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Juan Pablo de Lojendio e Irure

Biografía

Lojendio e Irure, Juan Pablo de. Marqués de Vellisca (X). San Sebastián (Guipúzcoa), 17.V.1906 – Madrid, 13.XII.1973. Embajador.

Hijo de María Irure y del consejero de Estado Julián Lojendio Garín. Casó con Consuelo Pardo-Manuel de Villena y Verástegui, X marquesa de Vellisca, título en el que sucedió por haber fallecido sin descendencia Luis Melo de Portugal y Lema, último de este linaje. Fruto de esta unión, hubo dos hijos que también siguieron la carrera diplomática.

Ingresó oficialmente en la carrera diplomática en 1930, con el número uno de su promoción, pasando a ocupar, entre otros, los siguientes destinos y representaciones: secretario de segunda clase, cónsul en Córdoba (Argentina), en 1931 y, al año siguiente, en Santiago de Chile. Posteriormente estuvo destinado en la Dirección General de Marruecos y Colonias (Tánger) y a las órdenes de la Presidencia del Consejo de Ministros (1934); cónsul en Niza (1936). Ascendido a secretario de 1. Clase, ostentó el cargo de ministro en la legación de Montevideo (1944), y, con el rango ya de ministro plenipotenciario de 3.ª Clase, se hizo cargo de la Oficina de Conferencias y Organismos Internacionales, así como de la dirección general de Relaciones Culturales (1951). Al año siguiente se le nombró para la Embajada de España en La Habana, ascendiendo a ministro plenipotenciario de 1.ª Clase en 1958. En 1961 se le designó, a su vez, embajador en Berna, mientras que, en 1967, alcanzó la categoría de embajador y, en 1969, fue nombrado embajador en Italia. Se le destinó finalmente (1972) para la representación de España ante la Santa Sede, cargo en el que falleció.

Representó a España en misiones especiales, como la que asistió, en La Habana, a los actos conmemorativos del cincuentenario de la independencia de Cuba, o la delegación de España en la Conferencia Internacional de la Unión Internacional de Telecomunicaciones en Montreux (Suiza, 1965). Estaba en posesión de numerosas condecoraciones y colaboró, asimismo, en medios de comunicación con trabajos relacionados con su actividad diplomática. Su brillante carrera profesional estuvo jalonada por hechos de indudable relevancia, como fue, por ejemplo, su actuación en el Cono Sur a favor de la causa nacional durante la Guerra Civil, que logró aquilatar y aunar simpatías hacia el bando franquista, pero, sobre todo, Lojendio ha pasado a la historia de la diplomacia por el incidente protagonizado, a las 00: 30 (hora local de La Habana), del 21 de enero de 1960 —es decir, en la noche o primera madrugada del 20 al 21 de enero de ese año—, al interrumpir la intervención que, ante las cámaras del canal 2 de la TV (programa Telemundo), llevaba a cabo en directo, en aquellos momentos, el primer ministro Fidel Castro, en presencia de altas jerarquías y representaciones del Gobierno cubano, como el propio presidente Oswaldo Dorticós, y de público escogido y prensa. Esta intervención del marqués de Vellisca, que sería criticada no sólo por Fidel Castro y por otros miembros de su Gobierno, sino también en diversos círculos internacionales de la izquierda, tanto mediática como política, se produjo a raíz de que el primer ministro exhibiera, ante las cámaras, una carta dirigida a un familiar del ex revolucionario exiliado, Díaz Lanz, en la que se afirmaba que las embajadas de Estados Unidos y de España estaban ayudando en sus planes subversivos a la contrarrevolución. A consecuencia de esta interrupción, en la que se intercambiaron palabras de discrepancia entre el embajador y el primer ministro, Lojendio fue obligado a abandonar el país en el plazo de veinticuatro horas, que se cumplió, partiendo al día siguiente, 22 de enero, con rumbo a la capital de España.

El incidente, criticable desde el punto de vista de la práctica y de las costumbres diplomáticas internacionales, estuvo motivado —según declaró más tarde el propio representante español, que se despidió del pueblo de Cuba en una emotiva nota— por la indefensión en que había colocado a la Embajada de España en Cuba la actitud del premier Fidel Castro, que al utilizar los medios de comunicación para acusarla de apoyar la actuación subversiva dentro del país, ante toda la nación cubana y periodistas extranjeros, que estaban atentos en aquellos momentos a las pantallas de la televisión y a la transmisión radiofónica del acto, no le quedó otro remedio que desmentir, directamente y en el mismo lugar de los hechos, una gravísima inculpación que, en caso de ser ignorada por la representación diplomática, hubiese podido originar males sin cuento para los españoles no exilados residentes aún en el país y, sin duda, para los propios intereses de España, no sólo en Cuba sino en el resto de Iberoamérica, un espacio de singular interés diplomático, político y económico para España durante aquellos años del régimen de Franco y de la guerra fría.

La crisis se solventó recurriendo a la práctica habitual de aminorar el rango de la representación diplomática que, durante algún tiempo, quedó en manos de encargados de negocios, si bien varios de ellos prestaron indiscutibles servicios a los intereses exteriores de España, manteniendo incluso excelentes relaciones con sectores del exilio republicano español, sobre todo cuando, avanzado ya el proceso revolucionario cubano, se produjo la desmovilización e ilegalización de las Quintas o Asociaciones regionales españolas y se creó un organismo centralizador controlado por los comunistas —la Sociedad de Amistad Cubano Española (SACE)—. Resulta pertinente observar, asimismo, que aparte de alguna crítica del primer mandatario cubano, como, por ejemplo, que “el primer ministro de Cuba no pasea por las calles de La Habana rodeado por Guardia Mora”, en alusión a la antigua escolta de Franco, la fina actuación diplomática, tanto española como cubana, a pesar de la enorme repercusión internacional del “incidente Lojendio”, evitó una ruptura diplomática que únicamente deseaban sectores del exilio español, que percibieron e intentaron influir, sin éxito, para que Cuba se convirtiera en el segundo Estado de América Latina que, como ya sucedía en el caso de México, cerrase las puertas al régimen franquista.

La cintura diplomática de Miró Cardona, por parte antillana, y, por el lado español, el deseo personal del propio general Franco de mantener como fuera los vínculos con Cuba hicieron que se llevaran a cabo diversas medidas para facilitar el acercamiento y superar la crisis, como fueron, principalmente, la aceptación inmediata del nombramiento de Eduardo Groizard como encargado de negocios de España, el hecho de que se evitase inicialmente el cruce de notas sobre el affaire y, simplemente, se publicase en el Boletín Oficial del Estado de España el cese de Lojendio como embajador en La Habana, aceptando tácitamente y sin reticencias la resolución cubana de expulsarle del país al declararle no grato, entre otros factores, permitieron que apenas una semana después, el 30 de enero de 1960, se llegase a un acuerdo en torno a los siguientes puntos: no romper vínculos diplomáticos, al estimar las tradicionales y buenas relaciones entre ambos países; la convicción del Gobierno cubano de que “no había ninguna actividad contrarrevolucionaria de la que pudiera acusarse a España”; la promesa de proveer, aunque sin plazo, la vacante dejada en la Embajada de Cuba en Madrid por el llamamiento de su titular a consultas, y, sin duda, el hecho más interesante de todos, tal como se contiene en la documentación oficial del incidente, es decir, que la “decisión de no romper relaciones había sido tomada de completo acuerdo con el Dr. Fidel Castro”, gracias al asesoramiento de sus principales colaboradores, que veían en la opción de ruptura, probablemente, una elección que tampoco beneficiaba los intereses exteriores de la Gran Antilla, en unos momentos tan singulares de su evolución hacia un modelo de tipo socialista y de oposición a Estados Unidos.

 

Bibl.: M. de Paz-Sánchez, Zona Rebelde. La diplomacia española ante la revolución cubana (1957-1960), Santa Cruz de Tenerife, 1997; Zona de Guerra. España y la revolución cubana (1960-1962), Santa Cruz de Tenerife-Miami (Florida, USA), 2001.

 

Manuel de Paz-Sánchez

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