Arias de Párraga, Francisco. Sevilla, c. 1534 – 23.V.1605. Escritor jesuita (SI).
Este sevillano era uno de aquellos clérigos atraídos por la predicación y los trabajos de los primeros jesuitas establecidos, en este caso, en la ciudad hispalense.
Nieremberg aportó algunos datos de su infancia, cuando afirmaba que fue puesto bajo el cuidado de un “clérigo virtuoso para que cuidasse de él”, siendo este el que le animó a estudiar. Las primeras letras las aprendió en Sevilla, obteniendo años después el grado de bachiller en Artes y Teología en Alcalá de Henares. Cuando regresó a su ciudad natal, se ordenó sacerdote, ejerciendo su ministerio pastoral en la parroquia de San Martín de Sevilla, antes de su entrada en la Compañía, en mayo de 1561. Un contacto que se consolidó a través de los Ejercicios Espirituales, siendo recibido por el provincial Bartolomé Bustamante. Después fue profesor de Teología Escolástica en el colegio de Córdoba y de Teología Moral en el de Trigueros (Huelva), casa que gobernó como rector en 1573. Ya para entonces había pronunciado su profesión (septiembre de 1572). Continuó en el oficio de rector en el colegio de Cádiz, entre 1574 y 1577. Destacó, además, como hombre de formación entre los futuros jesuitas, maestro de novicios en Sevilla, además de ser considerado una autoridad en la resolución de casos de conciencia, sin olvidar los que eran sus principales ministerios como predicador y confesor de prestigio, distinguiéndose en todo por su línea rigorista.
Precisamente, estas posturas habían desencadenado todo un debate en la Compañía y especialmente, en provincias como la de Andalucía, donde tras el gobierno del mencionado Bartolomé Bustamante, se había resaltado un espíritu de excesiva observancia exterior y escasa vida interior. Con la visita de Juan Suárez de 1569 se había intentado paliar esta orientación, pero el gobierno del provincial Juan de Cañas la había reactivado de nuevo. Entre los jesuitas andaluces que alentaban esta corriente se encontraba Arias de Párraga junto con Francisco Vázquez o Gregorio Mata: “Estos Padres —escribía el conocido operario jesuita de las cárceles sevillanas, Pedro de León—, se han juntado y hecho a una en liga y cuadernilla, ut dicitur, los cuales han sido y son una cruz perpetua [...] porque están todos tan llenos de modos particulares y dictámenes de cosas tan menudas, que no hay quien los soporte”. Por eso, el prepósito general Mercuriano nombró cuatro visitadores para sendas provincias de esta Asistencia de España. Al designado para la de Andalucía, García de Alarcón, le resaltaba en sus “instrucciones” que era menester evitar el trato “encogido y seco” de los religiosos con los superiores, la “poca afabilidad en el trato con los seglares”, así como la ociosidad en aras al ansiado recogimiento. A juicio de Astrain, García de Alarcón fue el que obtuvo más éxitos y frutos con sus trabajos. Arias se opuso, según se lo manifestó a Mercuriano, a que el visitador nombrase como rector del colegio de Sevilla a Diego de Acosta, al encontrarle “impaciente, airado, destemplado, cuasi incapaz de reprensión”. Tres años después, este medinense habría de ser nombrado provincial de Andalucía. Con todo, Alarcón consideró esencial que los que se habían distinguido en la defensa de posturas rigoristas fuesen apartados del gobierno de la provincia. Entre ellos mencionaba a Arias de Párraga. Las disposiciones solicitadas por el visitador fueron aprobadas por Mercuriano. Desde este contexto se entiende la salida del padre Arias de la ciudad de Sevilla, hacia la provincia de Aragón, siendo divididos los jesuitas rigoristas para que perdiesen su fuerza: “es tan fuerte en sus aprehensiones —lo retrataba Alarcón— de que con asperezas y como con el azote en la mano, han de ser gobernados los de la Compañía, que no veo en él entrada para persuadirle lo contrario”.
En la casa profesa de Valencia destacó como director espiritual, entre 1582 y 1589. Allí contó con el tiempo necesario para la redacción de sus obras, especialmente para su célebre Aprovechamiento espiritual.
Tanto la predicación como la confesión eran los dos trabajos que los superiores de esas casas profesas exigían para los jesuitas de cuatro votos que vivían en ellas. Se le encomendó y con su trabajo impulsó notablemente, la congregación de caballeros. Pasó, antes de su regreso a Andalucía, por el colegio de Gandía.
Volvió a la casa profesa de Sevilla en 1592, distinguiéndose además en los trabajos pastorales de los hospitales y de las cárceles, en una ciudad tan cosmopolita como era aquélla. No olvidó, entre los colectivos de su atención, la instrucción en la doctrina cristiana a los esclavos negros y moriscos, entre otros grupos marginales.
La provincia de Andalucía le remitió a la Congregación General V (1593), acompañado por Alonso Rodríguez, escritor de éxito por sus Ejercicios de Perfección.
Arias destacó en su defensa de los cristianos nuevos y en la posibilidad de que se pudiesen convertir en jesuitas si así lo deseasen. Respondía, junto con José de Acosta, al decreto que prohibía su acceso a la Compañía. Además, solicitó una interpretación rigurosa de la condición de la pobreza de los colegios.
De todo ello, nada recuerda Nieremberg en la Vida que incluyó en su enciclopédica obra Varones Ilustres.
La hostilidad hacia la entrada de cristianos nuevos ya la había sufrido la Compañía desde sus comienzos.
Acosta y Arias fueron los únicos padres congregantes que se opusieron a este Decreto de 23 de diciembre de 1593, según documentan las actas.
La confianza que despertó en el superior general lo demostró Acquaviva cuando lo nombró inspector para las cosas espirituales en la provincia de Andalucía. Parecía una vuelta atrás a lo combatido años atrás ante el grupo rigorista. Lo que pretendía el prepósito general era hacer un llamamiento a la observancia regular, nombrando en 1598 a tres o cuatro padres por provincial para, repartiéndose por las casas y sin jurisdicción sobre ellas, avisasen de palabra al provincial y por escrito a Roma, sobre el modo de proceder que había en las comunidades. Para Andalucía, se recurrió a algunos de los “rigoristas” de antaño como Arias de Párraga o Francisco Vázquez. Pronto se vieron las dificultades de este oficio, no hablándose de éste, dos años después. En realidad, los inspectores —Luis de La Puente lo fue para Castilla— complicaban el mecanismo de funcionamiento de la Compañía. Se habían originado con ellos semejantes situaciones a las ocurridas con las de los superintendentes para los rectores o los comisarios para los provinciales: una confusión de competencias.
Como escritor espiritual destacó con diferentes títulos, algunos de ellos muy difundidos. Durante su estancia en Valencia, publicó su obra Aprovechamiento espiritual, en cuyas páginas recopilaba diferentes tratados útiles para la vida de sus lectores, sin olvidar algunas prácticas piadosas como el rosario de los cincuenta misterios (de Ludovico Blosio), la imitación de Nuestra Señora, la oración mental, así como la atención a los misterios de la vida de Cristo y de la Virgen, con el omnipresente horizonte de los Ejercicios Espirituales.
Llamaba en otros tratados a la frecuencia sacramental —una constante en la espiritualidad jesuítica—. Tratados que no solamente se reunieron bajo un mismo título, sino que también se publicaron por separado y que además fueron traducidos a diversas lenguas, desde el latín hasta las modernas como el italiano, francés, polaco, flamenco, alemán e inglés. Sin embargo, su obra más difundida fue publicada en Sevilla, en tres partes y sendos momentos, entre 1599 y 1602. Se titulaba Libro de la imitación de Cristo nuestro Señor. Para sus páginas, Arias de Párraga aprovechó los títulos que la Biblia atribuyó a Jesús, profundizando en los beneficios por él originados y llamando a la imitación de sus virtudes. Se trata de una obra amplia, clara en las ideas que ofrece, pero excesiva en su erudición, además de monótona como indica Astrain. Para culminarla, contó entre sus fuentes a la Sagrada Escritura, la autoridad de los Padres de la Iglesia, los teólogos de los primeros tiempos de la escolástica —santo Tomás y san Buenaventura—, sin olvidar los autores clásicos que enseñaban los jesuitas en las lecciones de Gramática Latina —Cicerón, Plutarco, Salustio o Plinio—. Así, Francisco de Sales, en su famosa Introducción a la vida devota, consideraba a Arias de Párraga como una autoridad, especialmente en la confesión y en la oración mental. Ambas obras han sido reeditadas en Barcelona a finales del siglo XIX, aunque en diferente formato. El Libro de la Imitación se presentaba en catorce tomos en octava.
Había sido un jesuita de mortificación, por lo que era conocido como “espejo de penitencia”: “Quando estaua en la ciudad de Cádiz —narraba Nieremberg—, donde el aire de tierra es muy frío, muchas vezes se quitaua la sobreropa para sentir mas el frío y desta manera mortificar su carne”. Los hagiógrafos insistían en los enfermos que visitaba en primer lugar en el Hospital del Espíritu Santo, aquellos que se encontraban “encancerados y de malíssimo olor”, ayudando a bien morir a los que se hallaban en ese trance. Sus trabajos entre los colectivos más marginados eran considerados como un recurso para combatir la soberbia. A todo ello se unían múltiples gestos, extravagantes incluso en la cotidianidad de un colegio de jesuitas del siglo XVI.
“Es un santo, ejemplar, devoto, espiritual, pero cierto es pesadísimo y trae inquietos a muchos dentro y fuera. Tiene tanta estima de sus letras, que quiere que lo que él dice sea tenido por oráculo, que nadie lo contradiga, y él contradice con mucha vehemencia todo lo que no es conforme a su sentir [...] Es tétrico sobremanera. Si él pudiese, los metería a todos en un zapato.” Eran las palabras del padre Antonio Cordeses, superior de la Profesa sevillana, para definir una personalidad rigurosa, austera y hasta seria en el gesto. Todo ello no fue impedimento para que sus contemporáneos le apreciasen, según lo manifestaron en su funeral por las calles de Sevilla en mayo de 1605. De manera semejante, se manifestaría el pueblo en 1616, a la muerte en la ciudad hispalense del vallisoletano Alonso Rodríguez, con quien había acudido Arias de Párraga a Roma en 1593. Su trayectoria no fue olvidada por los primeros historiadores de las provincias jesuíticas, además de por Ribadeneira en sus páginas de la Asistencia de España.
Obras de ~: De la imitación de Nuestra Señora, Valencia, 1588 (Sevilla, 1593); Aprovechamiento espiritual. Va diuidido en dos partes: en la primera se contienen los trabajos siguientes. Exhortación al aprovechamiento espiritual. Desconfianza de si mismo. Rosario deuotíssimo de los cinquenta misterios. Imitación de nuestra Señora. En la segunda parte se contienen estos tratados. De la Oración mental. De la Mortificación. Apéndice del buen uso de los Sacramentos. Exercicio de la presencia de Dios, Valencia, 1588 (Valladolid, Casa de Diego Fernández de Córdoua, 1592-1593; Sevilla, 1596; Madrid, Luis Sánchez, 1603); Libro de la Imitación de Christo nuestro Señor, en el qval se recogen los bienes que tenemos en Christo nuestro Señor, y se comunican a los que lo imitan y se proponen las virtudes del mismo Señor, en que lo devemos imitar, sacadas del Evangelio y confirmadas con autoridades y ejemplos santos, Sevilla, impreso en casa de Clemente Hidalgo, 1599-1602 (Barcelona, Imprenta de la viuda é hijos de J. Subirana, 1884); Imitación de María Santísima, nuestra soberana Señora, en que se describen en particular las virtudes en que la habemos de imitar, para serle verdaderos devotos, Barcelona, Imprenta Barcelonesa, 1888.
Bibl.: J. E. Nieremberg, Firmamento religioso de luzidos astros en algunos claros varones de la Compañía de Jesús, Madrid, por María de Quiñones, 1644, págs. 638-644; C. Sommervogel, Bibliothèque de la Compagnie de Jesús, vol. 1, Bruxelles, Oscar Schepens, 1890-1932, págs. 540-549; A. Astrain, Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, vol. 3, Madrid, Razón y Fe, 1925, págs. 76-87, 606-611 y 709-710; vol. 4, Madrid, Razón y Fe, 1913, págs. 81-83 y 760-761; J. Nouvens, “Los autores españoles y la disputa de la comunión frecuente en los Países Bajos”, en Analecta Sacra Tarraconensia, 25 (1952), págs. 227-229; F. Taviani, La fascinazione del teatro, Roma, Bulzoni, 1969, págs. 125-132, M. Ruiz Jurado y F. B. Medina, “Arias de Párraga, Francisco”, en Ch. E. O’Neill y J. M.ª Domínguez (dirs.), Diccionario Histórico Compañía de Jesús, vol. I, Madrid, Institutum Historicum Societatis Iesu, Universidad Pontificia Comillas, 2001, págs. 231-232.
Javier Burrieza Sánchez