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Joaquín Rodríguez y de Castro

Biografía

Rodríguez y de Castro, Joaquín. Costillares. Sevilla, ¿23.III.1746? – Madrid, ¿27.I.1800? Torero.

José María de Cossío comienza la biografía de este fundamental torero con unas palabras prudentes: “No es seguro que ninguna de las partidas de bautismo invocadas por los biógrafos de Joaquín Rodríguez (Costillares) sea la auténtica a él correspondiente, y, por tanto, no podemos presumir hoy de saber con certeza la fecha de su nacimiento”. Sin entrar en detalle sobre las procedencias de las diferentes fechas facilitadas por unos y otros estudiosos (que se encuentran perfectamente explicadas en el t. III, pág. 794 de la monumental enciclopedia Los Toros y en la obra del historiador Natalio Rivas), se señalan como posibles las siguientes: el 23 de marzo de 1746 (según Bruno del Amo Recortes, que dice que se llamaba Pedro Joaquín, que eran los nombres de su padrino [el matador Pedro Palomo] y de su padre, respectivamente); el 26 de julio de 1748 (archivo de Ortiz Cañavate, según Cossío); el 26 de marzo 1740 (en el libro El toreo español, de Lorenzo Ortiz Cañavate, citado por Natalio Rivas), agosto de 1748 (Ventura Bagués Nasarre de Letona Don Ventura) y, entre otras, el 20 de julio de 1729 (fecha que figura en una inscripción en un retrato del torero).

En cambio, se da por seguro que era hijo del torero del mismo nombre y apodo, que su padre trabajaba en el Matadero de Sevilla, que la familia vivía en el barrio de San Bernardo y, por encima de todo, que fue el inventor de la estocada al volapié y de la verónica.

Además, Costillares comenzó a usar la muleta para torear y no sólo para matar. Cossío primero especula con la posibilidad (t. III, pág. 794) y después asegura categóricamente (t. III, pág. 805) que Joaquín Rodríguez (padre) era hijo de Juan Rodríguez, el primero de los tres diestros de la familia en utilizar el apodo Costillares.

Criado en el ambiente del matadero, Velázquez y Sánchez dice que su juventud transcurrió entre “ganaderos, marchantes, lidiadores, carniceros, chalanes de bestias, guiferos y dependientes de las rentas de abastos y tajos menudos”. Cossío cita un manuscrito de Ortiz Cañavate, que dice: “Ejercitó el arte o estudio prácticamente en el matadero de Sevilla; fue muy poco tiempo banderillero de José Cándido [Expósito, padre de Jerónimo José Cándido], y a los veinticinco años era matador”. Velázquez y Sánchez añade que con quince años toreó en Sevilla como banderillero de Pedro Palomo, su posible padrino de bautismo y ahora seguro maestro de tauromaquia. Asimismo, asegura este autor que “a los veinte años le dieron la alternativa Ballón y Esteller en Sevilla y Jerez de la Frontera, y en muy corto espacio adelantó en la estimación pública tanto terreno que pudo aislarse de patronos y protectores”. Es decir, que dejó de ser banderillero, aunque cuesta entender esa doble alternativa concedida en dos plaza de toros, cinco años antes de lo parece entenderse en el texto de Cañavate antes citado.

“Aislarse de patronos” también puede significar que subió de status social, pues su padre era criado en la Maestranza sevillana.

Y añade Cossío: “Admiten todos los biógrafos que Costillares torea en la plaza de la Maestranza de Sevilla los años 1762 y 1763. Efectivamente, en los carteles de esos años figura un Joaquín Rodríguez; pero, pese a la opinión de todos, me atrevo a conjeturar que tal diestro no es nuestro biografiado, sino su padre, que, como sabemos por Daza, era torero”. Entre otros, los motivos que aduce el gran erudito es que después torear esos años, su nombre no figura en los carteles hasta 1776, siendo trece demasiadas temporadas de ausencia para un torero de tanta importancia.

Natalio Rivas, que le considera un renovador del traje de torear, dice que toreó como medio espada en Málaga el 12 de mayo de 1762, pero, de creer a Cossío, también debió tratarse de su padre.

Recortes le sitúa en Madrid el 4 de mayo de 1767, y así lo cita Cossío, si bien don José María dice no haber encontrado la documentación que lo verifique.

Por nuestra parte podemos añadir que, según López Izquierdo, la primera corrida de la temporada madrileña de 1767 se celebró el 18 de mayo, sin citar este autor quienes estoquearon los dieciocho toros que fueron picados por los varilargueros que sí nombra. El 4 de mayo tampoco hubo toros en la Plaza Mayor, un recinto improvisado que acogió festejos regios de manera esporádica hasta 1846. No es este un debate vacuo, pues además de estar relacionado con su propia fecha de nacimiento y con la posible confusión con su padre, también tiene que ver con la gran competencia que Costillares vivió con Pedro Romero y José Delgado Guerra Pepe-Hillo, y que Don Ventura resume de la siguiente manera: “Compitió bizarramente con Pepe-Illo (a quien venció) y con Pedro Romero (por quien habría de ser vencido)”.

En 1777, dos años después de comenzar su fabulosa rivalidad con Romero, Costillares vivía en Madrid regentando un despacho de carne, aunque entonces ya llevaba unos años toreando en la plaza de esta ciudad.

Es interesante apuntar que López Izquierdo señala que a partir del 26 de abril de 1770, y durante toda la temporada, en la plaza de Madrid actúan dos Joaquín Rodríguez, denominados mayor y menor, que debemos suponer que son Costillares padre e hijo. El famoso apodo no aparece en los carteles de Madrid hasta 1772, aplicado sin duda al hijo. Respecto a la rivalidad con Pedro Romero y a la enorme problemática de la antigüedad en los carteles, en una época no reglada en la que los matadores cedían toros a sus medios espadas sin orden ni ley, Cossío reproduce del Archivo Histórico Nacional el siguiente texto: [en 1775 se presentó en la Corte] “un muchacho llamado Pedro Romero, que aunque principiante en el oficio, dio pruebas de suma destreza, y que como se hallase aquí entonces otro que se llama Joaquín Costillares, también de habilidad conocida, produjo la concurrencia de ambos la común satisfacción del público, pero no menos entre sí mismos la mayor desunión y discordia, fomentada de los apasionados de una y otra parte sobre quererse preferir mutuamente en el orden de querer matar los toros, en tanto grado, que nunca jamás fue posible conciliar sus respectivas voluntades en este punto, y ha sido preciso que el gobernador del Consejo tome la mano para vencerlas, cuando se han encontrado aquí juntos”.

Y juntos se encuentran por primera vez, según la relación de López Izquierdo, el 24 de abril de 1775: ambos cobran 1000 reales cada uno, y sólo son aventajados por Juan Romero, padre de Pedro, que percibe 1200. Costillares y los Romero aparecen luego, en compañía de otra media docena de lidiadores, en otros quince festejos, hasta el 30 de octubre. En 1776, Joaquín Rodríguez se ajustó en el abono sevillano, y no acudió a Madrid, provocando un incidente entre los maestrantes y los miembros de la Junta de Hospitales de Madrid, que para tenerle “atado” a la capital le concedieron al año siguiente la expendeduría de carne antes citada. En 1777 el nombre de Costillares aparece unido al de José Delgado Pepe-Hillo en los carteles de la Villa y Corte. En 1778 sólo torean Juan y Pedro Romero, teniendo al año siguiente la Junta de nuevo problemas para contratar juntos a Romero y a Rodríguez.

Finalmente llegan a un acuerdo, sorteándose la antigüedad, pues ni el rondeño ni el sevillano accedían a cedérsela al otro y, por consiguiente, considerarse de menor rango en la plaza. La antigüedad correspondió a Romero, “ofreciéndose los dos guardar y mantener amistad, ayudándose mutuamente”, cita Cossío una carta del corregidor de Madrid al gobernador del Consejo.

En 1781 regresaron Costillares e Hillo a la plaza de esta ciudad (La Junta de Hospitales no creyó necesario contratar a Pedro Romero). Joaquín Rodríguez figura de nuevo en los carteles de los años 1786 a 1790, con Romero o con Hillo... o, según Cossío, en 1789 con ambos a la vez, en las Fiestas Reales celebradas con motivo de la jura de Carlos IV. Así pues, de ser correcto ese dato (sobre el que López Izquierdo no ofrece información), Pedro Romero, Costillares y Pepe-Hillo, tres de los nombres más distinguidos de la mitología taurina, actuaron juntos en Madrid en 1789.

A partir de 1791 comienza el declive de Costillares, provocado, entre otras cosas, por la aparición de un carbunclo en su mano izquierda que le restó facultades.

Desde ese año, en Madrid mandan Pedro Romero y sus hermanos José y Antonio. El 16 de junio de 1794, después de permanecer varios años ausente de la plaza de la Corte, Joaquín Rodríguez, que se encontraba como espectador de la corrida, estoqueó un toro que le cedió Pedro Romero. Intentó repetirlo al año siguiente: pidió permiso al rey Carlos IV para intervenir, que le fue concedido, aunque tras un par de pinchazos en hueso, debido a la enfermedad de la mano, debió desistir, siendo Pedro Romero el encargado de rematar el toro. En carta dirigida a Antonio Bote, el rondeño contó el suceso no sin cierta ironía.

Excepto que en sus últimos años de vida estaba muy débil del brazo derecho, nada más se sabe de Costillares, no siendo tampoco segura la fecha de su muerte.

Muchos biógrafos afirman que el óbito tuvo lugar el 27 de enero de 1800 (efeméride que está tomada del mismo retrato que facilitaba la de su nacimiento en 1729, dato éste que Natalio Rivas consideró equivocado), si bien Bruno del Amo Recortes asegura haber visto su nombre entre los de aquellas personas que solicitaron licencia del Corregidor para ausentarse de Madrid al suprimirse los toros en 1805.

La importancia de este torero en la historia de la tauromaquia es decisiva, pues pasa por ser, como se ha dicho, el inventor de la verónica y del volapié. No obstante, más que inventor debemos considerarle el renovador, el torero que fijó las leyes de unas suertes que iban circulando de mano en mano, de torero en torero, sin posibilidad de atribuirles una paternidad cierta. En este sentido, existe un grabado de Witz fechado en torno a 1840 que representa a un torero toreando a la verónica en Madrid, y se dice que el volapié se lo enseñó su padre. Lo que nadie duda es que Joaquín Rodríguez fue uno de los padres fundacionales de la tauromaquia. Según Arévalo, “formalizó el abarcar la embestida entera del toro en el engaño, que se llamó verónica porque en ese lance se descubría el talante del toro, el rostro de su embestida; sometió a canon el ir al toro parado para matarlo, fijando sus tiempos de colocación, cruce y salida; y tuvo necesidad de ello porque los toros, semibravos, le pedían la muerte después de pasarlos de muleta; es decir, después de torearlos”.

 

Bibl.: J. Daza, Arte del toreo, manuscrito, 1778 (ed. Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1959); F. García de Bedoya, Galería tauromáquica o colección de biografías de los lidiadores más notables, desde la generación del toreo hasta nuestros días, Madrid, Fuertes, 1848; Historia del toreo y de las principales ganaderías de España, Madrid, Imprenta Anselmo Santa Coloma y Cía., 1850; J. Velázquez y Sánchez, Anales del toreo. Reseña histórica de la lidia de reses bravas. Galería biográfica de los principales lidiadores: Razón de las primeras Ganaderías españolas, sus condiciones y divisas, Sevilla, Imprenta y ed. Juan Moyano, 1868; J. Sánchez de Neira, El Toreo. Gran diccionario tauromáquico, Madrid, Imprenta de Miguel Guijarro, 1879 (Madrid, Turner, 1988, págs. 106-109); L. Ortiz-Cañavate, “El toreo español”, en F. Carreras y Candi (dir.), Folklore y costumbres de España, Barcelona, Casa Editorial Alberto Martín, 1931; J. M. Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. III, Madrid, Espasa Calpe, 1943, págs. 793-800 y 805; Don Ventura (seud. de V. Bagués), Historia de los matadores de toros, Barcelona, Imprenta Castells-Bonet, 1943 (ed. Barcelona, De Gassó Hnos., 1970, pág. 23); N. Rivas Santiago, Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), pról. de Juan Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987, págs. 127-132); Recortes (seud. de B. del Amo), La tauromaquia en el siglo XVIII, Madrid, Ed. Mon, 1951 (Cuad. taurinos, 1); F. López Izquierdo, Plazas de toros de la Puerta de Alcalá (1739-1874), Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1988; F. Claramunt, Historia ilustrada de la Tauromaquia, Madrid, Espasa Calpe, 1989; D. Tapia, Historia del toreo, vol. 1, Madrid, Alianza Editorial, 1992; N. Luján, Historia del toreo, Barcelona, Destino, 1993 (3.ª ed.); F. Claramunt, Toreros de la generación del 98, Madrid, Tutor, 1998; J. L. Ramón, Todas las suertes por sus maestros, Madrid, Espasa Calpe, 1998; G. Boto Arnau, Cádiz, origen del toreo a pie (1661-1858), Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 2001; J. C. Arévalo, “Figuras de la historia: Costillares”, en 6TOROS6 (Madrid), n.º 532 (7 de septiembre de 2004); J. Blas, “Las tauromaquias de Goya y Carnicero. Ámbito y contenido de un proyecto expositivo”, en Tauromaquias. Goya y Carnicero, catálogo de exposición, Madrid, Fundación Mapfre, 2005.

 

José Luis Ramón Carrión

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