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Antonio Martí Franqués

Biografía

Martí Franqués, Antonio. Altafulla (Tarragona), 14.VI.1750 – Tarragona, 20.VIII.1832. Químico, botánico.

Hijo de una rica familia de hacendados propietarios de diversas fincas. Su padre participó también en negocios relacionados con fábricas de estampados de algodón (las llamadas indianas). En 1764, el joven Martí inició una educación tradicional en la Universidad de Cervera, que había sido fundada por Felipe V como alternativa a Barcelona y a los otros Estudios Generales cerrados como castigo de la Nueva Planta por la derrota en la Guerra de Sucesión de 1714. Fue, sin embargo, un estudiante insatisfecho en Cervera, a causa del escolasticismo y poca impermeabilidad de la institución ante las nuevas ciencias experimentales.

En el período 1770-1780, la curiosidad intelectual de Martí se desarrolló de manera autodidacta especialmente en su interés por el latín, griego y otras lenguas extranjeras (francés, inglés, alemán, italiano), la botánica y la agricultura, en especial en relación a los problemas cotidianos que se vivían en las explotaciones familiares. Apartado de las instituciones y de la vida social, Martí construyó por su cuenta un microcosmos intelectual y científico propio que habría de ser la base de toda su producción y que le otorga un mérito especial a toda su actividad. Edificó su propia biblioteca personal que recogía la mejores obras de finales del siglo XVIII en humanidades, literatura, ciencias y viajes, así como su propio laboratorio privado por medio de la compra de algunos instrumentos en París y el encargo de otros ingenios al fabricante de Barcelona Josep Valls, quien le suministró barómetros, termómetros, campanas de vidrio, matraces, etc.

En 1785, efectuó de manera sistemática un conjunto de experiencias de laboratorio. Su hijo mayor administraba los bienes familiares y así permitía a Martí disponer de más tiempo libre para su curiosidad científica. Coleccionaba plantas y observaba y medía los aires que éstas desprendían. Se trataba de un aire que no era el viejo concepto aristotélico, sino que, gracias al desarrollo de la química neumática británica del siglo xviii se había convertido en “aire fijo”, “aire inflamable”, o “aire vital”.

Así, en 1727, Stephen Halles había medido la cantidad de aire que fijan las sustancias sólidas. En 1754, Joseph Black, por medio de sus experimentos con la llamada “magnesia alba” (carbonato de magnesio, MgCO3), había diferenciado un “gas fijo” (dióxido de carbono, CO2) del aire atmosférico corriente. En 1766, Henry Cavendish descubrió un gas inflamable (hidrógeno, H2) producto de la descomposición del agua, de manera que el interés por la naturaleza y uso de esos nuevos gases crecía incluso desde el punto de vista médico. En 1775, Joseph Priestley describía el nuevo “aire vital” o “aire deflogisticado” (oxígeno, O2).

Paralelamente, Martí estaba muy interesado por la botánica y la fisiología vegetal. Se sabe que, en esa época, la nutrición vegetal era un problema científico controvertido. La idea de que el agua era el único elemento nutricional fue criticada por Lavoisier, y propuso una alimentación vegetal basada en el aire, el agua y las sustancias minerales. Jan Ingenhousz mostró en 1799 cómo las plantas desprendían oxígeno durante el día y dióxido de carbono (CO2) durante la noche, mientras que Jean Senebier discutía el origen del propio CO2 absorbido por las plantas en su proceso de respiración. Además los análisis químicos de los vegetales detectaban la presencia de sales minerales en los residuos de calcinación o destilación, un hecho que inspiró en 1810 a N. T. de Saussure para la formulación de la teoría mineralógica de la nutrición vegetal.

A pesar del aislamiento y la insociabilidad de Martí, y sólo después de escuchar atentamente la recomendación de un familiar, decidió finalmente solicitar el ingreso en la Real Academia de Ciencias Naturales y Artes de Barcelona, una de las instituciones pioneras en la introducción de las nuevas ciencias en el Principado.

En 1786, Martí fue aceptado como nuevo miembro, y, dada su habilidad experimental y sus conocimientos del tema, se le adjudicó la dirección de los trabajos de química neumática en la misma institución.

Su nuevo estatus dio pronto los primeros frutos, en 1787, con la lectura de la memoria titulada: Sobre algunas producciones que resultan de la combinación de varias substancias aeriformes, donde se presentaba el estado de la cuestión internacional de los últimos descubrimientos en química neumática a través de los trabajos de Lavoisier, Kirwan, Black, Priestley, Cavendish, Fontana, Ingenhousz, etc. Era una memoria que también incidía en los experimentos de descomposición del agua en sus “aires” oxígeno e hidrógeno, así como describía los experimentos cuantitativos de Lavoisier que le habían de llevar a rechazar la teoría del flogisto, aquel fluido imponderable que supuestamente se desprendía durante la combustión de los cuerpos, y a sustituirlo por el nuevo “aire vital” u oxígeno. El mismo año, Martí leyó en la Academia de Barcelona una segunda memoria titulada Observaciones sobre el aire vital de las plantas, donde medía la cantidad de oxígeno que se desprendía de su colección de cientos de plantas expuestas al sol. A pesar de su discreción, el éxito de sus estudios sobre los nuevos aires le llevó al año siguiente, en 1788, a efectuar algunas demostraciones públicas en iglesias y en el teatro de la Santa Creu de Tarragona para mostrar sus procedimientos experimentales en el estudio de diversos aires.

En 1790, Martí leyó en la Academia la memoria que le había de dar gran fama internacional: Sobre la cantidad de aire vital que se halla en el aire atmosférico y sobre varios métodos de conocerla. El aire se sabía compuesto de un pequeño porcentaje de agua, de “mofeta” (nitrógeno) y de “aire vital” (oxígeno). El análisis cuantitativo de este último, que era fundamental para el desarrollo de los seres vivos había sido motivo de resultados variables que situaban el aire vital entre el veinte por ciento y el treinta por ciento de la composición de la atmósfera. Los resultados de Cavendish, Scheele, Lavoisier, Senebier, etc., no eran coincidentes. El mismo Lavoisier había afirmado en 1777 que una cuarta parte (veinticinco por ciento) de la atmósfera estaba formada por aire vital o respirable, mientras que en 1781 le atribuía el veintiocho por ciento. La dificultad experimental residía en encontrar una reacción selectiva y reproducible para el oxígeno del aire. Se habían ensayado algunos métodos con gas nitroso, hidrógeno, fósforo, etc., con resultados poco fiables. Las técnicas de análisis cuantitativo habían mejorado mucho en las últimas décadas del siglo XVIII, sobre todo procedentes de la tradición mineralógica sueca de Torben Bergman, pero la manipulación de los nuevos aires era todavía un problema complejo en el laboratorio de la época.

La instrumentación era necesaria para la medida cuantitativa de gases, y así se empleaban diferentes tubos graduados, llamados eudiómetros, que permitían calcular el volumen de gas restante después que el reactivo empleado hubiera eliminado selectivamente todo el aire vital de la muestra. La contribución de Martí al problema se centraba en la construcción de su propio eudiómetro (no hay que olvidar el buen nivel instrumental de su laboratorio), y en la elección de un reactivo específico (“el hígado de azufre”, formado por una mezcla de polisulfuros) que, según Martí, daba resultados constantes y coincidentes.

En la memoria de 1790, afirmaba: “[...] así en el invierno como en el verano, ya en la primavera, ya en el otoño y en cualquiera estación del año, en todos los meses, en muchísimos días y en diferentes horas de ellos he hallado, que el aire de mi patria, tomado en paraje descubierto se componía siempre de 21 a 22 partes de aire vital, y de 78 a 79 partes de mofeta; y si alguna rarísima vez se apartase de alguna centésima el resultado; el experimento inmediato [...] me demostraba luego el error, quedando convencido de que aquella corta diferencia no procedía de la naturaleza del aire, sino de algún descuido en la operación”.

Una de las conclusiones fundamentales era la constancia del resultado independientemente de la presión, la temperatura, la altura u otras variables que se podían asignar a cada una de las muestras. Martí rectificaba resultados de otros coetáneos con autoridad científica superior y mostraba una especial confianza en la inducción de sus resultados experimentales. Éstos tuvieron un impacto internacional considerable unos años más tarde. Así, en 1801, y después de la publicación en el Memorial Literario de Madrid (1795), su memoria de 1790 fue publicada en el Journal de Physique y el Philosophical Magazine, en 1805 en los Gilbert’s Analen, y en 1807 comentada en los Annales de Chimie por el físico Jean-Baptiste Biot en una carta dirigida a Claude-Louis Berthollet.

En 1791, Martí presentó otra memoria en la Academia de Barcelona, eran las Explicaciones y observaciones sobre los sexos y la fecundación de las plantas, donde después de reflexionar sobre los avances de la fisiología vegetal y de la historia natural del siglo XVIII, retomaba la discusión sobre los resultados de la memoria de 1790 sobre la composición del aire, donde mostraba su confianza en el instrumento de medida (el eudiómetro), en armonía con la naturaleza, a imagen de su Creador, un hecho que justificaba la constancia de la proporción de aire vital en sus experimentos y que descartaba la influencia de la composición del aire como causa de aparición de un conjunto de enfermedades que preocupaban a los médicos de finales del siglo XVIII.

La última memoria de Martí, presentada en la Academia de Ciencias se titulaba Sobre los productos de la mezcla de algunas substancias aeriformes (1792) y completaba los resultados experimentales y las conclusiones de 1790. Este trabajo ponía fin a la participación científica de Martí en la Academia. En realidad, siempre se había mantenido distante de todas las instituciones, y también de la que participó de una manera más directa. Entre 1805 y 1807, volvió a asistir esporádicamente a algunas reuniones, pero siempre sin intervenir y manteniendo una posición extremadamente reservada y modesta.

Los últimos años del siglo XVIII frenaron el protagonismo científico de Martí, y el nuevo siglo lo había de alejar de las actividades intelectuales. La decapitación de Luis XVI en 1793 y el consiguiente pánico de los Borbones españoles dificultaron la importación de libros franceses y la comunicación internacional, en detrimento de las transacciones habituales de Martí para nutrir su biblioteca y laboratorio.

A pesar de su viaje europeo entre 1800 y 1801 a Bélgica, Holanda, Londres y París, y de haber acogido a Biot y Méchain en su casa durante la visita a Cataluña para la medida del meridiano entre 1806 y 1807, la invasión napoleónica tuvo trágicas consecuencias para Martí. En 1811, fue herido en el sitio de Tarragona por las tropas francesas y su laboratorio destruido con pérdidas irreparables de notas, material de vidrio, instrumentos y libros. A su ya delicado estado de salud, se añadió en 1824 la muerte de su esposa Isabel Mora, un hecho que agravó su estado de ánimo. Entre 1829 y 1830 residió en Barcelona, donde durante los años de la Década Ominosa (1823-1833), y ante el cierre de la Academia de Ciencias, organizó algunas tertulias científicas privadas con su sobrino Carles Martí, y en compañía de Joan Agell, Marià Graells y el pintor Josep Arrau, entre otros.

Según el historiador Josep Iglésies, Martí era un hombre extremadamente tímido; sufría de un cierto complejo de inferioridad, un personaje feo con un defecto visual que le generaba desconfianza hacia los demás, incluso hacia la autoridad de prestigiosos científicos extranjeros contemporáneos. Era reticente a cualquier elogio. Había llegado a amenazar con destruir sus libros y notas de laboratorio si se le organizaba un homenaje público. Con la excusa de la distancia desde Tarragona, solía delegar en otros las lecturas de sus memorias en la Academia. No se debe olvidar, sin embargo, algunas actividades que contribuyeron a su proyección pública, como sus demostraciones en teatros sobre la composición del aire atmosférico, su papel en la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País de Tarragona en 1787, en la creación de la Academia de Artes de Tarragona en 1801, o su franca amistad con otros miembros destacados de esa generación de científicos catalanes entre los que destacaban Francesc Carbonell, Agustí Yáñez, Francesc Santponç y Francesc Salvá. Con una formación autodidacta, sus intereses abarcaban, como se ha visto, campos muy diversos: agricultura, botánica, química neumática, física, meteorología, instrumentos científicos. Se trataba de un hombre profundamente religioso, cuyas creencias influían en su propia práctica científica, tal como lo muestra el siguiente párrafo se su memoria de 1791 sobre la fecundación de las plantas: “[...] aquel que quisiese calcular la pérdida del aire vital [...] hallaría en verdad que no podrían pasarse muchos años sin hacerse perceptible, siendo exorbitante la cantidad que incesantemente consumen los animales y los combustibles con que se combinan en el acto de la combustión: por cuyo motivo los venideros quedarían sin duda precisados a respirar un aire más cargado de mofeta que el que nosotros al presente respiramos. Pero si se ignoraban antes los medios de que la Divina Providencia se ha valido para devolver aquel fluido activo al receptáculo común, acaba de manifestar a los investigadores de sus obras ser uno de los más poderosos las plantas cuando reciben los rayos del más brillante astro que ha creado”.

Antonio Martí Franqués murió en Tarragona de un ataque de apoplejía el 20 de agosto de 1832.

 

Obras de ~: Sobre algunas producciones que resultan de la combinación de varias substancias aeriformes. Memoria leída en la Academia de Ciencias de Barcelona el día 24 de enero de 1787, Barcelona, 1787; El aire vital de las plantas. Memoria leída en la Academia de Ciencias de Barcelona el día 10 de octubre de 1787, Barcelona, 1787; La cantidad de aire vital que se halla en el aire atmosférico y sobre varios métodos de conocerla. Memoria leída en la Academia de Ciencias de Barcelona el día 12 de mayo de 1790, Barcelona, 1790; Los productos de la mezcla de algunas substancias aeriformes. Memoria leída en la Academia de Ciencias de Barcelona el día 20 de junio de 1792, Barcelona, 1792; “Sobre la cantidad de aire vital que se halla en el aire atmosférico y sobre varios métodos de conocerlo”, en Annales de Chimie, 61 (1807), págs. 271-281; A. Martí i Franqués, Memòries orginals. Estudi biográfic i documental, Memorias de la Real Academia de Ciencias Naturales y Artes de Barcelona, XXIV, 1935.

 

Bibl.: A. Quintana, “Martí d’Ardenyà, ciutadà i home de Ciència”, en Ciència, 48 (1932), págs. 100-111; E. Moles, Del momento científico español 1775-1825, Madrid, Bermejo, 1934; A. Quintana, “Estudi biogràfic i documental” Dedicat al Centenari d’Antoni Martí i Franqués, en Memòries de l’Acadèmia de Ciències Naturals i Arts de Barcelona, vol. XXIV, Barcelona, 1935, págs. 63-304; J. Iglesies, Un moment estelar de la Ciència a Catalunya en el segle XVIII. Antoni Martí i Franquees, Barcelona, Dalmau, 1965; S. J. Rovira Gómez, Antoni Martí i Franquès i l’Altafulla del seu temps (1750-1832), Altafulla, Centre d’Estudis, 1982; A. Quintana, J. Iglésies y O. de Bolós, “Homenatge a Antoni de Martí Franqués”, en Memòries de l’Acadèmia de Ciències Naturals i Arts de Barcelona, XLV, Barcelona, 1983; J. M.ª López Piñero et al., Diccionario histórico de la Ciencia moderna en España, vol. II, Barcelona, Península, 1983, págs. 25-27; A. Nieto-Galan, “The French chemical nomenclature in Spain: Critical points, rhetorical arguments and practical uses”, en B. Bensaude- Vincent y F. Abbri (eds.), Negotiating a New Language for Chemistry: Lavoisier in European Context, Canton, MA, Science History Publications, 1995, págs. 173-191; M. Izquierdo et al. (eds.), Antoine-Laurent Lavoisier i els origens de la química moderna 200 anys després, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, 1996; A. Nieto-Galan, Ciència a Catalunya a l’inici del segle XIX. Teoria i aplicacions tècniques a l’Escola de Química de Barcelona sota la direcció de Francesc Carbonell i Bravo (1805-1822), Barcelona, Publicacions de la Universitat, 1999 (Col·lecció de tesis doctorals microfitxades, vol. 3618); S. J. Rovira Gómez, Els Martí. De pagesos benestans i mercaderes a nobles del Principal de Catalunya, Altafulla, Centre d’Estudis, 1999.

 

Agustí Nieto-Galan

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