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San Roberto de Matallana

Biografía

Roberto de Matallana, San. ?, p. m. s. XII – Matallana (Valladolid), 19.IV.1185. Monje cisterciense (OCist.), fundador y primer abad, santo.

Poco se sabe de su nacimiento que debió de producirse hacia la primera mitad del siglo XII, en lugar desconocido.

Apenas ha quedado piedra sobre piedra del monasterio de Matallana.

Se conocen datos de Roberto de Matallana sólo a partir de su estancia como monje en la abadía de Crista, fundada en 1121 en la archidiócesis de Lyon (Francia). Contemporáneo de san Bernardo y heredero del espíritu que animaba a aquellas primeras generaciones de cistercienses que con su alta contemplación y trabajo transformaron Europa, su abad Willelmo le colocó al frente de la colonia de monjes enviados a la fundación de Matallana, planeada por Alfonso VIII de Castilla al norte de la provincia de Valladolid, entre las poblaciones de Montealegre, Meneses de Campos y Ampudia.

En el mes de diciembre de 1174 o en los comienzos de 1175, ya figura como abad de la nueva fundación.

En el documento fundacional se señalan los límites de las posesiones que entregaba el Rey a los monjes para que pudieran desarrollar su vida monástica. Diez años estuvo Roberto al frente de la abadía que cada día fue cobrando mayor incremento: el edificio iba surgiendo sólido y apto para el desarrollo de la vida monástica; a su vez, la observancia se mantenía a un nivel admirable, pues según un cronista del monasterio —hablando de los primeros monjes de Matallana venidos de Crista, y de los formados por Roberto—, se dice de ellos: “Todos son tenidos por santos, mas qué maravilla que lo fuesen criados con tal abad como Willelmo y después gobernados de abad tan santo como Roberto, el cual habiendo sido contemporáneo de nuestro padre san Bernardo, forçosamente habría heredado la santidad que en nuestra orden resplandecía en aquellos sus dorados tiempos”.

Animado el abad Roberto y sus monjes de ese excelente espíritu religioso, se esforzaron en echar unos cimientos sólidos al monasterio, no sólo en la vida espiritual, centrada toda ella en un espíritu genuino cisterciense, sino incluso por lo que respecta a los edificios.

Trataron de crear una abadía al estilo de lo que habían visto en Francia, con todos los lugares regulares no sólo adaptados a las necesidades exigidas por la regla, sino incluso llenos de una belleza que admiraba a las gentes. Dejando a un lado las continuas posesiones que estaban recibiendo de parte de la nobleza, de manera especial de la familia Téllez de Meneses, hay que fijarse sólo en la grandiosidad del templo que comenzaron a construir, y que continuarían luego hasta darle remate Beatriz de Suavia y Berenguela —esposa y madre de san Fernando—, con un cimborrio tan esbelto sobre el crucero, que el historiador del monasterio, fray Basilio Duarte, quizá con algo de exageración, llegó a escribir que era uno de los mejores de España y sólo el de la Catedral de Burgos “se le parecía algo”. Este grandioso monumento desapareció en 1611, debido al hundimiento sufrido a causa del descuido de los abades de la época.

Aunque como se decía son escasas las noticias concretas sobre el santo, el analista de la Orden, Ángel Manrique, escribe: “Vivió Roberto y rigió el monasterio de Matallana al menos diez años, pues su recuerdo perdura en los documentos hasta 1185. Es posible que haya que rectificar estos datos ofrecidos por el cronista de la casa, puesto que no aparece un sucesor en el cargo hasta 1198. Fue ilustre por sus virtudes y célebre por sus milagros, con los cuales se podría esmaltar estos anales si no fuera por la incuria —por no decir desidia de los tiempos— que todo lo oscureció y dejó envueltos en las densas tinieblas del olvido. Acreditan su eximia santidad los continuos milagros que hasta hoy se han verificado sobre su tumba a favor de sus devotos, que en gran concurso acuden a venerar sus restos y han experimentado su eficaz protección y valimiento ante el Señor”.

Los pueblos comarcanos acudían en romería a su sepulcro solicitando favores espirituales y materiales, habiéndosele invocado principalmente para obtener el beneficio de la lluvia en épocas de sequía, para alejar las tempestades asoladoras de los campos y para contrarrestar el poder destructor de la langosta en años en que devastaban las cosechas. Su sepulcro estaba debajo del altar mayor, habiéndose trasladado a la nueva iglesia suntuosa construida a expensas de las nobles matronas Beatriz de Suavia y Berenguela, madre de san Fernando.

La desamortización de Mendizábal acabó con este monasterio y también desapareció el culto que se le venía tributando al santo, y sólo se ha localizado una estatua suya en la iglesia de Meneses de Campos.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, leg. 16.257, fol. 74 (B. Duarte).

C. Henríquez, Fasciculus Sanctorum, Bruxellae, 1623, libr. II (distinción 28, c. 6); Regula, constitutiones et privilegia Ordinis Cisterciensis item Congregationum monasticarum et militarium quae Cisterciense institutum observante. Menologium Cisterciense [...], Antuerpiae, ex officina Plantiniana Balthasaris Moreti, 1630 (6 de diciembre); A. Manrique, Cisterciensium seu verius ecclesiasticorum Annalium a condito Cistercio, IV. Comp. Observantiae Castellae, vol. III, Lugduni, sumpt. Haered. G. Boissat & Laurentii Anisson, 1642 pág. 13 (n.º 10, a. 1174) y pág. 153 (n.º 10, a. 1185); B. S. Castellanos de Losada y Serrano y Castro (dir. lit.), Biografías Eclesiástica Completa, t. XXII, Madrid, Imp. de D. Alejandro Gómez Fuentenebro, 1868, págs. 433-439; F. Antón, Monasterios medievales en la provincia de Valladolid, Valladolid, Santarén, 1942, pág. 171; S. Lenssen, Hagiologium cisterciense (pro manuscrito), Tilburg, 1949, n.º 74; D. Yáñez Neira, “Monasterio de Matallana (1174-1974)”, en Cistercium, XXVI (1974), págs. 73-78; J. A. Martínez Puche, Nuevo Año Cristiano, Madrid, Edibesa, 2001 (2 de diciembre), págs. 45-47.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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