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Francisco Fernández Valdés

Biografía

Fernández Valdés, Francisco. Antonio de Oviedo. Oviedo (Asturias), 1601 – Darién (Panamá), 1652. Misionero capuchino (OFMCap.), mártir.

Nació a lo largo del año 1601 y fue bautizado con el nombre de Francisco Fernández Valdés, pero después adoptó el de Antonio de Oviedo. No se conoce nada de su familia ni de sus primeros estudios. Ingresa en el noviciado de los capuchinos de Salamanca el 12 de junio de 1619. Tampoco se sabe cuál era su formación académica, pero cabe suponer que fuera superior a la media, en razón de su capacidad expresiva y el papel que ocupó en la misión. Fue ordenado de sacerdote en 1626. Desde ese momento hasta que marchó a América se dedicó, como la mayoría de los capuchinos de aquellos momentos, a la predicación popular.

En agosto de 1646 aparece su nombre entre un grupo de frailes de la provincia de Castilla que, después de cierta cautela y secreto, se deciden a escribir al provincial y definitorio para solicitar que se haga misión por parte de la Provincia. Después de superar diversas dificultades, el 15 de julio de 1647, Felipe IV encomienda la misión del Darién a los capuchinos de Castilla y nombra a su provincial, fray Leandro de Murcia, como prefecto de la misma y a fray Antonio de Oviedo, viceprefecto en las tierras del Darién, dicho nombramiento confirmado también por Propaganda Fide. Dos años más tarde, la congregación romana confirma a fray Leandro de Murcia como prefecto, pero “con la facultad de transferir el cargo de Prefecto, a aquel que residiese en el reino del Darién”, por lo que desde la confirmación del decreto, fray Antonio de Oviedo pasa a ser prefecto de dicha misión.

Con motivo de los trámites que la expedición tiene que cumplimentar ante la Casa de la Contratación, al padre Antonio se le describe en los siguientes términos: “Fray Antonio de Oviedo, sacerdote y predicador, natural de Oviedo, moreno, alto, barba negra, de 46 años”. Dicha expedición, después de innumerables dificultades, parte de Cádiz el 17 de octubre de 1647. La singladura debió de desarrollarse sin ningún tipo de sobresaltos, y llegaron a Cartagena de Indias el 6 de diciembre y cincuenta horas más tarde a Portobelo.

El 15 de enero ya habían llegado a Panamá, donde permanecieron algo más de tres meses, por el motivo da el padre Oviedo en uno de sus memoriales: “A los ocho días de nuestra llegada caímos todos en la cama de gravísimas enfermedades que duraron hasta que nos partimos para esta provincia, que fue a los 28 de abril [de 1648]”. Por otra parte, la estancia en Panamá le permite al prefecto dedicarse a cuestiones referentes a la misión: negociaciones con la audiencia, con el obispo...

Arriban al primer puerto del Darién el 3 de mayo de 1648, donde han de esperar unos diez días la llegada de las canoas que los transportarán río arriba. Desde ese 12 de junio en que llegan a la primera misión, su vida aparecerá estrechamente vinculada a los acontecimientos de la misma. Con innumerables esfuerzos, el 14 de julio de 1648 se funda el primer pueblo, en el que han constituido misión y doctrina y que llevará por nombre San Buenaventura de Tarena. Los otros dos pueblos atendidos por los capuchinos son Nuestra Señora de la Concepción de Taparisa y San Francisco de Paye. En julio de ese mismo año, los misioneros ya se habían distribuido para poder atender a los naturales en los distintos pueblos de misión. No se sabe en qué momento, pero debió de ser desde su misma fundación, el padre Oviedo se traslada al pueblo de la Concepción, desde el cual intentará seguir y atender las necesidades de la misión y de los propios misioneros.

Su tarea no resulta fácil en ningún momento; son frecuentes los malentendidos y los intereses personales e incluso caprichos de algunos misioneros. En medio del sufrimiento que esto le crea, refleja un profundo interés por ser fiel a la estricta observancia franciscana, para lo que llega incluso a denegar toda ayuda material externa, puesto que está convencido de que un misionero ha de entregar su vida al trabajo por la implantación del Evangelio. Su profunda vocación misional le produce ciertos placeres materiales en aquellas lejanas tierras allende los mares. Él mismo así se lo escribe a su provincial: “La comida es tenue y sin sustento, pero suficiente para pasar la vida, y cierto padre mío, que no es posible si no que Dios pone algún particular gusto en ella, porque saben mejor unos frijoles y yucas cocidas con sólo sal y agua, que en los conventos lo que se da con su aderezo”.

Singular dedicación ocupa en su vida la catequización y evangelización de los naturales tunucunas; tarea que ocupa la mayor parte de su tiempo. Para este fin asume la ardua tarea de conjugar evangelización y lengua en la redacción de un catecismo en el habla indígena. “Yo hice catecismo en preguntas y respuestas en su lengua, ayudado del intérprete, y otro hice magistral. Y es tanto lo que de oírme se alegran que me abrazan y dicen que soy padre tunucuna, que ésta es su nación y lengua. Poco entiendo de ella, pero con todo alcanzo más que los demás. Lo que más me consuela [es] que leyéndoles el catecismo me entienden y se la pronuncio claro.” Resulta especialmente significativo ver que se produce una perfecta articulación entre la evangelización y el trato humano que, como él muestra, resulta afable y profundamente agradable. Por otra parte, el padre Antonio no es un hombre simplista a la hora de plantear las dificultades de la evangelización, sino que afronta el problema en toda su crudeza, por lo que sólo ha bautizado a recién nacidos: “Niños se han bautizado cantidad de ellos, sólo con esperanzas de que si alguno se muere antes de la edad de adulto, se irá al cielo como lo han logrado ya algunos. [¡]Bendito sea el Señor[!] Grandes, ni el P. Fr. Basilio ni yo, no hemos bautizado alguno, ni bautizaremos si no es in articulo mortis y después de larga prueba por las razones otras”.

Su afán y ardor misionero le llevan a buscar ámbitos de trabajo más difíciles y complicados, en concreto entre los bugutas, pueblo guerrero y enfrentado con aquellos con los que vive. Por el memorial de los misioneros se sabe que “por el mes de julio del año 51, se partió con dichas dos fragatas y soldados para dicha provincia de bugutas, y por ser el invierno riguroso de aguas y tempestades (que frío no le hace) entraron en un puerto de la provincia de los indios de la Gorgona”.

De allí con algo de tiempo prepara el viaje y, acompañado por tres indios que él mismo ha convertido y dos soldados, se interna en la tierra de los bugutas, aunque los indios convertidos les abandonaron al entrar en el territorio de sus enemigos. El cronista Mateo de Anguiano, al narrar el hecho, hace gala de toda la imaginería barroca: “Prosiguió su navegación, y queriendo pasar a explorar los ánimos de los bugutas, le dejaron los que le acompañaban; y desde la entrada del río, que va a esta nación, se volvieron.

Echáronle en tierra, y fue río arriba; pero brevemente cayó en manos de unos indios gorgonas a quienes predicó, y ellos le quitaron allí la vida a saetazos y lanzadas; y no contentos con haberle dado muerte tan cruel, le serraron el casco de la cabeza, e hicieron taza de él para beber. La sangre del venerable padre, fue la primera de capuchinos que los fieles vertieron en nuestras Indias, cuya muerte sucedió cerca del día 17 de septiembre de 1652”.

Como se puede suponer, la fecha del 17 de septiembre tiene un valor simbólico al coincidir el martirio de fray Antonio de Oviedo con la estigmatización de san Francisco, que se celebra en ese día, por lo que daba un carácter de identificación con el patriarca san Francisco. De lo que no cabe duda es que muere en el Darién, a manos de los gorgonas, cuando trataba de lograr la pacificación de aquellos pueblos. Precisamente por ser mártir se le ha concedido tradicionalmente el título de venerable. Así aparece en un cuadro que perteneció al convento de los capuchinos de Salamanca y que se encuentra como parte de la colección procedente de desamortización del Museo Provincial de Salamanca. El historiador salmantino Bernardo Dorado recuerda la existencia de dicho cuadro en el convento del Calvario de los capuchinos y presenta a Antonio de Oviedo como uno de los hijos ilustres de dicho convento.

 

Bibl.: M. de Anguiano, Vida y virtudes del capuchino español, el Venerable Siervo de Dios Fr. Francisco de Pamplona, ed. de F. Laso, Madrid, Imprenta Real por Joseph Rodríguez, 1704, págs. 295-297; B. de Carrocera, “Oviedo, Antonio de”, en Q. Aldea Vaquero, J. Vives Gatell y T. Marín Martínez (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, pág. 1855; B. de Carrocera, La Provincia de los Frailes Menores Capuchinos de Castilla. I: 1575-1701, Madrid, 1973, págs. 390-393; M. A. Pena González, “Fr. Antonio de Oviedo: Prefecto de la misión del Darién”, en Naturaleza y Gracia, 51 (2004), págs. 1003-1046.

 

Miguel Anxo Pena González, OFMCap.

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