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Francisco Javier Mier y Campillo

Biografía

Mier y Campillo, Francisco Javier. Alles, Peñamellera Alta, Cabrales (Asturias), 18.II.1748 – Madrid, 12.V.1818. Obispo de Almería, teólogo, catedrático e inquisidor general.

A lo largo del siglo XVIII, la Inquisición languidecía y su situación financiera era muy precaria, lo que no impidió el crecimiento de su burocracia. Las críticas de los ilustrados al Santo Oficio, en palabras de García Cárcel, “mezclaban los argumentos regalistas (afán de imponer los criterios del Estado sobre la Iglesia) y los ideológicos (defensa del principio de la tolerancia)”.

Los padres de Francisco Javier Mier y Campillo, José Antonio de Mier y Mier y Josefa del Campillo y Cossío, lo llevaron a bautizar tres días después de su nacimiento, haciéndolo, con los nombres de Francisco Javier Juan Domingo, el presbítero Diego Villar de Mier —con licencia del cura de Ruenes y teniente de la parroquia de San Pedro de Pecín, Antonio José de Trespalacios—. Fueros sus padrinos Juan del Campillo, viudo, y Petronila de Mier, soltera. En el margen de la partida bautismal alguien anotó: “Obispo.

De Almª. Inqor. Genl.” (Archivo Parroquial de San Pedro de Pecín, Alles). A finales de aquel año, sus padres se trasladaron a vivir a Arenas, al heredar una casa vinculada a su bisabuela, María Pérez de Arenas y Noriega, fijando allí su residencia y donde nacieron algunos de sus hermanos.

En 1766 cursó estudios en el Real Seminario de Calatayud.

Ese mismo año, tanto él como sus hermanos y demás ascendientes por ambas líneas fueron registrados en los padrones como “hidalgos notorios de casa y solar conocidos y armas pintar”. Los que le conocieron le atribuyeron a los veintiún años los estudios mayores y estar impuesto en Artes. Se graduó de bachiller en Filosofía y Teología por la Universidad de Valladolid, obteniendo posteriormente el doctorado en la de Salamanca, según el Episcopologio de la diócesis de Almería; tal fue su aprovechamiento que, muy joven, fue designado tesorero de la catedral de Santiago.

Opositó en 1776 a la cátedra de Teología de Santo Tomás, de la Universidad de Valladolid, otorgada el 30 de octubre a fray José de Uraga. Al año siguiente y en la misma Universidad pretendió la de Instituciones Teológicas que, finalmente, obtuvo José Aured, el 14 de abril, según consigna Mariano Alcocer en su Historia de la Universidad de Valladolid. No obstante, debió de ejercer algún tiempo la docencia en esta ciudad, ya que consta haber sido sustituido por siete veces en las cátedras de Filosofía, Teología y Concilios por nombramiento del rector y del claustro de esta Universidad.

Sumamente erudito, tuvo lecciones y defendió, con gran aprovechamiento de sus discípulos y gran doctrina, conclusiones sobre materias de Filosofía, Teología, Concilios y Sagradas Escrituras.

En 1802 se hizo inventario de todos los bienes que tenía en su casa de la plazuela de Feijoo en Santiago de Compostela, habiendo ocupado hasta entonces el cargo de canónigo y tesorero de la catedral. El 7 de abril de 1801 fue propuesto por Carlos IV para la dignidad de obispo de Almería por fallecimiento del titular Juan Antonio de la Virgen María, siendo promovido a la misma por Pío VII, en el consistorio del 24 de mayo de 1802, figurando así en los Estatutos de la catedral de Almería. Se desconoce cuándo y dónde fue consagrado; pudo haberlo sido en Madrid o en Santiago, de manos del arzobispo de aquella sede, Felipe Antonio Fernández y Vallejo. Tomó posesión de su diócesis, que rigió en momentos sumamente difíciles, con tanta prudencia como señalado acierto, el 7 de octubre. Confirió las primeras órdenes el 6 de marzo de 1803 y las últimas el 13 de diciembre de 1813. Publicó varias cartas pastorales, numerosas circulares sobre el consentimiento paterno en la celebración del matrimonio, conferencias morales, el traje talar de los clérigos, las costumbres de éstos, y su asistencia a ferias y mercados, entre otras.

Sufrió algunos achaques de salud, relacionados unos con los desastres que afligieron a su diócesis (terremotos de enero y mayo de 1804 y el brote de peste de 1807), debiendo retirarse de Vélez-Rubio para reponerse.

En 1808 circularon varias Reales Órdenes acompañadas de muy notables cartas relativas a la abdicación de Carlos IV y la proclamación de Fernando VII, y en las que, ya iniciada la Guerra de la Independencia, solicitaba la caridad pública a favor de la ciudad de Zaragoza y un tercio de las rentas eclesiásticas para ayuda de la guerra. Al aproximarse los franceses a Almería, se retiró nuevamente a Vélez-Rubio, reanimando desde allí el espíritu de sus diocesanos, disponiendo solemnes honras en toda su diócesis por las víctimas del 2 de mayo, aconsejando a su clero que no abandonase la ropa talar y publicando pastorales destinadas a levantar el coraje de los defensores. Al aproximarse las tropas francesas a Vélez y rehusando prestar juramento a José Bonaparte, marchó a Cartagena.

La Guerra de la Independencia (en diciembre de 1808 Napoleón había suprimido la Inquisición) generó una explosión nacionalista que se enfrentaría abiertamente a toda ideología liberal. Aunque abolida, la Inquisición siguió en funcionamiento desde Cádiz, hasta que las Cortes de 1812 reabrieron el debate inquisitorial.

Por sus servicios y lealtad (en 1814 figura en un manifiesto de adhesión a Fernando VII como diputado por Granada), el Rey lo nombró inquisidor general, sustituyendo al dimisionario José de Arce (1808), como señal de agradecimiento (el Santo Oficio había sido restablecido por Real Decreto del jueves 21 de julio del mismo año). El nuevo inquisidor publicó en Madrid el 5 de abril de 1815 un edicto pretendiendo justificar el restablecimiento “por la incredulidad y la espantosa corrupción de costumbres que ha contaminado el suelo español y de que se avergonzarían la piedad y religioso celo de nuestros mayores”.

Un documento fechado en 1815 lo declaraba en posesión del título de caballero prelado Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III.

En el mismo año renunció a su diócesis, de la que había sido un prelado muy celoso: amplió el seminario diocesano de San Indalecio y proclamó a la Virgen del Mar patrona de Almería y procedió a la traslación del cuerpo de san Valentín, según el Episcopologio de la diócesis de Almería. La dimisión fue aceptada el 1 de mayo de 1816.

Sintiéndose enfermo, resignó su cargo de inquisidor general (1818), sucediéndole el que sería último en el mismo, Jerónimo Castellón y Salas, obispo de Tarazona, que ni siquiera llegó a presentar su renuncia.

Expiró en Madrid, en la Casa de la Inquisición de la calle Torija, el 12 de mayo de 1818, siendo sepultado en el convento de Santo Domingo el Real de esta ciudad.

 

Bibl.: R. García Cárcel, La Inquisición, Madrid, Biblioteca de El Sol, 1991; V. Fernández Posada, Cabrales, la trova histórica y heráldica, Oviedo, Servicio de Publicaciones del Principado de Asturias, 1996; J. Pérez Villanueva y B. Escandell Bonet (dirs.), Historia de la Inquisición en España y América, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2000; J. M. Walker, Historia de la Inquisición Española, Madrid, Edimat, 2001; A. Gil Novales, Diccionario biográfico de España (1808- 1833). De los orígenes del liberalismo a la reacción absolutista, vol. II, Madrid, Fundación Mapfre, 2010, pág. 1986.

 

Fernando Gómez del Val

 

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