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Rafael Ferrer

Biografía

Ferrer, Rafael. Valencia, 1566 – Selva amazónica (Ecuador), 8.IV.1610. Misionero jesuita (SI), protomártir de la misión amazónica.

Ingresó en la Compañía de Jesús, en Aragón, cuando contaba veintiún años, el 8 de abril de 1587; nace en su espíritu un ardiente deseo de evangelizar a los indígenas de las selvas americanas, aunque le costase el martirio, y obtiene permiso para partir hacia las Indias.

Llega a Quito en 1597 y aprende el quichua para evangelizar a los indígenas.

Los historiadores de la época, entre ellos Manuel Rodríguez de Villaseñor S. I., en El Marañón y Amazonas, 1684, y el padre Juan de Velasco, en Historia Moderna del Reyno de Quito y Crónica de la Provincia de la Compañía de Jesús en el mismo Reyno, 1788, ponderan el fervor apostólico del padre Ferrer, su extraordinaria fortaleza y habilidad, unidos a un carácter afable y generoso. Criterio que se confirma con las cartas del padre Ferrer que se conservan en el archivo de la Orden en Roma.

Los jesuitas llegados a Quito en 1586 ansiaban participar en la evangelización de las tribus indígenas que poblaban las selvas al oriente de la cordillera de los Andes, a orillas de los ríos afluentes del caudaloso Amazonas, descubierto por la expedición quiteña por el capitán Francisco de Orellana en 1542; y fue el padre Rafael Ferrer el destinado a esta arriesgada misión.

Cuatro entradas se cuentan del padre Ferrer a las selvas amazónicas; al principio, solo, porque la Orden tenía poco personal; luego, acompañado del hermano Martín Antón, francés, y posteriormente del padre Fernando Arnolfi, italiano.

La primera entrada fue en 1599, con autorización del obispo Solís y de la Real Audiencia. Según cuentan, con ajuar indispensable atraviesa los Andes por Pimampiro y llega al país de los Yumbos, tribu ya sujeta al Gobierno español de Quito, lo mismo que los pobladores de Quijos, donde su gobernador, Gil Ramírez Dávila, había fundado las poblaciones de Baeza, Tena (1559), Archidona y Ávila. Ya se había establecido el sistema de la encomienda. Los encomenderos recibían el tributo de los indios y tenían la obligación de darles misioneros y construir templos.

Advirtió el padre Ferrer que la ignorancia religiosa de los pobladores era total y sus templos miserables. Se dedicó, pues, a catequizarlos. Su bondad y su desinterés fueron bien correspondidos por ellos. Pasados dos años, resolvió volver a Quito para solicitar un compañero catequista y también socorros, para ornamentar los templos y dar indispensables regalos y limosnas a los nuevos cristianos.

En 1603 retorna a Quijos; le acompañan el hermano Antón y un grupo de indígenas que portan los regalos obtenidos en Quito: ropa, imágenes, objetos religiosos; los amazónicos se maravillaron con las dádivas que por primera vez recibían de manos de españoles. Junto con eso, con indígenas hábiles, tradujo las oraciones al idioma de esas tribus, que aprendieron gozosos el catecismo en su propia lengua.

“En el último pueblo de los calientes de Ávila —dice el padre Ferrer— nos vinieron a ver unos indios con su curaca, llamados Umaguas, pidiendo los hiciésemos cristianos.

”La cual diligencia hicieron movidos de la fama o noticia que tenían de que venían Padres que antes les daban sus cosas, que les pidiesen las propias de ellos.

Y que no venían españoles con ellos, que les pudiesen hacer agravios.

”Son estos Umaguas indios de alguna policía, porque andan vestidos.

”Luego traté de hacer por intérprete un Catecismo en la lengua umagua. Y fue de algún trabajo, por ser tres las lenguas que en esto intervenían: diciéndolo yo a uno, y aquél a otro que sabía la lengua chalofa, y éste al que sabía la umagua. No puedo decir qué tal salió. Pero fue tal el gusto de los Umaguas oyendo estos misterios en su lengua, que me dieron buenas muestras de que estaba bien hecho. De aquí fuimos a Ambocagua, distrito de Baeza. Híceles Catecismo en su lengua. Creyeron debían confesarse en público y cantando, como la doctrina. Se tranquilizaron cuando vieron cómo se confesaba el escudero.” En Tierra de Cofanes, tribu que habitaba en la línea equinoccial, en territorio inaccesible por los profundos ríos y empinados riscos, y especialmente por la ferocidad de sus habitantes. Por lo cual los españoles no se habían atrevido a penetrar en tierra de Cofanes. El primero en entrar fue el padre Rafael. Llamó a los esquivos Cofanes, y él fue, aunque estaba cansado de las muchas jornadas que había andado a pie por riscos y despeñaderos grandes, por pantanos y ríos harto caudalosos. Y aunque en esta ocasión cayó enfermo el hermano Antón, se determinó a entrar en los Cofanes, por consejo del mismo enfermo, al que dejó en buena comodidad.

“Me partí con el curaca de Tangipa, que me había de servir de lengua.

”A la primera jornada nos salieron al camino tres Cofanes con lanzas y rodelas los cuales preguntados si el curaca principal estaba en su tierra, dijeron que me estaba aguardando, con grande deseo de oír la palabra de Dios.

”En cuatro días llegamos a la tierra del curaca más principal, la cual está tan defendida naturalmente, que si ellos no quieren, solo los pájaros pueden entrar allá. Catequicéles; para bautizar los catequizados se hizo de prestado una iglesia, en la cual quisiera yo poner una imagen de nuestra Señora, si la tuviera. Pero entendiéndome el intérprete, me dijo que el curaca principal tenía una. Acordeme que el año pasado se la había dado yo a los indios de este curaca que me habían ido a ver en Tangipa diciéndoles que se la diesen y guardase con mucha reverencia, que era imagen de la Madre de Nuestro Señor, por cuyo medio alcanzarían el remedio de sus almas. Luego me la trujo; pusímosle en la iglesia, que causó no poca alegría y consuelo.

”Enseñados, pues y dispuestos, los bapticé y casé. Indio hubo que con el deseo de bautizarse vino nadando un río muy caudaloso, con hijuelos y mujer, con no pequeño peligro de sus vidas.

”Habiendo de pasar por la Rumichaca, que así llaman una gran estrechura que hacen unas peñas en el río Coca, a donde hay tradición predicó un santo en tiempo pasado. Se conservaba el recuerdo de que a tres jornadas de donde me hallaba había una loza y tradiciones de un hombre de cabellos rubios, y doce compañeros contrarios al demonio. Fue allá, encontró la loza; había restos de plumas, huesos petrificados, y signos como letras griegas, especialmente la ‘omega’, escritas en orden. Abajo, en sitio inaccesible, se veían seis o siete piedras grandes, perfectamente redondas. La cosa era extraña.” Confirmando este informe novedoso de los Cofanes y del padre Ferrer sobre la predicación del cristianismo por antiquísimos misioneros blancos, quedan otros testimonios de la época. El primero del inca Huamán Poma, en su obra Nueva crónica y buen gobierno, escrito en quichua hacia 1615.

Escribe en la página 72: “El Apóstol S. Bartolomé evangelizó en pueblos del Tahuantinsuyo. Baptizó al indio Anti Vira Cocha Colla; y dejó la Cruz de Carabuco, la questá de presente por testigo del santo milagro y la llegada del bienaventurado Apóstol de Jesucristo, San Bartolomé”.

Más explícito es monseñor Alonso de la Peña Montenegro, duodécimo obispo de Quito (1635-1687), que había sido profesor y rector en la Universidad de Santiago de Compostela. En Quito compuso la célebre obra Itinerario para párrocos de indios, 1668; reeditada en 1771 y 1995. En la página 559 del tomo I dice: “Es común tradición acá, en las Indias todas, que el Apóstol Sto. Tomás predicó en ellas el Evangelio, en el Brasil, el Perú, en Quito y toda la tierra que hay de Quijos adelante al norte. Lo dice Alonso de Sandoval en su historia de Etiopía. Y son sus palabras: Y puesto que el sagrado Apóstol entró por las Chachapoyas y toda la provincia de Quito, ¿quién podrá dudar de que no entrase por los reinos nuevos y ciento cincuenta naciones que habitan junto al gran río de las Amazonas?” Logró el padre Ferrer convencerles para que formasen un pueblo que facilitara la catequización y la introducción de la cultura. Aceptaron el consejo de vestirse, pues andaban desnudos, y podían utilizar las plantaciones de algodón.

Todo iba bien, con éxito sorprendente, mas el Gobierno permitió que entraran soldados, y luego encomenderos a tierras de Cofanes, los cuales, amantes de su libertad, culparon al padre Ferrer de haber abierto la puerta a quienes consideraban sus opresores y le pidieron que se fuese. No lo hizo. Entonces los caciques más rebeldes resolvieron darle muerte, lo despeñaron en un profundo río, cuando cruzaba por un primitivo puente de dos vigas.

Todo Quito lo tuvo por auténtico protomártir de las misiones amazónicas.

 

Fuentes y bibl.: Archivo de la Compañía de Jesús (Roma).

M. Rodríguez, SI, El Marañón y Amazonas, Madrid, Imprenta de Antonio González Reyes, 1684; J. de Velasco, SI, Historia Moderna del Reyno de Quito y Crónica de la Compañía de Jesús en el mismo Reyno, Quito, publicación dirigida por Raúl Reyes y Reyes, 1940; F. Esteve Barba, Cultura Virreinal, Barcelona, Salvat Editores, 1965; Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Instituto Enrique Flórez, 1972.

 

Jorge Villalba Freire

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