Mencos y Rebolledo de Palafox, José María. Duque de Zaragoza (III). Pamplona (Navarra), 13.VII.1876 – San Sebastián (Guipúzcoa), 15.XII.1961. Ingeniero ferroviario.
Descendiente del general Palafox, héroe de la Guerra de la Independencia, el III duque de Zaragoza era hijo de Juan Francisco Mencos y Manso de Zúñiga, conde de Guendulain, Grande de España en 1864 y que, como ministro de Fomento, en 1858, bajo el reinado de Isabel II, formó parte de la comisión bilateral encargada de fijar los límites fronterizos entre España y Francia. José María del Pilar Mencos y Rebolledo de Palafox Ezpeleta y Guzmán, duque de Zaragoza, conde de Los Arcos, marqués de Lazán y de Cañizares, dos veces Grande de España, gentilhombre de Cámara de Su Majestad el rey Alfonso XIII, maestrante de Zaragoza y presidente de la Comisión de la Maestranza de Madrid, no obstante su progenie aristocrática, pasaría a la posteridad, a veces con ribetes legendarios, en su calidad de ferroviario profesional y más concretamente como maquinista y experto en locomotoras de vapor, a pesar de su carrera de ingeniería; un extraño espécimen en nuestro país, pero no insólito entre la alta aristocracia e incluso la realeza europea de su tiempo, pues el monarca Boris III de Bulgaria es otro ejemplo. El que fuera embajador de los Países Bajos en Madrid, Maurice van Vollenhoven, que trató de cerca al duque de Zaragoza, le describe en estos términos: “[...] Su deporte preferido era conducir personalmente la locomotora en el trayecto de Madrid a Irún, como lo hacía en su país el Rey de los Búlgaros. Dado que en dicho tren viajaban siempre amigas y amigos suyos, antes de partir y vestido con ropa de faena, sostenía una breve charla con ellos. Seguidamente, y antes de encaramarse en la locomotora, besaba la mano a las damas. Yo he leído en un diario francés un reportaje sobre España en el que el corresponsal, que había presenciado una de estas escenas, decía que los españoles eran tan gentiles que ¡los maquinistas, antes de arrancar el tren, bajaban de la locomotora para besarles la mano a las viajeras!”. A este respecto, escribía también el francés Jean Hughes: “[...] Más seria parece haber sido la pasión de un español, el duque de Zaragoza: después de un concienzudo aprendizaje en el recorrido San Sebastián-Madrid, el duque superó con éxito el examen de maquinista. Los anales ferroviarios recuerdan su hazaña del 23 de febrero de 1927, llevando la [locomotora] 240-4035, que remolcaba el tren número 8 Sud-Express (en el que viajaba el Rey Alfonso XIII), que recuperó, entre San Sebastián y Madrid, el retraso de una hora y 52 minutos que llevaba el convoy en el momento de su partida. Algo serio, les digo a ustedes”.
En el verano de 1928, el periodista español Ramón Martínez de la Riva, en un artículo dedicado al egregio ferroviario, escribía: “¡El Duque de Zaragoza! Título sonoro y español que dice de gestas heroicas y de virtudes raciales. Cetrino, menudo, curtido su rostro por el aires de las grandes velocidades, viste un mono que no resta un ápice de prestancia a su figura; la boina, ceñida a su cabeza por la goma de las grandes anteojeras, y el cigarro en la boca, que se contrae en un rictus jovial e irónico, nos tiende la mano y nos arrastra hacia la cabeza del convoy”.
Al igual que Alfonso XIII, a quien transportó en innumerables viajes ferroviarios, el III duque de Zaragoza comenzó siendo un entusiasta de los automóviles cuando, a comienzos del siglo xx, el vehículo a motor tomaba carta de naturaleza. Pero su verdadera vocación, y luego dedicación exclusiva toda su vida, eran los trenes. Así, por mencionar alguna anécdota, la conducción del tren inaugural de la línea de Zaragoza a Canfranc, compartiendo el propio Alfonso XIII la cabina del maquinista con José María Mencos. En 1906, gracias a su amistad con el francés Jean Barat, a la sazón director de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, tuvo la oportunidad de practicar con las máquinas de vapor, primero como simple aprendiz, luego como fogonero y finalmente con la categoría de maquinista titular. En abril de 1919, ya avezado en el oficio, ingresó en la Compañía del Norte con la categoría de subinspector en el Servicio Central de Tracción. Jubilado por edad en agosto de 1946 tras desempeñar el cargo de inspector principal en la División de Material y Tracción de Renfe, con residencia en Madrid, se retiró a vivir a San Sebastián con una pensión anual de 7.462 pesetas con 20 céntimos. En total, casi cuarenta y cinco años de consagración laboral al ferrocarril, si se descuenta la separación forzosa del servicio que le impuso el Gobierno de la República, incluida su prisión en la Cárcel Modelo de Madrid en julio de 1936, donde salvó milagrosamente la vida. Y es que la figura del duque de Zaragoza había tenido, en ocasiones, una notable proyección pública, especialmente al no participar en las huelgas ferroviarias de los años 1912, 1917 y 1934, lo cual unido a su categoría dentro de la Compañía del Norte, contribuyó tanto a su popularidad como a la animadversión de sus subordinados y colegas más radicales de los sindicatos, que fueron los que, al iniciarse la Guerra Civil, propiciaron su despido, detención y encierro durante meses en la Cárcel Modelo. Después de encontrar asilo en la Embajada de Francia, pudo huir al país vecino para regresar a la España de Franco y reanudar su tarea profesional desde Valladolid, en marzo de 1938.
Una especie de aura legendaria orlaba al ilustre ferroviario, hasta el punto de que las coplas satíricas que elementos de la Falange hicieron circular en torno a la llegada a Madrid, el 10 de noviembre de 1948, del joven don Juan Carlos de Borbón ponen, sin base histórica, a Mencos a los mandos del tren que desde Lisboa traía al futuro rey de España (“A la Estación de Delicias / salieron a recibirle / la aristocracia española, / el clero y guardias civiles. / El maquinista era un duque, / marqueses los revisores / y la chica del lavabo, / una Roca de Togores”). Pero el doblemente Grande de España, que mantuvo siempre una relación de extraordinaria familiaridad con Alfonso XIII, no era sólo el menestral que no hacía ascos al humo y a la grasa consustanciales a las locomotoras de vapor —en cambio, él nunca ocultó su antipatía por las máquinas eléctricas—, sino también un respetado consejero teórico y práctico en la especialidad. En este sentido, la correspondencia intercambiada con el prestigioso ingeniero francés Chapelon, gran innovador de la tracción a vapor, prueban su pericia y profundos conocimientos en la materia.
José María Mencos fue diputado por Zaragoza entre 1907 y 1910.
Fuentes y bibl.: Archivo del Congreso de los Diputados, Serie documentación electoral, 121 n.º 49.
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Gonzalo García Sánchez (Garcival)