencia el 29 de mayo de 1776 y la aprobación de abogado en Madrid, el 14 de febrero de 1780, tras de los cuatro años preceptivos de práctica jurídica realizados como pasante en distintos bufetes o “estudios” de abogados de la Corte, si bien fue dispensado de los cuatro últimos meses de tales prácticas en razón a sus obligaciones familiares. Casó con María Rosalía Guerrero y Semma, que fue camarista de la infanta María Luisa de Borbón.

En la “Advertencia” preliminar de su Diario de los viajes hechos en Cataluña afirma haber llegado a esta región el año 1784 para servir la plaza de alcalde del Crimen en la Audiencia de Barcelona, a la que seguiría luego la de oidor en la misma Audiencia. Más tarde trasladó su residencia a Madrid al ser nombrado por el Monarca fiscal de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, de cuyo cargo tomó posesión el 19 de diciembre de 1791. Finalmente, el 6 de septiembre de 1795, un Real Decreto de Carlos IV fechado en San Ildefonso, le designaba ministro supernumerario del Consejo Real de Castilla con el sueldo anual de 55.000 reales de vellón, punto culminante de su cursus honorum. Entre las distinciones que ostentó figura la de caballero pensionado de la Real Orden de Carlos III.

Francisco de Zamora fue, ante todo, un viajero incansable que, por distintas motivaciones, dedicó buena parte de su vida a recorrer la geografía hispana. Un viajero curioso observador de cuanto contemplaba, interesado en conocer a fondo los múltiples aspectos de cada lugar y que acostumbraba a anotar en forma de ‘diario’ sus impresiones y vivencias. Inició su primer viaje por tierras catalanas el 19 de marzo de 1785 y en los cinco años siguientes, recorrió otros diez itinerarios más. El conocimiento que llegó a adquirir de esta región en sus desplazamientos fue precisamente lo que movió al conde de Floridablanca a utilizar sus servicios designándole adjunto al ejército allí destacado, a fin de que le mantuviera informado de los acontecimientos de forma confidencial y directa, al margen de los comunicados oficiales que recibía. De esta manera comenzaba Zamora una nueva actividad, la de informador y confidente político, que volvería a ejercer en varias otras ocasiones durante el gobierno de Floridablanca y, posteriormente, durante el mandato de Godoy, quien requeriría asimismo sus servicios. Sus viajes respondieron, pues, a una doble motivación: de un lado, la iniciativa particular, producto de su propia inquietud y afán de adquirir conocimientos, con el propósito —que no llegó a cristalizar— de escribir una monumental obra sobre España y sus comarcas; y, de otro, las misiones oficiales encargadas por el jefe del gobierno. Y es el caso que, para hacer acopio de la mayor información posible sobre cada localidad, que complementara la adquirida por él de forma directa, Zamora acostumbraba a enviar a las personas que consideraba idóneas —corregidores, superiores eclesiásticos, responsables de distintos servicios— unos cuestionarios o ‘interrogatorios’ con una serie de preguntas concretas acerca de los recursos económicos del lugar, número de habitantes, características geográficas, monumentos artísticos de importancia, etc. Las numerosas contestaciones que recibió se conservan manuscritas, al igual que la mayor parte de su obra personal, en la Real Biblioteca de Madrid, publicada sólo en una pequeña proporción. Francisco de Zamora es, por ello, un autor poco utilizado por los investigadores, pese a la indudable importancia que sus escritos encierran para el conocimiento de las tierras de España y su historia en los años finales del siglo XVIII. Es más, incluso en su misma época la popularidad de que gozó no debió de ser grande a juzgar por sus propias palabras: “Mi persona es poco conocida, pues Madrid es el pueblo donde menos me conocen y donde yo menos conozco”. Su carácter, que se adivina rastrero y adulador con el poderoso a la vez que engreído y vanidoso, unido a la índole misma de los cargos públicos que desempeñó, tan poco populares como los de fiscal, confidente y comisario político, no eran los más apropiados para granjearle la simpatía de las gentes. Si a ello se añade su caída en desgracia —probablemente a finales de 1798—, acusado de cohecho y malversación de fondos públicos, se comprende fácilmente el desinterés de los contemporáneos hacia su persona. A este respecto, no deja de ser paradójico que quien había fustigado en sus informes a Godoy la corrupción de numerosos funcionarios aparezca al fin de sus días inculpado del mismo delito. En consecuencia, el 12 de septiembre de 1799 se encontraba ya confinado en el Alcázar de Segovia. Y el 25 de octubre de ese año se consumaba definitivamente su desgracia al ser destituido por Real Decreto como ministro del Consejo Real de Castilla, al tiempo que se ordenaba su reclusión en el castillo de Pamplona. No obstante, el monarca tuvo a bien concederle la cantidad de 20.000 reales de vellón anuales para su manutención. A esta muestra de la benignidad real vino a sumarse pocos meses después, el 22 de mayo de 1800, la autorización que le permitía abandonar, por la mañana y por la tarde, el recinto de la prisión para dar paseos a caballo con el fin de que pudiera restablecer su, al parecer, quebrantada salud. Y aún daría el soberano una prueba más de benevolencia hacia Zamora al acceder —por Real Orden de 27 de abril de 1801— a sus reiteradas peticiones en solicitud de que se le permitiera cumplir el confinamiento en su solar de Villanueva de la Jara, junto a su mujer e hijos, pero a condición de que no traspasara los límites de la localidad. En virtud de tal autorización, el 16 de mayo de 1801 el antiguo consejero abandonaba Vitoria, donde se encontraba, en dirección a la comarca de la Jara.

Los últimos años de Francisco de Zamora, hasta el de su muerte —ocurrida en su pueblo natal el 1812—, debieron ser penosos para él pues la sombra de su conducta corrupta que había manchado su actuación política se extendió también al ámbito familiar. Y así, hubo de hacer frente a las continuadas reclamaciones de una tía política, Josefa Fernández de la Gruesa, heredera de Gil Fernández Cortés, quien desde tiempo atrás venía acusándole de haberse apropiado de los 11 millones de reales de su herencia. Asimismo, otros muchos acreedores aprovecharon también su infortunio para hacer valer sus reclamaciones, amargando los años finales del antaño poderoso e influyente Francisco de Zamora.

Obras de ~: Diario de los viajes hechos en Cataluña […], Barcelona, Ramón Boixareu, 1973; El Diario Africano […], est. y trascr. de R. Castrillo Márquez, Ceuta, 1991; R. Castrillo Márquez (ed.), “El bloqueo y bombardeo inglés de Cádiz en 1797, según los informes inéditos de Francisco de Zamora”, en Cuadernos del Archivo Central de Ceuta, 15 (2006), págs. 173-260.

Bibl.: M. de los Santos Oliver, “La revolución i el cas dels catalans”, en Obres completes, Barcelona, Editorial Selecta, 1948; P. Molas Ribalta, “Las Audiencias borbónicas en la Corona de Aragón”, en Historia social de la Administración española. Estudios sobre los siglos XVII y XVIII, Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Institución Milá y Fontanals, Departamento de Historia Moderna, 1980; A. Muriel, Historia de Carlos IV, Madrid, Atlas, 1993 (col. Biblioteca de Autores Españoles, vol. CXIV) R. Gómez Rivero, El Ministerio de Justicia en España (1714-1812), Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1999; P. Molas Ribalta, Los magistrados de la Ilustración, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2000.

Rafaela Castrillo Márquez

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